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Quiero el corazón de María (Lc 2,41-51)

Ayer el Sagrado Corazón de Jesús y hoy el Inmaculado Corazón de María. Parece que estoy oyendo a Anne Igartiburu diciendo eso de «corazones»… El caso es que si unas cuantas tenemos que acoger del corazón de Jesús, el de María no le va a la zaga.

Nos encontramos con la lectura famosa de la pérdida de Jesús a sus 12 años y de la regañina que le cae cuando sus padres lo encuentran en el Templo. Me imagino los nervios y la tensión en los rostros angustiados de esos padres, busca que te busca, haciendo el camino al revés buscando al ya casi adolescente Jesús. Y la reacción de este ante el rapapolvo no deja de ser desconcertante. Y aquí viene el punto.

El corazón de María es un corazón abierto a Dios, desde siempre, lleno de gracia pero, a la vez, un corazón acostumbrado a sufrir, acostumbrado a no entender, acostumbrado a lo desconcertante de su querido hijo que, más de una vez a lo largo de su vida, es capaz de dejarla sin palabras, sin saber qué decir. No estamos tan lejos de María en esta experiencia de encontrarnos muchas veces con «lo desconcertante de Dios» o, tal vez, con nuestra humana incapacidad para lograr entender. Y debemos de aprender de María el ser capaz de guardar en su corazón sin perder ni un ápice de fe.

María sabía bien quién la había elegido. Se sabía amada y querida. Y conocía a Dios a través de un hijo que se lo iba desvelando cada día. Y supo vivir como testigo de primera fila del sorprendente actuar del Señor. Ojalá nosotros, como ella, también sepamos. Ojalá se nos conceda ese don.

Un abrazo fraterno – @scasanovam