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Al ponerse a prueba vuestra fe, os dará constancia (St 1, 1-11)

Yo tiendo a pensar que no soy una persona constante. Muchos de los proyectos que emprendí o de las tareas que inicié se han quedado en el camino y, en los últimos años, he ido creyéndome que era una persona con una floja fuerza de voluntad y, sin duda, sin el don de la constancia.

Pero en este ratillo de oración, y después de revisar mi historia, creo que no es así. Tal vez es en lo pequeño, en lo menudo, donde flaqueo más pero en los pilares de la vida me descubro fuerte y constante. Tal vez soy incapaz de ir al gimnasio más de 1 mes seguido o de seguir una dieta más de dos pero lo cierto es que soy constante en mi crecimiento personal, en mi crecimiento espiritual, en mi relación de pareja, en la gráfica de mi vida… No sé si esta constancia es resultado de muchas «puestas a prueba». Creo que no. Aunque cada día es un examen. Cada día podría decidir otra cosa pero sigo apostando por aquello que creo de Dios para mi y de mi para los demás.

Un abrazo fraterno

Yo y el Padre somos uno (Jn 1, 22-30)

Estoy leyendo el famoso libro de Fromm, «El arte de amar». Acabo de terminar la parte del amor a Dios y me ha encantado un trozo en el que habla de esto mismo que dice Jesús: Yo y Dios somos uno. O lo que también viene a contar la primera lectura: Dios está en mi, vive en mi… su Espíritu es mi fragancia, mi estilo, mi gusto… está en mis palabras y en mis actos, en mis gestos y mi mirada. ¿Por qué nuestra mentalidad sigue buscando a Dios fuera de uno, lejos, en un cielo desconocido?

Creo que no nos acabamos de creer que el Espíritu es Dios mismo. Seguimos buscando y rezando al señor de barba con el triángulo en la cabeza. ¡Con lo hermoso que es que alguien descubra a Dios en mi! Eso le pasó a Esteban, y a Bernabé, y a Pablo, y a Jesús… Eso era lo convivente, lo arrolladoramente atractivo, lo cautivador, lo radical, lo brutal… No «hablaban de»… «Eran»…

Un abrazo fraterno