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Evangelio para jóvenes – Domingo 3º de Cuaresma Ciclo A

Me encuentro con mucha gente a lo largo de un día. Cuando me cruzo con alguien suelo preguntarle qué tal está. La respuesta común es «bien». Tenemos miedo realmente a poner nuestra vida en cuarentena, a descubrir y a aceptar que no siempre estamos tan bien como decimos. Si tiro un poco de la lengua, a la segunda o tercera pregunta, empiezo a comprobar que las personas empiezan a abrirse. Es como si necesitaran comprobar que realmente quieres saberlo y que no les vas a dejar en la estacada a media respuesta. Y ahí, en ese instante, empieza a descargar el peso con el que caminan. ¡Qué importante acompañarnos y encontrarnos! Escuchemos el Evangelio de hoy [Jn 4, 5-42]

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber.» Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.
Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.»
La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.»
La mujer le dice: «Señor, dame de esa agua así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla.»
Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve.»
La mujer le contesta: «No tengo marido».
Jesús le dice: «Tienes razón que no tienes marido; has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»
La mujer le dijo: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.»
Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.»
La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.»
Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo.»
En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.»

Jesús se hace el encontradizo. Busca encontrarse con la samaritana y busca la ocasión de quedarse a solas con ella. La conversación comienza sin muchas pretensiones y, a la vez, con cierta sorpresa: ¿Cómo es que tú te interesas por mí?, parece decir la samaritana, acostumbrada a ser invisible para un hombre judío. No eres invisible para Jesús. Le interesas. Tiene algo que pedirte. Tú tienes algo que descubrir. Poco a poco, mientras el día pasa. Te dejo tres pistas:

  • «Era mediodía» – Jesús también murió alrededor del mediodía. Es la hora en la que sol está más alto y, a partir de ahí, va oscureciendo. Ha llegado la hora cumbre de esa mujer, el encuentro que salvará su vida. A ti también te llegará, si no te ha llegado ya. Jesús te sale al encuentro para dar luz a tu existencia, para ofrecerte la salvación, para rescatarte de una adolescencia, de una juventud, a veces desorientada, perdida, desnortada, en la que te buscas a ti mismo, a ti misma, y no te encuentras. ¿Qué tienes que hacer? Simplemente dejarte encontrar y, cuando llegue ese momento, entrar a la conversación, sin miedo. Porque no va a haber condena sino salvación.
  • «Sed» – Buscas, buscas y buscas… bebes de aquí y de allá. Pruebas esto y aquello. Y, aún así, estás incompleto, insatisfecha, muchas veces. Pones mucha energía vital en tus estudios, en tu trabajo, en llegar lejos y ser alguien en la vida, en el deporte, en la afectividad, en el sexo, en lo que quieres aparentar, en aquello que otros esperan de ti… Piensas que si lo consigues, la felicidad habrá llegado pero… no sientes eso. Tienes sed de eternidad y te conformas con chupitos de buenas sensaciones. Jesús te ofrece otra cosa. ¿Por qué no pruebas en serio? ¿Qué tienes que perder?
  • «Sé testigo» – ¡Todos deben saberlo! ¡Todos deben descubrir a Aquél al que tú has descubierto! No se trata de que les hables de Él sino de que los lleves a Él. No se trata de que te escuchen a ti sino de que se encuentren con Él. Cuando descubres algo bueno, cuando te cuentan una buena noticia, cuando la vida te cambia para bien… ¡no es momento de medir! ¡Es momento de explotar de alegría contagiosa que lleve a otros a preguntarse qué ha pasado? ¿Puede uno encontrarse con Cristo, en la hora cumbre de su vida, saberse salvado y amado y quedarse indiferente? No lo creo. Así que… ¡tienes una tarea! ¡Sé testigo!

Vamos avanzando en la Cuaresma. Se acerca también para nosotros la hora cumbre, el momento de encontrarnos de nuevo con las horas claves del Señor Jesús. Sigue haciendo camino, poniendo tu vida delante de sus manos y pidiéndole que la transforme y la salve.

Un abrazo fraterno y buen domingo.

Santi Casanova

Tiendas del encuentro (Ex 33,7-11;34,5b-9.28)

Que sí, que Dios está en todas partes, lo sé. Pero hay lugares, momentos y personas en los que se nos regala la capacidad de hacerlo presente de otra manera. Esto creo que todos lo experimentamos en nuestra historia de fe. También el pueblo de Israel era consciente de ello. Por eso el relato del Éxodo, que nos habla de la Tienda del Encuentro es tan hermoso.

Miro atrás y descubro las tiendas del encuentro donde me encontré con Dios de manera más evidente, donde el Señor acudió a encontrarse conmigo. La casa de los escolapios de Cercedilla, mi comunidad Betania, la iglesia de S. Jorge en Coruña, mi colegio, mi mujer y mis hijos, mi amiga Pau, las Escuelas Pías… Algún retiro espiritual, alguna conversación, la casa abierta de personas que me quieren, mis clases de Ciencias Religiosas y mis compañeros… Siempre que acudo a recibir el sacramento de la Reconciliación también lo siento especialmente presente… ¿Y los tuyos? Es bueno reconocer esas tiendas que ha habido en tu vida, ponerles nombre. Son espacios, personas y momentos sagrados.

Lo siguiente que me surge en esta oración es: ¿soy yo también tienda de encuentro? ¿Facilito que Dios y otra persona se encuentren a través de mí? ¿Soy espacio para que el verdadero encuentro tenga lugar? ¿Soy mediación o estorbo? Ayúdame Señor a ser lo primero. Tienda que acoge, que se abre para que suceda el milagro.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Tomás y la necesidad de la comunidad (Jn 20,24-29)

Cuando era más joven, dudaba de la necesidad de vivir la fe en una comunidad pequeña. Me llegaba ir a misa los domingos y pensaba que con eso, mis lecturas, mis sacramentos, etc. me llegaba. La idea de compartir con los demás mi fe, mis dudas, mi vida, recibir de ellos una palabra, reconocer a Dios en los hermanos… me resultaba ciertamente cuestionable.

Cuando hoy me encuentro con el pasaje de la aparición del Resucitado a Tomás, recuerdo mi proceso de fe y la importancia de la comunidad en el mismo. Tomás no estaba con la comunidad cuando Jesús se apareció por primera vez. Fuera de la comunidad, se multiplican las preguntas sin respuesta, las suspicacias, los razonamientos, la ideologización de la fe.

Jesús, que sabe de la necesidad de Tomás de «tocarle», podría habérsele aparecido a él y haber zanjado el asunto. Pero la comunidad es el camino privilegiado para el encuentro con el Resucitado. No hay fe sin otros. Eso es ser cristiano. Más que una serie de creencias, dogmas, liturgias, ritos y verdades… el cristiano es aquel que se abre a los otros, que vincula su historia con la de otros y que, en ese abrirse por completo, se encuentra con aquel que fue pura apertura, puro amor, pura entrega.

Señor mío y Dios mío. Esa fue la respuesta de Tomás. Ya no había preguntas, ni dudas, ni pruebas que hacer. Todo se había desvanecido por la fuerza del Espíritu.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El amor, con amor se paga

La suegra de Pedro no es ni siquiera un personaje secundario del Evangelio, es, prácticamente, circunstancial. Sale en este pasaje, el de hoy, y no recuerdo si en alguno más. Gracias a esta referencia sabemos que Pedro estaba casado, que tenía una casa familiar, etc.

Pero siendo un personaje tan poco referenciado, si uno lo piensa, tiene su «aquél». Por lo de pronto, ¿qué pensaría, como suegra, de su yerno, que pasaba últimamente poco por casa y atendía poco a su esposa? ¿Qué pensaría esa mujer de las andanzas, de los viajes y de las elucubraciones sobre Jesús de su querido Pedro, el marido de su hija? Nada se sabe de todo esto. Siendo mujer, por otra parte, poco importaría su opinión. Aunque, bien mirado, siendo mujer, igual captaba también mejor que nadie lo cautivador y salvífico del Nazareno con el que se iba su yerno…

El caso es que contemplo hoy una escena de curación. Esta mujer, la suegra de Pedro, estaba enferma y Jesús entra en su casa y la cura. Contemplo un encuentro personal entre ella y el Maestro. ¡Qué más quisieran algunos! Encontrarse cara a cara con Jesús… No sólo un encuentro sino un encuentro íntimo, en casa, allí donde ella era, precisamente, ella misma. Es ahí donde Jesús quiere encontrarse también conmigo, es ahí, en mi verdad más cotidiana donde quiere sanarme. Jesús sana a la mujer.

Pero lo que hoy me ha llamado más la atención es la reacción de la suegra de Pedro tras ser sanada: se puso al servicio. No cabe otra reacción si el encuentro con Jesús ha sido de verdad. Pienso, incluso, que si no hay esa reacción es que no ha habido encuentro íntimo con el Señor. El amor recibido por Jesús no puede ser pagado más que con amor. No hay otra moneda de cambio. Y un amor que nos lleve a servir a aquellos que ahora necesitan de nosotros igual que nosotros necesitamos al Señor.

Precioso mensaje el de hoy. Ojalá yo, que también me siento amado y sanado por el Señor en esta nueva etapa, esté a la altura del bien recibido.

Un abrazo fraterno

Un encuentro, una llamada y un fuego que me abrasa el corazón: educar

Un encuentro. Eso es lo que nos narra el pasaje del Éxodo de hoy: un encuentro. Tal vez uno de los grandes encuentros de toda la historia sagrada. El Señor sale al encuentro de Moisés, en forma de zarza ardiente inagotable, allí donde él vive su cotidianeidad.

El Señor es un hacedor de la historia de cada uno. ¡Cuántas veces habría pensado Moisés cómo le había cambiado la vida! Él, que era Príncipe de Egipto, salía a pastorear todos los días un rebaño de ovejas que ni siquiera era el suyo, sino de su suegro. Él, que estaba condenado a muerte, fue rescatado del Nilo; él, que pudo haber reinado en el poderoso Egipto, acabó de pastor en medio del desierto. Qué historia… qué vueltas… qué ires y venires tan caprichosos… Y justo en ese momento, cuando más pequeño era, en su cotidiano paseo, tendrá un encuentro que le cambiará la vida. Moisés notó el fuego, su luz, su calor y comprobó que ese fuego no se apagaba… Y en ese fuego, encontró a Dios.

¿Qué fuego inagotable arde en tu corazón? ¿Cuál es ese pensamiento que no desaparece? ¿Cuál es esa inquietud que te empuja y te martillea que no cesa? En el mío, desde hace años, la llamada a ser educador, a bajar al barro con los niños y jóvenes, a ser maestro pequeño entre los pequeños. Es un fuego que el Señor ha mantenido encendido hasta hoy, un fuego abrasador que día a día me ha mantenido firme en el camino, guiándome hasta aquí, hasta hoy. La presencia del Señor en mi vida, como con Moisés, siempre se ha manifestado como hoguera, como pasión, como calor, como ardor invencible…

Y cuando el Señor se encuentra contigo, cuando te llama, te lanza a la misión. Yo, como Moisés, también me siento hoy llamado a liberar de la esclavitud, educando, desde bien temprano. Una misión mucho más grande que yo mismo y mis capacidades. Una misión que me desborda y que, si os digo la verdad, no tengo ni idea de cómo afrontar. Pero el Señor, igual que con Moisés, me asegura su presencia, su compañía, su aliento, su sostén. Al fin y al cabo, como nos recuerda Jesús en el Evangelio… somos los pequeños los privilegiados a quienes Dios Padre descubre su rostro.

Así sea.

 

Encuentros casuales con Jesús (Lucas 7, 11-17)

ScreenShot576Ayer tuve un intercambio de reflexiones por twitter con @fsargomedo. Todo venía  a raíz de un tuit que él publicó y al que yo respondí. El Evangelio de hoy me lo ha recordado. ¿Necesitamos algún previo para que Cristo nos cambie la vida? Puede que sí, puede que no.

Hoy el Evangelio nos narra un encuentro. Jesús se encuentra con alguien muerto, completamente muerto, totalmente muerto. Nada se puede hacer ya. El muerto no toma decisiones, ni toma la iniciativa, ni piensa, ni propone, ni elige… El muerto no es libre fundamentalmente porque ya no es… Lo ha perdido todo, todo. ¡Esto es lo que hace maravilloso este encuentro!

Jesús es capaz de aprovechar algo circunstancial. Jesús no depende ni siquiera de mi voluntad de buscarlo, de seguirlo, de quererlo… Cristo es capaz de devolver a la vida aquello que está muerto sin necesidad de que nadie se lo pida, sin necesidad que el afectado sea de una manera o de otra… A veces pensamos en un Cristo, en un Dios, al que maniatamos en su poder, en su acción, en su amor infinito. Lo pensamos desde nuestras medidas, desde nuestros parámetros, desde nuestra lógica y desde nuestro concepto de justicia y amor… y lo hacemos preso de nuestras limitaciones.

Jesús pasa. Puede pasar por delante mío de nuevo, por delante tuya. Y puede cambiarte la vida. Ojalá. Ojalá todo aquello que está muerto, vuelva a la vida.

Un abrazo fraterno

En la orilla no, mar adentro… (Lucas 5, 1-11)

Mar adentro. No es posible pescar en la orilla. Mar adentro.

El Señor me llama hoy a no quedarme en mi orilla y a no tratar a los demás en su orilla. No cunden los encuentros al borde del mar. Son refrescantes, románticos y hasta bonitos… pero no transforman, no cambian la vida.maradentro

El primer encuentro es conmigo mismo. ¿Voy a encontrarme mar adentro o me quedo con las anécdotas con las que otros me ven? ¿He construido una perfecta imagen de mi mismo o sé quién soy en realidad? ¿Dónde me busco? ¿Dónde me acaricio? ¿Dónde me quiero? ¿Dónde me escucho? ¿Me da miedo coger la barca con el Señor y profundizar, navegar, perder de vista las chispeantes luces de la costa? Si me dejo acompañar por el Señor, nada he de temer. Él quiere encontrarse conmigo ahí, en la soledad de la alta mar, sin ruidos, sin distracciones, en la inmensidad de mi pequeñez.

El segundo encuentro es con los demás. Jesús me llama a hoy a dejarlo todo para ser pescador de hombres. Todos estamos llamados a evangelizar. Tú y yo también. ¿Qué respondo? ¿Estoy dispuesto? No es fácil. También hay que navegar e irse a encontrar al medio del océano. No sirve un tuit. No sirve un cartel. No sirve un conversación de café. Hay que estar dispuesto a ir allí donde el Señor se manifiesta. Sin miedo. Dispuesto a escuchar, a echar redes cuando nada parece favorable, dispuesto a mirar al otro encontrando en él al mismo Cristo.

Mar adentro. No es posible pescar en la orilla. Mar adentro.

Un abrazo fraterno

Un encuentro que cambia la vida (Lucas 5, 17-26)

Es hermoso el relato del Evangelio de hoy. Hermoso y sumamente rico para mi oración de hoy, en este tiempo de Adviento en el que intento disponer mi corazón ante el misterio de la Encarnación.

Lo primero que llama la atención es que, muchas veces, para encontrarse con el Señor, uno no puede solo: le tienen que llevar. ¡Cómo cuesta esto! Por eso la Iglesia, por eso una comunidad, por eso un acompañante, por eso… Porque a veces uno solo no puede. Es una de las consecuencias de la acción del pecado, del mal en nuestras vidas: la incapacidad para caminar hacia Jesús.

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Lo segundo que me sorprende es la creatividad de estos hombres para llegar a Jesús. Viendo como estaba el panorama, acceden desde el tejado. ¡Novedad! ¡Nuevas maneras! ¡Nuevas formas! Pero llegar. Lo importante es ser capaces de llegar a Jesús, de ponerle al prójimo delante. Si hubieran hecho lo de siempre, se hubieran quedado fuera.

Y lo tercero son las primeras palabras de Jesús al ver a aquel paralítico. «Hombre, tus pecados están perdonados.» Es como si identificara la parálisis con el pecado. Y va al origen. Porque el pecado nos esclaviza, nos enferma, nos separa, nos inmoviliza, no nos deja ser nosotros, nos hace dependientes… En cambio el encuentro con Jesús nos libera, nos da la vida, nos recupera, nos recrea, nos regenera…

Es gratificante pensar este Adviento acerca de todo esto. De cómo me empequeñezco cuando me dejo llevar por aquello que me aleja de Dios y cómo soy capaz de levantarme y andar tras un encuentro personal con Jesucristo.

Un abrazo fraterno

En la barca (Mateo 4, 18-22)

Jesús sale al paso en nuestra cotidianeidad. A Pedro, a Andrés, a Santiago y a Juan los encuentra junto al lago, en las barcas, en sus labores…

Metro¡Cuántas veces pensamos que nuestro encuentro con Jesús requiere de «condiciones especiales»! ¡Cuántas veces creemos que deben alinearse Júpiter y Saturno para que nos sintamos cerca de Dios, al lado de Jesús! Esperamos ese retiro espiritual lejos de nuestra casa, esa Eucaristía bien preparada, con velas e inspiradores iconos, esa oración con cantos de Taizé… No puede ser.

¿Dónde me saldrá al encuentro Jesús? Posiblemente en mi oficina, los días que voy, en mi casa, con mis hijos y con mi mujer; en el colegio de las Escolapias de Carabanchel, donde paso mucho tiempo; en algún colegio de Escolapios o también en la red, en twitter o facebook, donde también suelo estar tejiendo redes.

Que no me equivoque. Jesús no me espera en lugares especiales y misteriosos, únicos y exclusivos. Jesús viene a buscarme allí donde sabe que estoy.

Un abrazo fraterno

Ánimo, soy yo, no tengáis miedo (Mc 6,45-52)

Hoy en España es día grande. La noche de los Reyes Magos, previa Cabalgata, creo que es una de las noches más especiales del año en la que se pone en juego lo mejor que llevamos dentro: el niño que vive nosotros, el pequeño que se manifiesta.

Fuera de regalos y celebraciones , en la Epifanía se celebra la manifestación de Dios niño ante los pueblos del mundo representados en los tres magos sabios venidos del Oriente. Es como si estos tres personajes, guiados por las Palabras de Cristo en el Evangelio de hoy, dejaran sus miedos a un lado y descubrieran que vale la pena jugarse y gastarse la vida en pos del Dios niño que les invita a ir a su encuentro. También nosotros somos llamados a eso y, aunque muchas veces, no percibimos más que la grandeza de algo que está sucediendo sin llegar a ponerle nombre, debemos dejar nuestras seguridades y emprender el viaje largo y costoso de encuentro con Jesús.

En la cara de nuestros hijos la mañana de Reyes se plasma  la capacidad de sorpresa, la ilusión por la vida, la capacidad de creer más allá de lo real en algo mejor que me impulsa. ¡Felices Reyes!

Un abrazo fraterno