Si muere, da mucho fruto (Juan 12,20-33) – Domingo V de Cuaresma

La lectura de Juan de hoy viene al pelo de lo que he vivido esta tarde.

Esta tarde estuve en una celebración. Otros le llamarían funeral pero lo cierto es que no me pega nada lo que implica esa palabra con lo vivido, on lo escuchado, con lo compartido hoy. A ella la conozco desde hace muchos años, cuando, todavía en el cole, se empezaba a asomar a los grupos de Caminando, a las Pascuas juveniles, a los encuentros en los que yo estaba de monitor, de coordinador… La vi crecer en su fe y descubrí en su adultez a una mujer auténtica, luchadora, valiente… A él lo conozco poco. Lo vi una vez, en Cercedilla, pero entiendo que si supo ver en ella a alguien valiosísimo, con quien querer compartir la vida, es porque su mirada era también especial. Él se fue hace unos días después de un largo y doloroso cáncer.

Seguí un poco todo este proceso desde la distancia cercana, gracias a los email que ella mandaba contando cómo iba el asunto. Eran correos llenos de Dios, escritos por el Espíritu. Dios se había propuesto hacer algo grande con ellos y su matrimonio, con su testimonio, con su verdad. Y creo que lo ha conseguido.

La noche de hoy sólo puede terminarse con un GRACIAS con mayúsculas. GRACIAS por ser un afortunado y poder ver y escuchar esta historia de amor. GRACIAS por sentirme parte. GRACIAS porque Dios, el Señor, ha venido a visitarnos esta Cuaresma.

Un abrazo fraterno

Ellos no comprendieron (Lucas 2,41-51a) – Lunes IV de Cuaresma

A mi me pasa lo que a los padres de Jesús: no comprendo. Reconozco que este pasaje del Evangelio es costoso de orar para mi porque no comprendo lo que sucede en él realmente. Desde que empiezo hasta el final me parecen unos hechos un tanto surrealistas y no consigo entender cómo los padres no se dan cuenta de que falta su hijo en todo un día de camino, cómo Jesús es capaz de quedarse sin avisar y cómo es capaz de hablar a su madre preocupada en esos términos. No comprendo. Tal vez sea eso lo que tenga que orar: no todo lo referente a Dios, a Jesús, es capaz de ser abordado por mi entendimiento, por mis criterios, por mis actitudes, por mis sentimientos. Debo estar abierto a lo incomprensible del Señor.  Difícil tarea.

Un abrazo fraterno

Vale más (Marcos 12,28b-34) – Viernes III de Cuaresma

Muchas personas tienen el sacrificio doloroso como algo fundamental en su experiencia religiosa, en su relación con el Padre. Le ofrecen al Padre un dolor buscado, una flagelación elegida, para elevar al cielo un presente valioso para el Señor. En pocos días veremos las imágenes en el Telediario de cada año: esos penitentes, esos hombres y mujeres sangrando, flagelándose, haciendo kilómetros de rodillas o cargando grandes pesos inhumanos. Desde el respeto y con amor, creo que se equivocan. ¿No leen acaso estos pasajes claros y meridianos del Evangelio? ¿No leen las lecturas de Isaías de estos días de Cuaresma?

El Señor no quiere holocaustos ni sacrificios. Nos pide lo más difícil: amarle a Él sobre todas las cosas y amar al prójimo que vive a nuestro lado: nuestros vecinos, nuestros compañeros de trabajo, nuestras familias, los pobres de nuestros barrios, los enfermos cercanos, aquellos a los que ya les hemos puesto una cruz… ¿Por qué nos empeñamos en lo otro? ¿Es madura nuestra fe y nuestra relación con el Padre? Sin duda que lo que nos pide es infinitamente más difícil. Muchas veces, es en la casa de uno donde a uno más le cuesta escuchar, amar, respetar, consolar, abajarse, lavar pies, ceñirse la toalla… ¡Uf! A mi me cuesta mucho…

¿No usaremos esos sacrificios como un mero calmador de conciencia? ¡Cambiemos!

Un abrazo fraterno

En la sinagoga de Nazaret (Lucas 4,24-30) – Lunes III de Cuaresma

Hay que tenerlos bien puestos, con perdón. Ir a predicar a la misma sinagoga de tu pueblo y decir esas cosas es algo, como mínimo, imprudente. Pero auténtico. Algo temerario. Ciertamente provocador. Así acaba la historia: intento de asesinato de todo el pueblo contra Jesús.

¿Cuál es mi Nazaret? ¿Cuál ese elugar, esa persona, ese ambiente… donde no soy capaz de permanecer auténtico, donde cambio el discurso, la actitud… por miedo a las consecuencias? ¿Cuál es? Es algo muy interesante a profundizar de cara a esta Cuaresma.

Un abrazo fraterno

Echando a correr (Lucas 15,1-3.11-32) – Sábado II de Cuaresma

Cada vez estoy más convencido de que la parábola del hijo pródigo se entiende mejor cuando uno es padre y tiene hijos. A lo mejor no es más «entendimiento» lo que se necesita sino mayor capacidad para conectar con esos sentimientos y emociones de un padre que ve regresar a su hijo a casa después de tanto tiempo perdido.

En el relato de Lucas hay un detalle que siempre ha puesto mi emoción patas arriba: cuando el padre divisa a lo lejos a ese hijo que se aproxima, se conmueve Y ECHA A CORRER para echársele a los brazos y llenarlo de besos. Soy capaz de imaginarme el sufrimiento pasado por ese padre imaginando qué sería de su hijo querido, donde estaría, si le iría bien, lo solo estaría… El amor de unos padres por sus hijos no tiene parangón. Es algo absolutamente IMPOSIBLE DE ENTENDER si no se tienen hijos. No es explicable ni experimentable. Por eso Jesús lo utiliza. Por eso somos capaces de imaginarnos el amor de Dios hacia cada uno de nosotros.

No le interesa a ese padre su orgullo, su dignidad… no le interesa lo que hizo el hijo ni el porqué lo hizo. No le interesan razones ni circunstancias. No le interesa tan siquiera la petición de perdón. Simplemente, en cuanto lo ve volver a casa, decide AMARLO. AMARLO COMO SIEMPRE LO HA AMADO. Porque llevaba esperando su regreso desde el día de su marcha…

Qué maravilla ser hijo de un Dios que me ama de esta manera…

Un abrazo fraterno

Subiendo a Jerusalén (Mateo 20,17-28) – Miércoles II de Cuaresma

Tras leer el Evangelio de hoy hay varias cosas que aparecen claras. La primera es que la Cuaresma es un camino. La segunda es que es un camino no para pasear, es cuesta arriba, de subida. Y la tercera cosa clara es que nos lleva a las conclusiones del seguimiento de Jesús, a Jerusalén, al final.

Jesús nos pide andar este camino para tomar conciencia definitiva de lo que supone seguirle y, por eso, nos planta hoy delante de su final. El camino con el Maestro es para aquellos que hayan decidido servir. Que nadie espere glorias ni renombre. Que nadie espera reconocimiento ni éxito mundano. Más bien todo lo contrario: rechazo, presión, tensión…

¿Hasta qué punto soy consciente de que ser cristiano pasa ineludiblemente por este camino? ¿Hasta que punto soy consciente de que no hay otra manera? Jesús no nos vendió «brotes verdes» ni «rosas rojas». Más bien al contrario: con su vida nos mostró el grado de sufrimiento que trae consigo el Camino del Amor.

Un abrazo fraterno

Fardos pesados e insoportables (Mateo 23,1-12) – Martes II de Cuaresma

El Evangelio de este martes de Cuaresma es realmente duro y exigente. Duro, sobre todo, con aquellos que guiaban y pastoreaban al Pueblo de Dios. Fundamentalmente porque «no hacían lo que decían».

Miro a nuestra querida Iglesia, a mi madre Iglesia, a la Iglesia a la que quiero y pertenezco y veo, más de 2000 años después, que sigue siendo una «bofetada» del Maestro de lo más actual. Descubro cómo, muchas veces, juzgamos a las personas y les cargamos de normas, deberes y mandamientos que, a la postre, no son seguidos por muchos de los que los exigen. Casos como los de los sacerdotes y religiosos pederastas, curas casados o homosexuales o como Maciel, fundador de los Legionarios, son ejemplos de cómo aquellos acostumbrados a cargar «con pesados fardos» a las personas son los primeros en actuar de otra manera. También aquellos que siendo catequistas, educadores o, finalmente, simplemente católicos… somos capaces de llevar nuestras vidas por derroteros alejados de aquello que predicamos.

Creo que esta Cuaresma debe servirnos a todos como purificación en este aspecto. Releyendo el Evangelio, creo que Jesús nos invita a ponerlo como centro, a mirarlo a Él y a no pretender ser más que Él: a no hacer lo que Él no hizo, a no condenar a aquellos a los que Él no condenó… Nos invita a no seguir colando mosquitos y tragándonos camellos. Nos invita a ser los primeros en reconocer nuestras faltas y a ayudar a los demás a vivir sencillamente, libremente, desde el amor de Jesús… Desde luego nos exhorta a quitar de las espaldas de las personas esos fardos pesados e insoportables…

Un abrazo fraterno

No uséis muchas palabras (Mateo 6,7-15) – Martes I de Cuaresma

Para los que hablamos mucho como yo, no es fácil esto de orar con pocas palabras. Recuerdo oraciones compartidas o peticiones en Eucaristías en las que intentaba condensar como una especie de compendio de magníficas palabras con las que llegar a Dios y que, además, fueran gratas y entenibles para los que están alrededor.

El Padre ya sabe… dice el Evangelio. El Señor escucha, dice el Salmo. Dios sabe ya…

Lo mejor es hacer un ejercicio de sinceridad y honestidad esta Cuaresma y, simpleente, ponernos frente a Él y decirle que lo amamos. ¿Hay oración mejor?

Un abrazo fraterno

Fui forastero y me hospedasteis (Mateo 25,31-46) – Lunes I de Cuaresma

Cierto es que por mucho que tengas leído un pasaje del evangelio, cada vez es nueva, cada momento es distinto, cada Cuaresma es la primera. Este pasaje de Mateo es archiconocido pero hoy, en la oración de la comunidad, me resonaba de manera especial.

Tenemos cerca casos ya de serios problemas económicos. Una familia cercana está esperando ya la ejecución de deshaucio por parte del banco y tiene necesidades económicas concretas para, al menos, que le banco le acepte la dación en pago y, tras eso, la circunstancia de buscar un nuevo sitio donde vivir y cuidar a las dos hijas que forman parte del matrimonio. La situación es realmente dramática.

¿Qué se supone que debemos hacer? ¿Mirar a otro lado? ¿Contentarnos con ayudarles a buscar, a salir del paso, a ponerlos en contacto con otros organismos y entidades? Seguramente haya que hacer eso pero… ¿y mientras no hay solución qué? No me sirven los argumentarios de las cosas o acciones que hayan podido hacer mal, de las decisiones equivocadas, de que yo ahora lo haría de otra manera… Todo puede ser verdad pero al final ¿qué?

El Evangelio toca de lleno hoy mi corazón y siento que hay un mandato de Jesús de auxiliar a mi prójimo en lo que haga falta. Por Él. En estos duros momentos no valen las medias tintas. Yo no quiero vivir con mi conciencia anestesiada. Que el Señor nos ilumine y nos dé luz para tomar las decisiones adecuadas.

Un abrazo fraterno

Publicanos y otros (Lucas 5,27-32) – Sábado después de Ceniza

Leví (Mateo) estaba a sus cosas. Era un día cualquiera. Su cotidianeidad era, posiblemente, sacar lo peor de sí y exprimir a impuestos al pueblo judío con tal de sacarse él algún beneficio de Roma. Me imagino que sería un hombre olvidado hacía ya mucho tiempo de quién era, un hombre perdido, vendido y despreciado por sí mismo. Insatisfecho y terriblemente inplacable con aquellos que acudían a él. Era con ellos con los que pagaba toda la mierda que llevaba dentro.

Un día una voz se alza sobre la otras. Una voz distinta, una voz que va directa a su corazón, que conecta privilegiadamente con aquello que Leví era en verdad. Era una voz llena de autoridad y llena de amor. ¡Alguien había sido capaz de ver lo mejor de Leví! ¡Alguien había sido capaz de devolverle a Leví toda la dignidad queél había decidido dilapidar durante tantos años!

Leví vuelve a nacer con Jesús. Se redescubre, se levanta de su letargo, se mira con ojos nuevos. Leví siente que ha sido llamado por alguien que pasa por encima de toda su mierda, alguien a quien poco le importa ya lo que él ha hecho sino que lo mira con ojos novedosos, que lo impulsa hacia adelante. Alguien que cree en él.

Para los que no son capaces de descubrir en Leví a un hijo de Dios, para los que no son capaces de mirar a Leví con amor, de perdonar, de ir a lo mejor de él… esto se convierte en un acto sin sentido del Maestro, en una locura, en un sacrilegio. No entienden absolutamente nada. No entienden la lógica de Jesús. No entienden que vaya a casa de Leví y se junte con toda «aquella gente despreciable» que tanto daño les había hecho. Se llenan de indignación, de rabia. Un calor insano les invade por dentro y gritan alocados al Maestro pidiéndole que no lo haga.

Jesús no tuerce su mirada. Sabe lo que tiene que hacer. Y lo hace. ¡Leví ha resucitado!

Un abrazo fraterno