Carta a mi hijo un 11-M cualquiera…

Hoy vuelve a ser 11 de marzo. Y cada año que pase seguirá siendo especial. Por eso quiero contarte esta historia hijo, para que nunca la olvides y tú, algún día, se la cuentes a tus hijos…

Recuerdo a la perfección la mañana horrible de aquel día que marcaría nuestra historia, nuestras vidas, el devenir de una ciudad y de un país ya suficientemente herido por el terrorismo. Pero como si no hubieran sido suficientes todos los años con ETA al cuello, aquel 11 de marzo de 2004 se escribiría la historia más horrenda y triste que, tal vez, un padre deba contar a sus hijos.

Salía yo de la ducha. Era jueves y tenía que ir al Hospital de Alcorcón a trabajar. La radio estaba puesta en mi baño y fue en ese momento cuando se hizo pública la noticia de que una bomba había epxlotado en la estación de Atocha. Otro atentado para España. Luego puse la tele mientras desayunaba y ya no era una bomba sino varias, en varios trenes. El desconcierto era generalizado. Daba comienzo la peor mañana que una ciudad pueda vivir.

Recuerdo vivamente el sentimiento y la emoción que experimenté aquel día y el día siguiente, día de la gran manifestación convocada por todos. Era un mezcla de tristeza y vacío difícil de explicar. Era como si me hubieran arrancado de cuajo parte de mi vida. Como si todos aquellos que no se habían despertado fueran mis hermanos. Era como si el cielo se tornara de repente negruzco e insoportable… Algo le habían quitado a Madrid para siempre.

Mamá estaba embarazada de ti. De poco se enteró. Las hormonas la tenían siempre en el precipicio de la emoción y no podía aguantar siquiera las primera palabras de cualquier frase que intentara explicarle lo que había sucedido. Tuve que vivir solo esos momentos y ella también. Fuiste como el escudo protector de mamá, el antídoto perfecto ante la loca sinrazón que estábamos viviendo.

Recuerdo la respuesta de los ciudadanos, las largas colas para donar sangre, la entrega de todos los cuerpos de seguridad y protección del Estado y la ciudad. Recuerdo las imágenes del IFEMA y de los familiares entrando en los hospitales buscando a sus seres desaparecidos. Recuerdo el SMS de tu tía Elena preguntando si todos estábamos bien. Recuerdo los nervios y las carreras. Recuerdo las llamadas desde Coruña. Recuerdo el mensaje que le dejamos en el buzón a nuestra vecina policía dándole ánimos. Recuerdo la reunión de mi grupo de Caminando en el cole el viernes. Recuerdo los mensajes por móvil con mis amigos y seres queridos… Recuerdo la tensión política y social…

Querido hijo. Ojalá no tengas nunca que vivir algo así aunque dudo que lo puedas conseguir. Los humanos perdemos la cabeza a menudo defendiendo ideas y normas. Algunos son capaces de matar por… por… no saben muy bien por qué. Lo verás, seguro. Y espero que en esos momentos tu corazón esté lo suficientemente bien formado para encogerse y sangrar con aquellos que sufren. Aquel 11 de marzo cambió la vida de miles de personas. De padres que perdieron a sus hijos, de hijos que perdieron a sus padres o madres, de novios que ya nunca se casaron, de estudiantes que no terminaron sus carreras, de sueños y proyectos que nunca se llevaron a cabo… De palabras que quedaron sin decir, de asuntos pendientes que siempre seguirán pendientes…

Ocho años después pienso en cómo uno es capaz de reconstruir su vida después de una mañana como aquella. Pienso en las víctimas. Y pienso también en todos los que podemos trabajar para que eso no vuelva a suceder. Ojalá seamos capaces hijo…

Nadie ganó nada aquel 11 de marzo. Perdimos todos. Demasiado. Suerte que meses después tú y otros como tú llenariais de esperanza muchos hogares. Sólo la vida es capaz de borrar la herida de la muerte.

Te quiero.

Tu padre

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