Entradas

Menos reuniones y más amor concreto (Sal 49)

Necesitamos profetas. Necesitamos que nos hablen, que nos digan, que denuncien, que destapen nuestros pecados, que pongan a la luz nuestras incoherencias. Nosotros, cristianos, seguidores de Jesús Resucitado, ¿vivimos como tales? ¿Somos reconocibles por nuestro amor? ¿O seguimos siendo sólo palabra y poco acto?

El salmo de hoy, unido a la palabra del profeta Amós, viene a traer una advertencia de Dios que debemos actualizar. Tal vez hoy, aquellos que le seguimos y creemos en Él, ya no quemamos cabritos ni ofrecemos tórtolas en los templos (aunque quedan todavía ciertamente costumbres religiosas que pretenden «comprar» el favor de Dios), pero hacemos otras cosas con las que intentamos acaparar el protagonismo de nuestra propia salvación y calmar, además, nuestras conciencias. Yo el primero.

Llenamos nuestras agendas de reuniones, programamos mil proyectos, descuidamos nuestras casas y nuestras familias, nos volcamos en planes, actividades pastorales, etc. para luego tener, en muchos casos, una nula incidencia social, donde nuestro amor no es germen de justicia social. Seguimos mirando de reojo muchas veces a los pobres, no nos atrevemos a cuestionar las estructuras, nos alejamos de la vida política como si no fuera con nosotros, vivimos acomodados, en sobreabundancia, mientras hermanos nuestros viven en la necesidad. Nuestras familias muchas veces están en disputa, nuestras comunidades son tantas veces lugar de murmuración y crítica… Nos sacrificamos a nosotros mismos pero sin que esto sea reflejo de un amor concreto por el prójimo concreto.

«Buscad el bien y no el mal, y viviréis» dice el profeta. Hoy diría «dejad de reuniros tanto y salid ahí afuera a entregar vuestra vida para que no haya ya pobre ni anciano ni viuda ni enfermo ni joven desorientado que desconozca lo que es el amor de Dios en sus vidas».

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Seguridades (Mt 8,18-22)

Seguridades las justas. La respuesta de Jesús ante los que quieren seguirle, manteniendo sus seguridades, es contundente.

Seguir a Jesús obliga a asumir riesgos. Esto va de amor y quien ama, arriesga.

Lejos de los romanticismos más dañinos, de los colores rosas, de los nenúfares, los violines y las mariposas en el estómago, amar implica salir, abrir las puertas de lo sagrado, exponer lo mejor de uno, apostar por un camino poco transitado.

¿Seguridades? Sólo Jesús.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Tu voluntad (Sal 118)

«Enséñame a cumplir tu voluntad
y a guardarla de todo corazón.»

 

No es fácil cumplir la voluntad de Dios. Al menos no para mí. Igual tú eres más aventajado o aventajada y rozas ya la santidad. Creo que ni para los santos fue fácil. Por eso resuenan hoy en mí, con especial interés, las palabras del salmista, pidiendo ayuda para tan alto propósito.

Primero, se trata de discernir cuál es la voluntad de Dios. Uno no se levanta una mañana y lo descubre. O lee un ratito el Evangelio y lo ve claro. O llega alguien y se lo dice. Hay que estar a la escucha. Hay que unir los puntos. Hay que querer descubrirlo. Y aún así a veces uno convive con la duda de si habrá acertado.

Segundo, una vez descubierto cuál es la voluntad de Dios, hay que cumplirla. Jesús conocía la voluntad del Padre pero en Getsemaní vivió en sus carnes lo difícil que es muchas veces llevarla a cabo. Porque no es lo que esperabas, porque contradice tu propia voluntad, porque trae consecuencias difíciles, qué se yo…

Y tercero, y me parece muy bonito por parte del salmista, hay que hacer todo este proceso desde el corazón. Es desde el amor desde donde hay que vivir todo esto. No es un mandato. No es una ley. No hay que cumplir bajo pena de muerte. Es otra cosa. Es algo a degustar, a saborear, a reconocer como valioso en mi vida, a descubrir la propia felicidad en ello, a querer y desear estar con el Señor hasta el final.

Yo necesito que Dios me enseñe a hacer todo esto. Soy torpe. A veces escucho mal. A veces escucho pero no quiero cumplir. Y a veces no lo vivo desde el amor. En eso estamos.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Oración sin muchas palabras (Mt 6,7-15)

Sin muchas palabras… pero con sentido. Esto último parece la letra pequeña de la frase que Jesús dirige a sus amigos hablándoles de la oración. Jesús sabe que la oración más usual es la de petición. Jesús sabe que cuando las cosas nos van bien no solemos rezar pero que cuando algo malo nos acecha… entonces nos acordamos de Dios.

No han cambiado muchas cosas. La gente reza cuando necesita algo. Se acuerda de Dios cuando se sabe criatura desatendida, en peligro, herida, sufriente… Y el Padre siempre está ahí. Eso es lo que viene a decirnos Jesús. Que Dios no está más o menos presente, ni cuida más o menos a sus hijos en función de si estos rezan 4 ó 5 avemarías o 4 ó 5 padrenuestros.

Jesús nos propone algo más de intimidad. Nos propone una oración que se parece más bien a un encuentro de pareja, juntos desde hace ya tiempo, que han visto madurar su amor. No tienen que repetirse cada 5 minutos que se quieren. Ya lo saben. Se lo han demostrado el uno al otro. Han pasado esa fase. Simplemente quieren estar juntos, descansar el uno en el otro. Saben cómo ha ido simplemente mirándose a los ojos y saben que un abrazo cura más que mil discursos.

No sé cómo es vuestra oración pero yo necesito más ratos de esos. Más ratos de parar y dedicarle cinco o diez minutos al Amor de mi vida. Simplemente para estar juntos, para sabernos cerca, para mirarnos a los ojos. Una oración sencilla, silenciosa, madura y llena de amor. Esas oraciones…

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El evangelio del maestro (Mt 5,43-48)

A un maestro le viene muy bien leer el evangelio de hoy de vez en cuando. Porque estamos llamados a ser como Dios en el aula, a dar amor a todos, a querer a todos, a cuidar a todos, a sanar a todos, a educar a todos; como el sol, que sale para buenos y malos o la lluvia, que cae sobre justos e injustos. Así es el amor de Dios y así debe ser el amor de maestro.

Esto no es fácil. Lo que nos pide Jesús es dar más allá de lo esperado. Evidentemente. Es una vueltecita de tuerca. Es ser transformadores de la realidad y no meros repetidores de lo que nos encontramos. Estamos llamados a dedicarle más tiempo al que menos ganas tiene, a rezar más por el alumno que nos complica más, a buscar más a aquel que parece querer deshacerse de nosotros. Es una proporcionalidad inversa la que nos plantea el Señor. A menos, más. Bien pensado es la única manera de cambiar las cosas.

Nuestros alumnos deben ser mirados con la misericordia con la que Jesús miraba a aquellos que acudían a Él por los caminos de Galilea. Nuestros alumnos deben ser buscados como la mujer que, acudiendo al pozo un día, se topó con un Jesús que la estaba esperando. Nuestros alumnos deben saberse dignos de participar en «nuestra mesa» hagan lo que hagan, pese a todo. Ese amor será el motor que cambie sus vidas verdaderamente y, además, la semilla mayor de evangelización en sus corazones alejados.

¿Lo dudas? Pongámoslo en práctica.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

De tontos, de imbéciles (Mt 5,38-42)

Algunos dicen que lo que hoy nos propone Jesús es de tontos, de imbéciles, de auténticos majaras… Eso de no responder a los agravios, eso de no querer llevar siempre la razón, eso de no querer imponer una mirada, una visión, una idea… Verdaderamente incomprensible. Así acabaste, Jesús mío, así acabaste. Crucificado. Calladito. Maltratado. Humillado. ¿Eso quieres para tus hijos?

Reconozco que en lo personal me cuesta mucho y necesito que Dios me auxilie mucho en este punto. Porque yo siempre quiero imponer mi verdad, porque yo no respondo a los agravios, no soy vengativo, pero corto relaciones, giro la mirada y, desde luego, no ofrezco la otra mejilla. Muchas veces me digo: «vengativo no pero tonto tampoco». Quiero pasar por encima. A mí en tu lugar, Jesús, me hubiera costado no imponer toda mi fuerza y mi resistencia con tal de no morir crucificado y vilipendiado.

Lo mejor es que creo conocer la razón por la que esto es así. No sintonizamos la misma frecuencia, Jesús. Tú hablas y yo no me entero. Me resulta inconcebible lo que proponer porque no hablamos el mismo idioma, porque no ajustamos la misma frecuencia. Tú hablas desde el amor. Yo no. Me falta amor, Señor. Y sin amor, o sin amor suficiente, lo que propones es imposible. Sólo quién ha curtido su corazón de amor, sólo quién se ha dejado tocar por Ti verdaderamente, es capaz de ser tú luego. A mí aún me falta. Pero deseo conseguirlo. Deseo no me falta. A veces no pongo los medios adecuados. A veces me canso. A veces me equivoco. A veces desfallezco. Pero créeme. Quiero parecerme cada día más a Ti. Ayúdame. Y entonces todo cobrará una luz que ahora se me esconde.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Un Sagrado Corazón que habite nuestro corazón (Ef 3,8-12.14-19)

«Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones,
que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento;
y así, con todos los santos, lograréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo,
comprendiendo lo que trasciende toda filosofía:
el amor cristiano.»

En la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, San Pablo lo dice tan bien y tan bonito que oye, ¿quién puede poner una palabra más a lo dicho.

Que Cristo nos habite, que encuentre un hogar en nuestro corazón y se quede. No encontrará un corazón perfecto ni pulcro. A él no le importa. Sólo quiere un corazón abierto, tierno, pobre pero sediento; un corazón con ganas de ser rebosado por su amor, con ganas de ser sanado, curado y amado.

El amor como raíz y cimiento. Amor cristiano que brota de Cristo y lleva a Cristo, que da la vida, que no mide, que derrocha, que convierte, que hace milagros, que habla de Dios, que prioriza la persona sobre la norma, que perdona todo, que acoja a todos.

Que el Sagrado Corazón de Jesús nos conmueva y haga a nuestro corazón parecerse más al suyo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El amor no se encadena (Mc 12,28b-34)

Dice S. Pablo que «la Palabra de Dios no está encadenada». Dicho de otro modo, al estilo de Jesús, el amor nunca está preso, el amor nunca es derribado, ni encadenado, ni vencido. No hay poder en el mundo, ni fuerza terrestre, ni economía, ni éxito, ni poder, ni pecado, ni guerra, ni volcán ni tornado… capaz de meter entre rejas o de destruir al amor que todo lo salva.

Muchas veces nos preguntamos qué debemos hacer en tal o cual situación. Otras veces miramos las noticias y nos llenamos de tristeza al comprobar que al mundo todavía le queda camino para que el Reino  sea instaurado en su totalidad. A veces nos enredamos con la doctrina para intentar que las personas cumplan lo que decimos que Dios quiere. En otras ocasiones, hablamos y hablamos y hablamos de Dios pero poco hablan de Él nuestros actos, nuestro día a día. Jesús ya nos ha dicho que todo es más sencillo. Se reduce a amar.

Se puede amar a lo grande pero normalmente el amor se juego en lo pequeño. Estamos llamados a amar más y mejor a nuestras familias; más y mejor en nuestros trabajos; más y mejor en nuestras congregaciones, parroquias y desde nuestros ministerios particulares. Estamos llamados a curar el mal que nos rodea con un amor sanador que lo impregna todo. A veces buscamos grandes armas, grandes victorias, grandes rebeliones… No hay rebelión mayor que dejarse guiar sólo por el amor.

El amor que perdona al que nos ofende y persigue. El amor que da la vida por el otro. El amor que me lleva a ser responsable con mis tareas y obligaciones. El amor que me impulsa a ser el servidor en casa y a no exigir más de la cuenta. El amor que toma las decisiones más importantes de mi vida. El amor que mantiene viva la esperanza y nos lleva a asumir compromisos, tareas y misiones arriesgadas.

Pueden meternos presos, arrinconarnos, intentar silenciar nuestras voces, mandarnos a lugares lejanos, despreciarnos y mofarse de nosotros. En algunos casos, puede hasta costarnos la vida. Pero el amor no se encadena. Su victoria es segura.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Cómo llevas lo de permanecer? (Jn 15,9-17)

¡Cuánto te cuesta permanecer! Verbo muy bien elegido por Jesús hacia sus apóstoles. Acababan de pasar por la cruz, ahora disfrutaban de la resurrección, pero en breve se despedirían de Él para siempre. Permanecer es un verbo de despedida. Como el amado que le dice a la amada, justo antes de partir, que le espere, que volverá. Como el que se queda en la sala de cine cuando la película termina, porque sabe que tal vez, en los créditos o en la última pieza musical, se esconda algo bueno que el director ha reservado a los que no salen con prisa y quieren saborear lo visto.

Te cuesta permanecer. Pero puedes. Tú estás acostumbrado, acostumbrada, a que las cosas que quieres y desean suceden pronto. La espera se ha vuelto casi un sustantivo vacío de significado en este tiempo de tarifas planas, de fibras ópticas, de un mundo a golpe de click. Además, eso de no experimentar el bienestar, el placer, la felicidad… y darse un tiempo de incógnita, de paréntesis… como que no va contigo.

Pero Jesús te llama a permanecer. El amor y la felicidad, ayer y hoy, no son ingredientes amigos de la fast food. Al contrario, el amor y la felicidad son más de puchero y fuego lento. No te agobies. Jesús está contigo, cuenta contigo. ¡Te ha elegido! Sí, aunque no sepas muy bien por qué… te ha elegido. Sólo te pide que no te vayas, que no cedas a la tentación de buscarte en otros lugares más llamativos, más atractivos… y más tramposos.

Si permaneces, tienes la eternidad asegurada. Y una vida, aquí, plena. No se puede pedir más.

Un abrazo fraterno

Al Señor no le cansa que le digamos TE AMO

Aprender las cosas de memoria está muy devaluado hoy en día. Aquellos que aprendimos oraciones a golpe de memorizarlas y que sacamos notazas en exámenes a golpe de sabernos la lección al dedillo… sabemos que, aunque es verdad que las cosas hay que razonarlas y encontrarles el sentido, no es malo saberse unos cuantos principios de manera automática. Hoy leyendo el salmo me he acordado de esto.

Voy a intentar repetirme estas palabras del salmo cada mañana, incluso en cada bendición de la mesa, en cada oración de la noche con mis hijos… No creo que haga ningún mal, tal vez lo contrario:

«YO TE AMO, SEÑOR; TÚ ERES MI FORTALEZA;
SEÑOR, MI ROCA, MI ALCÁZAR, MI LIBERTADOR.»

Es una declaración de amor en toda regla. ¡Y lo dice de manera expresa! Si yo fuera el Señor, me encantaría que me lo repitieran muchas veces: yo te amo, Señor…

Mi fortaleza, donde vivo bajo su protección; donde bajo sus muros me siento seguro.

Mi roca, donde edifico aquello que soy, mi vida, mis sueños, mi familia, lo mejor que tengo.

Mi alcázar, inexpugnable en las batallas duras de la vida, inalcanzable para el enemigo.

Mi libertador, Aquel que dio su vida por mi, que me recogió del fango, que sanó mis heridas, que murió en la cruz por mis pecados.

Empiezo el día, repitiéndolo de nuevo. Y mañana lo comenzaré igual…

Así sea.