… lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre… (Mt 7, 14-23)

¡Qué rápidos somos en nuestros juicios! ¡Qué veloces a la hora de decir lo que está bien y mal, quién es bueno y malo, qué es admisible y qué no lo es! Viendo el otro día una película sobre la vida de Juan XXIII me llamó profundamente la atención una frase que él repitió varias veces… «Hay que condenar a la acción, nunca al que la comete». Algo así era. Creo que viene muy bien para sentir aquello que la Palabra trae hoy a mi corazón.

Recuerdo con agrado el año en el que me compré el Catecismo, el grande, el oficial. Recuerdo leer los artículos sobre moral de manera especialmente interesada y recuerdo la sorpresa agradable que me llevé al comprobar que artículo tras artículo, bien hablando de la homosexualidad, bien hablando de la prostitución, bien hablando de todos esos temas tan candentes y tan actuales, los párrafos solían acabar dejando una gran puerta abierta a la posibilidad de que todas las afirmaciones y sentencias dadas anteriormente no podían llegar a lo profundo del corazón y que, por lo tanto, sólo Dios (que conoce lo que hay en el corazón) era quien para «dar veredicto». Lo triste es que todo eso tan cuidado a la hora de redactar el Catecismo es casi papel mojado en la vida cotidiana.
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Estamos demasiado acostumbrados a generalizar, al «café para todos». Jesús hoy nos recuerda que no es así. Y en los Evangelios podemos leer y comprobar actitudes de Cristo (ante la adúltera, la prostituta, el recaudador, el ladrón, el leproso…) que, tal como funcionamos, deberían resultarnos escandalosas. Menos juzgar y más amar para llegar al corazón de las personas.

Un abrazo fraterno

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