De dos en dos (Mc 6,7-13)

Cuesta creer que, pese a los esfuerzos de Jesús de afrontar la misión en comunidad, algunos se creyeran que cada uno puede hacer la guerra por su lado. Párrocos que, ante el éxito de su parroquia, no contaban con nadie y eran casi idolatrados por sus energías y propuestas; religiosos que llegaban a un colegio y lo ponían patas arriba, con su carisma y su entrega… Todo muy encomiable pero muy poco comunitario.

Hoy Jesús nos vuelve a recordar que no nos envía solos a la misión. No es sólo por nosotros, para que no andemos por ahí en soledad, sino más bien para dejar claro que la misión se afronta junto a otros, porque el mismo testimonio comunitario es parte de la misión, signo del Reino.

Se acabó el tiempo de los francotiradores. Seguramente por necesidad y no por convicción. Bendito sea el Señor. A ver si nos enteramos de una vez.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Puedo atarle las manos a Dios? (Mc 6, 1-6)

Claro que puedo atarle las manos a Dios. Lee el Evangelio de hoy. Allí, en Nazaret, nada pudo hacer. NADA ES NADA. ¿Por qué? Porque Jesús no va por el mundo hacia truquitos, espectáculos a lo Mago Pop. Jesús necesita de nosotros, de nuestra fe, de que queramos seguirle y estar con Él.

Nada puede hacer Dios en tu vida si tú no abres tus propias puertas y ventanas… Dios nunca se saltará tu libertad. Tremendo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

No es con nuestras fuerzas… (Mc 5,21-43)

Dos milagros nos relata hoy el Evangelio. Dos curaciones que acontecen en el día a día de dos personas enfermas. ¿Tan diferentes eran a nosotros? ¡Ni mucho menos! Yo me reconozco enfermo también. Incapaz de curar alguno de mis males: la exigencia a los demás, la falta de ternura, la falta de empatía… Enfermedades que me hacen daño a mí al ver el destrozo que causan entre los que me rodean.

¡Esfuérzate en corregirlo! Eso me dicen a veces y eso me repito yo muchas noches. Pero hoy, en la Palabra, descubro también a dos personas que, pese a intentarlo, no pudieron sanarse a sí mismos. Y es entonces cuando acuden a Jesús. Y el milagro acontece.

Porque el milagro no es magia. El milagro es el acontecimiento de la fuerza de Dios en nuestras vidas, es el resultado de poner nuestras vidas y sus carencias en manos del Señor. Es ir y decirle que no podemos solos, que hay cosas que no funcionan y que queremos sanarlas.

¡Patrañas dirán algunos! Bueno… ¿tengo fe o no? Esta es la pregunta. La gran pregunta…

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Dios actúa a través de mí (Sal 30)

«Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí
prodigios de misericordia
en la ciudad amurallada. «

Dios actúa por mí. ¡Qué pasada! A través de mis manos, es caricia. A través de mi rostro, en sonrisa. A través de mi boca, es alabanza y palabra de aliento. A través de mis pies, camina al lado de quién se siente solo. A través de mi corazón, ama a los que se cruzan en el viaje de la vida. A través de mis ojos, mira a los que no están en el centro.

El Señor hace maravillas, milagros, a través de ti y de mí. ¡En las ciudades amuralladas! ¡Qué imagen tan bonita! ¿O no? Allí donde parece que se ha hecho fuerte la soledad, la maldad, la desconfianza, la tristeza… allí, también el Señor derriba conmigo los muros de la frialdad.

Gracias, Padre, por contar conmigo. Gracias por dejarme ser un poco Tú.

Un abrazo fraterno. – @scasanovam

¡Este Reino no va de ayunos! (Mc 2,18-22)

Claro que el ayuno es una práctica recomendada, indicada y prescrita dentro de la Iglesia católica para varios momentos, incluso como práctica habitual. Muchos dicen que ayuda al crecimiento espiritual. No lo dudo. No pretendo cuestionar eso. Tras el titular de hoy se esconde, sin embargo, algo mucho más importante. Y es que el Reino de Dios que nos trae Jesús no va tanto de esfuerzos personales como de disposición a acoger su persona.

Curioso como el Evangelio nos presenta a un Jesús, que pese a ser judío y estar muy cercano a la predicación de Juan, toma distancia de las prácticas de sus discípulos y de los fariseos. No tanto para generar nuevas tendencias ni como estrategia de liderazgo político, sino porque el Reino de Dios que Él viene a anunciar es otra cosa. Y Él lo sabe con certeza, con confianza y con autoridad. Lo sabe de tal modo que no vacila cuando otros le preguntan por tal novedad.

El Reino de Dios no se asalta. No se toma con esfuerzos personales. El Reino no va de méritos, ni de medallas. El Reino de Dios no es ganado ni alcanzado por nadie por sus propias fuerzas, bondades y sacrificios. El protagonismo no está en nosotros. Nosotros no nos ganamos el cielo. No se nos da un carnet de puntos que será chequeado en el juicio final. El Reino que Jesús presenta es un Reino que se desborda, que se regala, que se ofrece. Él viene a invitar a todos al gran banquete. A todos y cada uno. Por pura iniciativa, por pura misericordia, por puro amor. Por eso no es una mesa de puros, de cumplidores, de buenos y justos. Es una mesa donde todos tenemos sitio pese a nuestras infidelidades, incoherencias, injusticias, indiferencias, egoísmos.

La novedad radical del amor de Dios no cabe en antiguos esquemas de leyes y scores. Todo eso salta por los aires.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Experimentar la propia parálisis… (Mc 2,1-12)

Experimentar la propia parálisis. Tremendo. ¡Cómo me cuesta! Experimentar mi incapacidad, mi herida, mi enfermedad, mi corazón paralizado, mi desamor, mi límite, mi finitud, mi flaqueza, mi debilidad. Experimentar la total necesidad del otro para ser yo mismo.

Yo, que me creo fuerte, autónomo, potente, valioso. Yo… ¿Paralítico? ¡¿Yo?! ¡¿Yo necesitado?! A veces es una imagen terrible. Otras veces, gracias a Dios, voy degustando y paladeando la maravillosa experiencia de «ser llevado», de «ser cargado». Porque los míos, cargan conmigo. ¡Conmigo! ¡Yo! ¡Que me creo salvador de otros, luz para otros, sanador de otros! Yo soy carga que otros llevan.

En ese «ser cargado» y «ser presentando» ante Jesús en mi total finitud, en mi total pausa, en mi total no ser yo, voy encontrándome, por mucho que me pese. Estoy viviendo este momento vital. Descubro que no descubro a Jesús por mí mismo sino que descubro a Jesús en la relación con el otro, en la experiencia de «ser cargado», de «ser amado» en mi total limitación. Eso es amar. Y amando uno siempre acaba en Jesús.

Ojalá me siga dejando. Ojalá no oponga resistencia. Ojalá no saque del armario el disfraz de superhéroe. Porque mi poder radica en el «saberme amado», en el «saberme cargado», en el «saberme curado» por el otro, por el Otro.

Un abrazo fraterno

¿A qué has venido? (Mc 1,21-28)

Sorprende la reacción del mal espíritu cuando se encuentra con Jesús. Un espíritu que increpa a Jesús, que se pone a la defensiva, que le acusa, que se muestra manifiestamente molesto con la presencia del Nazareno. Y es que el mal se revuelve contra Cristo.

Nosotros también estamos llamados, por la misma razón, a encontrarnos con este tipo de reacciones cuanto más a Cristo nos parezcamos. No hay que buscar la incomodidad ni el rechazo ni el conflicto, porque es posible que llegue por sí solo. Porque la manera de vivir del Reino es demasiado provocadora para el mal, que suele estar presente de forma sutil y silenciosa en nuestros entornos. A veces nos encontraremos también con acusaciones, con molestias, con rechazo, con envidias, con maquinaciones, con susceptibilidades… a veces incluso con halagos insanos… y todo porque el Maligno y Jesús son incompatibles.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Por qué yo? (Mc (1,14-20)

Siempre me ha gustado una frase que dice que Dios no elige a los capacitados sino que capacita a quienes elige. Me gusta porque resalta la acción de Dios sobre las propias capacidades humanas a la hora de afrontar la misión de anunciar el Reino. Pero, a la vez, y leyendo el Evangelio de hoy, me pregunto: ¿qué habrá visto Jesús en aquellos hermanos, Pedro, Andrés, Santiago y Juan, para llamarles a seguirle? ¿Estaban sólo ellos? ¿Fueron elegidos por casualidad? ¿Estaban ya destinados a ello? ¿O más bien fue algo lo que llamó la atención de Jesús?

Lo que más me gusta de la escena evangélica de hoy es la absoluta cotidianeidad. Jesús llama allí donde solemos estar. A estos hombres los encontró junto al lago, echando y tejiendo redes. Normal. Allí trabajaban. Eran pescadores. A mí, por lo tanto, debo suponer que me llama en la escuela y en casa, los dos ámbitos donde paso más tiempo. Ahí me llama el Señor. Y sí, también los retiros espirituales y momentos especiales son importantes… pero ¡cuidado! Dios llama en lo cotidiano. Se cruza en tu camino del día a día.

¿Y qué verá en mí? ¿Por qué yo, Señor? ¿Por qué me llamas a seguirte? ¿Por qué quieres que sea de los tuyos, que sea tu amigo, que te conozca de cerca? Yo me sé llamado pero, cada año que pasa, entiendo menos por qué. Cada día soy más consciente, y me cuesta, de mi pequeñez y de mi finitud. Y aún así, cada día me siento más querido por ti. ¿Es mi alegría? ¿Es mi fidelidad? ¿Es mi capacidad de trabajo? ¿Es mi confianza en ti? ¿O es justamente lo que menos me gusta de mí, aquello que te llama la atención y te parece propicia para mirar con tus ojos de amor?

Sí. Mi respuesta es sí. Quiero seguirte. Aún sin saber muy bien por qué.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El que pierde, gana (Lc 17,26-37)

Es algo que el mundo de hoy nunca entenderá. Es el punto que más nos cuesta entender a cada uno. Porque llevamos en la sangre la victoria, la competición, la rivalidad, el éxito, la ambición, el crecimiento, el cada día más, la superación, etc.

Perder la vida es la gran victoria. Darla. Entregarla. Gastarla. Cada uno en un lugar, con personas concretas, haciendo cosas diferentes, padeciendo dolores distintos. Perder la vida en el éxito. Es vaciarse todo para dejarse llenar completamente. Es desvestirse para dejarse vestir. Es mostrarse débil y pequeño para que otro me fortalezca y me haga grande.

Perder la vida. Eso es.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Un Reino nada espectacular (Lc 17,20-25)

Reconozco que, conociéndome, me encantaría que el Reino de Dios se hiciera presente de manera más contundente y espectacular. Hace poco compartía con mi acompañante los pros y contras de vivir la vida con un alto grado de épica. Es muy emocionante, sí, pero a la vez olvida el valor de lo pequeño, de lo invisible, del día a día.

Hemos hecho del seguimiento de Jesús, tantas veces a lo largo de la historia, algo tan grande… Hemos construido grandes catedrales, inmensos monasterios; hemos coronado a emperadores y hemos gobernados territorios; muchos se consideran príncipes de la Iglesia y, otros tantos, han utilizado el mensaje del Señor para imponer sus criterios. Hemos hecho de la liturgia muchas veces un escaparte de ornamentos valiosos. Hemos elevado hasta el infinito la humanidad de los santos y del mismo Cristo. En definitiva, nos hemos olvidado muchas veces del Evangelio de hoy.

En mi vida pasa igual. Valoro enormemente los grandes momentos, las grandes ocasiones y olvido, sin quererlo, la pequeña rutina diaria, donde el Reino se manifiesta en casa y en la maravilla de la diferencia de cada uno.

Te pido Señor gafas de cerca. De lejos veo bien. Tal vez demasiado. Necesita fijar la vista en lo que tengo más a mano. Descubrirte también en mí, pese a mis imperfecciones, fracasos y frustraciones. Necesito que las luces del escenario se apaguen y que hablemos cara a cara en la intimidad del camerino.

Un abrazo fraterno – @scasanovam