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Paja, vigas y otros elementos de destrucción fraterna (Lc 6,39-42)

A mí me cuesta ver mis cosas, aunque cada vez soy más consciente. Esta consciencia sobre mi manera de relacionarme, mis errores, mis estilo comunicativo y, a veces, los daños producidos… se la debo a personas que, con cariño, me han ido diciendo lo que sienten cuando se encuentran con mis juicios y tonos en determinadas situaciones. Y he ido creciendo.

Siempre soy muy exigente con los que me rodean. Siempre pienso que las cosas se pueden hacer de otra manera, normalmente a mi manera. Y eso desgasta mucho alrededor, me doy cuenta. A veces no lo puedo controlar. Otras veces sí. Siento que el camino emprendido hace año, de tomar conciencia de mis «vigas» va dando su fruto.

Una pajita es suficiente para destruir. La mueves muchas veces en el ojo ajeno y dejas a la persona ciega. Una «viga» te impide ver la realidad y, si no te la mueven, te acostumbras a ella y piensas que el mundo es así, tal cual tú lo ves.

Jesús nos invita a dejarnos quitar nuestra «viga» y no agitar las «pajitas» ajenas. No seamos tan duros hacia afuera. No nos pongamos como ejemplo de nada. No sea que nuestra viga nos hunda en la profundidad oscura.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

La esperanza no es el jarabe de los ingenuos – I Viernes Adviento 2018 – (Is 29,17-24)

No es fácil mantener la esperanza. Porque la esperanza no es el jarabe de los ingenuos ante un mundo que decepciona. Es algo mucho más complejo. La esperanza no es la espera en la antesala del teatro, aguardando que la magia del escenario transforme mi tristeza en alegría. La esperanza no es el orfidal de quién no puede dormir, asediado por agobios y preocupaciones. La esperanza no adormece, ni calma. No es la droga de los creyentes.

La esperanza se sustenta en la fe en Jesús, en ese Jesús que nació débil, abandonado y rechazado en Belén; en ese Jesús que se pasó treinta años en su pueblo aguardando su momento; en ese Jesús que se puso en camino y lo dejó todo para llevar la Buena Noticia del Reino a los más pobres y marginados; en ese Jesús que, con su testimonio de amor, puso contra las cuerdas a los poderosos y sabios; en ese Jesús que cuando vislumbró el final que le acechaba decidió mantenerse fiel a su vida; en ese Jesús que abrazó la cruz sin odio. La esperanza se sustenta en la fe de Jesús Resucitado.

«Aquel día, oirán los sordos las palabras del libro;
sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos.
Los oprimidos volverán a alegrarse en el Señor,
y los pobres se llenarán de júbilo en el Santo de Israel;
porque habrá desaparecido el violento, no quedará rastro del cínico;
y serán aniquilados los que traman para hacer el mal»

Llegará el día en el que el hombre, cada hombre y mujer, reconocerá a Dios. Cuando nos atrevamos a mirar alrededor y nos dejemos seducir más por el amor que por el poder, más por la bondad que por la ambición. Llegará ese día. Y el Adviento debe alimentar la esperanza de que el poder de Dios, de que su Encarnación, ha insertado de lleno en la historia la levadura buena que hará fermentar toda la masa. Los tiempos de Dios no son los nuestros. Y seguimos viendo masa a doquier, y mal, y odio, y guerra… Pero no caigamos en la trampa. El marketing del maligno es poderoso pero no puede evitarnos reconocer los pasos que la humanidad ha dado también hacia Dios.

Estamos ciegos. Seguimos ciegos. Y el que llega es el único capaz de sanarnos, de sanarte, de sanarme. Un ciego menos es una victoria. Un ciego menos es un buen rayo de luz para el mundo. Señor, hoy te pido, ¡quiero ver!

Un abrazo fraterno – @scasanovam