Cuaresma 2013 – Martes de la 1ª semana

No voy a molestarme en hacer una reflexión de cada día sino a resaltar una frase de cada lectura y proponerme un compromiso diario.

MEDITACIÓN DIARIA AQUÍ

1ª lectura: “Así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mi vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo»

Salmo: “El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos«

Evangelio: “ Vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis»

Roma III – Una casa de puertas abiertas

El viaje a Roma fue posible, fundamentalmente, por la generosidad y la hospitalidad de la Casa General de los Marianistas, a través de Dani Pajuelo (@smdani). Nosotros no podríamos haber viajado a Roma en el supuesto de tener que pernoctar en un hotal. Así son las cosas: ganas, muchas; dinero, poco.

Recuerdo aquella noche en la que vino Dani a cenar a casa, en Madrid, y medio en broma, medio en serio le comenté la posibilidad de alojarnos en la Casa General que los Marianistas tienen en Roma. Dejó la puerta abierta y semanas después nos confirmó que todo ok. Vía libre.

Fue una experiencia hermosa de «estar en familia». Nunca nos sentimos extraños sino más bien lo contrario. Hicimos por tomar parte de la vida comunitaria todo lo que pudimos y compartimos desayunos y alguna comida. Compartimos sobremesa, conversación y charla y nos supimos queridos, acogidos y cuidados. Parece fácil y suena fácil pero detrás hay una concepción arriesgada, una apuesta audaz por ambas partes.

Abrir las puertas de tu casa es una actitud vital. Da igual que tu casa sea un pisito, un loft, un chalet o toda una Casa General; que vivas solo o acompañado. Al final, el sustento que hay detrás es el mismo. Es ser capaz de dejar entrar, ser capaz de vivir sin tantas seguridades, de mostrarte y dejarte descubrir en tu cotidianeidad.

Ser acogido con naturalidad, pedir refugio o techo, saberse en casa sin más… también es una actitud vital. Ser capaz de pedir porque sabes que es a tu hermano a quien pides y que no hay nada malo en pedir como tampoco lo hay en la necesidad de no siempre conceder. No vivir «en deuda» sino agradecidos en lo profundo… No sé si me explico…

Y eclesialmente es una experiencia fuerte. Es reconocer a la Iglesia en su conjunto como hogar, como familia, como comunidad, como madre… y sentir que allí donde la Iglesia se hace presente, allí tiene uno su casa. ¿Bonito no?

Un abrazo fraterno

Roma II – El Coliseum, vivo recuerdo de una fe viva

Es uno de los símbolos de Roma, tal vez porque es sorprendente que siga en pie, tal vez porque es un signo vivo del circo del antiguo Imperio. Los coches lo rodean y la gente lo atosiga. Y fotos y flashes, y más fotos y posados… Todo el mundo quiere llevarse un recuerdo del Coliseum.

Pero plantarse allí delante, frente a esas piedras milenarias, es también un ejercicio para el recuerdo. El recuerdo de que la Iglesia fue perseguida desde el comienzo de los tiempos. El recuerdo de lo que tenían que hacer aquellos primeros cristianos para profesar su fe. El recuerdo de las consecuencias sufridas por no ceder y mantener firme su adhesión a Jesús de Nazaret. Un recuerdo que sobrecoge.

Jesús no era un ingenuo cuando dedicó una de las Bienaventuranzas a los «perseguidos por causa mía». Tal vez somos nosotros los ingenuos, creyéndonos que podemos ser cristianos y católicos sin tener que mojarnos ni una sola vez en nuestra vida. No es así. El recuerdo vivo del Coliseum es el recuerdo vivo de todos los creyentes que nos precedieron y que se tuvieron que enfrentar, incluso con su propia vida, a la intolerancia y la violencia.

Salí lleno y reforzado del Coliseum. No corren buenos tiempos para la Iglesia y uno tiene que estar forjado por lo que pueda venir. Los santos y los mártires  son, sin duda, un testimonio purificador para la Iglesia del siglo XXI.

Un abrazo fraterno

Roma I – El Cristo Salvador de S. Giovanni in Laterano

El recorrido por Roma empezó en S. Giovanni in Laterano, la catedral de Roma, la primera de todas las iglesias del mundo. Conocida en castellano como S. Juan de Letrán, es la primera basílica de Roma y está dedicada, como así lo indican las letras de su frontispicio a S. Juan Evangelista y a S. Juan Bautista.

La basílica es apabulladora, inmensa, grandiosa y un tanto fría. Los apóstoles hacen el pasillo a todo aquel que entra y el altar mayor, previo a la cátedra episcopal, preside solemnemente el conjunto. No es mi basílica favorita porque no me llega al corazón, no moviliza mi espíritu.

Pero si el interior no me enamora, la fachada principal exterior, en concreto su parte superior, me emociona en lo más profundo. CHRISTO SALVATORI se levanta en el cielo romano y con su mano derecha me llama. Sí, me llama a mi. Me cautiva. Me acaricia el alma. Su porte es firme, seguro, convicente. Me iría con Él al fin del mundo. Encabeza un ejército de santos, Papas, fieles… Delante de todos, marcando el sendero, como Luz que es en la oscuridad de nuestras almas. Es un Cristo resucitado que me muestra el camino, la Cruz. Es una cruz victoriosa, sin complejos, verdadera, pesada pero salvífica. Es también mi cruz y me invita a cogerla y a subirme yo también a esa fachada.

Cristo salvador. En el centro. En lo alto. Nadie como Él. Nadie salva más que Él. Nadie llama más que Él.

Un abrazo fraterno

Kit-Kat

No va a haber entradas hasta el próximo martes. Un saludo a todos

#iEvangelizar: Llamado a…

Sí, es verdad. Hoy he sustituido el comentario, en clave de oración, de las lecturas del día por este post que inaugura, también en mi blog, este Año de la Fe instituido por Benedicto XVI.

Hoy, de 21 a 22 (hora española), tendrá lugar un gran encuentro en twitter, a nivel mundial, alrededor del hashtag #iEvangelizar. Detrás está el proyecto iMision, del que formo parte. ¿Objetivo? Darnos un rato, utilizando los medios actuales de encuentro de los que disponemos, para reflexionar juntos acerca de lo que significa #iEvangelizar en el marco de la nueva evangelización. Y llevo varios días dándole vueltas al temita…

Lo que puedo decir es que, para mi, no es posible ser cristiano y no evangelizar. No es posible conocer una Buena Noticia y no comunicarla a otros. No es posible descubrir la luz en la oscuridad y quedármela sólo para mi. «Id y anunciad» nos dijo Jesús, el mismo Jesús que envío a sus discípulos «como ovejas en medio de lobos, sin sandalias ni alforjas para el camino». El envío y la evangelización son inherentes a todo cristiano.

¿Y puede ser uno cristiano unas veces sí, dependiendo del momento, lugar, personas, circunstancias; y otras veces no? ¿Puede uno dividirse? ¿Puede uno ser varios en función de quién o qué tiene delante? No debería. La coherencia vital me exige ser cristiano, en toda su plenitud, allí donde esté, con quién esté y en el momento que me toque. Y en mi caso, que tengo una presencia asentada, no es posible estar en la red sin ser o mostrar aquello que soy realmente.

YO NO VOY A LA RED A EVANGELIZAR. YO EVANGELIZO EN LA RED EN LA QUE ESTOY. Creo que el matiz es importante. Es mi experiencia. Yo no vengo a la red a salvar a nadie, a convertir almas, a cambiar vidas, a ser pegador de carteles cristianos… Yo estoy en la red y decido no esconder nada de lo que soy, decido no comportarme como quién no soy. Y creo que así #iEvangelizo.

Comparto mi oración, mis pensamientos, mis fotos familiares, mis opiniones, las noticias y alguna opinión personal sobre ellas, mi fe, mi música… Y lo hago de una manera determinada. Y tengo la experiencia que, sin más, soy luz y faro para otras personas. Tal vez porque no pretendo nada, porque no quiero convencer sino acoger y amar. Porque me presento como soy y digo las cosas con claridad. Tal vez porque hablo de Jesús, de la Iglesia, de la fe, de las cosas de Dios… con absoluta normalidad y naturalidad. Sin pretender nada, sin esconder nada.

Es la cruz la que tiene la fuerza. Es Jesús el que pasa por encima de mi y convence, interpela, cambia, mueve. Es Dios mismo quién actúa desde mi pequeñez.

Por último, compartir mi gozo de seguir, día a día, creando lazos de gran hondura en la red. Conocer personas, compartir vida con ellas, sentirme acogido y aceptado y poder acariciar vidas ajenas a través de un teclado y un monitor.

Ojalá que este Año de la Fe sea fecundo en frutos para mayor gloria de Dios y felicidad del mundo.

Un abrazo fraterno

25 de julio: Santiago Apóstol

Santiago siempre ha sido fiesta grande en mi casa. Por muchas razones.

Mis padres se conocieron en la verbena de Santiago, la verbena de Sant Jaume, en Badalona, a principios de los 70. De aquel encuentro salió la familia Casanova-Miralles y, de aquella noche, mi nombre.

Santiago es el patrón de Galicia. Santiago es festivo en la comunidad en la que he vivido la mayor parte de años de mi vida. Es el patrón de España también. Protector de nuestro país. Referente de nuestros valores y nuestra fe.

Y Santiago es, sobre todo, una manera de vivir. Un camino. Una meta. Es postrarse en la cripta y pasar por la Puerta Santa. Es abrazar al Apóstol y la fe en Jesús de Nazaret. Santiago es estar siempre en camino, es considerarse peregrino y vivir como tal. Es llenar la mochila de la vida con lo imprescindible. Es conocer caminantes como yo y curarnos mutuamente las heridas. Es saber adónde voy y aprender a disfrutar y a sufrir en el trayecto. Es escucharme y quererme. Es saberse enviado y creer que el mundo puede ser mejor.

Un fuerte abrazo fraterno

Crucifijo de S. Damián y S. Francisco de Asís

Recientemente, esta cruz ha cobrado especial relevancia en mi vida.
Un día lo contaré despacio.
Hoy os dejo con su historia y su significado (extraido del directorio franciscano).

En el año 1206, el Señor ordenó a Francisco, por medio de un sueño, que regresara de Espoleto a Asís, y que esperara aquí hasta que Él le revelase su voluntad (cf. TC 6). Ya en su tierra, Francisco empezó a orar intensamente para poder reconocer la voluntad divina. Para esta oración, iba con afecto preferente a la pequeña iglesia de San Damián, que se encontraba fuera de los muros de la ciudad. Allí había un antiguo y venerable crucifijo. Y este crucifijo habló un día a Francisco y le dijo: «Francisco, vete, repara mi casa, que, como ves, se viene del todo al suelo» (2 Cel 10).

Nosotros veneramos este crucifijo porque nos recuerda un momento decisivo de la vida de nuestro padre san Francisco. Pero este crucifijo tiene además una expresividad que, desde el punto de vista teológico, es de una riqueza única. Contemplémoslo, pues, una vez más en todos sus detalles.

Nuestro Salvador no aparece desgarrado por el sufrimiento. Más bien parece que está de pie sobre la cruz, con una paz inmensa. ¿Acaso no sufrió verdaderamente la pasión de la cruz como vencedor del pecado, del infierno y de la muerte? Sí, Él sufrió la cruz, la muerte; pero ésta no lo destrozó. Fue Él, más bien, quien la tomó sobre sí para destruirla.

Imaginémonos la cruz sin el cuerpo del Señor crucificado. Detrás de los brazos abiertos se abre entonces la tumba vacía, tal como la encontraron las piadosas mujeres la mañana de Pascua de Resurrección. Y efectivamente, en los extremos de los brazos de la cruz podemos ver a las mujeres que están llegando a la tumba vacía. Además, a ambos lados de la cruz, debajo de cada uno de los brazos del Crucificado, podemos reconocer a dos ángeles que, delante de la tumba, dialogan animadamente, mientras con sus manos señalan al Señor. Se trata de los ángeles que hablaron de la Resurrección de Jesucristo a quienes creían en Él.

Sobre la cabeza del Crucificado vemos, en un círculo de un rojo luminoso, al Señor que sube al cielo. Lo rodean coros de ángeles exultantes. En la mano izquierda lleva la cruz como trofeo de su victoria. Y en la cima, en el extremo superior de la cruz, en un semicírculo, está representada la diestra del Padre.

Así pues, en esta cruz se encuentra representada la entera obra de salvación de nuestro Señor, tal como la expresamos en el Credo: «Crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, y al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre».

En el Credo decimos también: «Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos». Y también esto está representado en la cruz. Al pie del crucifijo pueden verse, aunque muy estropeadas por el paso de los siglos, las pequeñas figuras de los apóstoles que miran a lo alto, hacia el Señor: «Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Éste que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo» (Hch 1,11).

Con esto no termina lo que nos dice el crucifijo. El Señor llevó a cabo la obra de la salvación para nosotros los hombres. Seremos partícipes de la salvación si hemos estado de su parte. Esto significan los personajes que están a derecha e izquierda del cuerpo del Crucificado. Las figuras pequeñitas que están en los márgenes de la cruz, a la altura de las rodillas de Cristo, son: el soldado con la lanza (a la izquierda del que mira) y un judío que se está burlando del Señor (a la derecha).

Quien está contra el Señor es un hombrecito pequeño e insignificante. Mientras se vuelve grande quien reconoce al Señor y está de su parte. Esto lo vemos expresado en las figuras grandes: a la izquierda del que mira, debajo del brazo derecho de Cristo, María la Madre de Dios y el apóstol san Juan; a la derecha del que mira, debajo del brazo izquierdo de Cristo, María Magdalena, María la madre de Santiago y el centurión romano. Además, por encima del hombro izquierdo del centurión se puede advertir un rostro pequeño. Con mucha probabilidad se ha inmortalizado aquí el artista desconocido, autor del crucifijo.

A la altura de la pantorrilla izquierda de Cristo, en la parte derecha de quien mira, sobre la franja de color negro, está pintado un gallo. Éste quiere sin duda decirnos: «¡Cuidado y no te sientas demasiado seguro! Ya una vez hubo uno que estaba convencido de su inquebrantable fidelidad al Señor. Pero renegó de Él antes que el gallo cantase».

No existe otro crucifijo teológicamente tan rico. Expone ante nosotros toda la obra de la salvación. Al mismo tiempo, nos exhorta a salir al encuentro, en la manera debida, de esta obra de salvación.

A través de este crucifijo Dios habló a Francisco y lo llamó al servicio de la Iglesia. En aquella ocasión él respondió:

«Sumo, glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor, para cumplir tu santo y verdadero mandamiento» (OrSD).

¿Acaso esta oración no debería convertirse en nuestra propia oración? Porque también nuestra vocación era y es llamamiento al servicio de la vida interna de la Iglesia.

Sto. Tomás Moro

«Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es, en realidad, lo mejor.»

Estas fueron las palabras que Tomás Moro le dijo a su hija Margarita poco antes de ser ajusticiado. Palabras que se me han quedado grabadas desde la primera vez que las lei en el Catecismo de la Iglesia (el naranja… pequeñito…).

Hoy quiero dedicar la entrada a Tomás Moro porque es el patrono de gobernantes y políticos y, en los tiempos que corren, necesitamos de su intercesión más que nunca; de su intercesión y de su ejemplo. Además me siento muy identificado con él en muchas cosas. Aquí podéis conocer algo de su vida: http://www.franciscanos.org/osservatore/tomasmoro.html

Tomás era laico, marido y padre.

«Sintiéndose llamado al matrimonio, a la vida familiar y al compromiso laical, se casó en 1505 con Juana Colt, de la cual tuvo cuatro hijos. Juana murió en 1511 y Tomás se casó en segundas nupcias con Alicia Middleton, viuda con una hija. Fue durante toda su vida un marido y un padre cariñoso y fiel, profundamente comprometido en la educación religiosa, moral e intelectual de sus hijos. Su casa acogía yernos, nueras y nietos y estaba abierta a muchos jóvenes amigos en busca de la verdad o de la propia vocación. La vida de familia le permitía, además, largo tiempo para la oración común y la lectio divina, así como para sanas formas de recreo hogareño.»

«Estimado por todos por su indefectible integridad moral, su agudeza de ingenio, su carácter alegre y simpático y su erudición extraordinaria, en 1529, en un momento de crisis política y económica del país, el rey le nombró canciller del Reino. Tomás, primer laico en ocupar este cargo, afrontó un período extremadamente difícil, esforzándose en servir al rey y al país. Fiel a sus principios, trató de promover la justicia e impedir el influjo nocivo de quienes buscaban sus propios intereses en detrimento de los débiles.»

Murió ajusticiado por ser fiel a sus principios, por servir a Dios antes que al Rey.

Que su figura sea referente para los políticos de hoy y para nuestros gobernantes y estímulo para todos aquellos que soñamos con poder servir a Dios y a la ciudadanía fieles a nuestros valores.

Un abrazo fraterno