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Pasa Dios y te lo pierdes… (Tesalonicenses 5, 1-6. 9-11)

Una de las cosas que más me preocupa en la educación en la fe de mis hijos es que, por alguna razón, sin querer, alguno crezca temiendo a Dios. Justicia, sí. Temor de Dios, sí. Verdad, sí. ¡Pero no miedo! La lectura de Pablo de hoy es preciosa. El Señor no nos ha destinado al castigo sino a la salvación… Miedo, nunca. 

ESo sí: vivamos despiertos. Eso no quiere decir «alerta por si…» o como oí alguna vez, «no vaya a ser que me muera mañana y me vaya al infierno…» Yo lo entiendo precisamente al revés: el día de salvación del Señor puede llegar en cualquier momento y si te pilla dormitando te lo pierdes.Ha llegado la salvación a tu casa (ábrele la puerta)

Hoy es fácil vivir anestesiado. Tal vez es el problema más grave de la sociedad occidental en la que vivo: vivimos acomodados, a medio gas, drogados… por el ruido, las cosas, la tecnología, el bienestar, el desarrollo… Cosas, muchas de ellas, que no son malas en sí mismas pero que no han convertido en personas flojitas, semiconscientes, débiles, adormecidas… Así es difícil que nos enteremos de la llegada silenciosa de la Salvación de Dios. Su llegada no viene precedida de tambores ni trompetas. No avisa. Simplemente llega y pasa.

¿Cómo podemos estar preparados? Pablo da alguna pista también:

Ayudándonos unos a otros. Una de las mejores maneras de estar despierto y atento a la llegada de Dios es sirviendo al prójimo. A veces el cansancio prende pero el Señor sigue dando fuerzas. Gastar mi tiempo en otros, andar metido en mil proyectos, ayudar a las familias del cole, hablar con ellas, buscar soluciones para todos… Conectarme a las RRSS y hablar con personas, lanzar mensajes de optimismo, de esperanza… Gastar tiempo con mi familia, también con aquellos con los que no estoy bien… Tocar a los pobres, estar con ellos, hablar con ellos…

Orando. Una vida plena de oración, lectura de la Palabra, participación en la Reconciliación y la Eucaristía, seguimiento da la vida apostólica del Papa, escucha de sus enseñanzas, vida comunitaria, corrección fraterna… ¡Antídotos ideales contra el sueño!

Hoy puede ser el día. No puedes dejar pasar a Dios como si nada. ¡Vigila! Tu oportunidad está cerca.

Un abrazo fraterno

Salmo 49 a propósito de Haití

Recitando el salmo 49 me llena de verdad su final. Eso que dice Dios acerca de que los sacrificios le honran pero que sólo el recto encontrará la salvación. Qué matiz. Dios y sus matices. Los sacrificios… no están mal aunque lo que de verdad importa es escuchar y hacer realidad la Palabra de Dios para mi. No es tanto estar preocupado en no ofender a Dios e intentar agradarle con «cositas» como luchar y esforzarse en cumplir su voluntad para mi vida, en conocer mis dones, en ponerlos al servicio, en seguir mi vocación, ser feliz y construir, de esta manera, un mundo mejor.

Y me viene muy a cuenta con lo que está pasando en Haití. Todo estos días vemos cómo todos los Estados se esfuerzan en mandar ayuda, medicinas, alimentos, recursos… Es el momento de ayudar nos dicen los gobernantes y las organizaciones. Y es verdad. Hay que ayudar y hacer lo que uno pueda. Pero ¿qué pasaba antes? ¿A quién le importaba uno de los países más pobres de la tierra? ¿Cuánto nos preocupamos de colaborar en que esos países salgan adelante? ¿Qué hicimos antes por esa gente? Un terremoto no es culpa de nadie, es una catástrofe pero ¿qué responsabilidad tenemos todos en sus consecuencias demoledoras? Veo con asombro cómo en terremotos de mucha más magnitud en EEUU o en Japón… los edificios ni se inmutan y no hay casi muertos. En Haití es como si la misma Nada de la historia interminable hubiera pasado por Puerto Príncipe.

Da que pensar.

Un abrazo fraterno

¡Jesús, ten compasión de mi!

SABERSE CIEGO
QUERER VER
GRITAR PIDIENDO AYUDA

Esos tres pasos son los pasos de una secuencia de sanación. Uno no llega a cualquiera sin haber pasado por los anteriores. Y uno no se cura sin haber completado los tres.

El primer paso acarrea el sufrimiento de saberse débil, vulnerable, herido. Ese sufrimiento no siempre es asumido ni deseado y preferimos vivir ciegos pero convencidos de que esa ceguera no es tal, nos autoconvencemos de que somos felices, de que todo va bien y de que las cosas que a uno le pasan no son para tanto. La máscara de la fortaleza se hace fuerte en nosotros. Empezamos a dejar de ser lo que somos. Y perdemos la oportunidad de comenzar el camino de nuestra propia felicidad verdadera. Empezarlo es de valientes, de rebeldes, de vivos. Duele. Y el ruído de la caída del castillo de naipes es ensordecedor…

El segundo paso no es menos complicado: querer cambiar, quere ver, estar sediento de otra cosa… ¡de otro yo! ¡de mi! No basta con darse cuenta de que estamos ciegos. No basta. La trampa de este paso es enorme: ser consciente de mi herida, de aquello que no me deja ser yo pero no darle demasiada importancia: al fin y al cabo así he vivido mucho tiempo y tampoco es para tanto. Es el engaño de una consciencia mediocre, de una satisfacción complaciente. ¡Qué valiente soy, he emprendido este camino y he descubierto mis heridas! Pero querer otra cosa implica dejar tanto, abandonar tanto, cuestionar tanto… Adormecemos nuestra sed con pastillitas de efecto rápido. Seguir es de valientes. Ya no hay marcha atrás.

Y llegamos al último paso pero decisivo: pedir ayuda. Yo me sé ciego, yo quiero dejar de serlo y es mi fe la que me salvará pero, tal vez, muchas veces, necesito de ese alguien que me pregunte, que me cuestione, que me confronte, que me acoja, que se pare a mi vera, que me refuerce, que me suscite, que me acompañe, que crea en mi, que me ayude a creer que la curación es posible. Es el momento de gritar, de ¡¡¡grrriiiitaaaaaaaaaaaaaaaarrrrrrrrrrrrrrr!!! Muchos se creen que pueden solos. ¡Claro que la llave de curarse la tiene una mismo pero no siempre podemos solos!

¡Vaya ruta! ¡Vaya sendero! ¡Vaya tela tiene esto de curarse la heridas! ¡Y luego la gente se va a hacer «puenting»! ¿De verdad hay algo más emocionante, vertiginoso y acojonante (con perdón) que esto?

Un abrazo fraterno

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