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No se da lo que no se tiene (Ez 2,8–3,4)

Cuántas veces nos habrán oído los jóvenes catequistas de nuestros grupos Calasanz eso de «no se da lo que no se tiene». ¿Por qué nos lo oyen tanto? La respuesta la da hoy el profeta Ezequiel.

Es difícil ser testigo de algo que no se produce día. Es difícil hablar de Dios sino se habla con Dios. Es difícil generar comunidad si no es parte de la misma. Es difícil evangelizar si uno no es evangelizado continuamente. Es difícil acompañar si no se es acompañado… Y así hasta el infinito. Esto de ser francotirador de la fe y lanzarse a hacer apostolado (en las mil vertientes posibles) sin tener detrás una comunidad cristiana, sin tener una vida de oración intensa, si formarse continuamente, sin buscar ratos para Dios, sin revisar la propia vida de vez en cuando… como que no sirve mucho. Porque tarde o temprano serás tú el que está en el centro de tu propio mensaje, y no Dios. Tarde o temprano generarás afectividades insanas. Tarde o temprano caerás en incoherencias curiosas. Tarde o temprano, abandonarás. No sirve.

Todos tenemos alma de profeta. A todos se nos envía a hablar, a evangelizar, a comunicar la buena nueva maravillosa de que Jesucristo está vivo entre nosotros, de que te quiere con locura y de a su lado, tu vida, cambia para siempre. No podemos afrontar esa misión desde la insolencia, desde la soberbia, desde la soledad. Antes hay que «tragar» y alimentarse con todo aquello que luego dará sus frutos. Si ese alimento, sin el alimento de la Palabra, de los sacramentos, de la comunidad, de la oración… somos malos profetas, mediocres seguidores, enviados incapaces.

Un abrazo fraterno – @scasanovam