¿Qué tengo que ver yo contigo? (Marcos 5, 1-20)

Tanto el endemoniado como luego los habitantes de aquel pueblo se sintieron tremendamente atemorizados ante Jesús. ¿Por qué? Creo que tenían la intuición de que aquel hombre, aquel profeta, podía cambiarles la vida. ¿Para bien? ¿Para mal? Eso daba igual. El caso es que aquellas seguridades en las que se movían, aquellos «males» que ya conocían, aquella esclavitud ya asumida… podía desaparecer y eso les daba mucho miedo.

A veces dar un paso hacia la Verdad y hacia la Libertad nos da mucho miedo y preferimos aguantar en una especie de infierno a medida que ya tenemos controlado. Es como si hubiéramos decidido que esa «tierra prometida» nunca va a llegar, que nada está en nuestras manos, que Jesús, en realidad, no va a salirnos al paso.

Un abrazo fraterno

No nos ha dado un espíritu cobarde (II Timoteo 1,1-8)

Vivimos en un mundo lleno de miedo. Nos han educado para tener miedo. No sé si habéis visto la película de dibujos de «El valiente Desperaux» pero cuando nace sus padres están preocupados porque el pequeño no tiene miedo…

Nos asustan. Nos acobardan. Minimizan nuestra capacidad de cambiar cosas. Nos engañan y nos meten en la cabeza que sufriremos, que no podemos, que somos poca cosa.

Pero si Dios es mi padre y estoy hecho a su imagen y semejanza… Si Dios me cuida, me protege, vigila mis pasos… ¿Por qué sigo siendo un cobarde? El ángel se presentó a María y le dijo que no tuviera miedo. Jesús envía a los 72 y les dice que entren en la casa que les acoge y digan «paz a esta casa»… El miedo es libre y humano. Pero es el que hace hundirse a Pedro en el agua cuando camina hacia el Señor.

Yo no me considero cobarde. Algo mediocre en algunas cosas pero valiente en otras. Necesitamos valientes. Dispuestos a vivir el Evangelio. Dispuestos a amar hasta el final.

Un abrazo fraterno

¿Qué debo hacer, Señor? (Hechos 22, 3-16)

Hoy he ido al cine y he salido tremendamente emocionado. Y esta lectura de Pablo viene perfecta porque la protagonista, la contadora de la historia, se la hace también. Es una pregunta crucial, vital, definitiva.

Salí del cine con ella en la cabeza y en el corazón. Yo, ¿qué debo hacer Señor? ¿Cómo ser la voz del débil? ¿Cómo ayudar de verdad a quién hoy se está quedando sin trabajo, sin casa? ¿Cómo no mirar hacia otro lado? ¿Cómo no ser mediocre? ¿Estoy haciendo lo que realmente se me pide? ¿Y con mi familia? ¿Y con la Escuela Pía? ¿Y con mi comunidad? ¿Qué debo hacer Señor? Es una pregunta que golpea, que atormenta, que se clava y no me deja… porque tengo la sensación todavía de que algo distinto se me ha reservado. Igual son imaginaciones mías, igual no pasa de ahí.

Habla, que tu siervo escucha.

Un abrazo fraterno

No tendrá perdón jamás (Marcos 3, 22-30)

Hoy no estaré en mi reunión de comunidad de todos los lunes y por eso quiero dejar mi oración bien compartida antes de que llegue la noche. Estaré en Barcelona toda esta semana.

Es más fácil conectar con el Espíritu si uno escucha música clásica como yo estoy haciendo ahora. Escuchar el segundo movimiento de la séptima sinfonía de Beethoven es casi como coger al Espíritu de la mano y dejarte llevar por él adonde le plazca. Es escuchar la voz de Dios en lo más profundo del corazón, su susurro, su aliento… y sentir que dispara de inmediato alguna de tus emociones.

El Espíritu es la voz directa del Señor. El Espíritu es Dios mismo, sin intermediarios. Por eso Jesús es tan brutal en su advertencia. El Espíritu es difícilmente abarcable y difícilmente definible, cosas ambas que nos encantan a los hombres. El Espíritu no sale en procesiones. Al Espíritu no le encendemos velas en las iglesias. No se hacen largas colas para ´besar sus pies ni tocar su manto hecho por hombres. Como mucho se disfraza de paloma en algún cuadro o tapiz de antaño.

El Espíritu es como esa cima de montaña, ese recodo al lado del río, esa pradera escondida, esa playa virgen… poco manoseada, pura, sólo al alcance de los que saben de su existencia pero no deciden explorarla turísticamente.

El Espíritu es una caricia, un beso robado. Es un susurro. Una brisa fresquita de buena mañana. Es un rostro bello sin maquillaje. El Espíritu es la palabra de un niño, la mirada del pobre. El Espíritu es la fuerza que a veces me inunda y también lo que me sostiene en la debilidad. No tiene nombre ni lugar de residencia porque vive en todas partes y siempre se gira si le llamas. A veces se viste de grito y muchas veces de silencio. Me llama, me empuja, me anima, me vivifica, me recrea, me impulsa. 

Sin Él la comunidad muere. Y la fe. Todo sería mentira. Todo sería una farsa. Todo sería un fracaso.

Un abrazo fraterno

 

No tiene sentido que ayunen (Marcos 2, 18-22)

Después de leer el pasaje de Saúl y Samuel y el Evangelio de los odres nuevos, tengo claro que lo que se me está pidiendo hoy es algo mucho más difícil que estar en la Iglesia cumpliendo una serie de mandamientos, cubriendo con mi asistencia una serie de ritos y consiguiendo un «APTO» en un examen de amor al Padre.

Jesús vuelve a revolucionar y le pide a sus discípulos que no ayunen si no tiene sentido. ¿Nos preguntamos nosotros por el sentido de las cosas? ¿Somos lo suficientemente libres y valientes como para optar por actitudes y compromisos en lugar de por simplemente cubrir expedientes? Los ritos tiene una función clara e imprescindible: los ritos son facilitadores. A veces los convertimos en el mismo Dios.

Apostar por pocas normas, por la libertad, por dar sentido a lo que uno hace, por poner a Jesús en medio de todo y tenerlo presente en todo, por complicarse la vida hasta agotarla… es mucho más complicado. Pero esa es la propuesta.

Un abrazo fraterno

Un lugar solitario (Marcos 1, 29-39)

Es verdad que la comunidad es lugar de encuentro con el padre. La comunidad pequeña de fe. La comunidad reunida en la Eucaristía. Es verdad que caminamos juntos y nuestra fe crece junto a otros.

Pero… ¡qué necesarios esos lugares solitarios donde encontrarte con Dios en lo más hondo de ti mismo! ¡Qué necesarios y qué imprescindibles!

Un abrazo fraterno

Se marcharon con él (Marcos 1, 14-20)

Muchas de las veces que he leído este pasaje lo oré alrededor de la llamada de Jesús, de su iniciativa, de cómo debió de hacerse para causar ese efecto inmediato en los pescadores elegidos… Pero hoy, tal vez por lo sucedido durante toda esta semana y la pasada, le he dado vueltas a la libertad de esos pescadores, a su capacidad para tomar una decisión importante.

Es importante que seamos capaces de ser personas capacitadas para tomar decisiones. Discernir y decidir. Ser capaces de abandonar el llamado «estado de confort» en el que nos movemos habitualmente. El estado de confort es la vida que conocemos, el espacio en el que nos movemos, la dosis de sufrimiento ya asumida y conocida, los grados de felicidad e infelicidad usuales… Ser capaces de salir de ahí y arriesgar, apostar, luchar por algo mejor, por ser nosotros mismos, por ser más felices… Es la oferta del seguimiento a Jesús.

Para ello, tal vez, uno de los ingredientes fundamentales es «ser pobre». No tener demasiado que dejar. Vivir desapegado de cosas, posesiones, personas concretas, carreras laborales, éxitos pasajeros… Ya sabemos lo que le pasó al joven rico…

Marcharse con él…

Un abrazo fraterno

Dinos quién eres (Juan 1, 19-28)

¿Qué respondería yo si alguien me preguntara ésto? ¿Qué responderías tú? Me parece, tal vez, la pregunta más compleja de responder por lo complejo que tiene saber la respuesta. Juan respònde identificándose con su misión: soy la voz que grita en el desierto… Una misión muy concreta en un lugar concreto y con unas referencias concretas. ¿Lo tengo yo tan claro?

No estaría mal que en este comienzo de año le diéramos una vuelta a esta cuestión tan importante. ¿Para qué he nacido? ¿Qué se espera de mi? ¿Con qué objetivo me fueron regalados los dones que tengo? ¿Qué se quedará sin hacer si yo no lo hago? Da hasta vértigo planteárselo pero paso a paso hay que ir quitando velos a esta cuestión. Que el Señor me dé luz en esta tarea.

Un abrazo fraterno

Bandera discutida (Lucas 2,22-35)

Mi abuelo decía que un personaje importante y que valía la pena era muy querido o muy odiado. Podías estar o no de acuerdo con él pero desde luego no te dejaba indeferente.

Hoy leo esta Palabra y me encuentro a un Simeón advirtiendo a los padres del Niño que Jesús no va a pasar desapercibido. Y estoy seguro que a sus padres no les gustó. Tal vez por cariño, por espíritu de protección o por lo que sea tal vez preferirían tener un hijo desconocido que simplemente fuera feliz e hiciera más o menos lo de todo el mundo.

Y hoy me pregunto: ¿es posible ser seguidor de Jesús, seguidor del Evangelio, y pasar desapercibido? ¿Es compatible? ¿O es inherente ser «bandera discutida»?

Y creo que no hay muchas opciones. Y a veces me descubro mediocre.

Un abrazo fraterno

Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos (I Juan 1,1-4)

¿Anunciamos la Buena Noticia? La Buena Noticia digo… no la ristra de normas, lecciones morales, sacrificios, obligaciones y deberes de ser cristiano y católico. Si un buscador de la verdad va a una iglesia un domingo cualquiera… ¿recibe una Buena Noticia? ¿Es mi vida Buena Noticia?

A veces incidimos demasiado en un mensaje que no acaba de llevar a Dios, en un mensaje que le dice a la gente cómo tiene que ser, qué tienen que hacer… en lugar de decirles cómo les quiere Dios, cómo les cuida, cómo hablarle, cómo encontrarle… Papas como Juan XXIII y Juan Pablo I incidieron en este aspecto y fueron incluso criticados dentro de la propia Iglesia…

Anunciemos el Amor y que el Amor transforme.

Un abrazo fraterno