Le rogaban que les dejase tocar (Marcos 6, 53-56)

Es cierto que la religiosidad del pueblo tiene manifestaciones que no denotan demasiado profundidad pero leyendo el Evangelio de hoy uno descubre que las personas y los creyentes en muchedumbre nos hemos manifestado así desde el principio. No sé si todo esos que esperaban a Jesús en las plazas con ansias de tocarle el mano habían ahondado en su mensaje y estaban dispuestos a cambiar sus vidas y a caminar por el sendero propuesto por el Maestro; pero lo que sí está claro es que reconocían en Él un poder distinto al de otros, una cercanía y una generosidad sin límites.

El otro día pude ver en la televisión un reportaje sobre varias manifestaciones en Madrid de este tipo: las colas para ver al Jesús de Medinaceli, para besar las reliquias de Sta. Gema, para bendecir el coche en el Santuario de El Pardo… Reconozco que no soy de esos pero cada vez soy más respetuoso con ello. La acción de Dios en los corazones de las personas es absolutamente misteriosa. Sólo Él conoce tiempos y caminos.

Un abrazo fraterno

Por el juramento y los convidados (Marcos 6,14-29)

Me parece dramática la historia del Evangelio de hoy, de verdad. Dramática. Muy triste. Herodes da una orden contra lo que le dictaba el corazón «por su juramento y los convidados»…

¿Cuántas veces dejo yo de hacer aquello que se me pide, aquello que me brota del corazón, aquello que hay que hacer, aquello que quiero hacer? ¿Cuántas? ¿Y por qué? ¿Y tú? ¿Qué es lo que te impide llevar a cabo lo que consideras justo?

A bote pronto veo que a mi me frena muchas veces el miedo: el miedo a meterme en un lío, el miedo a consecuencias imprevisibles. Otras veces es la gente que me rodea más cercana: mujer, hijos, familia, comunidad… con los que quiero seguir estando y viviendo y a los que no puedo, debo o no sé… embarcarlos en mis actos. Otras veces es como si me diera vergüenza, me da cosa que la gente piense cosas de mi, aunque sean buenas… en fin…

Cuánto dejamos de hacer por «juramentos y convidados»…

Un abrazo fraterno

Cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor (Lucas 2,22-40)

Hoy leo este fragmento del Evangelio y me dejo tocar por una Palabra distinta a otras veces. Otras veces que leí este texto me intentaba identificar con Simeón, que vive esperando la llegada del Mesías. Hoy me centro en la fidelidad de María y José con las obligaciones de su religión.

Es verdad que absolutizar las cosas y pensar que eres un malo muy malo por no cumplir ciertos mandamientos humanos de la Iglesia, no parece positivo. Parece más bien un sinsentido. Ahora bien, creo que muchas veces caemos en justamente lo contrario: pensar que nada de Dios hay en esas «obligaciones» y que están inventadas por descerebrados que nada tienen que decir sobre mi vida.

Al final se trata de encontrar a Jesús. Y hoy encuentro un testimonio de una familia que cumple con lo que se les ha enseñado. ¿Por qué «cumplir» es tan malo? ¿Por qué hemos vilipendiado ese acto de hacer algo porque hay que hacerlo? En la mesura está el acierto y posiblemente el ejemplo humilde de María y José yendo al Templo puede ayudarnos, al menos, a darnos una vuelta. Jesús, el mismo que pone patas arriba muchos de los vicios en los que había caído la religión judía, es tremendamente respetuoso y cumplidor con aquello que le lleva a Dios.

Tarea nuestra es descubrirlo, con su ayuda.

Un abrazo fraterno

No pudo hacer allí ningún milagro (Marcos 6, 1-6)

Los milagros, nos da a entender la lectura, no surgen de la nada, del capricho de Jesús por aumentar su notoriedad. No son magia. Se tienen que dar unas circunstancias para que se dé. La más importante es posiblemente que el recpetor este dispuesto a aceptar que Jesús ha obrado el milagro y que algo inexplicable y fuera de control ha sucedido.

¿Estamos dispuestos a aceptar eso? ¿Creemos o no creemos que Jesús pueda obrar el milagro, con nuestra ayuda o sin ella? Yo sí creo en los milagros. No en los mágicos sino en aquellos cotidianos. Yo sí creo que poner a Jesús en medio desde que uno se levanta hasta que se acuesta, posibilita el que sucedan cosas que, de otra manera, lo tendrían muy complicado. Y no hay explicación.

Un abrazo fraterno

¿Qué tengo que ver yo contigo? (Marcos 5, 1-20)

Tanto el endemoniado como luego los habitantes de aquel pueblo se sintieron tremendamente atemorizados ante Jesús. ¿Por qué? Creo que tenían la intuición de que aquel hombre, aquel profeta, podía cambiarles la vida. ¿Para bien? ¿Para mal? Eso daba igual. El caso es que aquellas seguridades en las que se movían, aquellos «males» que ya conocían, aquella esclavitud ya asumida… podía desaparecer y eso les daba mucho miedo.

A veces dar un paso hacia la Verdad y hacia la Libertad nos da mucho miedo y preferimos aguantar en una especie de infierno a medida que ya tenemos controlado. Es como si hubiéramos decidido que esa «tierra prometida» nunca va a llegar, que nada está en nuestras manos, que Jesús, en realidad, no va a salirnos al paso.

Un abrazo fraterno

No tendrá perdón jamás (Marcos 3, 22-30)

Hoy no estaré en mi reunión de comunidad de todos los lunes y por eso quiero dejar mi oración bien compartida antes de que llegue la noche. Estaré en Barcelona toda esta semana.

Es más fácil conectar con el Espíritu si uno escucha música clásica como yo estoy haciendo ahora. Escuchar el segundo movimiento de la séptima sinfonía de Beethoven es casi como coger al Espíritu de la mano y dejarte llevar por él adonde le plazca. Es escuchar la voz de Dios en lo más profundo del corazón, su susurro, su aliento… y sentir que dispara de inmediato alguna de tus emociones.

El Espíritu es la voz directa del Señor. El Espíritu es Dios mismo, sin intermediarios. Por eso Jesús es tan brutal en su advertencia. El Espíritu es difícilmente abarcable y difícilmente definible, cosas ambas que nos encantan a los hombres. El Espíritu no sale en procesiones. Al Espíritu no le encendemos velas en las iglesias. No se hacen largas colas para ´besar sus pies ni tocar su manto hecho por hombres. Como mucho se disfraza de paloma en algún cuadro o tapiz de antaño.

El Espíritu es como esa cima de montaña, ese recodo al lado del río, esa pradera escondida, esa playa virgen… poco manoseada, pura, sólo al alcance de los que saben de su existencia pero no deciden explorarla turísticamente.

El Espíritu es una caricia, un beso robado. Es un susurro. Una brisa fresquita de buena mañana. Es un rostro bello sin maquillaje. El Espíritu es la palabra de un niño, la mirada del pobre. El Espíritu es la fuerza que a veces me inunda y también lo que me sostiene en la debilidad. No tiene nombre ni lugar de residencia porque vive en todas partes y siempre se gira si le llamas. A veces se viste de grito y muchas veces de silencio. Me llama, me empuja, me anima, me vivifica, me recrea, me impulsa. 

Sin Él la comunidad muere. Y la fe. Todo sería mentira. Todo sería una farsa. Todo sería un fracaso.

Un abrazo fraterno

 

No tiene sentido que ayunen (Marcos 2, 18-22)

Después de leer el pasaje de Saúl y Samuel y el Evangelio de los odres nuevos, tengo claro que lo que se me está pidiendo hoy es algo mucho más difícil que estar en la Iglesia cumpliendo una serie de mandamientos, cubriendo con mi asistencia una serie de ritos y consiguiendo un «APTO» en un examen de amor al Padre.

Jesús vuelve a revolucionar y le pide a sus discípulos que no ayunen si no tiene sentido. ¿Nos preguntamos nosotros por el sentido de las cosas? ¿Somos lo suficientemente libres y valientes como para optar por actitudes y compromisos en lugar de por simplemente cubrir expedientes? Los ritos tiene una función clara e imprescindible: los ritos son facilitadores. A veces los convertimos en el mismo Dios.

Apostar por pocas normas, por la libertad, por dar sentido a lo que uno hace, por poner a Jesús en medio de todo y tenerlo presente en todo, por complicarse la vida hasta agotarla… es mucho más complicado. Pero esa es la propuesta.

Un abrazo fraterno

Un lugar solitario (Marcos 1, 29-39)

Es verdad que la comunidad es lugar de encuentro con el padre. La comunidad pequeña de fe. La comunidad reunida en la Eucaristía. Es verdad que caminamos juntos y nuestra fe crece junto a otros.

Pero… ¡qué necesarios esos lugares solitarios donde encontrarte con Dios en lo más hondo de ti mismo! ¡Qué necesarios y qué imprescindibles!

Un abrazo fraterno

Se marcharon con él (Marcos 1, 14-20)

Muchas de las veces que he leído este pasaje lo oré alrededor de la llamada de Jesús, de su iniciativa, de cómo debió de hacerse para causar ese efecto inmediato en los pescadores elegidos… Pero hoy, tal vez por lo sucedido durante toda esta semana y la pasada, le he dado vueltas a la libertad de esos pescadores, a su capacidad para tomar una decisión importante.

Es importante que seamos capaces de ser personas capacitadas para tomar decisiones. Discernir y decidir. Ser capaces de abandonar el llamado «estado de confort» en el que nos movemos habitualmente. El estado de confort es la vida que conocemos, el espacio en el que nos movemos, la dosis de sufrimiento ya asumida y conocida, los grados de felicidad e infelicidad usuales… Ser capaces de salir de ahí y arriesgar, apostar, luchar por algo mejor, por ser nosotros mismos, por ser más felices… Es la oferta del seguimiento a Jesús.

Para ello, tal vez, uno de los ingredientes fundamentales es «ser pobre». No tener demasiado que dejar. Vivir desapegado de cosas, posesiones, personas concretas, carreras laborales, éxitos pasajeros… Ya sabemos lo que le pasó al joven rico…

Marcharse con él…

Un abrazo fraterno

Dinos quién eres (Juan 1, 19-28)

¿Qué respondería yo si alguien me preguntara ésto? ¿Qué responderías tú? Me parece, tal vez, la pregunta más compleja de responder por lo complejo que tiene saber la respuesta. Juan respònde identificándose con su misión: soy la voz que grita en el desierto… Una misión muy concreta en un lugar concreto y con unas referencias concretas. ¿Lo tengo yo tan claro?

No estaría mal que en este comienzo de año le diéramos una vuelta a esta cuestión tan importante. ¿Para qué he nacido? ¿Qué se espera de mi? ¿Con qué objetivo me fueron regalados los dones que tengo? ¿Qué se quedará sin hacer si yo no lo hago? Da hasta vértigo planteárselo pero paso a paso hay que ir quitando velos a esta cuestión. Que el Señor me dé luz en esta tarea.

Un abrazo fraterno