Hoy es #SanValentín

25 de agosto, ¡qué Calasanz tan especial!

Oficialmente para mí, desde hace unos años, el curso propiamente dicho comienza el 25 de agosto, festividad de San José de Calasanz y día en el que la comunidad nos reunimos de nuevo tras el verano y abrimos las puertas del colegio para que todo el que quiera pueda acercarse a celebrar la fiesta con nosotros.

Este curso que comienza tiene unas connotaciones muy especiales. Viene precedido, además, de un verano trabajoso y cansado en el que nos hemos vuelto a mudar al colegio, tras dos cursos de obra en el edificio donde estábamos. Tercera mudanza en tres años. ¿Quién ha dicho «miedo»? Miedo no, pero cansancio mucho. Pero el objetivo parece que se va cumpliendo: tener el hogar a punto para cuando el 3 de septiembre, lunes, se enciendan las luces.

El 2018 pasará a mi historia personal como lo hizo en su momento el 2015. Cumpliré mis 42 años y podré decir que he llegado. La meta definitiva sólo es el final, la vida eterna junto a Dios, para los que creemos en Él. Pero hay metas volantes, a lo largo del camino, muy importantes. Fue meta mi matrimonio. Fue meta el nacimiento de cada uno de mis hijos. Fue meta mi primer día de trabajo remunerado en General Electric Healthcare allá por el 2000. Fue meta mi primer viaje al otro lado del charco. Fue meta superar a su lado la enfermedad de mi madre. Y será meta en breve el hecho de comenzar mi labor docente en un colegio escolapio. Sí, he llegado.

No hay camino importante exento de sufrimiento. Yo he caminado por el desierto mucho tiempo. Hubo días en que me arrastré, días en los que desfallecí, días en los que quise dejar de andar. Hubo días de luz y días de oscuridad. Hoy miro hacia atrás y veo la mano del Señor en cada curva, en cada recodo, en cada cruce, en cada nube, en el sol abrasador, en la fina lluvia, en las etapas en soledad y en los ratos acompañado. Y sé que su promesa, por fin, va a tener cumplimiento.

Nuevas puertas se abrirán y nuevas sendas aparecerán ante mis ojos. No tengo ni idea de qué va a suceder a partir de ahora. Está la tentación de dejar de buscar, de dejar de caminar, de complacerme en lo conseguido. No puedo caer. Por eso quiero seguir despierto, atento, en vela, vigilante. Quiero responder, alegre, como María, «aquí estoy, hágase en mí según tu Palabra» para luego vivir únicamente para traer a Dios al mundo, a cada chico, a cada familia.

Que el Espíritu me acompañe y que su sabiduría guíe mis pasos. Y que Calasanz, que llena cada uno de estos muros y vive en cada uno de sus seguidores, me enseñe con paciencia a ser fiel hijo suyo.

Es tiempo de gozo. Es tiempo de alegría. Es tiempo de cumplimiento. Es tiempo de don.

Un abrazo fraterno

¡Abuela! ¿Cómo se ve todo desde el cielo?

Hoy a las 7:30 de la mañana, mi tío ha llamado a mi madre para contarnos que la «yayina» (así la llamaba yo) nos había dejado. A sus 90 años, después de 14 con alzheimer, y tras unos días con complicaciones varias, ha llegado el momento de hacer el viaje más importante de su vida: dejar el mundo que la vio nacer y volver a casa.

Mi yayina se llamaba María. No podía tener otro nombre mejor. Ni mejor apellido materno: Dulcet. Pareciera que hubiera cursado algún máster intensivo con María, la Virgen, y que hubiera captado a la perfección de qué iba eso de ser esclava del Señor. La yayina era una persona dulce, muy dulce; de gesto grácil y elegante, comedido; más bien tímida y de prudencia virtuosa. Tenía gran sentido del humor, de risa amplia y buena amante de la música. Comía muy despacio y fue una auténtica maestra en vivir la vida a fuego lento. Licenciada en lo pequeño y artista del detalle cotidiano, supo encontrar la felicidad tras los rincones que, como mujer y madre y tía y abuela y bisabuela, le ofrecía cada día. La cocina era uno de lugares de encuentro con Jesús de Nazaret. Entre fogones, sartenes y cacerolas, supo ponerse al servicio de todos los que llenaban un hogar donde siempre hubo sitio para uno más. Recuerdo verla llegar del mercado, con el carro hasta los topes, feliz de tener tanto que hacer para tantos. También en el lavadero, subiendo las escaleras camino de la terraza, pasaba mucho tiempo, mezclando detergentes y suavizantes. Disfrutaba con la colada y con ese aroma a limpio llenaba luego cada pasillo por el que pasaba. Despistada en grado máximo, sabía reírse de sí misma. No la recuerdo preocupada, y lo estaría, ni enfadada, y lo estaría. Supo vivir la vida que se le regaló. ¿Hay mayor respuesta al amor de Dios? ¿Hay amor más grande que saber acoger el amor que se te da?

Yo soy su nieto mayor. Supimos disfrutarnos mutuamente. De pequeño, ella y mi avi me llevaban algún domingo con ellos a misa de 9 a la Catedral de Barcelona. Y con ellos visitaba cada año el Parque de Atracciones de Montjuïc, cerrado desde hace unos años. Supo, con mi abuelo, disfrutar de sus nietos desde que éramos pequeños. Sin grandes alaracas. Sin ruido. A su lado aprendí a amar los trenes y soñé con ser jefe de estación, de esos de gorra, bandera roja y silbato. Uno de los recuerdos más sólidos en mi memoria es llegar a la estación de Barcelona Sants, en el antiguo Estrella, en el vagón de coche-cama, con mi madre y mi hermano, con medio cuerpo fuera en la ventanilla bajada para saludar a mis abuelos, que esperaban en un andén sin tantas medidas de seguridad como hoy pero con mucha más humana cercanía. Siempre me defendió en las refriegas familiares y supo conectar con lo mejor que llevo dentro. Sin exigencias, sin condiciones, sin normas, respetándome al máximo, supo quererme como abuela. La lección que deja es lapidaria: si quieres que te quieran, empieza por querer tú.

El Evangelio de hoy, 18 de julio de 2018, habla muy bien de su fe. Una fe reservada a los pequeños, a los sencillos. Una fe tremendamente mariana, rumiada en el corazón, disponible sin entender mucho, volcada en amor, familiar, maternal y de gran esperanza. Fue teóloga del hogar y supo conocer a Dios y verle en cada uno de los acontecimientos que fue viviendo. En estos años de alzheimer, si de algo se acordaba, si algo decía, era su confianza total en Jesús y su esperanza en un cielo que debemos anhelar y esperar.

Por eso, yayina, hoy es un día triste pero lleno de esperanza y alegría. Ahí arriba vuelves a estar a tope. El alzheimer es cosa del pasado, tu viudedad terrena ha terminado y, junto al avi, a tus padres, a tus hermanos, a tus amigos, disfrutas ya de una merecida jubilación en el amor. ¿Cómo ha sido ese primer beso con el avi después de tantos años? ¿Hay también droguería Boter ahí arriba? ¡Conociendo a los Boter, no lo dudo! Seguro que el cielo ya huele a canelones y que te has hecho a tu nuevo hogar, lleno de gente. Seguro que vuelves a reír como antes y que ya habrás hecho migas con la Madre, tan parecida a ti. ¿Le has pasado ya tu receta del pollo asado? Y recuerda, en este Banquete te toca sentarte la primera, ¡qué cocine otro! ¿Es bonita la mesa del Banquete del Reino? Yo me la imagino como la nuestra… qué imaginación tengo… ¿Cómo se ve todo desde el cielo? ¡Ni una suite del Ritz tiene vistas mejores! La perspectiva es única. ¿Están las cosas tan mal como nos parece a los de aquí abajo? ¿A qué no? Yo creo que desde ahí es más fácil ver la luz… Aquí abajo a veces nos da la sombra y nos desorientamos. Ahora te toca cuidarnos y protegernos y guiarnos y seguir queriéndonos como hasta ahora.

Bueno yayina, me voy despidiendo. Lo hago en mi nombre y en nombre de los que están aquí conmigo. Para tus bisnietos también serás siempre la yayina. ¡Les he contado tantas cosas! Tu alzheimer te hizo perder mucha memoria pero no te preocupes. Tarea nuestra es transmitir, generación tras generación, quiénes somos, de dónde venimos y cuánto os debemos a los que nos habéis precedido. En eso, yo cumplo.

Gracias por habernos hecho mejores a todos. Molts petons yayi. Fins que ens tornem a veure.

El teu nét

Santi

 

Imagen de Dani Sigalat

La paternidad populista, los papás referéndum

Existen. Son los «papás referéndum». Los que le preguntan todo al niño y además aceptan la respuesta como vinculante. «Que opine el pueblo» dicen de paredes adentro y afuera de sus casas. El pueblo puede ser un niño, o dos, generalmente pequeños, que cursan Infantil o Primaria. En Secundaria, sencillamente, los «papás referéndum» se han convertido en los «papás pyongyang», viven bajo los efectos de una auténtica dictadura.

Lo mejor de los «papá referéndum» es que se creen auténticos educadores, defensores de los niños. Ni Don Bosco, ni Calasanz, ni los payasos de la tele, ni la Patrulla Canina han hecho tanto por ellos. «El niño nos ha pedido ir al Burguer para su cumpleaños» te cuentan para justificar la macrofiesta cumpleañera de su hijo o hija de 6 años. Y ellos, que acatan el mandato popular, obedecen. Te dirán que no, que no es por eso, que el plan tiene innumerables ventajas… pero no te convencerán, porque en ese momento su hijo, mientras habláis de lo del cumple, le tirará el plátano a la cabeza porque quería Nocilla para merendar.

Los «papá referéndum» han decidido desaparecer como educadores. Han decidido que el centro sea su hijo, para que este crezca feliz y querido. El deseo es bonito y romántico. Pero parte de una premisa errónea. El niño, si quiere aprender y crecer y ser persona, necesita situarse en la periferia para mirar a un centro donde están sus padres, sus profesores y todo aquel del que deba aprender. Los niños que son el centro sólo saben mirarse el ombligo. Y, como es natural, el ombligo crece tanto que cuando tienen 13, 14 o 15 años… se han convertido en auténticos ególatras, sin tener ellos la culpa.

Los «papá referéndum» llevan muy mal que su hijo tenga un disgusto. Por eso le hacen los deberes, si faltan a clase son ellos los que se encargan de que los amiguitos se los manden, cuestionan a todo aquel que hace pasar a su hijo un mal rato, le preguntan dónde ir de vacaciones e incluso aceptan que sea él, el mico de cuatro años, el que elija el nombre que su hermana va a llevar el resto de sus días. Muchos son «followers» de muchas cuentas educativas, son innovadores y técnicamente capaces… pero no tienen claro ni cuándo pegar un grito. Ellos nunca gritan, aunque permiten que su hijo les grite a ellos o a los abuelos. Son los que dejan que el niño elija el sitio de la mesa de Navidad donde sentarse, los abuelos ya se adaptarán… «ay mamá, qué más dará, si el niño quiere sentarse ahí, déjale»… Son los que son incapaces de castigar, porque son muy comprensivos, benévolos y misericordiosos. No ponen límites, aunque viven limitados cada día más. Sus hijos, muchas veces, sacan dieces pero son insoportables porque no tienen ni idea de respetar a los demás. Hablan idiomas pero no enseñan a escuchar.

Los «papá referéndum» son hijos de la democracia aunque están acabando con ella a base de practicar el populismo casero. El «niño pueblo» manda, aunque sus decisiones los lleven a la catástrofe.

¡Nueva página web!

Esto que estás viendo es un proyecto personal que viene de lejos, una idea que, por fin, se hace realidad.

Convencido de que internet es un lugar en el que hay que estar, y pensando la mejor manera de hacerlo, he decidido dar este paso con el objetivo de centralizar en un solo lugar todo lo que llevo años aportando y todo lo que está por venir. Creo que una de las maravillas de este mundo que nos ha tocado vivir es esta cultura del «sharing» que nos posibilite poner a disposición de todos aquello que pensamos, que vivimos, que creamos… ¿Para venderse? No. Al menos no en mi caso. El fundamento es una disposición real a relacionarme con todo el que quiera pasarse por aquí. Ofrecer mis opiniones, mis sentimientos, mis proyectos, mis escritos, mis reflexiones y entrar en conversación. Y si simplemente quieres mirar, o coger… pues todo tuyo.

Ojalá este lugar sea de tu agrado. Ojalá respires un poquito de alegría, de confianza, de optimismo. Si es así, me conformo. Estamos en contacto.

Reflexión a la luz de Charlie y de Wonka

Siguiendo ya una tradición, y no dejando que se escape ni una sola de las emociones que me habitan, me siento a escribir tras un estreno. De noche, acompañado de la soledad que me conoce mejor que yo mismo, me abajo, me pliego, recojo mis alas y hago silencio. Y en esa inmensa quietud del alma me brota un agradecimiento profundo.

Vivir agradecido es el secreto de Charlie. ¿No os dais cuenta? Charlie vive en un mundo que los demás ni atisban. Es el secreto de los pequeños, de los que no necesitan más para vivir. Charlie es el único niño que subió hoy al escenario, porque fue el único capaz de mirar todo lo que rodeaba con ojos de agradecimiento. Charlie no necesitaba ni el premio, ni la fábrica. Charlie se sabía querido y amado había crecido, aunque para los ojos ajenos su vida fuera una mierda. Charlie gana simplemente porque no necesitaba hacerlo para ser feliz.

Amigos… ¿No os dais cuenta de que esto es mucho más serio de lo que parece? ¿No os dais cuenta? ¡¿Cuánto hace que hemos olvidado al Charlie que un día fuimos?!

Mi vida tiene rincones oscuros, estancias en las que me da miedo entrar. Sólo en las noches en las que la luna proyecta la suficiente luz… entro y, una vez allí, no dejo de llorar. No es miedo, ni tristeza… Es silencio. Un silencio que proyecta todo aquello que soy y de lo que a veces me avergüenzo. Es la cara de mis hijos y el terror que me produce equivocarme con ellos. Es la mirada de mi mujer y la sensación de que se merece mucho más de lo que yo soy. Es el rostro de los amigos que viven lejos y querría cerca. Es el beso de mi madre al dormirme que ya no tengo. Es la imagen conmovedora de lo que no consigo ser. Es la herida de la batalla que luché y gané y también es el humeante despojo de la batalla que luché y perdí. Es el sueño que no acaba de llegar, el dolor de no saber cómo y la impaciencia por llegar a ser aquello para lo que Dios me ha traído al mundo… una impaciencia que me muerde y me daña cada día.

Mi vida no está exenta de sufrimiento, como la tuya. Porque amamos, porque tenemos algo que perder o, simplemente, porque nos hemos perdido, porque ya no nos reconocemos en el espejo. ¿Os acordáis de aquello que un día queríais ser? Nuestra casa, como la de Charlie, muchas veces se queda pequeña también y se torna fría cuando llegan la ventisca y el hielo. La rutina del repollo es un sabor tan conocido… ¿verdad? ¿Dónde se esconde el chocolate?

Charlie vive agradecido. Con su casa pequeña, con el frío que entra, con el repollo en el plato, con la pobreza que le rodea, con los sueños que son sólo eso, sueños… Charlie vive agradecido y es ese agradecimiento el que le permite disfrutar del asombro arrebatador que Wonka trae a su vida. ¿Hay palabras más profundas que las que Charlie pronuncia en silencio durante la larga visita a la fábrica? ¿Hay grito mayor contra todo aquello que nos imponen, basado en el tener, en el conseguir, en el satisfacer aquí y ahora?

Creo en Dios. Sí. Creo. Por eso veo en el señor Wonka su rostro divino y su divina alegría y esperanza. El cielo debe ser parecido a su fábrica. Sólo un niño es capaz de entenderlo. ¿Recordáis la palabras de Jesús? «Sólo el que es capaz de hacerse como uno de estos pequeños, llegará al Reino de los Cielos…». Los adultos no entendemos la fábrica de Wonka. Nos parece un cuento chino, producto de la imaginación infantil… ¡Cómo si eso fuera malo! Sustituimos a los oompas por máquinas, buscamos cómo aumentar la producción de chocolatinas para sacar más beneficio, sólo fabricamos lo que interesa a los compradores y, llegado el momento, la vendemos al mejor postor. Wonka es Creador, Inventor de Sueños, Hacedor de Esperanzas. Como Dios. Su fábrica es su regalo. Pero sólo aquel que lo agradece en silencio, sólo aquel que se sabe amado, es capaz de aceptarlo cuando llegue el momento. Wonka no juzga. Wonka no elimina. Wonka no elige. La fábrica está ahí para todos… pero no todos son capaces de aceptar el Espíritu que encierra.

No hacemos teatro para los niños, amigos, aunque os lo creáis. El teatro nos hace a nosotros. Miraos el espejo esta mañana. Sois distintos, sois mejores. Dad gracias por ello. Afrontemos el hoy siendo agradecidos. Pese a nuestras casas pequeñas, nuestros abuelos mayores, pese a los fríos que nos asedian, al hambre que padecemos, al chocolate que no tenemos… Las puertas de la fábrica están ya abiertas… ¿No las veis? Estad alegres y vivid felices. Nada necesitamos. Todo lo tenemos.

Quiero terminar reconociendo que no ha sido una obra fácil. He sufrido, me he enfadado, no he estado lo que me gustaría, he fallado, me he visto desbordado… Pero esta tarde, con el punto y final pronunciado por Noe, magistral Charlie, todo eso fue arrastrado por el río de chocolate. Y sólo me invadió un GRACIAS muy grande y emocionado.

Todos y cada uno hemos dado lo mejor que tenemos, incluso aquello que no sabíamos que teníamos. El amor nos mueve. El amor nos cambia. Sigamos así. Pese a los desencuentros, a las disensiones, a las turbulencias, a las incomprensiones, a las diferencias… vale la pena encender la luz e iluminar un mundo suficientemente oscuro. Somos más de lo que pensamos. Somos el testimonio vivo de que es posible. Y no dejaré de luchar para que así siga siendo. Y cuando falle, me perdonaréis y cuando acierte, me abrazaréis. Y que cuando no estemos todos… nos echemos de menos. Unidos en la luz, siempre venceremos.

Os quiero tanto.

Santi

 

El arco iris de los Escolatrios

Cuenta una leyenda que hace muchos, muchos, muchos años, existía en la noble y doctorada ciudad de Salamanca, un grupo de hombres y mujeres que pasaban sus días, y sus noches, a la caza de arco iris. En la ciudad se les conocía con el nombre de Escolatrios.

Los Escolatrios eran personas diferentes a las otras personas y, a la vez, tremendamente parecidas a todas ellas. No destacaban por nada especial, ni sobresalían por su porte ni por su clase; en cambio, el aroma que dejaban a su paso distaba mucho del que dejaban otros. En sus bolsillos no portaban oro ni plata, sin embargo, siempre llevaban de sobra para repartir a todos los niños y las niñas que, al verlos venir, se agolpaban a su alrededor. Sus caras, de una belleza común, pasaban desapercibidas los domingos de sol y misa, en la Plaza Mayor; aunque los que habían tratado con ellos decían que nunca les habían visto tristes. No vivían juntos y cada uno guardaba su casa a la mejor manera. Eso sí, compartían la vida y no había uno de ellos que no hubiera sembrado una pequeña semilla propia en la vida de los otros. Los Escolatrios bailaban todos los días, ya lloviera, ya resplandeciese el sol. Los Escolatrios eran, sin duda, las más especiales de las personas comunes.img-20161121-wa0033

Se cuenta que en el grupo reinaba la diversidad, la sana diferencia, la variedad de dones y gracias y que, con maestría, sabían ellos adecuarse unos a otros sin que, nunca, al menos que se sepa, tuvieran graves desencuentros o rupturas irreconciliables. Los Escolatrios eran altos y bajos, finos y gruesos, rubias, morenas, calvos y de castaño oro. Los había con gafas y sin ellas, tímidos y exuberantes, tiernos y avasalladores, con voz dulce y con truenos en las cuerdas vocales. Gráciles y patosos, más o menos graciosos, de insultante osadía y de cauta prudencia. Era, para que nos entendamos, un pequeño universo lleno de estrellas brillantes, cada una a su manera, mas todas portadoras de luz.

Cuentan aquellos que oyeron la original historia, que los Escolatrios salieron en grupo a cazar, en una ocasión, un pequeño pero lindo arco iris, que ponía uno de sus pies en Peralta de la Sal y el otro en un perdido pueblo de los Pirineos. Allí marcharon tras entrenarse y prepararse durante días, con el fin de conseguir la preciada presa y de mostrarla, orgullosos a toda la ciudad de Salamanca. Lo que se encontraron obligó a cada uno a dar lo mejor, a descubrir rincones olvidados de sus almas, a sacudirse la pesada carga de la vida adulta que, autoritaria y convincente, se había hecho con el lugar a costa del niño que a todos habita. Los Escolatrios supieron plantar batalla.

Luis, Elena y Mª Jesús llamaron a la verdad honda del ser humano y le contaron al arco iris que, en la vida, no es todo color, ni tampoco sombra. Se descubrieron familia y sacaron lo mejor de ella en los momentos más delicados. Elena es, sin duda, la más guapa de la casa, tal vez porque no se lo cree. Mª Jesús ve lo bueno de la gente y sana con la paz que sale de su boca. Luis acepta sin entender y sabe convertir en palabras los más largos de los silencios.

IMG-20161121-WA0034.jpgSusana no es María pero es virgen como ella. Es virgen porque está disponible, porque no le dice no a la vida, porque sus ojos sonrientes siempre son hogar para las buenas noticias.

Mª Ángeles, Begoña, Eli, Rosa, Saray, Casandra, Sonsoles… hicieron de lo cotidiano un lugar sagrado. Llamaron al arco iris a golpe de normalidad, de fidelidad, de saber celebrar aquello que merece la pena, de saber acompañar en lo malo… y también en lo bueno. Mª Ángeles es una caricia de niño, de esas que saben a poco siempre. Begoña sube el tono de la vida y la coloca a una altura certera, con seguridad pausada y necesaria firmeza. Eli sabe ver sin abrir los ojos porque confía en que nada malo pasará. Rosa es la cautivadora imagen de la sencilla mirada que, tras negruras y cestos, guarda secretos que salvan. Saray es la que busca y encuentra, la niña curiosa que destapa la magia a fuerza de ponerse sombreros de copa. Casandra es aire indomable, cálido e inquieto; picante que despierta gustos dormidos. Sonsoles se ríe y la humanidad respira creyendo que la esperanza todavía no ha sido secuestrada.

Noelia y Loreto hicieron del servicio su mejor arma y demostraron que no es mejor quien preside sino quién sirve. Noelia es la palabra justa, amable, linda hasta decir basta, que sabe contar la vida en su plenitud desde su corazón alegre. Loreto es la creatividad que nos habita, el trazo que da forma a la idea, la que nos puso bigote y nos vistió de fiesta.

img-20161121-wa0031Andrés, Quique, Juanmi y Ángeles le contaron al oído al arco iris que los reyes que mejor gobiernan son aquellos que buscan consejo y que los líderes que necesitamos son aquellos que unen y llaman a la misión. Andrés manda y mucho, porque calla, otorga, cuestiona con tino y sabe situar en el centro, ante todo, lo bueno de todos. Quique sabe que los escuderos deciden batallas y que la derrota no es tal mientras la bandera no sea arrebatada; su ánimo inquebrantable es el mejor estandarte del mundo. Juanmi es consejo medido, voz modulada, palabra que brota en el momento justo, que burla la temeridad y que sosiega a los corazones indecisos. Ángeles es noble, lo era y lo será, porque su corazón no conoce otro idioma, porque conoce al Señor al que sirve.

Estíbaliz, Rosana, Cris, Dori y Cris molestaron al arco iris sacando al cielo más colores que él mismo. Porque no hay Pirineo que no escalen, baile que no bailen, rosa que no cultiven, niñez que no conozcan, ilusión que no les pertenezca, sabor que desconozcan. Han sido la cumbre, el pico, la gloria. Estíbaliz es la anti-moza que enamora detrás de unas gafas que la protegen del viento frío de la montaña. Rosana  es munición pesada, granada de mano, tsunami, vendaval, torrente y huracán. Cris y Cris se llaman igual y se completan con acierto; siendo una un enjambre inquieto de fantasías y la otra la eterna musa del misterio del que hablan los zorros y las rosas. Dori es descanso en el camino, agua cuando la fatiga llega en el camino, mano abierta, presencia sincera de mirada rebelde mas verdadera.

Javi lo volvió a hacer, poner la voz al Santo, dibujar rostro a aquel por cuyo rostro los niños se agolpaban en las nuevas escuelas de Roma. Javi es el que nos llevó con magistral mano del escolapio al escolatrio, del que lo da todo por los niños en la escuela al que ha descubierto en un teatro de escuela cómo darlo todo. Javi siempre puede, porque se lo propone y porque nos enseña a todos en este grupo que nada hay escondido que no pueda ser hallado.

Y Raúl, el que no se ve pero sin el que nada sería posible, el que no tiene necesidad de actuar porque el suyo no es un papel… él es así y, por eso, es escolatrio. No sabe más que salir de sí y darse sin reservas, calladamente, intentando no levantar la voz ni llamar mucho la atención. Él es el fruto que brota callado del árbol y que alimenta al que lo necesita.

img-20161121-wa0060Y, por último, la leyenda cuenta que en los Escolatrios crecían ya valerosos guerreros, comunes y fuera de lo normal. Eran escolatrios hijos de escolatrios, que conocían, por tanto, de qué iba eso de cazar arco iris, desde que eran bebés. Su mirada era su prueba y su valor se demostró con creces en esa misión. Ellos era el orgullo de sus padres, sus tesoros más preciados, ellos eran aquellos por los que valía la pena dar la vida sin importar las consecuencias. Llegaron con fuerza y con descaro, haciendo tambalear los sólidos pilares del grupo. Sacaron sus cabezas entre los escolatrios mayores y burlaron las serenas certezas de los adultos que iban por delante. E hicieron bien, porque ellos son así y porque, así, necesitan todavía aprender a ser.

Alba es niña de mirada pícara, mucho más guapa de lo que se cree y de sonrisa juguetona; un tesoro escondido, una perla sólo al alcance de quien sepa ir más allá de sus ojos bonitos. Claudia es niña de certera puntería, pulso firme y personal destreza; un tesoro de lindos ojos claros que sospecha el valor de lo que tiene y que lo defiende sin vacilaciones. Marina es niña de preciosa sonrisa, de corazón grande y alas capaces de subir allí donde otros no llegan; un tesoro que juega al escondite, rico en gestos y en santa locura. Álvaro es niño de corazón dócil y disponible, siempre presto a la ayuda y de gran bondad; un tesoro al que se llega con el lenguaje de la paz, un tesoro de ojos bonitos y tiernos.

Los Escolatrios cazaron el ansiado arco iris pero como ellos son así, decidieron soltarlo una vez lo habían conseguido. Como Ulises, ellos saben que es el camino el que enseña y que Ítaka no es más que la recompensa del que decide salir e intentarlo.

Esta noche el cielo pinta de otro color y, en algún lugar del planeta, un niño recibe con esperanza la buena noticia de que el mundo es hoy, sin duda, mejor.

Un abrazo fraterno a todos

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Domesticado

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Llega la noche y yo, inquieto y emocionado, me planto, un día más, una noche más, delante del ordenador. Necesito vomitar lo que llevo dentro y, tal vez, llorar un poco.

Quiero llorar por la voz profunda, modulada y cargada de sosiego de Juan Miguel. Quiero llorar por su esfuerzo, por sus párrafos traidores que nunca llegaron a ser vencidos y que, finalmente, fueron doblegados por amor. Quiero llorar por nuestra espectadora más joven.

Quiero llorar por Mª Jesús, por su despertar romántico, por su linda voz, por su dulce engreimiento. Quiero llorar por su corona de flores, por su encantador saltito ante el agua fría, por ser la flor de todas las flores.

Quiero llorar por el rey que nunca consigo ser, por la autoridad que a veces me excedo en imponer. Quiero llorar por la capa que me pusieron, por la imagen que diseñaron, por sentirme coronado de cariño y rico en amistad.

Quiero llorar por el azul vanidoso de Sonsoles, por sus reverencias convincentes, por la Sonsoles que apareció en ese espejito mágico. Quiero llorar por los aplausos que nunca son suficientes, por la vanidad inexistente en su franca mirada.

Quiero llorar por la entrega callada de Andrés, por su vocación probada en el servicio a otros, por emborracharnos a todos de una sensata chispa de vida. Quiero llorar por la mirada admirada de su Martina y por la que va a llegar sin saber el padre genial que la estrechará entre sus brazos.

Quiero llorar por la sonrisa sincera de Javier, por su disponibilidad fiel, por su incombustible entrega. Quiero llorar por su apuesta por venir de la mano de Susana, por su soñar juntos y por querer ser una pareja de cuento de un lado y del otro del telón. Quiero llorar por su imagen caricaturesca del serio atroz que se viste de prima de riesgo.

Quiero llorar por la bufanda de Susana y su alma nítida, blanca, limpia. Quiero llorar por esos ojos lindos con aroma de casa. Quiero llorar por su luz en la oscuridad, por su consigna de ofrecer siempre una salida en paz, un lugar donde descansar, una voz con la que desear quedarse dormido.

Quiero llorar por conocer mundo al lado de Jenny. Quiero llorar por sus ausencias con nombre propio y corta trayectoria. Quiero llorar por querer estar por su hija, por su rostro temeroso de un momento de flaqueza e incomodidad. Quiero llorar por no poder controlar la vida que se abre paso en un planeta inexplorado llamado Tierra.

Quiero llorar por el verde que te quiero verde de Dori, por el zig zag de alguien que pide marcha, por el pelo cardado de alguien que se sabe sublime pese a todas las serpientes que le puedan echar encima. Quiero llorar por su bola del mundo que nos permitió viajar hasta el infinito y más allá.

Quiero llorar por Cristina, por sus zapatitos, su contoneo y sus labios rojos. Quiero llorar por no conformarse con ser coro, por pedir su papel, por querer salir, por aportar, por opinar, por su estar pendiente de todo y todos.

Quiero llorar por el color de las rosas y por traer aire fresco, vendaval, torrente, terremoto… Quiero llorar por su arrebatador atractivo, por su baile seductor, por la brillantina con la que nos maquillaron a todos. Quiero llorar por Estíbaliz, la directora en la sombra; por Elena y su palabra justa y su pensar en los niños; por Rosana y porque con ella Cuba sería libre hace mucho; por el bien-meter de Noelia y la adaptación en tiempo récord de Ángeles.

Quiero llorar por darme cuenta del zorro que Cris ya llevaba dentro desde el minuto uno. Quiero llorar por unas orejas que han sido capaces de escuchar sueños que parecían dormidos. Quiero llorar por su ovillo, por los campos de trigo, por los secretos y por lo invisible. Quiero llorar por mis pelos de punta y por enamorarme de ella un ratito.

Quiero llorar por una mirada tras un objetivo, por las puertas abiertas de Luis, por poner lo que es y lo que sabe al servicio del grupo. Quiero llorar por su música motivadora en el momento clave, por sus vacaciones en Canarias que nos pusieron en marcha, por sus patillas guays y por ser el niño que inspira estas obras.

Quiero llorar por Jesús, por Raúl, por Esther… por ser sin salir, por estar sin aparecer, por ser imprescindibles sin disfraces ni atuendos. Quiero llorar por saberme acompañado, sostenido, arropado, apoyado y comprendido por personas así de buenas.

Y, con el permiso de todos, al final, quiero llorar por los cabellos rubios, por la dulce voz, por la mirada limpia. Quiero llorar por haber visitado mil planetas a su lado. Quiero llorar por su palabra, tras otra palabra, tras otra palabra… Quiero llorar por su coraje de mamá curtida en mil batallas. Quiero llorar por poner voz a lo esencial, por prestarse a ser todos nosotros bajo el traje del niño que nos habita. Quiero llorar en tu hombro Mª Ángeles. Porque eres la rosa a la que elegimos para el papel, porque eres la rosa que nos cautivó desde el comienzo, porque eres la rosa que luchó con su guión y que nos llevó a todos de la mano, porque eres la rosa a la que vimos preocuparse por su traje y su peinado, porque eres la rosa a la que todos quisimos regalar otra rosa… porque, sí, eres nuestra rosa. Para siempre. Quiero llorar porque nos hemos encontrado y porque en el planeta del baobab y los volcanes… nada sucede por casualidad.

Son las 2:20 de la mañana y quisiera que el día no se acabara nunca. La mayoría dormís ya, posiblemente, sin ser conscientes que el mundo es hoy mejor que ayer. Pocos lo saben, es cierto. Pero las verdades no lo son menos porque vivan escondidas a la vista de la muchedumbre. El mundo es mejor porque nosotros somos mejores y porque nunca sabremos la semilla que, sin intención, ha sido plantada en el corazón de alguno de nuestros espectadores. El mundo hoy ha ganado en esperanza. Gracias.