Pedro…

«YO DIGO QUE ERES EL MESÍAS, EL HIJO DE DIOS VIVO»

Pedro es la piedra… Porque a él le fue concedido el don de la fe, la revelación del Padre. Un hombre humilde, terco, apasionado… Un hombre como tú y como yo sobre el que Jesús construye su Iglesia.

Pedro es la piedra…

Sobre roca… (Mateo 7, 21-29)

Leyendo las lecturas de hoy me encontré con ese salmo precioso en el que un grito se eleva a Dios: «¿Hasta cuándo, Señor?». Se me encogió el corazón. Encarné ese grito en personas queridas que están sufriendo y que tampoco encuentran respuesta a ese grito tan desgarrador.

Pensé que nada más importante podrían decirme hoy las lecturas pero sigo y me encuentro con un Evangelio importantísimo para mi: el hombre prudente que construye su casa sobre roca. Es el Evangelio que sustentó Betania, mi comunidad, desde sus comienzos; sustenta mi matrimonio…

¿En qué consiste la prudencia de ese hombre del que habla Jesús? En saber que caería la lluvia, que saldrían los ríos y que soplarían los fuertes vientos. En eso radica su prudencia. Y su respuesta es construir sobre roca firme para que cuando lleguen las calamidades, su casa permanezca en pie pese a todo. No era un hombre cenizo ni pesimista ni aguafiestas… era prudente. Hay que saber que las calamidades llegarán, siempre. Siempre llegan. Siempre arrecia la tempestad algún día.

Construir sobre roca permite que la casa siga en pie y que ese grito del salmo sea eso, un grito, pero de alguien que, luchando y pese a todo, sigue en pie.

Jesús es muy claro a la hora de determinar qué es «construir sobre roca»: escuchar su palabra y ponerla en práctica. No hay más. Ni menos.

Para terminar, hoy pongo delante del Padre a alguien que comienza hoy peregrinación a Santiago. Alguien que ha construido, y sigue en ello, sobre roca. Alguien que está SEMPRE EN CAMIÑO y a la que yo también quiero acompañar con mi oración. Que el Señor camine a su lado y la sostenga en los momentos de mayor dificultad, cuando las fuerzas desaparecen.

Un abrazo fraterno

Por sus frutos (Mateo 7, 15-20)

Por sus frutos conoceremos a los profetas, a los santos, a los hombres y mujeres de Dios. Si Dios está con ellos, habrá frutos buenos. Si son unos farsantes, habrá frutos malos.

Esta lectura me recuerda a una persona muy querida que siempre la tiene muy presente… Los frutos… ¿Qué frutos? Yo entiendo que más Reino, más Dios, más felicidad… Al final, esos son los frutos expresados de mil maneras, concretados de dos mil formas… pero siempre más Reino, más Dios, más felicidad… El problema es que los frutos no son inmediatos, no siempre son inmediatos. El Señor debe ayudarnos a tener paciencia y debe regalarnos el don de la sabiduría para observar los frutos y reconocerlos.

¿Y yo? ¿Doy fruto bueno? ¿Ya he dado fruto bueno o está por llegar? ¿Soy profeta? ¿Soy santo? Lo único que tengo claro es que intento caminar hacia ese horizonte. Caigo muchas veces. A veces se me pudren las manzanas en la copa antes de que nadie las coja pero… lo procuro, lo deseo. lo ansío. Yo quiero dar fruto bueno. Siempre.

Un abrazo fraterno

¿Por qué os agobiais? (Mateo 6, 24-34)

Si tuviera que elegir una frase o sentencia del Evangelio creo que, sin duda, elegiría una de las que cierra este hermosísimo pasaje del Evangelio: «Buscad el Reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura. No os agobieis por el mañana…«.

No me gusta porque sea especialmente bonita sino porque es la creencia alrededor de la cual he construido mi vida y gira con cierta fluidez. ME LO CREO EN LO PROFUNDO. ¡ME LO CREO! Creo profundamente que soy hijo y que mi Padre me cuida. Y creo profundamente que si trabajo por el Reino nada tengo que temer. Y esto no es una creencia frívola. No es que crea que nada doloroso vaya a sucederme, que mis problemas desaparecerán, que no sufriré enfermedades o injusticias… No es eso. Es la convicción profunda de que si mi vida y la de familia tiene como principal parámetro sobre el que girar a Dios… si me la juego por Él… ¡Él se la juega por mi!

El miedo desaparece y la insana preocupación ante las dificultades. Con Dios de la mano, nada hay que temer.

Un abrazo fraterno

Enemigos (Mateo 5, 43-48)

Lo podemos relativizar todo lo que queramos, precisar, puntualizar, dulcificar… pero la palabra de Jesús se levanta alta, clara y dura.

Deja allí tu ofrenda (Mateo 5, 20-26)

Deja tu ofrenda. No es coherente. Está bien… pero no es coherente.

Está bien agradar y amar a Dios pero ¿le agradamos y le amamos de verdad? ¿O es tal vez que hemos decidido nosotros qué es agradar a Dios y cómo se le ama? Él lo dejó claro: amando al prójimo. Eso es lo que le agrada y la manera de amarle. Nosotros preferimos otras cosas, menos costosas, menos comprometidas. Lo relativizamos todo y así nos quedamos tranquilos.

El Evangelio de hoy es muy exigente. ¿Estoy a la altura?

Un abrazo fraterno

Ayunaban y daban culto al Señor (Hechos 11,21b-26;13,1-3)

El Espíritu sopla y habla pero no siempre estamos en condiciones de sentir su presencia y escuchar su voz. Nos quejamos de que Dios no habla, que su silencio nos saca de quicio, que no sale a nuestro encuentro ni escucha nuestras plegarias… convencidos de que el fallo de comunicación está en el otro lado.

Leyendo hoy la lectura de Hechos me parece muy importante la descripción del «ambiente» en el que el Espíritu habló: ayuno y oración. ¡Pues ya tenemos la receta! Y si ya era una receta imprescindible en aquellos tiempos, cuanto más hoy en una sociedad ruidosa, materialista, superficial y poco dada a fomentar ayunos y oraciones.

Evidentemente, yo que soy padre de familia numerosa y residente en el barrio de Carabanchel en Madrid, capital de España, no puedo irme al Monasterio de Sta. María de Huerta o Buenafuente del Sistal cada fin de semana para encontrarme un ambiente propicio para el Espíritu. Tendré que ingeniármelas de otra manera. Tendré que vivir mi día centrado en mis tareas fundamentales, amando a las personas que se me han encomendado, desprendido de llamadas mundanas y alejado de aquello que me «engorda» yno me permite sentirme abandonado en el Padre. Y tendré que tener mi rato de oración personal. Yo lo suelo tener a media mañana, como hoy, o por la noche, cuando todos duermen, momento idóneo para conectarme con lo que soy y hacer silencio en mi interior. Y ahora he vuelto a rezar el rosario casi todas las noches también. Y tengo mi comunidad, fundamental para ambos aspectos… En definitiva, que procuro «crear ambiente» y así han ido salido las decisiones de mi vida más importantes. No siempre es posible. Se nota cuando no es posible.

Apuntad la receta: ayuno y oración. Y la llamada se oirá con claridad.

Un abrazo fraterno

Será perseguido… (II Timoteo 3,10-17)

Más claro agua: «el que se proponga vivir piadosamente en Cristo Jesús será perseguido«… La cruz…

A veces creo que si no somos suficientemente perseguidos es porque algo está fallando. No es buscar el masoquismo inútil de querer que nos crucifiquen. Ya murió el Señor en la cruz por todos nosotros. Tampoco es buscar el flagelamiento o, incluso, el martirio mal entendido que nos hacer sentir especiales y diferentes al resto… por encima de ellos… No, no es eso. Yo me refiero a la persecución lógica de aquel para el que eres incómodo, de aquel al que denuncias, de aquel al que le pones enfrente de su injusticia, de su mentira… La persecución de los Herodes Antipas, de los escribas endiosados, de los cobardes poderosos que sigue habiendo en el mundo de hoy.

¿Qué pasa si a mi no me persigue nadie? ¿Estoy haciendo algo mal? ¿De verdad es una virtud llevarse bien con todos, no tener enemigos? De verdad… ¿no irá algo mal? Es más, ¡nos molesta que nos persigan, que se metan con nosotros! ¡No queremos que haya políticos, artistas, periodistas… que nos machaquen, que nos acorralen, que nos aúllen como lobos en la nuca! Nos revolvemos. Nos sentimos indignados eclesialmente… ¿Es que no tenemos claro ésto? ¿Es que todavía no nos hemos enterado de qué va esto de Jesús?

Yo algo estoy haciendo mal, sin duda. Algo mediocre debo ser. Flojo. Calculador. Midiendo consecuencias. Con miedo. Algo estoy haciendo mal…

Un abrazo fraterno

Amarás… (Marcos 12, 28b-34)

«… más que holocaustos y sacrificios»…

Sin desterrar el valor que pueden tener los sacrificios, el mandato de Jesús es claro y muestra, a la vez, cuáles son los «gustos» de nuestro Dios. AMARÁS. Ese es el mandato que se nos da. Amar a Dios sobre todas las cosas, amar al prójimo y amarse a uno mismo. Tres vertientes unidas e inseparables que se retroalimentan una a otra. Tienen que darse las tres y sin una de ellas, las otras no existen. Es una ecuación matemática peculiarísima. Es el todo o nada de Dios.

Dios quiere que amemos. Sabe que el amor es el único camino para ser feliz, el único capaz de cambiar las cosas, el único capaz de mantenernos en pie en esta vida que nos toca vivir. Madre Teresa de Calculta decía que se nos medirá por el amor y por nada más. Amor de verdad. Amor que es capaz de dar la vida, amor que pone a Dios en el centro de la existencia, amor disponible, amor comprensivo, amor comprometido, amor fiel, amor perseverante, amor alegre, amor que llama al amor…

Nuestro Dios no es de los que aprecien en demasía las piedras en los zapatos. Dios nos quiere ligeros para amar, con la cabeza alta y el corazón dispuesto. Dios nos llama, una vez más, por la puerta estrecha… la puerta del amor. Uno nunca sabe adónde puede llegar si la atraviesa

Un abrazo fraterno