Versos sueltos al niño que me habita

Niño que me habitas,
sal.
Háblame de lo que te gusta,
ven a mi cama al despertar,
canta,
no me dejes.

Niño que me sueñas,
el que fui,
regresa del cajón de lo inservible,
ocupa el centro de mi universo,
juega,
no te vayas.

Niño que ves a Dios,
cuéntame,
háblame de su barba,
del bastón en el que se apoya,
de las arrugas tiernas de su mirada.
Niño que hablas con Él,
cuéntale,
háblale de mis miedos,
de las oscuras noches adultas,
de mi corazón en carne viva.

Niño.
Tú.
Yo.

Cuando en el día a día no sumas sino que… ¡multiplicas!

«No sé cómo lo haces». Esta es una frase que me han dicho muchas veces, en referencia a la manera de manejar una vida con esposa, tres niños, trabajo, estudios, voluntariado, participación en televisión y radio, iMisión, comunidad escolapia, etc. Realmente es difícil de explicar, por no decir que yo no tengo la explicación. No soy un superhéroe, ni alguien superdotado, me considero parecido al resto, pero creo firmemente en algo que viene a decirnos la Palabra de hoy.

San Pablo, en su carta a los Corintios, nos transmite cómo Dios multiplica los frutos de quién da. Es, en esencia, lo que sucedió con aquel niño que ofreció sus panes y sus peces para que Jesús obrara el milagro. Si uno da lo que tiene, si uno siembra, si uno apuesta por vaciarse por los demás… Dios consigue lo que nadie es capaz de explicar desde el punto de vista humano. Esto no es algo exclusivo del creyente. Cualquier mujer, por ejemplo, madre, trabajadora, esposa… sabe lo que es hacer «magia» para conseguir que sus hijos y su marido estén cuidados y se sientan queridos, para sacar el trabajo adelante, llevar la casa dignamente, etc. La madre, como prototipo de «la que se da», es también el prototipo de «la que multiplica».

No creo que yo sea mejor que otros por experimentar esto. Dios se nos manifiesta a cada uno de la manera que considera conveniente. Él dirige nuestras vidas, nos conoce, y nos da lo que necesitamos. A otros les sostiene en su enfermedad, en su debilidad, en su silencio… yo percibo su milagro en mí en esta fortaleza, esta capacidad, este multiplicar que no sale de mí sino de Él. Ojalá los frutos lleven a las personas a Él y su Espíritu me aleje de la soberbia y del engaño.

Así sea.

Al Señor no le cansa que le digamos TE AMO

Aprender las cosas de memoria está muy devaluado hoy en día. Aquellos que aprendimos oraciones a golpe de memorizarlas y que sacamos notazas en exámenes a golpe de sabernos la lección al dedillo… sabemos que, aunque es verdad que las cosas hay que razonarlas y encontrarles el sentido, no es malo saberse unos cuantos principios de manera automática. Hoy leyendo el salmo me he acordado de esto.

Voy a intentar repetirme estas palabras del salmo cada mañana, incluso en cada bendición de la mesa, en cada oración de la noche con mis hijos… No creo que haga ningún mal, tal vez lo contrario:

«YO TE AMO, SEÑOR; TÚ ERES MI FORTALEZA;
SEÑOR, MI ROCA, MI ALCÁZAR, MI LIBERTADOR.»

Es una declaración de amor en toda regla. ¡Y lo dice de manera expresa! Si yo fuera el Señor, me encantaría que me lo repitieran muchas veces: yo te amo, Señor…

Mi fortaleza, donde vivo bajo su protección; donde bajo sus muros me siento seguro.

Mi roca, donde edifico aquello que soy, mi vida, mis sueños, mi familia, lo mejor que tengo.

Mi alcázar, inexpugnable en las batallas duras de la vida, inalcanzable para el enemigo.

Mi libertador, Aquel que dio su vida por mi, que me recogió del fango, que sanó mis heridas, que murió en la cruz por mis pecados.

Empiezo el día, repitiéndolo de nuevo. Y mañana lo comenzaré igual…

Así sea.

Hay días en los que cuesta entenderte, Padre

Tremendamente complicado se me hace hoy rezar con las lecturas del día. Hay días que, bien porque la Palabra se hace más árida, bien porque uno no está igual de «sintonizado», se hace más complicado entender lo que el Padre nos quiere decir.

Hay días que amanecen grises. Hoy es uno de ellos. Así que lo único que puedo ofrecer es mi silencio, mi presencia humilde y mi decisión de ponerme en manos del Señor aún cuando no entiendo demasiado.

Así sea.

Dudas, tinieblas y noche oscura del alma

Dudas. No sé los demás pero a mí me acechan muchas veces y detecto que sigo creyendo porque la cabeza sigue apostando por la fe y porque, seguro, el Señor no me deja de su mano.

La ausencia de dudas no es signo de querer más al Señor. Posiblemente, nadie lo quería más que Pedro y fue él el que se hundía en el agua al temblar su fe y fue él quién lo traicionó en el último día.

A mí, últimamente, me acechan al contemplar determinadas circunstancias que no entiendo cómo son permitidas. gente mala que se sale con la suya, gente buena que no sale adelante… Incomprensible. ¿Y si todo esto de Dios fuera una patraña? ¿Y si realmente no existiera? ¿Qué decir cuando lo que sucede no cuadra con su Palabra?

Por eso, hoy, digo lo mismo que Pedro que, asustado por saberse solo en la barca, intenta salir a por el Señor aunque lo percibiera todavía como una sombra en la noche: «Señor, sálvame». Sólo Él puede sostenernos y permitirnos caminar sobre las aguas en medio de la noche más oscura.

Así sea.

El cansancio de los elegidos por Dios

Me está encantado la lectura veraniega que cada día nos presenta el AT. Una vez más compruebo que, lejos de ser palabras caducas y vacías, la historia de Moisés y el pueblo de Israel es la historia de cada uno de nosotros, de la humanidad.

Moisés también siente, padece, no entiende y se cansa de ser el elegido, el pastor, el liberador. Creo que todos hemos experimentado sentimientos parecidos en nuestra labor evangelizadora. Es algo que llega. Es el desierto particular de todo aquel que sale a la misión y trata de acompañar a alguien hacia «la tierra prometida».

El sentimiento de Moisés es propio pero se expande en dos direcciones. La decepción y la tristeza al comprobar cómo el pueblo liberado no entiende absolutamente nada, cómo se queja incluso de haber sido liberado, cómo actúa injustamente contra él y contra Dios. Es terrible comprobar pese a cómo Dios cambia la vida de las personas, las rescata, las salva y obra el milagro cada día… las personas nos olvidamos rápido y sólo buscamos nuestra propia satisfacción. Por otro lado, Moisés se dirige a Dios tremendamente airado y enfadado. Él, que ha dicho sí y ha decidido dar la vida por ponerse al servicio de Dios, por volver a Egipto, por abandonar su cómoda vida, por jugarse la vida, por acompañar y conducir a todas esas personas… se ve frustrado, solo, abandonado por Aquel que le ha enviado.

El Evangelio nos presenta la versión actualizada. Unos discípulos desbordados y agobiados antes una muchedumbre hambrienta con la que no saben qué hacer… y un Jesús que se hace presente pero que deja a sus amigos la labor de dar de comer.

Hoy, Señor, te ofrezco también mi cansancio en la misión, en tu tarea, mi incomprensión y mi falta de entendimiento tantas veces… Acógelo, acompáñame y dame tu bendición para que todos queden saciados.

Así sea.

El don de admirar lo cercano y conocido

¿Por qué nos admiramos menos de lo cercano y conocido que de lo que encontramos «fuera»? ¿Por qué a veces encontramos «encantos» en otras mujeres más que en la nuestra? ¿Por qué siempre pensamos que el profesor que no nos da clase es más guay que el nuestro? ¿Por qué pensamos que en otras empresas se vive mejor que en la nuestra? ¿Por qué vemos Españoles por el Mundo y pensamos que se vive mejor en cualquier rincón del mundo que en cualquier rincón de España? ¿Por qué pensamos que los padres de nuestros amigos son mejores padres que los nuestros? ¿Por qué siempre vemos lo bueno que se hace en otras parroquias, en otros movimientos… y pensamos que lo nuestro tiene tanto que mejorar? ¿POR QUÉ ESA MIRADA TAN EXIGENTE HACIA LO QUE CONOCEMOS?

Es esa exigencia hacia lo conocido lo que priva del milagro, de lo sensacional, de lo inesperado. Es nuestra etiqueta, nuestro «ya sé lo que vas a decir», «ya sé cómo va a salir», «ya sé lo que vas a hacer»… lo que elimina toda posibilidad de sorpresa. Dice el refrán que «el roce hace el cariño» pero ¿no mata también la admiración? Jesús supo lo que era eso de no ser profeta en su tierra… Ya tenía la etiqueta puesta…

Yo hoy quiero pedirle al Señor la capacidad de no perder la admiración por mi esposa, por mis hijos, por mis padres, por mis compañeros de trabajo, por la Escuela Pía, por mis hermanos de comunidad… por todo aquello que amo, que conozco, y a los que, tantas veces, les extirpo la posibilidad de que el Espíritu haga milagros a través de ellos.

Así sea.

Mal y bien. Un mix que no interesa.

¿Hay malos y buenos? ¡No me digas! Pues sí. Y seguramente lo malo y lo bueno conviven dentro de cada uno de nosotros. Sí, existe el mal y el bien. Y aunque parezca obvio, el mal no debería interesarnos y deberíamos hacer por quedarnos sólo con el bien, con lo bueno.

Cuando yo me arrodillo o me siento delante del confesor, lo que vengo a hacer es un ejercicio de ponerme delante de Dios y pedirle: «Señor, separa lo malo del bueno. Esto es lo malo que tengo, el pecado que vive en mí, y quiero quitármelo de encima. Me pesa». ¡Qué bien me sienta acudir al sacramento de la Reconciliación! Separar, exponer, presentar… lo que no sirve.

Pero más allá de mí, también me encuentro eso en la vida: personas, situaciones, páginas web, películas, lecturas, políticas… No todo es bueno. No todo nos hace bien. No todo entra en el saco de lo deseable para mí, para todos. Y hay que hacer este ejercicio de discernimiento para separar, para deshechar, para descartar. Cuanto menos nos acerquemos a lo malo, fruto del mal, y más de lo bueno tengamos… más cerca de Dios estaremos, más felices seremos y más felices haremos a los demás.

Esta es la tarea: discernir y luego actuar, sin piedad. Con el mal, no debe haber contemplaciones, equidistancias y medias tintas.

Así sea.

Deja el #shopping y vete a la Tienda del Encuentro

Qué bonito es esto de la TIENDA DEL ENCUENTRO que nos cuenta hoy el Libro del Éxodo. Allí era donde Moisés se encontraba cara a cara con Dios, donde hablaban como amigos. Un lugar que estaba fuera del campamento y que obligaba a salir, a ir…

Yo creo que hoy también existen muchas tiendas del encuentro…

– la principal seguramente es el SAGRARIO. Ir a postrarse delante y encontrarse directamente con el Señor para hablar de nuestras cosas.

– el CONFESIONARIO, donde nos encontramos cara a cara buscando el perdón, donde contar aquello que nos atormenta, nos inquieta, nos avergüenza…

– el propio TEMPLO o la COMUNIDAD donde encontrarse con los hermanos que escuchan atentos la Palabra de su Dios, que comparten fraternalmente sus bienes y el pan y el vino de la vida.

– el LECHO MATRIMONIAL donde experimentar la donación y la acogida total de un Dios que se nos regala en nuestro cónyuge.

– la CHABOLA, la FAVELA, la CASUCHA del pobre, del excluido, del desamparado… Allí donde nadie va, allí donde los poderosos no miran, allí donde Dios vive con los más necesitados.

– el NIÑO, camino para acceder al Reino, en su inocencia, sencillez, alegría, frescura, limpieza de corazón.

… y muchas más.

No estamos faltos de TIENDAS DEL ENCUENTRO. Creo en un Dios que no es lejano a su pueblo y que se hace presenta y nos sale al paso a cada instante, en nuestro día a día. Ojalá siempre me encuentre en disposición de encontrarme con Él. Ojalá yo sea capaz de salir de mí mismo para ir hacia Él. Ojalá le hable como amigo, con confianza, cara a cara, sin miedo, sin prisa…

Así sea.

¿Qué hago ante el insoportable silencio de Dios?

¿Qué hago cuándo Dios permanece en silencio? No me digas que tú no lo has notado a veces. Dios parece que duerme, que asume, que acepta, que otorga, que permite… que todas las atrocidades del mundo pasan delante de su mirada sin causar el más mínimo efecto. Hay veces que siento que Dios ya no camina con nosotros, que se ha ido. Y no me vale eso de que es el hombre el que lo rechaza… Somos muchos los que queremos que esté a nuestro lado y proteja al mundo, al pobre, al débil… pero no recibimos ninguna señal de vida al otro lado.

Israel, ante este silencio, se olvidó de Dios. No exactamente… Se buscó otros dioses, porque siempre necesitamos algo en lo que creer. Israel decidió depositar su confianza y su esperanza en un becerro de oro, hecho con sus propias manos… ¿Y yo? ¿Qué hago yo ante el silencio imperturbable, misterioso y molesto de Dios?

Intento mantener la oración, la relación y la confianza pero me cuesta mucho. A veces veo que se me apaga el optimismo y la esperanza y que Dios, efectivamente, nos ha dejado. La tentación está servida. Deposito mi confianza en mí mismo y en mi capacidad para solucionar los problemas, los míos y los del mundo. Deposito mi esperanza an los hombres y en su inteligencia, en los gobiernos, en las instituciones humanas… pequeños becerros de oro que, a la postre, tampoco son capaces de solucionar los problemas.

Me cuesta llevar el silencio de Dios pero intento no caer en la tentación de obligar a Dios a manifestarse. Su silencio es también una palabra. Su silencio es misterio, expresión verdadera de su ser Dios. Ojalá sepa esperar también en estos tiempos…

Así sea.