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Tu casa y tu reino durarán por siempre (2Sm 7, 4-16)

Las lecturas de hoy no son de esas que me cambian la vida. Al menos no hoy; ¿quién sabe si para la próxima? Pero lo cierto es que me han traído a la mente y al corazón una realidad a veces desdeñada o, simplemente, no tenida en cuenta: mi historia no comienza conmigo.
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Cuando uno lee estos pasajes en los que se cuenta la historia de David, de José, etc. uno percibe que, igual que la historia de Jesús comienza mucho antes en el pueblo de Israel que aquella noche en Belén; la historia de uno, la mía, también comienza mucho antes, en el devenir de mis antepasados y con la mano tierna de Dios que ha ido llevando silenciosamente a todos los que me precedieron para que hoy yo pueda ya, por mi mismo, tomar decisiones y ser quién soy.

La sensación de que mi historia es mía me ha proporcionado siempre cierto placer egocéntrico no exento de sana satisfaciión al considerarme la pieza clave de mis propias decisiones, de mis ideas, de mis valores… Pero descubrir que más allá de esto mi historia no me pertenece por completo es también trascendental. Los proyectos de Dios no manejan nuestras fechas ni nuestros tiempos. Mi historia no es sólo mía, en la historia de mi casa. Y en eso seguimos…

Un abrazo fraterno

El Señor es la roca (Is 26, 1-6)

No consiste en rezar mucho sino en tener a Dios como centro de discernimiento familiar. Toda decisión, toda motivación, toda acción orientada a lo que pensamos y creemos es su voluntad. Es construir sobre roca.

Porque vienen vientos y lluvias. Porque cada etapa trae alegrías y dificultades. Porque ser padre es complicado. Porque la convivencia a veces es difícil. Porque los trabajos hay días que son insoportables. Porque no siempre uno está contento con uno mismo. Porque hay cosas que parece que nunca van a salir. Porque la casa se mueve. Sí, se mueve. Y se moverá. Y no hay que asustarse. Es la vida. Lo importante son los cimientos. Nosotros creemos irlos construyendo de buen material. Y por ahora nos va bien…

Un abrazo fraterno