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Adviento en familia: Día 2

Hubiera preferido estar en Madrid hoy. Me gustaría poder celebrar junto a la comunidad la llegada de mi tiempo litúrgico favorito. Pero hoy estoy de viaje de trabajo y tendré que saber celebrar la espera lejos de donde quiero, lejos de aquellos a quienes más quiero. Me quedaré a dormir en casa de un compañero de trabajo. Está en un mal momento. Recién divorciado, con 2 hijos y en pleno escapismo para no pararse delante de su realidad. Ha decidido vivir una vida que no es la suya y sumergirse en una vida imaginaria que, por fuerza, acabará antes o después. Me da pena. Es el anti-adviento.

Yo, mientras, espero y alimento mi esperanza. Y eso me gustaría celebrar hoy. Me gustaría celebrar que intento que mi vida y mis acciones sean trascendentes. Me gustaría celebrar que me planteo la vida mirando a un sitio, a un centro. Me gustaría celebrar que no espero solo y que no camino en soledad buscando al Cristo que nace. Me gustaría celebrar que soy ángel que anuncia que hay luz, que siempre hay luz… que vale la pena buscar. Me gustaría celebrar que cada vez soy más pastor y que me siento cada vez más pobre; viviendo lo importante y librándome de cargas absurdas con las que uno no puede enfrentar el día a día. Me gustaría celebrar que deseo a Jesús en mi casa.

Hoy Jesús vuelve a recordarme en el Evangelio que me llama a seguirle. Y me cuestiona la respuesta de los pescadores incultos: sin rodeos, sin cálculos, sin prosycontras…

Hoy tengo una familia por la que orar, la tengo delante. Y eso también es parte del Adviento. Esperanza en que la luz y la paz de Jesús calmen los corazones y sanen las heridas de todos ellos. Sé que no es mucho por hoy pero no soy capaz de nada más.

Un abrazo fraterno