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Solos en medio del lago (Mc 6,45-52)

He leído el Evangelio de hoy varias veces, para intentar captar algo más allá de lo de siempre. Cosas que le dan a uno de vez en cuando… Y me fijé en un detalle que, hasta ahora, me había pasado desapercibido.

Venimos de la multiplicación de los panes y los peces. Los discípulos tienen que estar extrañadísimos. Como diríamos hoy, «lo tienen que estar flipando». De cinco panes y dos peces, de una situación de aparente precariedad, acaban recogiéndose canastos con las sobras. Impacto total. Jesús, que conoce muy bien (porque lo ha aprendido de su madre) que las cosas de Dios deben ser pasadas por el corazón, apremia a los discípulos a adelantarse en la barca. O sea, el propio Jesús, de alguna manera, les invita a vivir una experiencia de silencio, de rumiar lo vivido, de encontrar sentido a lo que había pasado,, de situar su propia figura en sus vidas… Dios nos procura también experiencias de soledad, de desierto, de dificultad…

¿Y qué sucede en ese tiempo? Que sobreviene la tempestad y que es sólo la presencia de Jesús la que, sin intervenir directamente, nos llena el corazón de ánimo, de esperanza, de fe. Con Jesús en medio, todo es posible. Jesús calma, multiplica, sostiene, fortalece, nos lanza a la comunidad y, en ella, nos invita a asumir riesgos, sabiendo que Él siempre está ahí, aunque a veces no lo reconozcamos y lo confundamos.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

La barca y el mar. La oración y el miedo. (Mt 14,22-36)

El agua en la Biblia, para los judíos, no significaba lo mismo que para nosotros hoy. Lejos de ver en el agua del mar un lugar de reposo, de baño, de vacaciones, de playa y relax, de diversión… los judíos llenaban al mar con malos augurios, peligros, muerte. Por eso la escena de la barca y de Jesús tiene mucha más enjundia que contemplar un milagrito de un Jesús mago que camina sobre las olas.

Si nos fijamos en Jesús, la conclusión es clara: Él es aquel que es capaz de vencer a la muerte, de no caer en sus terribles y definitivos tentáculos. Él es quien vence al mal y a la oscuridad. Él es el Hijo de Dios, el Mesías esperado. Si nos fijamos en los apóstoles, pues vemos en ellos a todos nosotros. Vivimos en medio del mal y somos tentados por ella. El mal y el sufrimiento está presente en nuestras vidas y hacen temblar nuestros principios, nuestra fe y nuestra esperanza. Sólo cuando somos capaces de acudir a Jesús, encontramos la victoria definitiva sobre esa realidad oscura.

Me quedo con dos palabras, con dos detalles: ORACIÓN y MIEDO.

Jesús reza solo un buen rato. Él es Hijo de Dios y ese ser Hijo está sustentado por la relación estrecha, íntima y especial que Él tiene con su Padre. ¿Cómo vamos en la oración? ¿Tenemos esos 10-15 minutos diarios para crecer en nuestra relación de hijos con el Padre? ¿No hemos descubierto todavía que la oración es lo que nos da la fuerza de lanzarnos ahí afuera y no sucumbir a la fuerza de «vientos y mares»?

Y el miedo de Pedro, que es nuestro miedo. El miedo propio de aquel que, aún sabiendo quién es Jesús, le da demasiado poder al mal, como si hubiera alguna posibilidad de que ganara la partida. El miedo de perderlo todo. El miedo a arriesgarse por ir donde Jesús. Eso lo vivimos todos los miedos. ¿Cuántas cosas nos paraliza el miedo? ¿Cuántas cosas dejamos de hacer, en cuántos proyectos dejamos de implicarnos, cuántos riesgos dejamos de asumir por miedo a que, pese a ser de Dios, salgamos vencidos del envite?

Escena sugerente la de hoy. No la desperdicies.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Por tu palabra, echaré las redes (Lc 5, 1-11)

Termina el Evangelio de hoy diciendo que aquellos pescadores lo dejaron todo y se dispusieron a seguir a Jesús. Es algo que impacta y llama la atención, sin duda. A uno le gustaría tener esa decisión. Pero hoy me gustaría hacer que mi oración girase con algo que sucede antes de ese «dejar».

Cuando Jesús le pide a Pedro que lleve la barca mar adentro y eche las redes de nuevo le está pidiendo algo que carece de sentido humano. Pedro es pescador experimentado, Jesús no. Pedro acababa de llegar de faenar toda la noche. Lo De Jesús parece un farol propio de quién pretende saber sobre lo que no tiene ni idea. Pero Pedro… lo hace. Es tal vez esta actitud la clave del seguimiento. Puede que luego sea más fácil seguirle cuando ya has tenido muestras de su «poder» pero al comienzo, cuando la propuesta no está llena de mucha lógica… hay que ser tremendamente humilde y tremendamente «loco» para llevar a cabo lo que Jesús propone.

Nosotros nos cargamos de razonamientos y seguridades y pretendemos darle a todo ese cariz de lógica humana que, muchas veces, echa por tierra aquello que Jesús nos propone para darnos el empujón definitivo. Debo ser humilde y reconocer que, con Él, se puede obrar el milagro.

Un abrazo fraterno

No hay temor en el amor (1Jn 4, 11-18)

Una de las bases del amor es la confianza. Quién confía, no teme. Quién ama, no teme.

Estos últimos días llegaron a mi poder unos mp3 de momentos radiofónicos en los que, tras ponerse en contacto una novia con los responsables del programa, una de las chicas del programa llamaba al novio haciéndose pasar por una interesada en él. El objetivo es «poner a prueba» la fidelidad del novio en cuestión. El que ama no pone a prueba. Es tremendo pensar en parejas que funcionan con esas dinámicas… Funcionan desde el miedo: miedo al compromiso, miedo a la ruptura, miedo a la infidelidad, miedo a la convivencia, miedo al futuro, miedo al amor, miedo a…

El amor de Dios tampoco se debe poner a prueba. Yo intento no hacerlo aunque la barca se mueva y el temporal azote. Sé que Él está aunque a veces me parezca un fantasma y sólo intuya su sombra de niebla. Intento no ponerlo a prueba en mis oraciones, en mis deseos… Él me ama. Ama al mundo. «No temáis, soy yo»… Para alguien con tantos miedos como yo, la Palabra de hoy es perfecta…

Un abrazo fraterno

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