Evangelio para jóvenes – Domingo 24º del Tiempo Ordinario Ciclo C

No sé tú pero yo me he sentido, y me siento muchas veces, mejor que otros. Tal vez diga que no con la cabeza, porque creo firmemente que no es así, pero inconscientemente sucede. Siempre hay alguien a quién poder juzgar con severidad. Siempre hay alguien que se equivoca a quién poderle decir «ya te lo dije». Siempre hay alguien que se deja llevar y cae en la tentación de manera evidente y, enfrente suya, uno se siente más fuerte y listo. Lo curioso es que demasiadas veces, aunque lo esconda, yo soy el que se equivoca, el que se deja llevar, el que cae… Leamos el evangelio de hoy [Lc 15,1-32]:

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:
“¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice:
“Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
También les dijo:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
«Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

Jesús es acusado de juntarse demasiadas veces con la «mala gente». Hoy diríamos que Jesús cena con los «rojos», o que va a tomar el café con un grupo de «fascistas», o que se le ha visto paseando y hablando por el barrio de las putas, o jugando a las cartas con el político corrupto que se ha enriquecido con los impuestos de todos, o entrando en una sala de juegos y apuestas donde tantos jóvenes pierden la vida… ¡Yo qué sé! Cada uno tiene etiquetados a sus «malos» particulares, a aquellos con los que nunca se imagina a Jesucristo. Jesús intenta explicar con parábolas lo que supone el Reino de Dios. Son parábolas que suenan bonitas pero… ¿quién se las cree? ¿Quién va a buscar a una oveja perdida teniendo otras 99? Nadie con juicio. ¿Quién se agacha a por una monedita de 10 céntimos teniendo miles de euros en el banco? Nadie. Entonces… ¿quién es este Dios del que nos habla Jesús? ¿El Dios de los que han perdido la cabeza? Te dejo tres pistas:

  • «El hijo menor» – Eres hermano menor cuando decides hacer la guerra por tu cuenta. Eres hermana menor cuando crees que no necesitas a nadie. Eres hermana menor cuando optas por todo aquello que te reporta placer y emoción, cuando piensas sólo en ti. Eres hermano menor cuando le das la espalda a Dios. Eres hermano menor cuando tu vida está vacía y te sientes mal. Eres hermana menor cuando no sabes quién eres, cuando te das lástima a ti misma, y te avergüenzas de en quién te has convertido. Eres hermano menor cuando te sientes solo, cuando necesitas el perdón, cuando tienes miedo de volver…
  • «El hijo mayor» – Eres hermano mayor cuando haces lo que debes por obligación, sin pizca de amor. Eres hermano mayor cuando cumples con tus obligaciones pero te vas llenando de ira y rencor. Eres hermano mayor cuando vives maniatado, encarcelado, cuando no hablas ni compartes ni expresas lo que necesitas… pero luego reaccionas desproporcionadamente. Eres hermano mayor cuando juzgas con dureza al que se equivoca, porque tú te sientes en la mierda, como él, pero no te atreves a decírtelo. Eres hermano mayor cuando le das la espalda a Dios pese a parecer que estás a su lado.
  • «El padre» – El padre es Dios. El padre quiere a sus hijos por igual, a todos, al que se queda y al que se va. El padre reparte su herencia; todo lo suyo es de sus hijos y les da libertad para administrarlo como consideren. El padre es tu padre y te quiere a su lado. Tu padre se preocupa por ti y sufre por tus malas decisiones. Tu padre intenta que vuelvas una y otra vez, no se cansa. Tu padre te quiere y el amor llena su corazón. Por eso tu padre no te pide explicaciones ni juzga tus errores ni se regodea en ellos. Sabe que tú eres el que más ha sufrido. Tu padre sólo quiere perdonarte, abrazarte y volverte a sentar a su mesa, devolverte la dignidad perdida y sanar tus heridas a tu lado. Tu padre te invita a amar, a entrar, a no dejar que el mal juicio de tu corazón te envenene.

Se han dedicado libros enteros a esta parábola y no soy yo quién para explicar con detalle mucho más. ¿Lo mejor? Que esta parábola llegará a tu vida, antes o después, y tendrás que decidir cómo te sitúas en ella. Buen domingo.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 23º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Seguro que muchas veces has deseado fervientemente algo. Puede ser hacerte mayor más rápido, ser adulta antes para disfrutar de ciertas libertades, tener pareja, ganar dinero, disfrutar de unas buenas vacaciones, comprarte mejor ropa, estudiar una buena carrera… Y pensando a futuro, estoy seguro que alguna vez has pensado en cómo te gustaría vivir, qué tipo de familia querrías formar, cuántos hijos querrías tener o en qué querrías trabajar. Desear y soñar está genial, define un horizonte. Pero me encuentro a menudo con personas que, como tú, desean y sueñan, pero no calibran lo que necesitan para alcanzar esos sueños o no miden bien sus fuerzas o, sencillamente, no aceptan las consecuencias de las decisiones a tomar para conseguirlo. ¿Te suena? Pero leamos el evangelio de hoy [Lc 14,25-33]:

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:
“Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”.
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil?
Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».

Si lees este Evangelio y esta reflexión es porque eres creyente, seguidor de Jesús, o estás en búsqueda, intentando encontrar tu sitio, respuestas, caminos por los que transitar. Habrás experimentado momentos donde seguir a Jesucristo habrá supuesto para ti un subidón: has participado en algún retiro, formas parte de un grupo o de una comunidad que te acompaña en tu camino de fe, has sentido emoción, fuerza y consuelo en alguna Pascua o en alguna celebración, te has sentido acompañada y querida… Pero ¿puedes ser creyente y seguir a Jesús sin calibrar bien lo que eso significa de verdad en tu vida? Te comento tres pistas para hoy:

  • «Posponerlo todo» – ¡Cuántos jóvenes emocionados y llenos de fervor he conocido! ¡Cuántos, tras una Pascua o un retiro han experimentado el amor de Dios y sintieron que esos momentos lo eran todo! ¡Cuántos han querido ser catequistas y testigos ante los que venían detrás! ¡Cuántos han expresado su deseo de formar parte de una comunidad! Cuántos… se han quedado en el camino después de todo eso. Seguir a Jesucristo exige ponerlo a Él por delante de tus emociones y sentimientos positivos. Es estar disponible. Es relacionarse desde el amor. Es entregar la vida, el tiempo, compartir el dinero, apostar por los últimos… Seguir a Jesús es comprometerse y comprometerse es optar y optar es, a la postre, dejar… ¿Cómo llevas eso? ¿Estás dispuesto, dispuesta? Difícil sí pero… ¿no tienes sed de felicidad? ¿A qué estás esperando?
  • «Cargar con la cruz» – Cargar con una cruz seguro que no forma parte de tus mejores planes de fin de semana. Pero la vida trae cruz, sobre todo la vida de aquellos que optan por el amor, por la justicia, por la entrega, por estar abiertos a todos, pendientes de su prójimo. Es la cruz que llega, que pesa, que oprime muchas veces… la cruz que nadie elige pero que es consecuencia de apostar por vivir de una determinada manera. ¿Ya la has experimentado? ¿Ya sabes lo que son las burlas, las incomprensiones, el desierto, la tentación, la debilidad, el sacrificio…?
  • «Los bienes» – Jesús no habla en abstracto. Es muy concreto. Y aquí hoy te habla de los bienes, una de las primeras consecuencias de vivir a los demás como auténticos hermanos y hermanas tuyas. ¿Qué pasa con eso que te sobra? ¿Qué pasa con eso que puedes compartir? ¿Qué haces con ese que te encuentras sin poder comer, o el que pide en la calle, o con el niño sin padres, con el abuelo solo, con el enfermo atemorizado? ¿Qué haces con tu valioso tiempo, con el dinero que te dan abuelos y padres o que te ganas ya con tu esfuerzo? ¿Compartes? ¿Sostienes proyectos e iniciativas? ¿Participas en campañas? ¿Las promueves? ¿Te interesas por aquellas personas, con nombres y apellidos, que hay detrás? Es bueno pensarlo…

Uy, uy, uy… estarás pensando… ¿Esto no iba de creer y ya está? ¿De sólo rezar o ir a misa alguna vez? ¿No llega con los tuits que retuiteo del Papa o con aquellos con los que critico a los que atacan a la Iglesia? Pues no. No va solo de eso. Va de escuchar, de descubrir qué te pide a Dios, de optar, de poner tu vida al servicio de tu misión, de comprometerte a fondo y de cargar con las consecuencias de todo ello. ¿Cuál es el premio? La felicidad absoluta, aquí y para siempre. ¿Conoces algo mejor?

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 22º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Hay personas humildes y otras que necesitamos ser humillados para aprender a serlo. Yo siempre he pensado que soy de los segundos. Demasiado protagonismo, demasiado liderazgo, demasiada voz, demasiada opinión, demasiadas cosas demasiadas veces… Me cuesta estar en segundo plano, callado, a un lado… No es muy bueno esto que digo sobre mí pero… es lo que hay. Y no he encontrado otra manera de aprender a abajarme que siendo abajado. Pero leamos el evangelio de hoy [Lc 14,1.7-14]:

En sábado, Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando.
Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola:
«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga:
“Cédele el puesto a este”.
Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:
“Amigo, sube más arriba”.
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.
Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido».
Y dijo al que lo había invitado:
«Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».

Desde que conocí las «Letanías de la Humildad«, escritas por el cardenal Merry del Val, las utilizo muchas veces en mi oración. Me sobrecogen, me interpelan, me tocan el corazón por su dureza y su claridad. Con ellas, le he pedido a Dios muchas veces que me enseñe a ser humilde, que me ayude a saberme más pequeño. Leyendo la Palabra de hoy, me resuenan tres cositas que te comento:

  • «La falsa humildad» – Me parece muy bonito en el Evangelio cuando Jesús comenta que llegará el momento en que alguien te «lleve más arriba», te impulse hacia adelante. La humildad, que es una virtud, puede ser el disfraz perfecto para una de las tentaciones preferidas con las que el Mal suele tenderte trampas: esa convicción tuya de que eres poca cosa, de que no sirves, de que no te mereces nada, de que tu lugar siempre es el último… ¡Cuidado con eso! No vaya a ser que juegues a ser humilde y estés dejando de escuchar a Aquel que te ha llenado de dones y te anima a ponerlos en práctica.
  • «La vida a veces en activa… a veces en pasiva…» – En este mundo que nos toca vivir a ti y a mí, estamos convencidos de que somos los protagonistas absolutos de nuestras vidas, de nuestras propias historias. Tendemos a pensar que hacemos lo que queremos hacer, que somos lo que queremos ser, que vamos adonde queremos ir… y que todo lo que no sea así, es malo, dañino, nos somete y nos quita libertad. Somos un «selfie» con patas. Pero ese juego de voz activa y pasiva de Jesús es, hoy, muy rompedor y contracultural: porque a veces decidirás tú ir pero otras veces serás llevado, porque a veces decidirás tú humillarte pero otras veces serás humillado, porque unas veces tú decidirás amar pero… también tendrás que aceptar que eres amado. Piénsalo.
  • «Las invitaciones» – ¿Recuerdas cuando en el cole no dejaban repartir las invitaciones de cumpleaños en clase para que nadie se sintiera mal al no estar invitado? Jesús hoy te propone algo completamente diferente: invitar a aquellos a los que nadie invita. ¿Cómo traducir esto? Pues que lo mejor que tienes, tus dones, tu tiempo, tus capacidades, lo que te ha sido dado… lo pongas al servicio de aquellos que no tendrán la oportunidad de devolvértelo. ¿Por qué? Será una buena pista para saber si tus acciones, tus intenciones… son puras o interesadas. No es fácil eh. ¡Qué fácil es engañarse! Es un discernimiento de todos los días, de cada hora. Anímate. Sí. Anímate. Ahí afuera hay personas que nunca son invitadas a ninguna «fiesta», a las cosas buenas de la vida, a los momentos intensos que lo cambian todo, a los minutos dedicados en exclusiva, a las sonrisas sinceras, a un abrazo agradecido, a una mano para caminar juntos…

El próximo domingo ya será el primero de septiembre. Yo estaré en Madrid, intentando compartir con un puñado de hermanos en la fe, a qué puedo «invitar» y a «quiénes» en este curso que comienza. Y también a estar atento porque, de la misma manera que yo invito, seguramente también seré invitado…

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Reseteando el cole tras la pandemia

Hoy me he encontrado con este artículo de Doug Lemov en el portal digital Education Next.

Debo reconocer que uno de los primeros pensamientos, y sentimientos, que experimenté en su lectura fue de cierto «alivio». Comprobar que la realidad educativa tras la pandemia está siendo similar en buena parte del mundo, no soluciona los problemas del día a día pero, sin duda, ofrece la certeza de que lo que experimenté este pasado curso no ha sido «cosa mía», fruto de mi manera de percibir la realidad. En Castilla y León, España, llevamos dos cursos de presencialidad absoluta lo cual creo que fue un acierto. Pero la presencialidad no fue sinónimo de normalidad: medidas anti-COVID, protocolos ante positivos, ausencias continuas en las aulas de alumnos, profes, etc, obligatoriedad de la mascarilla, patios organizados, gel en las entradas, distancias de seguridad, docencia en espacios nuevos… Eso es lo que se vio a simple vista pero luego fuimos descubriendo lo que no era tan evidente: mucha más ansiedad, depresión, problemas sociales, faltas disciplinarias, poco ambiente de trabajo… La pandemia había dejado huella en muchos de nuestros adolescentes y la escuela fue un auténtico testigo de la «explosión» de muchas de estas secuelas.

Puede que este curso que va a comenzar sea el primero «normal» si todo sigue como parece y estoy de acuerdo con el Sr. Lemov en que debemos afrontar la realidad y poner el foco en lo verdaderamente importante para que nuestros alumnos no queden marcados de por vida por una serie de circunstancias que les ha tocado vivir.

Comparto la idea de Gregorio Luri de que la escuela no es un parque de atracciones y tampoco puede ser una clínica psicológica ni un club deportivo ni una asociación de tiempo libre. La escuela es un espacio educativo, de crecimiento personal, de aprendizaje y conocimiento. Y siendo un espacio así, por supuesto, debe poner al alumno en el centro, debe conocerlo, valorarlo, ayudarlo, sostenerlo, proporcionarle experiencias, actividades y clases que le conformen como persona y ciudadano. Pero no debe olvidar que la mayor parte del tiempo que el alumno pasa en la escuela consiste en las horas de clase. Lo que pasa en el aula durante esas 5-6-7 horas es lo que hace que el alumno quiera venir al cole, quiera aprender, crezca, se sienta valorado, apoyado y motivado a seguir. Y no podemos ni engañarles ni defraudarles.

Este año seré tutor, de nuevo, aunque en un nivel diferente al que he tenido los últimos años. La reunión con las familias de comienzo de curso me parece clave para asentar el trabajo común y para trasladar las prioridades para que sus hijos crezcan sana e integralmente, aprendan, sean respetados y respetuosos en el aula, adquieran los conocimientos necesarios y, con todo ello, tengan más oportunidades para ser felices y para hacer felices a los que les rodean.

Me espera un año apasionante. Aunque parezca mentira, tengo ganas de empezar. Hace mucho descubrí que el aula era mi lugar en el mundo y que mi tiempo quería gastarlo con ellos, con los jóvenes. Ojalá, un año más, sepa cómo ayudarles.

Un abrazo

Calasanz y la escuela pública

Otro 25 de agosto y en España seguimos con nuestras peleas de siempre, con nuestros eternos prejuicios, con nuestras trincheras y nuestros bandos. Los políticos no ayudan, al revés. Y la sociedad, tal vez embobada y atemorizada ante cambios climáticos, guerras, precios y pérdida de parte de su bienestar, no reacciona ante los continuos atropellos que sufre la educación, las escuelas, los docentes y, finalmente, el aprendizaje y la maduración de nuestros hijos e hijas.

Hoy se celebra en el santoral de la Iglesia la figura de José de Calasanz, un santo español, aragonés, que ya supo lo que era tener que dejar su país para medrar en su carrera eclesiástica. Y también conoció, bendito sea el Señor, el sabor de descubrir cómo los planes de Dios no se corresponden con los nuestros. José marchó a Roma con su cabeza llena de ideas, proyectos y anhelos y con la idea de conseguir sus objetivos y volver pronto a España. Nunca volvería. Para él, como para tantos escolapios, religiosos y laicos, misioneros, educadores, docentes… nunca hubo camino de vuelta. Probó la amarga dulzura de la educación de niños y jóvenes y su vida quedó ya marcada para siempre, enamorada de esa nueva vocación.

Pero tal vez hoy conviene recordar que José, con todas sus limitaciones y pobrezas, fue el precursor de lo que hoy conocemos como escuela pública. Su tarea, balbuceante al comienzo, fue tomando forma y él mismo, en su discernimiento constante, fue percatándose de que lo que se estaba gestando podría cambiar la historia del mundo. Y es que el conocimiento y la educación, que en ese momento eran privilegios de varones adinerados y pudientes, se abrieron paso para todos. Calasanz descubrió, antes que cualquier Estado y Gobierno, que todo niño tenía el derecho a ser educado y formado o, dicho de otra manera, el derecho a crecer, a soñar, a aspirar a ser cocreador de la sociedad de su tiempo, a ser transformador vivo y pleno del mundo que le había tocado vivir, a tener un sueldo y un trabajo que le permitieran vivir y vivir mejor, a tener un futuro. Calasanz y sus colaboradores dieron a luz a una escuela para todos, aunque con los más necesitados en el centro.

Toda obra escolapia debe ser, por tanto:

  • Obra con vocación pública
  • Obra cristiana, llamada a evangelizar, testigo de la fe
  • Obra que instruye y educa con calidad en los saberes necesarios

En el fondo, si lo pensamos bien, son las misma patas que toda escuela debería asumir. Tal vez la pata de la evangelización pueda traducirse de otra manera en una escuela laica: llamado a cuidar la espiritualidad, la interioridad, el contacto con el misterio y la trascendencia… llamémoslo como queramos. Pero no estamos tan lejos unos de otros.

Ojalá el santo nos permita ser fieles a nuestra vocación, a todos. Porque todo educador, todo maestro, toda escuela, bebe, en el fondo, de la visión de este hombre que, ya en su madurez, supo escuchar las necesidades de la sociedad de su tiempo. Y ojalá que lo hagamos con más respeto, más unión y más convicción, sin etiquetas.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Los profes también somos rayos de sol

Mirad qué bonita es la ilustración que hoy nos trae 72kilos.

En estos días previos al comienzo de curso, esta ilustración me llena de energía para ser capaz de transmitir cariño a mis alumnos. Ciertamente, los profes no somos ni amiguetes, ni gestores de ocio, ni asalariados de Mr. Wonderful pero creo que uno de los aspectos más diferenciadores a la hora de relacionarnos con los chicos es quererles.

Querer a un alumno conlleva, justamente, exigencia para que sea capaz de sacar todo lo que lleva dentro, para que descubra todas sus potencialidades, para que se eduque en la capacidad de esfuerzo y trabajo, para que adquiera valores y conocimiento que le servirán todo la vida y que le hacen mejor persona. Y quererse, también, implica ser capaces de ser «rayos de sol». Ser rayos de sol es ser portadores de calor, de ese que tanto necesitan muchos de nuestros chicos, con baja autoestima, con familias que no les dedican el tiempo necesario o con un alto nivel de ofuscación y oscuridad en sus vidas. Ser rayos de sol es ser portadores de luz, de esa que tanto necesitan aquellos que no se conocen a sí mismos, que nunca han descubierto el placer de aprender y mejorar, que viven pensando que el mundo es aquello que ven en las redes sociales y nada más. Ser rayos de sol es ser acompañantes de personas, escuchadores profesionales, dispensadores de caricias en el corazón; es mirarles y decirles «tranquilo, tranquila».

El sol siempre está presente y, como dice el Evangelio, sale para justos e injustos, no tiene preferencias ni desaparece. Ojalá seamos así este curso, con nuestras limitaciones, llenos de cansancio a veces y desanimados otras, pero siempre conscientes de que cada día hay alguien que necesita de nuestros rayos.

 

Buena noticia de Google sobre clickbait

¿Qué es el clickbait?

Sin duda, ha sido uno de los grandes «fraudes» de calidad de los últimos años. No sé si, como dice el profesor Enrique Dans, es tarde pero sí creo que es una buena noticia. También para el ámbito educativo, en el que debemos trabajar con nuestros hijos y con nuestros alumnos la manera en la que están presentes en las redes y lo que se van a encontrar ahí.

Uno de los grandes problemas de nuestros adolescentes es la cierta «superioridad» teórica que les hemos concedido a base de dorarles la píldora y decirles que saben mucho más que los adultos que han nacido en una época no tan tecnológica como la suya. En realidad, están bastante huérfanos, son una presa fácil y los problemas se multiplican.

Aquí tenéis el post de Enrique Dans:

Evangelio para jóvenes – Domingo 21º del Tiempo Ordinario Ciclo C

En el Museo del Prado hay una obra que he descubierto hace poco gracias a mi amiga Marian. Se trata de una pintura de Joachim Patinir, uno de los paisajistas más reputados del siglo XVI. La obra es «El paso de la laguna Estigia» y en ella, bordeando una laguna de un azul bellísimo, descubrimos dos orillas, posibles destinos del mítico barquero Caronte. La apariencia de cada una, a los ojos del alma que va en la barca, ilustra de manera precisa el evangelio de hoy [Lc 13,22-30]:

En Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén.
Uno le preguntó:
«Señor, ¿son pocos los que se salvan?».
Él les dijo:
«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo:
Señor, ábrenos;
pero él os dirá:
“No sé quiénes sois”.
Entonces comenzaréis a decir:
“Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él os dirá:
“No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».

El paraíso, la vida eterna, se esconde tras una entrada sinuosa, pedregosa y difícil. La condenación eterna, el infierno, se parapeta tras un atractivo acceso, hacia donde parece dirigirse Caronte con el alma que ya ha optado, que ya ha tomado partido, que ya ha decidido vivir de una determinada manera. Y te pregunto: ¿ese desenlace final no tiene relación también con la propia felicidad aquí, en esta vida? ¿Puede que la puerta a tu felicidad verdadera, a tu plenitud como persona, al éxito vital al que aspiras, sea un camino difícil que requiera esfuerzo y determinación, paciencia, resiliencia, fortaleza, confianza… y fe? Te dejo tres pistas:

  • «¿Pocos se salvan?» – No sabemos cuántos nos vamos a encontrar al lado de Dios cuando llegue el momento final pero debemos esperar que seamos todos. Nuestra esperanza y nuestra confianza en la misericordia de Dios nos hace esperar que toda alma se rinda finalmente al Amor, al encontrarse cara a cara con Él; por mucho que se haya equivocado en su vida. Pero no está garantizado. Dios invita a todos. Dios nos espera a todos. Dios te invita y te espera a ti. Pero… igual que el alma que va en la barca de Caronte, puedes optar por vivir de espaldas a Dios para siempre… Es tu decisión.
  • «La puerta estrecha» – Una puerta implica el paso de un lugar a otro y atravesarla implica una decisión. Vivir con Dios, seguir a Jesucristo, desear salvarse, implica una decisión. ¿Una? Realmente muchas pequeñas decisiones que, día a día, nos van poniendo del lado del amor o del lado del egoísmo, del lado de la entrega a los demás o del lado de la centralidad de uno mismo. Lo que parece claro es que Jesús nos pide que abramos la mirada y el corazón y que seamos capaces de vencer la eterna tentación de lo que, a priori, se nos presenta como más apetecible. Porque el pecado es apetecible, atrayente, atractivo, seductor, placentero… Cuando permanentemente dejas que el verbo APETECER gobierne tu vida, estás optando por la ancha puerta de lo fácil, de lo obvio, de lo que reporta gustito momentáneo, de lo que te hace sentir DIOS por unos instantes. Pero cuando optas por el verbo AMAR, por el verbo QUERER, por el verbo OFRECER, estás optando por la puerta estrecha, por aquella que te obliga a dejar fuera mucho «equipaje» que no necesitas, la puerta que te purifica, la que puede no ser tan apetecible en un primer momento pero que te abre a la felicidad verdadera.
  • «Los últimos» – Jesucristo te ofrece la puerta de los últimos, la puerta del «servicio», la puerta de aquellos que se esfuerzan por agradar a Dios a través de sus prójimos. Verás y escucharás muchas veces, a lo largo de tu vida, que hay personas que se escandalizarán por tu opción. «¡¿Dónde vas?! ¡Estás loco!» te dirán. Pocos entenderán tu esfuerzo en los estudios, la compañía que ofreces en casa, el voluntariado que te impide hacer otros planes los viernes, la convivencia o el retiro que te quita de las copas del sábado noche, el campo de trabajo que se lleve un buen trozo de las vacaciones del verano, el querer vivir el amor y el sexo con tu pareja poniéndola a ella en el centro y cuidando con responsabilidad vuestra intimidad mutua, el optar por un trabajo menos vistoso y remunerado pero que te permite construir la sociedad en la que crees…

La puerta estrecha es la puerta de los últimos del mundo, de aquellos que optan por salirse de los parámetros de éxito actuales, de aquellos que viven unos valores que están en cuestión por las grandes élites de hoy, de aquellos que quieren ser libres y que quieren seguir al Señor. Pero la promesa es clara: LOS ÚLTIMOS SERÁN LOS PRIMEROS. Yo creo que vale la pena, ¿no? Todo esto pasará y llegará el momento en que te darás cuenta que tu tesoro es otro, el que realmente vale. Apuesta por ello.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 20º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Desde que nos hemos comprado la casita en Salamanca a la que vamos los fines de semana, una de las actividades que nos provoca más placer, en invierno se entiende, es encender la chimenea. Es todo un ritual que hemos ido aprendiendo y que, ahora, ya dominamos sin esfuerzo. La chimenea cumple la función de dar calor, luz, y de generar un ambiente que invite a acercarse a ella y a compartir vida sin muchas pretensiones más. ¿Hay algo más necesario y recomendable que una buena fogata en una noche de frío invierno? . Leamos el evangelio de hoy [Lc 12,49-53]:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!
¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».

Cuesta recibir este evangelio en estas fechas. Estamos tan hasta las narices del calor, de las altas temperaturas, de los incendios forestales y de la sequía, que nos produce cierto rechazo eso de que Jesús quiera «prender fuego a la tierra». Pero si hacemos un esfuerzo, podemos entender que un corazón que vive, que late y que siente, es un corazón «caliente», «encendido», y que un corazón frío es, sencillamente, un corazón muerto. Te doy tres pistas para hoy:

  • «Fuego» – El fuego es un elemento regenerador en la naturaleza. Lo estudiamos, también, como uno de los grandes avances de la Prehistoria: aprender a prender fuego permitió a la humanidad avanzar en su desarrollo. El fuego calienta, el fuego ilumina, el fuego convierte el combustible es generador de vida y energía. Ojalá nuestro corazón, nuestra vida, sea un buen combustible. Yo quiero ayudar a Jesús a hacer de mi vida una gran antorcha. ¿Crees que tu corazón prende rápidamente con el mensaje de Jesús? ¿Te cuesta encenderlo? ¿Se habrá humedecido con tristezas, desesperanzas, deseos banales…? ¿Lo tendrás demasiado protegido con una vida llena de comodidades y apetencias?
  • «Paz» – ¿Qué entenderá Jesús por PAZ para decir que él no ha venido a traer paz a la tierra sino división? Suena raro. Pero tal vez es más real que lo que te crees. Hay que gente que afirma que Jesús, la religión, le da paz y eleva la paz como el bien supremo. «Lo importante es estar en paz, vivir con paz…» dicen muchos… ¿Y si no fuera así? ¿Y si seguir Jesús no es tan «idílico»? ¿Y si su mensaje y sus propuestas chocan de frente con algunas cosas que quieres o deseas? ¿Y si su manera de entender la vida choca con la tuya? ¿Y si te pide cosas a las que no estás dispuesto, dispuesta, a renunciar? ¿Y si seguirle y ser fiel a su mensaje te trae problemas, de separa de personas queridas, te genera tensiones, distancia e incomprensiones?
  • «División y familia» – Jesús elige un ejemplo de división bastante duro: la división en tu propia familia. Toca otro de nuestros «bienes supremos»: la familia. «La familia es intocable, la familia es lo más importante, la familia…» dicen otros tantos. ¿Y si no fuera así? Todos los discípulos que siguieron a Jesús aquellos tres años tuvieron que dejar sus casas y separarse de familias, trabajos y amigos. ¿Y si Jesús lo que te está diciendo es: YO SOY EL BIEN SUPREMO? ¿Y si Jesús quiere ser sencillamente EL NÚMERO UNO en ese corazón que tienes tan dividido y repartido?

Evangelio tenso el de hoy, inquietante, carente de dulzura y cargado de exigencia. Nos deja revueltos, a mí al menos. Nos dejan pensando y sintiendo. Nos genera emociones diversas y contrapuestas. Bienvenida sea esa intranquilidad. Ojalá más veces nos pasara eso de acudir a la Palabra y salir removidos. Jesús calma a veces y remueve otras. Siempre toca el corazón… ¿Siempre? Ojalá. Ponte delante de él y cuéntale cómo recibes esta palabra. Confianza absoluta. Nada hay que disimular.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 19º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Desde pequeño he pasado muchos tiempos hablando con mi madre. Mi padre siempre ha sido más reservado y, además, en temas de fe y moral nunca ha metido mucha baza. Recuerdo con nitidez varias «enseñanzas» de mi madre a lo largo de mi vida que se han ido quedando y que, madurándolas, ha ido descubriendo como de gran valor. Una de ellas nos la trae el evangelio de hoy: «Santi, no a todos se nos pedirá lo mismo», decía mi madre. A quién más se ha formado, a quién está más cerca del Señor, a quién ha tenido más posibilidades… se le pedirá más. Y aunque a veces algunos entienden que la justicia es tratar a todos por igual, mi madre siempre se ha alineado con esta visión de la justicia, más evangélica, más humana. Leamos el evangelio de hoy [Lc 12,32-48]:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.
Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo.
Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa.
Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
Pedro le dijo:
«Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?».
Y el Señor dijo:
«¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas?
Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si aquel criado dijere para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles.
El criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos.
Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá».

Estar en alerta… estar listos… estar preparados… ¡Qué tono más apocalíptico! Pareciera que esto habla del fin del mundo, del juicio final, de que una guillotina está sobre nuestra cabeza y que nos la cortará de cuajo como nos pille a pie cambiado. Bueno, es una manera de verlo un tanto «dramática». Yo te propongo una lectura más cotidiana: Dios llega a tu vida cada día y si no estás «al loro», te lo pierdes. Dios te pregunta cada día qué estás haciendo con lo que él te ha dado y si no estás haciendo nada, te lo pierdes. Tres pistas te dejo para hoy:

  • «El tesoro» – Es la clave de todo este evangelio, del evangelio: el Reino que Jesucristo viene a ofrecerte es un tesoro. Encaminar tu vida tras sus pasos es un tesoro. Poner tu vida al servicio, como Él hizo, es un tesoro. Responder a tu vocación es un tesoro. Amar como Él te ama a ti, es un tesoro. Los mandamientos, la doctrina, «las normas»… no son más que guías para que no dejes escapar el gran tesoro. No se trata de vivir así o asá porque lo dicen los libros, porque lo manda la Iglesia, porque me mandan mis padres… Se trata de descubrir que puedes vivir la vida como un tesoro o como un castigo. Dios vale la pena.
  • «El castigo» – Dios no es un castigador. Dios es amor y sólo sabe amar. Pero Dios permite que tu vida pueda ser un castigo, porque la vida puede ser un auténtico castigo, un infierno… si así lo decides. A veces ponemos demasiado el foco en un castigo, en un infierno, eterno, que vendrá al fin de los tiempos… sin darnos cuenta de que vivir sin amor es vivir de espaldas al tesoro de Dios, al regalo de Dios. ¿Hay mayor castigo que ese? Seguro que ya has experimentado algunas dosis de esta «vida en llamas»: el rechazo, el dolor, la culpa, las heridas… Por eso hoy Jesús te recuerda que, como administrador de tu vida, tienes que decidir qué tipo de vida quieres tener.
  • «Lámparas encendidas» – Buscar el tesoro de Dios en tu vida requiere estar atento, encender «tus luces», adaptar la mirada, tener el oído atento. Porque Dios te habla, Dios te escucha, Dios te busca, Dios se acerca, Dios te llama. Muchas veces te equivocarás. Muchas veces elegirás mal. Muchas veces tendrás que volver al camino. Muchas veces tendrás que pedir perdón. Pero todo eso es estar preparado. Porque estar preparado con Jesús es estar embarrado en el amor, en la búsqueda, en la misión, en la vida. Así que no tengas miedo y vive, vive con pasión, acepta tus flaquezas, ¡busca!, habla con Él, confía en Él y sigue caminando. Siempre «ON FIRE».

Que el calor de agosto no nos haga olvidarnos de aquel que realmente es fuego en nuestra vida, aquel que viene a encender nuestro corazón para que arda y dé luz y calor al que lo necesite.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova