No pudo hacer ningún milagro (Mc 6,1-6)

No pudo hacer allí ningún milagro. Venga, vuelve a leerlo, despacio. No pudo hacer allí ningún milagro. ¿Entonces de qué va esto? ¿Qué es eso de que el mismo Dios hecho hombre NO PUEDE hacer un milagro en un lugar determinado?

El milagro no es magia, no es parte de un show de entretenimiento. No es un truco, ningún tampoco un hecho paranormal. Ni Jesús era un mago, ni un showman, ni un charlatán ni un medium. Lo que parece claro es que estaba atado de manos ante la ausencia de fe. No hay milagro si no hay fe.

Y eso me habla de la capacidad de afrontar la vida como un milagro, desde que uno se despierta hasta que se acuesta. Todo es un milagro. Desde mi propia existencia, hasta el equilibrio de la naturaleza, hasta algo que sucede de forma inesperada y me roba una sonrisa. ¿Cómo miro mi vida? ¿Qué contemplo? ¿Qué hay en mi mirada? Qué importante esto… y qué diferencia entre unas miradas y otras.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Te has acostumbrado a esta basura de vida? (Mc 5,1-20)

Hasta lo mejor puede ser rechazado ante una mente y un corazón acostumbrado al mal. Es tremendo. Cuando olemos a mierda y nos hemos acostumbrado al hedor de la basura, un perfume caro puede resultarnos hiriente y desagradable. Acostumbrarse a lo malo, al mal, a la mediocridad, a la bajeza, es lo que tiene.

El Evangelio de hoy lo deja claro. Todo un pueblo acostumbrado a un endemoniado que vivía entre sepulcros, un muerto en vida, poseído. Una realidad de muerte que nada tenía que ver con el Reino que Jesús traía al mundo. Un paisaje conocido al que todos se habían acostumbrado. Ni nadie le ayudaba, ni a nadie molestaba ya. Era simplemente, una parte asumible de un todo.

Pero Jesús llega y no se conforma. Jesús y el hedor a mal son incompatibles. Jesús viene a ahuyentar al mal de nuestro corazón. Jesús viene a poner patas arriba la basura y a acabar con ella. Jesús viene a poner luz, a destrozar a la oscuridad aceptada sin más. ¿Qué tiene que ver Jesús con el mal? Pues que es sencillamente su antítesis.

Dios quiere para nosotros, para ti, lo mejor. Dios trae buen perfume para tu existencia. Dios sueña con verte feliz, con ver la mejor versión de ti mismo. Dios sabe que eres su hijo, su hija, hecho a imagen y semejanza suya. Dios no acepta, ni por asomo, toda esa basura vital a la que tú sí te has acostumbrado. ¿Le dejas que entre y ponga orden? ¿O te va a entrar el pánico de remover la mierda y prefieres seguir así, sin más?

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Hablar de Cristo (Rm 10,9-18)

Hablar de Cristo. De eso se trata y no de otra cosa. Hablar de Él. Y lo hacemos a medias. Hablamos de muchas cosas. Y se nos puede pasar hablar de lo más importante. Porque es Jesucristo quién enamora, quién atrae, quién cambia la vida… No es la Iglesia, ni sus principios morales, ni su visión ética, ni su liturgia, ni sus comunidades… ES Cristo.

Si vaciamos de Cristo el mensaje o si lo nublamos tanto que Él se convierte en una sombra… nada nos queda.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Un profesor que siembra (Mc 4,1-20)

Leyendo el Evangelio de hoy y tras pasar un día convulso en el cole, he recordado que no soy más que un sembrador. El fruto de mi tarea no entra dentro de mi campo de visión. Al menos de momento. Mi misión es sembrar. Aquí y allá. A este y al otro. Y esperar que el sol, el agua, el viento, la tierra… hagan germinar la semilla y verla luego crecer y dar fruto.

Es difícil ser sembrador sin asegurar el fruto. Difícil para los que estamos acostumbrados a evaluarlo todo, a pasarlo todo por el filtro de la calidad. Pero el Señor me ayuda en mi tarea. ¡Qué remedio!

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Hermanos, muchos hermanos (Mc 3,31-35)

No es difícil decir que yo también siento que tengo muchos hermanos y hermanas. De sangre, uno. De Espíritu, unos cuantos más. Con la mayoría de ellos he compartido los momentos más importantes de mi vida. Algunos son amigos íntimos pero la mayoría son hombre y mujeres con los que he hecho camino en el seguimiento de Jesús.

Donde está Jesús, hay fraternidad y uno permite que otro entre en su vida, la corrija, la ame, la mire, la cuestione… Donde está Jesús, reconocemos en la voz del hermano, la voz del maestro. Donde está Jesús, está el Espíritu que nos enarbola el corazón y nos anima a seguir caminando al lado de personas concretas que me aman y que me acogen.

Uno de los frutos más bonitos del Espíritu es la comunión, la fraternidad. No te lo pierdas.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Contra el Espíritu Santo (Mc 3,22-30)

Jesús es tomado por loco. Escribas de gran prestigio de Jerusalén comienzan a revolverse ante la revelación que Jesús comienza a hacer de sí mismo. ¿Objetivo? Desprestigiarle. No es algo tan antiguo. Hoy solemos hacer lo mismo cuando llega alguien que nos come el terreno, que nos quita las luces, que atrae a la gente. Hoy solemos también, ante lo que no entendemos, sentirnos amenazados.

¿Cuál es el problema? El engaño que pretenden. Intentan hacer pasar por obra de Satanás, la misma obra de Jesús. Intentan hacer creer que la luz es justamente oscuridad. Intentan convencer de que el Espíritu Santo es, en realidad, un espíritu maligno. Jesús no es aceptado y los mecanismos de defensa del sistema se ponen en marcha.

Seguir a Jesús es exponerse a reacciones similares de los sistemas del momento, de aquellos que no quieren perder el control de su parcela de influencia.

La reacción de Jesús es dura y contundente. El Espíritu Santo no se toca.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Tú me cambiaste la vida (Mt 4,12-23)

Pasaste por mi vida y la cambiaste.
Me sacaste de mi ciudad para llevarme a otra. Y luego a otra.
Me sacaste de mi profesión para llevarme a otra.
Me sacaste de mi comodidad para llevarme a la arena del desierto.
Me quitaste personas y me regalaste otras.
Me abriste puertas. Me mostraste senderos nuevos.
Me cambiaste el nombre y me llamaste Trueno, caballero de la luz.
Me sacaste de mi soledad para llevarme a la compañía fiel de mi mujer y mis hijos.
Me quitaste el velo que me impedía verme bien y me diste una mirada nueva.

Como a aquellos que te encontraste, en sus redes, al lado del lago, me cambiaste la vida. La hiciste nueva. Sin posibilidad de volver atrás.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

La verdadera conversión (Hch 22,3-16)

Posiblemente la gran crisis del cristianismo sea el haber perdido de vista cuál es la auténtica conversión. Hoy, recordando la de Saulo de Tarso, San Pablo, resuenan en mi corazón algunos destellos que me gustaría compartir.

Saulo era un judío, formado, preparado y cumplidor de la ley. Saulo se encarga de recordarnos bien, leyendo la lectura de hoy, su excepcional currículum: judío, hijo de, alumno de, he hecho esto y lo otro… Un tipo intachable, vamos. Es más, su labor como perseguidor de cristianos no brota de su maldad sino de su celo por defender la Ley y la ortodoxia. Y en medio de su vorágine, de su lucha sin cuartel, de su pelea por el purismo, Jesús el Nazareno irrumpe en su corazón lanzándole una pregunta. «¿Por qué me persigues?» es la pregunta, pregunta que apunta a lo profundo del corazón de Saulo. ¿Qué hay detrás de tu lucha, Saulo? ¿Dios? ¿Seguro?

Jesús viene a nuestra vida y toca lo profundo de lo que somos. Jesús viene y nos desmonta. Nos lanza una pregunta incómoda que nos libera de nuestra farsa, de nuestro falso discurso, de nuestro engaño. Jesús viene a librarnos de nuestras propias luchas, de aquellas que afrontamos para salvaguardarnos a nosotros mismos, por muy vestidas de Dios que estén.

Desarmado, Saulo, le pregunta qué tiene que hacer. Reconoce a un Señor a quién no sabe poner nombre al principio. No debemos tener miedo a no saber reconocer a Jesús, muchas veces. Pero sí debemos escuchar, estar atentos a los vuelcos de nuestro corazón, a lo que lo interpela, lo sobrecoge, lo incomoda, lo descoloca. Eso que no sabemos nombrar, que se presenta a veces de repente, puede ser Jesús, el Nazareno. Saulo pregunta qué debe hacer, igual que nosotros. Siempre pensando que seguir a ese Señor es hacer, hacer, hacer… Saulo sólo sabe cumplir, es un cumplidor profesional, un luchador incansable por el cumplimiento de la Ley. Nosotros también pensamos, y así nos lo han enseñado, que seguir a Jesús consiste en hacer. Y así nos lo planteamos. Y vamos a misa, y rezamos, y hacemos un voluntariado, y somos catequistas y hacemos, hacemos, hacemos…

Pero la conversión de Saulo va de otra cosa:

  • «te dirán lo que tienes que hacer», «llevado de la mano»… ¿Os imagináis a ese Saulo, hijo de, alumno de, reputado cumplidor y perseguidor de herejes, ciego, llevado de la mano y sumiso a lo que otros le indicaran qué debía hacer? Saulo vive en sus carnes la indicación que ya Cristo le había dado a sus discípulos: «el que quiera seguirme, niéguese a sí mismo». Convertirse es obedecer, es aceptar ser llevado, es aceptar estar en manos de otro, es asumir que el protagonista y el Señor es sólo Jesús.
  • «como yo no veía, cegado por el resplandor»… Saulo experimenta, antes de afrontar su misión, la oscuridad, la ceguera, el desierto. Igual que Jesús, antes de comenzar su misión, fue llevado al desierto; Saulo también fue llevado a la árida oscuridad. Para descubrirse a sí mismo, para tocar la fortaleza de «ser llevado», para experimentar que su seguridad se encuentra en otro, para dejar de mirar como veía antes y estrenar una mirada nueva.
  • «levántate, recibe el bautismo»… El cúlmen de la conversión es justamente un cambio de «ser», nada que ver con el «hacer». Es descubrirse hijo de Dios, es levantar la cabeza y saberte hecho a imagen y semejanza, es levantarte sabiendo que el pecado nada puede contra Dios. Es saberte perdonado porque te sabes amado plenamente.

Saulo preguntó qué debía hacer. Jesucristo le invitó a ser hijo, como Él, de Dios. El Saulo de la Ley dio paso al Saulo del amor. El Saulo del prestigio dio paso al Saulo del servicio. El Saulo de la persecución dio paso al Saulo de la donación. El Saulo ensimismado dio paso al Saulo seguidor de Cristo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Dios te llama a ti. No al revés. (Mc 3,13-19)

El grupo de los doce no fue una casualidad. No era el grupo ni de los más cultos, ni de los más valientes, ni de los que más fe tenían, ni de los que más libres y disponibles estaban, ni de los que más carisma tenían, ni de los que mejor amaban. Era, sencillamente, el grupo de aquellos a los que Jesús QUISO llamar. Fue Él quien eligió. Ninguno presentó su currículum ni méritos ante una asamblea. Jesús fue el que propuso, el que decidió, el que llamó a cada uno por su nombre.

Siempre me sorprende este grupo que elegiste Señor. Me sorprende porque bajo los parámetros actuales occidentales lo que Tú hiciste fue una auténtica locura. ¡Estarías en los tribunales por ello! Ahora todo lo valoramos por carreras universitarias realizadas, por sueldo al mes, por posición dentro de una empresa, por las vacaciones que nos pasamos, el coche que tenemos, el master que terminamos, los méritos y la experiencia laboral acumulada… Eso es lo que cuenta hoy Señor… Pero Tú elegiste sin pedir credenciales. Ninguno de tu grupo las tenía. Eran, fundamentalmente, hombres humildes, pescadores… Eran personas sencillas, como yo. ¡Qué alivio! Y digo esto por no decir que eran una auténtica «panda», sólo hay que ver las consecuencias: uno te entrega, el otro te niega, se quedan dormidos pese a tu sufrimiento en Getsemaní, se pelean por ser el primero, no saben responderte quién eres, desaparecen y se esconden tras tu muerte… ¡Un desastre! ¡Como yo!

Lo que propones para la vida no es sencillo Señor. Amar por encima de todo. Amar al prójimo. Ofrecer la otra mejilla. Amar a los enemigos. No juzgar. Dejarlo todo por seguirte. La cruz. Difícil. A veces también es difícil descubrir lo que quieres de mi, lo que me quieres decir con tu Palabra… Pero con la lectura de hoy me vuelves a dejar claro de que, pese a todo, tú me eliges así, tal cual. «Metepatas», temeroso, desconfiado a veces, receloso del sufrimiento, infiel, humilde, imperfecto… Tú eres quien me cambiará el nombre. Tú eres quien edificará sobre mi.

¡Gracias Señor por elegirme!

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Retirarse (Mc 3,7-12)

Sí, Jesús se retiraba.
Sí, Jesús buscaba momentos de silencio.
Sí, Jesús buscaba y tenía momentos de oración personal.
Sí, Jesús buscaba momentos y espacios de soledad.
Sí, Jesús supo valorar el descanso.
Sí, Jesús nos enseñó que la misión sin oración se convierte en otra cosa.

Busquemos también esos momentos. Paremos. Frenemos nuestra actividad diaria. Eso no menoscaba la misión. A mayor necesidad del prójimo, a mayor muchedumbre que nos necesita; mayor es nuestra necesidad de coger fuerzas, de sabernos enviados por el Padre, de descubrir que le necesitamos, de purificar nuestras intenciones. de hacer silencio. No nos dé miedo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam