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Hacer crecer (1 Cor 3,1-9)

Cuando nuestros niños son pequeños, vamos al pediatra y llevamos un control preciso de su crecimiento. ¿Cuántos centímetros ha crecido? ¿Cuántos kilos ha engordado? Se percibe la necesidad de que el desarrollo sea correcto y de que en esas primeras etapas de la vida, todo vaya bien. Nuestra labor como padres se limita a QUERER y HACER CRECER. Prácticamente a eso nos dedicamos los primeros meses de la vida de nuestros hijos.

Y es que HACER CRECER es fundamental. También en lo espiritual. Y de eso nos habla hoy San Pablo. Porque como cristianos estamos llamados a hacer crecer. ¿El qué? A Dios. Hacerlo crecer en nuestro corazón. Hacerlo crecer en nuestra vida. Hacerlo crecer en el mundo. Ayudar a que otros lo hagan crecer en sus circunstancias.

Hacer crecer implica algo muy bonito de lo que me he dado cuenta con el ejemplo de los niños. Ya existe lo que tiene que crecer, la vida, el cuerpo del pequeño. Igual que ya existe Dios dentro de cada uno y ya existe y está presente en la Historia, en pasado y en el presente que nos toca vivir. Nosotros no generamos el Espíritu, la vida que de Él procede. Nuestra tarea es darle espacio, darle juego, darle salida. Ojalá lo consigamos.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

 

Como la tierra no era profunda (Marcos 4,1-20)

Sin tierra profunda no hay siembra que valga. Es algo constatable. Parece que la semilla llegó a buen puerto pero finalmente se sale y se pierde.

Tengo que claro que uno de los principales esfuerzos a hacer no es tanto sembrar como ayudar a que las tierras tengan la profundidad suficiente para recibirla adecuadamente. Empezando por mi, muy dado a consumir experiencias y no siendo traspasado por algunas de ellas. He mejorado mucho en este campo y he aumentado mi silencio interior y mi capacidad de sana soledad interior y exterior.

A veces nos pensamos que las cosas deben hacer mella y no entendemos por qué la gente es tan volátil. Bueno, aquí está la respuesta. Tierras poco profundas… y eso no depende de Dios ni de hablar mucho de él… Eso tiene relación con el crecimiento personal, la madurez y la capacidad para conectar con uno mismo y sus emociones.

Un abrazo fraterno

Al ponerse a prueba vuestra fe, os dará constancia (St 1, 1-11)

Yo tiendo a pensar que no soy una persona constante. Muchos de los proyectos que emprendí o de las tareas que inicié se han quedado en el camino y, en los últimos años, he ido creyéndome que era una persona con una floja fuerza de voluntad y, sin duda, sin el don de la constancia.

Pero en este ratillo de oración, y después de revisar mi historia, creo que no es así. Tal vez es en lo pequeño, en lo menudo, donde flaqueo más pero en los pilares de la vida me descubro fuerte y constante. Tal vez soy incapaz de ir al gimnasio más de 1 mes seguido o de seguir una dieta más de dos pero lo cierto es que soy constante en mi crecimiento personal, en mi crecimiento espiritual, en mi relación de pareja, en la gráfica de mi vida… No sé si esta constancia es resultado de muchas «puestas a prueba». Creo que no. Aunque cada día es un examen. Cada día podría decidir otra cosa pero sigo apostando por aquello que creo de Dios para mi y de mi para los demás.

Un abrazo fraterno

Yo me imaginaba… (2Re 5, 1-15a)

macarrones_3.jpgA mi eso me pasa muchas veces. Vivo por adelantado muchas cosas y me hago unas expectativas e ilusiones que, a veces, después no se cumplen. Recuerdo cuando era más pequeño e iba al cole y mi madre me decía por la mañana que iba a haber macarrones para comer. Me pasaba toda la mañana en clase soñando con esos macarrones que me iba a comer y, claro… ¡pobre de mi madre como se le ocurriera cambiar la comida ya que entrar en casa y no recibir el olor adecuado era para mi dramático y me estropeaba las siguientes horas de mi día!

He crecido bastante en este aspecto. No porque haya dejado de adelantar situaciones sino porque, al menos, cuando las cosas no salen cuando esperaba no se me estropea el día. ¡Ya es bastante!

Un abrazo fraterno

Habitará el lobo con el cordero (Is 11, 1-10)

Yo no sé si algún día veré a un lobo y a un cordero acurrucados bajo una higuera ni sé si se acabarán las guerras o ellas acabarán con nosotros. No lo sé. No me tomo la profecía por ese lado. Yo hoy quiero leerla en lo personal. Porque en mi conviven un lobo y un cordero, porque yo soy lobo y cordero y entre ellos tampoco se llevan especialmente bien. Uno le reprocha al otro muchas veces su existencia y no siempre sale el adecuado en el momento preciso.
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En este Adviento quiero profundizar por aquí y seguir dando pasos en mi crecimiento. Aceptando a mi lobo y a mi cordero. Ambos soy yo. Y ninguno va a desaparecer de escena. El lobo hace falta cuando de supervivencia vital hablamos, de energía, de contundencia, de rapidez, de agudeza, de realismo… El cordero hace falta para dulcificar, para apaciguar, para dejarse guiar, para dejarse corregir, para ser feliz con lo pequeño…

Esperar la llegada de Cristo es preparar bien el pesebre donde va a nacer. Y ese pesebre soy yo. Yo soy su casa. Y tengo que tenerla lo mejor posible. Por eso es importante crecer. Por eso es importante el lobo y el cordero. Por eso es importante trabajar para que ambos habiten juntos…

Un abrazo fraterno

Cuidaos vosotros mismos (Lc 17, 1-6)

El fin de semana ha sido de trabajo y convivencia. Y hubo momentos álgidos y alegres, plenos, y otros tremendamente oscuros e inquietantes. Y digo inquietantes no tanto porque la situación sea especialmente desconcertante, que también, sino por mi dificultad personal de moverme con comodidad en aguas turbulentas, en horizontes poco definidos, en la inseguridad de la falta de claridad.

Y siento que he crecido en lo personal. ¿Por qué? Porque en la misma situación, hace algún tiempo, habría surgido un Santi líder, hablador, vomitador de propuestas, de apariencia fuerte y optimista, de creatividad ficticia. Este fin de semana no ha surgido ese Santi. He descubierto un «yo» capaz de plegar velas, de asumir un perfil bajo, con la necesidad absoluta de guarecerse en sus lugares de crecimiento, siendo fiel a la misión pero no por entusiasmo ni apetencia sino más bien por fidelidad y confianza en lo escuchado un día. He descubierto un «yo» silencioso, buscador de soledad. Un «yo» al que no le servía cualquier para estar, al que no le servía cualquier cosa con tal de disfrutar.
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A veces tengo cierta inseguridad cuando hablo de estas cosas. Pienso: ¿será verdad esto que digo? ¿Estaré creciendo de verdad? ¿Lo demás también lo perciben o es pura imaginación y autoconvencimiento personal? Tal vez aún me queda mucho pero lo cierto es que me siento bien por estos descubrimientos personales.

Suelo tender a evitar situaciones de oscuridad. Lo cierto es que estoy comprobando que, pese al dolor y al sufrimiento, me hacen crecer. Es tiempo de cuidarse, de crecer. También para dar pero… mejorando el producto.

Un abrazo fraterno