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Todavía… (Jr 31,1-7)

«Todavía te construiré y serás reconstruida, Doncella de Israel;
todavía te adornarás y saldrás con panderos a bailar en corros;
todavía plantarás viñas en los montes de Samaría, y los que plantan cosecharán.»

Qué fuerza tiene la palabra TODAVÍA en la boca del profeta. Qué fuerza tiene el AMOR de Dios para quién siempre estamos a tiempo. El que nunca se cansa. el que nunca desfallece. El que nunca cierra. El que nunca desespera. El que nunca rechaza. El que todavía…

Todavía hay tiempo de vivir mejor, de apostar por lo que eres y por lo que sueñas. Todavía hay tiempo para darle un giro a la vida y no vivir por defecto lo que te toca. Todavía puedes llevar mejor la realidad y ser paciente con ella y contigo. Todavía puedes dejar eso que te hace daño y buscar aquello que es bueno para ti. Todavía hay tiempo para no rendirse y darle la vuelta a la tortilla. Todavía pueden volver las sonrisas de la mañana y de la noche. Todavía los abrazos vuelan esperando que los agarres. Todavía la humanidad puede entenderse y construir un mundo más fraterno. Todavía podemos darle la vuelta al daño realizado y repararlo. Todavía se puede pedir perdón y ser perdonado. Todavía puedes decir te quiero a quien se lo has negado tanto tiempo. Todavía…

Un abrazo fraterno – @scasanovam

 

 

La barca y el mar. La oración y el miedo. (Mt 14,22-36)

El agua en la Biblia, para los judíos, no significaba lo mismo que para nosotros hoy. Lejos de ver en el agua del mar un lugar de reposo, de baño, de vacaciones, de playa y relax, de diversión… los judíos llenaban al mar con malos augurios, peligros, muerte. Por eso la escena de la barca y de Jesús tiene mucha más enjundia que contemplar un milagrito de un Jesús mago que camina sobre las olas.

Si nos fijamos en Jesús, la conclusión es clara: Él es aquel que es capaz de vencer a la muerte, de no caer en sus terribles y definitivos tentáculos. Él es quien vence al mal y a la oscuridad. Él es el Hijo de Dios, el Mesías esperado. Si nos fijamos en los apóstoles, pues vemos en ellos a todos nosotros. Vivimos en medio del mal y somos tentados por ella. El mal y el sufrimiento está presente en nuestras vidas y hacen temblar nuestros principios, nuestra fe y nuestra esperanza. Sólo cuando somos capaces de acudir a Jesús, encontramos la victoria definitiva sobre esa realidad oscura.

Me quedo con dos palabras, con dos detalles: ORACIÓN y MIEDO.

Jesús reza solo un buen rato. Él es Hijo de Dios y ese ser Hijo está sustentado por la relación estrecha, íntima y especial que Él tiene con su Padre. ¿Cómo vamos en la oración? ¿Tenemos esos 10-15 minutos diarios para crecer en nuestra relación de hijos con el Padre? ¿No hemos descubierto todavía que la oración es lo que nos da la fuerza de lanzarnos ahí afuera y no sucumbir a la fuerza de «vientos y mares»?

Y el miedo de Pedro, que es nuestro miedo. El miedo propio de aquel que, aún sabiendo quién es Jesús, le da demasiado poder al mal, como si hubiera alguna posibilidad de que ganara la partida. El miedo de perderlo todo. El miedo a arriesgarse por ir donde Jesús. Eso lo vivimos todos los miedos. ¿Cuántas cosas nos paraliza el miedo? ¿Cuántas cosas dejamos de hacer, en cuántos proyectos dejamos de implicarnos, cuántos riesgos dejamos de asumir por miedo a que, pese a ser de Dios, salgamos vencidos del envite?

Escena sugerente la de hoy. No la desperdicies.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Un trocito de cielo (Mc 9,2-10)

De un trocito de cielo. De eso nos habla el Evangelio de hoy. De un trocito de cielo y de la posibilidad de tocarlo con la punta de los dedos. Jesús no pretendía hacer un espectáculo de ilusionismo. Jesús pretendía dejar dos cosas claras: Él era el Hijo de Dios y Dios nos promete la vida eterna, un trocito de cielo a su lado.

El cielo no es para mí algo reservado a la hora final. Podemos acceder a él, en parte, ya en nuestra vida terrena. También al infierno. Dependiendo de las apuestas que hagamos en vida, de nuestras opciones o decisiones y del dios ante el que nos postremos, estamos habilitados para empezar a saborear las mieles del cielo o el calor del infierno.

Mi familia, sus abrazos, su amor incondicional, mi vocación, mi trabajo en la escuela, los rincones de la naturaleza, la felicidad de estar con los jóvenes, etc. son pequeños grandes aperitivos de una eternidad llena de amor de Dios. Los muertos en el Mediterráneo, las guerras, la hambruna, la indiferencia ante el sufrimiento, el egoísmo, etc. son píldoras de infierno.

Yo quiero subir al Tabor contigo, Señor. Un camino cuesta arriba, de seguimiento fiel, de dificultades y, también, de muchas bondades, de profunda felicidad. Déjame ir a tu lado.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Mi vasija de barro (2 Cor 4,7-15)

Voy asimilando poco a poco que soy menos de lo que yo me creo de mí mismo. Voy convenciéndome despacito de que no puedo tanto como me gustaría. Voy asimilando que pierdo, que fracaso, que me equivoco, que no consigo lo que desearía. Voy descubriendo, a base de ir acercándome al Señor, mi vasija de barro.

Mi vasija de barro es mi propia fragilidad. No la he aceptado bien. Estoy en ello. Creo que una de las patas de mi autoestima es mi capacidad. Cuando mi capacidad no tiene frutos, mi autoestima quiebra. Como está bien desarrollada, no me caigo, pero trago la vida con dificultad. Y es que me encantaría gustar a todo el mundo. Me encantaría que todo me saliera siempre bien. Me encantaría no ser causa de problema ni verme inmerso en conflictos. Me encantaría que todos me admiraran y dijeran lo bueno, majo y capaz que es Santi.

Dios va haciendo trabajo en mí. Me va acompañando, como padre que sabe que su hijo se la va a dar más pronto que tarde. Dios me conoce y me va moldeando. Le cuesta porque soy muy terco, pero creo que su trabajo va dando su fruto. La soledad de muchos momentos, la incomprensión, el ser cuestionado, reprendido, rechazado, cuestionado… me ha ayudado a irme dando cuenta de que no soy yo el protagonista de esta historia.

Hoy, en el día de Santiago Apóstol, mi patrón, pongo mi ministerio y mi testimonio en manos de Dios. Para que sea Él quién aparezca yo y yo el que desaparezca. Para que Él crezca y yo me haga pequeñito.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Una madre es una madre (Mt 12,46-50)

Jesús tenía madre. Y por mucha María que fuera y por mucho Jesús que fuera él, era madre e hijo. Y supongo que muchas dinámicas entre ellos serían las propias de las madres con sus hijos. Las madres no saben no serlo y hay épocas en las que se establece un tira y afloja entre ambos para intentar comprobar quién puede llevar las cosas a su terreno.

En el ámbito de la fe, como en el personal, la familia ejerce una gran influencia. La familia es la comunidad donde nacemos, donde crecemos, donde aprendemos y donde se gesta lo que somos. La familia tira. Por eso cuando, de mayor, percibimos que hay decisiones que van en contra del sentir familiar… cuesta. Estudiar eso que no ven tus padres, estar con esa persona a la que tu madre no traga,tener esos amigos que no le gustan a tu padre, irte a trabajar, de intercambio, de vacaciones en contra de la opinión familiar, no participar en algún encuentro «de los de siempre» por tener otros compromisos propios, participar en esa convivencia o comprometerse en la parroquia, etc. Tensión.

Hacerse adulto incluye «independizarse», no sólo físicamente sino también afectiva a intelectualmente. Esto no quiere decir perder afectos sino simplemente ser capaz de ser uno mismo, tomar decisiones propias, hacer elecciones personales. La familia nos quiere y, muchas veces, intentará protegernos en contra de nuestra voluntad. Jesús hoy nos deja una escena familiar tensa en la que él muestra ya su adultez y su capacidad de ser él mismo. Y es que Dios está por encima de la familia y porque la sangre no es el único de los vínculos familiares posibles. Tomemos nota.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Si fueras un árbol… ¿darías fruto? (Jn 15,1-8)

Cuando Rafaela Carrá hacía de presentadora en RTVE, yo sería adolescente, tenía un espacio donde se jugaba a adivinar un personaje a base de hacer preguntas del tipo «si fuera…». Un juego que requiere originalidad en la pregunta y una fina intuición y mayor conocimiento del personaje en el que responde. Hoy, leyendo el Evangelio, me acordé de este juego y me brotó el preguntarme a mí mismo: «si fueras un árbol… ¿darías fruto?».

Y es que el fruto, desde luego, de mi vida cristiana y comprometida no es mi propia felicidad. Sería un árbol muy egoísta. La felicidad no es más que la consecuencia de la generosa ofrenda de lo que soy para que los demás se alimenten. El peral no es feliz por ser peral sino porque sus peras son arrancadas de él para dar de comer a muchos. Si eso no fuera así, ¿qué diferenciaría al peral de un arbolucho medio quemado en el último incendio de la temporada veraniega?

Es verdad que estoy en mi lugar y que eso me agrada. Es verdad que el Señor me guía y que intento descubrir su voluntad y ponerla en práctica.  Pero si no hay un auténtico cambio en mi corazón, si no soy ofrenda para que otros se alimenten… ¿para qué? El peral de antes sabe lo que es desprenderse de parte de él para que el que lo necesite, coma. No es un simple estar sino que es también un perder. El fruto brota, se ofrece y se pierde.

Estoy convencido de que estoy empezando. El árbol lleva poco plantado y se está adecuando al clima. Necesito más oración, más comunidad, más Cristo. Estoy seguro que entonces los frutos serán más y mejores. De Dios depende. Y de mí. Porque si me conformo con lo que tengo y doy hoy… seré un arbolito más que para poco ha servido.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Llevar puesto el Espíritu (Mt 12,14-21)

Muchas veces nos sentimos incapaces de llevar adelante determinadas misiones, trabajos, tareas o, incluso, de sobrellevar dificultades, sufrimientos y agravios. Minusvaloramos la acción de Dios sobre nosotros. Nos miramos con nuestros propios ojos y vemos nuestras debilidades. Pensamos que sólo contamos con nuestras fuerzas para la batalla. ¡Pero no es así!

Dios nos ha regalado su Espíritu y conviene llevarlo siempre puesto encima por lo que pueda pasar. Llevarlo encima quiere decir acoger el regalo y no dejarlo tirado en cualquier rincón. Rezar, participar de los sacramentos, llevar a cabo buenas acciones… lo necesario para no ahogar sin remedio la acción del Espíritu en nuestras vidas. Habrá momentos mejores y peores pero, si lo conseguimos, ¡nuestra vida cambia por completo! Porque ya no luchamos sólo con nuestras fuerzas sino con las suyas. Porque ya no contamos sólo con nuestras capacidades sino con nuestros dones. Porque ya no miramos con nuestros ojos sino con los suyos. Porque somos ya un poco Él.

Decir que estamos solos, que Dios se ha escondido, que nos ha dejado solos, que no soluciona nada, que ha dejado el mundo abandonado… es una mentira. ¿No será más bien que tenemos amordazado al Espíritu que todos llevamos encima y a través del cual podríamos cambiar el mundo?

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Te equivocas de Jesús (Mt 12,1-8)

Si vives la fe como sacrificio, te equivocas de Jesús.

Si para ti ser creyente es cumplir una serie de normas, te equivocas de Jesús.

Si seguir al Señor te supone un fastidio al que accedes para salvarte, te equivocas de Jesús.

Si piensas que le amas más por lo mucho que te sacrificas, te equivocas de Jesús.

Si usas el rasero del cumplimiento con los demás, te equivocas de Jesús.

Si vas a misa los domingos porque es lo que manda la Iglesia, te equivocas de Jesús.

Si ante todo lo malo que nos sucede tú respondes «es la voluntad de Dios», te equivocas de Jesús.

Si vives sin opinión ni criterio y eres un cristiano marioneta, te equivocas de Jesús.

Si crees que te mereces el cielo porque eres de los que hacen lo que hay que hacer, te equivocas de Jesús.

Si miras el mundo a la defensiva y sólo ves lo malo alrededor, te equivocas de Jesús.

Si te pareces más a un tubo dentífrico, exprimido, que a una fuente, te equivocas de Jesús.

Si eres tan justo, que te olvidas de la misericordia, te equivocas de Jesús y no eres ni justo ni misericordioso.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Ese Dios al que sirves, ¿es el Dios de Jesús? (Is 1,10-17)

Jesús es muy claro. Hay una religiosidad que nada tiene que ver con él. Tal vez sea una religión que adora a algún dios pero, desde luego, ese dios no es el Dios de Jesús. En palabras de Isaías se nos ofrece la Palabra que luego hará carne Jesucristo. No se trata de hacer méritos, de ofrecer sacrificios, de cumplir con la ley… mientras miramos a otro lado cuando de pobres, enfermos, débiles e injusticias varias se trata…

Sodoma y Gomorra parece que eran ciudades religiosas también. Por lo que dice el profeta, en ellas se debían de ofrecer muchos sacrificios y grandes rituales en sus templos. Y a la vez, los oprimidos, los huérfanos y las viudas vivían cada vez peor. ¿Cómo traducir esto a hoy en día? No nos debe ser muy difícil. Seguimos con peregrinaciones a Lourdes, a Roma, a Medjugorje; seguimos rezando delante de tumbas de santos y beatos; criticamos a los que no van a misa; rezamos rosarios, llenamos nuestras agendas de actividades en la parroquia, en el cole, en la diócesis; salimos en Semana Santa en procesiones y ofrecemos sacrificios y penas, saltamos cuando el gobierno de turno toma alguna medida que va en contra de nuestras convicciones… Y a la vez, descuidamos el planeta con nuestra manera de vivir, vivimos con lo último y al día aunque muchos se vean oprimidos en muchas partes del mundo por nuestro afán consumista, no vemos pobres ni necesidades en nuestros barrios y ciudades, metemos a nuestros ancianos en residencias, no soportamos el sufrimiento, somos clasistas, racistas, machistas… pensamos que se puede servir a Dios y a los dictadores de turno aunque sea a costa de todo, dejamos que sigan muriendo hombres, mujeres y niños en el Mediterráneo sin levantar la voz y miramos con desdén y miedo a aquellos que huyen de la guerra y del hambre.

Al menos seamos conscientes… Al Dios de Jesús esto le repugna. Nos invita a otra cosa. A vivir más pobres, a atender al hermano, a ofrecer refugio, a dedicar dinero para que otros vivan mejor, a vivir con menos, a llevar a la práctica nuestra oración, a hacer que la Eucaristía sea de verdad y nos comprometa con el mundo como le comprometió a Él.

¿Queremos?

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Si miras adelante, no hay lugar para el miedo (Mt 10,24-33)

No es lo mismo afrontar el presente confiando en un futuro de salvación y plenitud que afrontarlo viendo sólo un precipicio que nos espera, altanero, al final de nuestros días. No es lo mismo. Y es que es la esperanza en que la victoria es segura y en que Cristo nos espera con los brazos abiertos para llevarnos a una felicidad plena, lo que nos da una fuerza que vence todo miedo.

La esperanza en que esta vida no es el final nos anima a vivir nuestros días sin la pesada carga de lo definitivo. Sin miedo. Nos anima a aprovechar cada instante y a afrontar el dolor, el sufrimiento y la muerte con la certeza de que algo mejor nos espera, de que estas realidades son pasajeras.

Por eso vivir la vida siendo fiel a nosotros mismos y a nuestros principios y a nuestra fe, se convierte en algo irrenunciable. ¡Que el miedo no nos haga flaquear y vendernos al mejor postor o a aquellos que nos agobian, nos cercan, nos presionan y, a la postre, nos destruyen! El Señor nos da la energía suficiente y necesaria. No nos abandona nunca ni en la prueba ni en la dificultad. No nos deja. Seamos valientes. Practiquemos el maravilloso y placentero de vivir caminando ligero de equipaje. Libres. Ágiles. Sencillos.

Un abrazo fraterno – @scasanovam