Ángeles de Dios (Salmo 90)

Los ángeles…

¿Quién no ha rezado el «ángel de la guarda» por la noche? Tal vez es la primera oración que aprendemos de niños… Y luego ¿qué? Parece que nos olvidamos de que vamos protegidos por el mundo, que no vamos solos.

El salmo de hoy es precioso. Y la primera lectura. Hay ángeles que guardan mi camino, que van por delante, que me protegen del mal, que velan a mi lado por la noche, que pasan el día conmigo… Son presencias misteriosas y espirituales pero reales. Enviados de Dios que campan por el mundo, junto a hombres y mujeres, para hacer frente al mal y oponer resistencia.

Hace poco tuve una experiencia que guardaré siempre en mi corazón. Pasé por uno de esos momentos en los que, con gran dificultad, uno sabe que está viviendo algo importante. Y recuerdo una voz, amiga, que, en la oscuridad, me dijo: «Hoy hay más ángeles en esta habitación». Volvió el sol y yo sentí que alguien me había cubierto con sus plumas y protegido con su espada y escudo.

Un abrazo fraterno

Pequeña, llena de Dios (Lucas 9, 46-50)

Hoy podría hablar de unas cuantas cosas, leyendo las lecturas del día. Pero mi oración se va, inevitablemente, a Teresa de Lisieux. Porque es su día y porque la pequeñez es el centro del Evangelio de hoy.

No voy a ser yo quién intente hablar sobre Teresa, porque no sé mucho de ella. Tengo personas a mi lado que han ido, poco a poco, acercándome hacia la vida y la espiritualidad de Teresa, a la que yo conocía muy poquito. Y aunque cada vez sé más, no soy quien para disertar sobre ella. Seguro que metería la pata por presuntuoso. Pero lo que es claro es que la santidad no sólo está destinada a grandes hombre y mujeres, a personas de gran altura intelectual, de grandes discursos teológicos o, incluso, de gran labor misionera o social. Hay quien, también en su sencillez, en su pequeñez y en su labor diaria, realizada con un profundo amor por Cristo, han conseguido ser ensalzadas por el Padre.

Hoy es día, pues, para pedirle a Dios que me ayude a ser un poquito más humilde y que aprenda, que siga aprendiendo, a ser capaz de construir Reino allá donde estoy, haciendo lo que hago y con las personas que me ha regalado alrededor. Amando. Sólo eso.

Un abrazo fraterno

Mil años son un ayer (Salmo 89)

Nos creemos tan importantes… tan grandes… tan invencibles… Tal vez, el mayor de los males en el ser humano es el de la soberbia. Sobrepasar su condición y creerse, realmente, que es Dios.

Creemos que todo gira a nuestro alrededor, que controlamos cada minuto de nuestra existencia, que podemos crear y destruir a nuestro antojo. Creemos que todo es nuevo y que todo lo hemos inventado, cuando lo profundo del hombre y de las generaciones, los impulsos divinos y las bajas pasiones siguen siendo las mismas.

Somos una gota en el océano de la eternidad. Un pasito más en los planes de Dios con el hombre. Un renglón en la historia. Un capítulo de la historia.

Postrémonos a los pies de la cruz y, sintiéndonos pequeños, adorémosle a Él y pongamos toda nuestra confianza en sus manos clavadas al madero.

Un abrazo fraterno

Enviado por Dios (Lucas 9, 1-6)

La Palabra de hoy es de estas «causalidades» que me asombran y, a la par, me asustan. El momento del envío

Jesús nos envía allí donde necesitan a alguien de Dios. Nos envía al mundo, sin más seguridades que Él mismo. ¡Suficiente!

¿Será el momento de dar algún paso adelante? Puede que sí. Tengo que seguir orando. Por hoy no tengo mucho más que decir y sí mucho que contemplar y escuchar.

Un abrazo fraterno

Una vida intachable (Salmo 118)

Me gustan el libro de Proverbios y los salmos de estos últimos días. Nos hablan de la vida, de la vida concreta, de la vida diaria. Nos hablan de una vida intachable.

Uno es pecador, limitado, pequeño y torpe. Pero aspiro a una vida intachable. Es el horizonte. Es la referencia. No me agobio por no llegar pero lucho por estar cada día más cerca. Porque, a la postre, Jesús nos llama a decidir, minuto a minuto, a optar por ser y estar de una manera concreta en cada instante de mi vida.

Desde que me levanto hasta que me acuesto, Jesús me invita a optar. A optar en los detalles de la oficina, en las relaciones cotidianas, en los lugares comunes, en los barrios concretos de cada día. No hay lugar a la incoherencia. No cabe la distancia entre lo que creo y predico y lo que hago finalmente.

O soy de Cristo, o soy Él entre los hombres, o no. No cabe la mediocridad libremente elegida.

Un abrazo fraterno

¿Soy incómodo? (Sabiduría 2, 12. 17-20)

«Acechemos al justo, que nos resulta incómodo» empieza diciendo el pasaje de hoy del Libro de la Sabiduría. Tal como está expresado, «justo» e «incómodo» parecen conceptos que van unidos inexorablemente.

Siempre me ha preocupado este asunto. Entiendo, y así nos lo dice la Palabra en innumerables ocasiones tanto en el AT como en el NT, que alguien que lucha por la justicia, que está con los pobres, que denuncia los excesos y los abusos de las clases dirigentes, que viola determinados preceptos por anteponer la dignidad humana a toda norma civil, etc. debe ser resultar muy incómodo para aquellos que quieren que nadie se salga del redil, que reine una paz sin libertad, que ni pensar ni amar sea verbos que penetren en lo más hondo de una sociedad, que quieren controlar, gobernar, abusar y acumular poder.

¿Soy yo un justo incómodo? ¿O más bien un casi-justo mediocre? ¿Denuncio? ¿Defiendo? ¿Lucho? ¿Me opongo a la injusticia? ¿O más bien intento actuar diplomáticamente para contentar a todos? La radicalidad evangélica siempre pone muy nervioso al mal porque lo cuestiona, lo arrincona, lo descubre…

¿Se puede ser un cristiano del siglo XXi sin resultar incómodo al sistema? Tengo mucho que orar este asunto. Tal vez lo vaya dejando porque me asuste la respuesta que ya alberga mi corazón…

Un abrazo fraterno

De semillas y terrenos (Lucas 8, 4-15)

La primera conclusión que saco, orando el Evangelio de hoy, conocido, es que la obtención de fruto depende de dos variables: la semilla y el terreno. Y es que puede darse la primera y no ser capaces de obtener ningún resultado. Y puede darse la segunda, y lo mismo. Sólo la combinación adecuada de ambas garantiza que el plan tira para adelante.

¡Qué importante ser tierra buena! ¡Preparar el corazón para la siembra! ¡Qué importante orar diariamente, qué importante retirarse de vez en cuando, qué importante afrontar proyectos y procesos de crecimiento espiritual, qué importantes las buenas lecturas, la educación familiar, la comunidad que acompaña…! ¡Qué importante es ser terreno propicio para dar fruto!

La semilla llegará. La siembra siempre se produce. Dios es buen sembrador. De eso no hay que preocuparse. Tiene métodos propios y diversos para garantizar que nos llega grano. El terreno, en cambio, depende de nosotros.

Hoy, en la Escuela Pía, celebraremos votos solemnes de tres escolapios. Es un fruto más de la siembra en tierra buena. ¡Hoy es día de fiesta!

Un abrazo fraterno

Mi vocación (Efesios 4, 1-7. 11-13)

San Pablo nos dice hoy que respondamos a «la vocación a la que hemos sido convocados». Fuerte. Y duro. La vocación como «llamada a».

Yo tengo claro cuál es mi vocación. La he tenido siempre clara. Yo he nacido para educar, para ser maestro. Para eso me ha creado el Señor. Para eso estoy en el mundo, entre otras cosas. Para construir Reino con los dones que me han sido regalados, para ser útil desde la escuela. No hay más.

La vida se ha complicado y decisiones previas me han llevado por otros derroteros que no colman mi corazón. Decidí estudiar una Ingeniería que no me llena. Estoy trabajando en un trabajo que no me llena. Pasando muchas horas al día como un superviviente a la espera de la hora de su redención.

Voy terminando mi carrera inacabada, sin la cual el mundo de la escuela me está vetado. Poco a poco. Ahora mismo veo la luz al final pero ¡es tanto el esfuerzo! El Señor me ayuda y me ha dado fortaleza y coraje para luchar contra vientos y mareas. Ahí sigo. Sin desfallecer. Con mi convicción en lo más alto. Con las mismas ganas pero con las fuerzas justas.

Llegará el día. Llegará la mañana en que me levante para ir a la escuela. Llegará el día en que querré a los alumnos que el Señor me regale. Llegará el día en que ya no sabré hacer otra cosa. Llegará el día en que me entregue en el lugar y en la forma que deseo, en el lugar y la forma que Dios desea para mi.

Mientras ese día no llega… oración, fidelidad, fe, fortaleza y alegría.

Un abrazo fraterno

Tiene mucho amor (Lucas 7, 36-50)

Es el amor el que salva a la pecadora. Una vida lastrada por el pecado encuentra la paz por el único camino posible: el amor.

Jesús lo deja bien claro. Cuando hay amor y fe, amor por Jesús (que se traduce en el amor al prójimo) y fe en el Señor… la vida da un vuelco. Uno no puede funcionar como antes y es ese amor el que rescata, el que rescata y trae la paz a un corazón atormentado y sediento.

Esa mujer reconoce en Jesús el origen, la fuente sanadora. Reconoce en Jesús a alguien que la ama incondicionalmente, a alguien que no escudriña en su pecado sino que la mira con dignidad esperando de ella lo mejor. El amor genera amor. Cuando esta mujer se sabe amada, ama. Ya nada a su alrededor será igual.

Y esto, claro, es escandaloso a los ojos de los que calculan las penas en función de cada letra de la ley. ¿No somos a veces como estos fariseos?

Amemos mucho y juzguemos menos.

Un abrazo fraterno