Nació, creció y dio grano… (Mt 4, 1-20)

Siempre que escuché esta Palabra la conclusión que saqué fue la misma: ¡que importante es sembrar! ¡Hay que sembrar a troche y moche! A veces calará en alguien y otras veces no. A veces dará fruto y otras veces no. Porque claro… no toda la tierra es buena. Era algo asumido. La misión: sembrar.
arar.jpg
Pero ¿y si el Padre quisiera decirnos otra cosa con esta parábola? ¿Y si nos estuviera insinuando una misión mucho más complicada que la anterior? Hoy esta Palabra me ha sugerido, por primera vez, otra cosa: ¿Y si además de sembrar Dios nos estuviera llamando a preparar la tierra? ¿Y si lo importante no es sólo sembrar sino trabajar para que la tierra receptora esté en condiciones? ¿Y si además de dar testimonio, de hablar de Dios, de su Palabra… estamos llamados a cuidar a las personas, a ayudarlas en su madurez, a acompañarlas en su crecimiento personal, a animarlas en su autoconocimiento?

Por supuesto no todos estamos llamados a todo. Pero después de varios años muy vinculado a la pastoral juvenil, muy cerca de los jóvenes, he podido darme cuenta de que antes de hablar de Dios hay que preparar el terreno, de que su nivel de madurez es muy importante ante la capacidad de acoger aquello que se les presenta, de que es necesario darles herramientas para que vayan empezando a descubrir sus dones, sus heridas, sus infidelidades personales, sus caretas… Por supuesto que hay que sembrar pero ¿de qué sirve tanto trabajo bajo el sol si la tierra es cada vez más pedregosa y cada vez tiene más zarzas?

Esta también es una reflexión que me afecta a mi directamente. El mayor crecimiento en mi fe lo estoy experimentando junto con mi esfuerzo por mirarme a la cara y por crecer personalmente desde lo que soy.

Un abrazo fraterno

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *