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Adviento en familia – Día 4 – Un festín de postín

Para los que hemos visto la película «La bella y la fiesta» es fácil imaginarse un banquete en condiciones. Aún cuando estamos en un lugar desconocido, oscuro y poco amigable; aún cuando pensamos que nada puede ir bien, una pequeña luz es capaz de sentarnos a la mesa y darnos un festín de postín.

¿Qué hay de aquel niño al que se le salen los ojos de las órbitas al ver una mesa bien puesta, llena de cubiertos refinados, copas de fino cristal, bandejas de plata, manteles de hilo y repleta de manjares diversos y suculentos? ¿Dónde lo hemos dejado?

Dar de comer a alguien, ofrecerle un gran banquete, siempre ha sido una de las imágenes idóneas para expresar la felicidad, la fiesta, la sobreabundancia, el gozo. El banquete no es una cenita, ¡es más! ¡Desborda!

El Señor Jesús, que llega en la noche, viene para amarnos de esa manera: desproporcionadamente, desmesuradamente. ¿Preparado para sentarte a la mesa?

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 3 – Mirada de niño

Cuando uno viaja de noche no puede ver nada afuera. La oscuridad lo envuelve todo y, ya sea en coche, en avión o en tren, las luces artificiales de las que nos servimos reflejan una realidad que no es la verdadera tras los cristales. Un viaje a oscuras es, ciertamente, aburrido.

Cuando la luz comienza a aparecer, sobre todo con la encantadora timidez del amanecer, es conveniente que estemos despiertos, que nos hayamos deshecho ya de todo rastro de legañas y que, con mirada de recién nacido, nos dispongamos a maravillarnos ante el milagro del «despertar» del mundo. Esa mirada no se consigue con ejercicios, con libros, con estudios, con títulos, con dinero… No es una mirada que uno consigue sino que es algo que Dios regala.

Cuántas veces viajamos a oscuras, ¿verdad? ¿Eres capaz de asombrarte ante el milagro que llega o la luz te molesta?

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 2 – La alegría del viajero

Viajar siempre es salir de uno mismo y abrirse a la novedad, a la sorpresa, al descubrimiento. Y eso provoca en el interior del viajero una alegría profunda que motiva y sostiene la marcha. Son las ganas de encontrarse con algo que desconoce, de llegar a lugares nuevos y pasearlos, de ir al encuentro de seres queridos y algo distantes…

La alegría, como nos recuerda el salmo de hoy, es signo distintivo del Adviento. La tristeza, la apatía, el enfado, la pereza, la desesperanza… nunca nos llevan a Belén, porque nunca nos ponen en marcha hacia ninguna parte. Si hay alegría podremos subir montes y atravesar dificultades en el camino; si no la hay, no seremos capaces ni de hacer la maleta.

¿Es la alegría un catalizador de la fe o es fruto de ella? ¿Tú cómo andas de alegría? Estás a tiempo.

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 1 – Salimos de viaje

No sé si a ti te pasa pero a mí sí. La noche previa a un viaje importante duermo mal. ¿Por qué? Creo que tengo miedo de no levantarme a tiempo y que se me pase la hora, que pierda el avión, que me llamen para decirme que el taxi ya está abajo, que se me escape el tren… Tengo miedo de que el viaje no comience con buen pie.

Hoy comienza el Adviento y, con él, un viaje maravilloso llamado Año Litúrgico. Leo las lecturas antes de asistir a la Eucaristía y veo que mi sentimiento es, exactamente, el que nos pide Jesús: deseo de que no pase el Señor sin enterarnos.

¿Te imaginas que hoy pasa Jesús por tu lado y te enteras, al rato, cuando te lo dicen otros? Imagínatelo y me cuentas.

Un abrazo fraterno