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Evangelio para jóvenes – Domingo 3º del Tiempo Ordinario Ciclo A

Me he pasado un día metido en un cuarto de baño que vamos a reformar mi mujer y yo con nuestras propias manitas. Estas cosas me dan miedo porque no sé mucho de tornillos, herramientas, técnicas y chapucillas. Es algo que no está dentro de mi esfera de seguridad, al contrario. Dicho de otra manera: reformar el baño me obliga a salir de mí mismo, a dejar atrás miedos y creencias y a poner en juego lo mejor de mí para que lo viejo, lo sucio y lo gastado… sea renovado, reformado y embellecido . Escuchemos el Evangelio de hoy [Mt 4, 12-23]:

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
«Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí,
camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas
vio una luz grande;
a los que habitaban en tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló».
Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».
Paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores.
Les dijo:
«Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.

Un Jesús al que le ha llegado su momento, coge el testigo de Juan el Bautista y comienza a predicar el Reino por toda Galilea. Ya no es un reino que está por venir sino que es un Reino que ya se hace presente con Él. Es la hora del amor. Es la hora de la promesa. Es la hora de cambiarlo todo. ¿Cómo responder a ese amor que llega a la vida de forma desmesurada, como torrente? Te dejo tres pistas del evangelio de hoy:

  • «Convertirse» – No es una palabra muy usada actualmente: convertirse suena a saga de magos. Lo cierto es que esto no va de convertirse en algo diferente, en otra criatura, en un ser fantasmagórico o en superhéroe. Esto va de convertirse y ser justamente quién eres. Y no va tanto de apariencias, outfits, makeups y demás. Va de corazón, concretamente del tuyo. Va de hacer reformas en él y volverlo a dejar como nuevo. Va de quitarle las telarañas de la pereza, que tantas veces te lleva a no hacer muchas cosas; va de quitarle las manchas del egoísmo, que tantas veces hacen daño a los que te rodean; va de quitar la capa de polvo a todo aquello que Dios te ha dado para que vuelva a brillar… «¡Conviértete!» te dice Jesús. No hay nada más urgente.
  • «Ser llamado» – El que se convierte, de repente, se abre a nuevas historias, a nuevas aventuras, reconoce rostros que tenía olvidados y es capaz de escuchar voces que estaban acalladas por el ruido ensordecedor de esa vida que llevas, tan llena de prisas y de apariencias. Cuando tienes el corazón a punto… oyes la voz de un amor que te llama. Es Jesucristo, que llega a tu vida y te llama por tu nombre; que irrumpe en tu día a día, en tus tareas, trabajos, estudios, planes… y te propone seguirle. Lo hizo con Pedro, con Andrés, con Juan, con Santiago… que eran como tú, o peores. No eres llamado por ser bueno o perfecta o interesante o comprometida o cumplidora en las cosas de Dios… No. Eres llamada simplemente porque sí, porque te quiere a su lado, porque te quiere… sin más.
  • «Dejar» – Convertirse es estar listo para escuchar esa llamada. Y también es estar dispuesto, dispuesta, a responderla. Es una llamada exigente, acorde a lo que eres. El amor sólo acepta el amor como respuesta. Y amar exige dejar, abandonar planes, seguridades, ideas, personas, lugares… Ya lo has hecho más veces y lo seguirás haciendo. El amor exige una decisión. No admite caminos intermedios, respuestas temblorosas, opciones tibias y mediocres. No puede ser un «sí pero…» ¿Cómo lo ves? Tienes toda una vida para responder. Cuanto más amado, amada, te sientas… más fácil te será. Ya lo verás.

No lo dudes. Jesucristo viene a tu encuentro. No es sólo un amigo. Es el Señor, y te llama. Te llama porque te ama. Si te quedas indiferente es porque todavía no has escuchado bien. Afina el oído. Es el momento.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

 

 

Evangelio para jóvenes – Domingo del Bautismo del Señor Ciclo A

Termina el tiempo de Navidad. Atrás han quedado las ilusiones con las primeras luces de la ciudad, las cartas de los Reyes, los planes para Nochebuena con la familia, el viajecito a ver los amigos, las lentejuelas de Fin de Año y el concierto de Viena para inaugurar el 2023. Los Reyes Magos cierran prácticamente el curso navideño pero realmente todo esto termina hoy. Da pereza recoger, porque nunca gusta terminar una etapa bonita. Sin embargo, con este evangelio realmente se nos recuerda que TODO EMPIEZA AHORA. Escuchad lo que cuenta hoy el evangelista [Mt 3, 13-17]:

En aquel tiempo, vino Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.
Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole:
«Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?».
Jesús le contestó:
«Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia».
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él.
Y vino una voz de los cielos que decía:
«Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».

Hasta ese momento, Jesús había crecido en Nazaret junto a su familia. Fue educado por María y José, formó parte de la comunidad judía de su pueblo, trabajó en la carpintería y suponemos que llevó una vida «del montón». Fue una vida oculta en la que Dios lo acompañó y lo preparó para llegar a hoy, el día del comienzo de su «nueva vida», el día en el que los planes de Dios para Él comienzan a tener lugar, el día en el que su respuesta a la llamada de Dios comienza a tomar hondura. Por eso Marcos, el evangelista, comienza aquí su evangelio. Porque TODO EMPIEZA AHORA. Te dejo dos pistas:

  • «Vino desde Galilea al Jordán» – Fue una decisión. Había llegado el momento. No sabemos si lo vio claro ni qué fue exactamente lo que le impulsó en esa hora. A ti te llegará también, si no te ha llegado ya. El momento, digo. El momento de dejar «tu casa» y emprender el viaje hacia aquello que Dios te ha encomendado. Y la decisión la tendrás que tomar tú. Llegará el momento de comenzar unos estudios determinados, o de comenzar a trabajar en un determinado lugar, o de casarte y formar una familia, o de meterte en el noviciado o en el convento, o de decir sí, sencillamente, a aquello que tanto tiempo lleva pidiéndote el corazón… Llegará el momento en que te darás cuenta que es TU MOMENTO, que Dios te espera allí, en tu Jordán particular. Cuando llegue, adelante. Es Dios quién llama. Es a Dios a quién sigues. Toca dejar algo para seguirle a Él.
  •  «Vio al Espíritu que bajaba sobre él» – Como dice mi amiga Ana, este un evangelio conocido y, sin embargo, hoy me he percatado que la experiencia espiritual que Jesús tiene en ese momento es absolutamente personal. Apenas se bautizó, Jesús vio al Espíritu que bajaba sobre Él y escuchó una voz en los cielos que decía… No parece, por tanto, que fuera una «presentación en sociedad». No es que en ese momento se desvelara el misterio sino… ¡qué fácil para los testigos que allí estuvieran! Qué fácil y qué miedo… Es Jesús el que experimenta los efectos de su bautismo: la compañía del Espíritu y la palabra de Dios sobre él mismo, una palabra de amor. Todo eso lo hemos experimentado ya todos los bautizados pero, tal vez, siendo pequeños no hemos visto ni escuchado nada. Quizás comienzas ahora a pensar, a sentir, a descubrir que algo se espera de ti. Tal vez cuando realmente empiezas a tomar las decisiones oportunas para seguir a Dios en tu vida, empiezas a experimentar que no estás solo, que no estás sola. El Espíritu está sobre ti, para acompañarte, para guiarte, para aconsejarte y sostenerte. Y sí, eres amado de Dios, eres amada de Dios. No necesitas más que eso. Dios se complace en ti. ¡Qué fuerte! Sí, en ti, tan frágil, tan lleno de heridas, tan rota, tan… poca cosa. Y a través de ti, a través de la corriente de amor que se genere entre vosotros, Dios cambiará el mundo.

Hoy he dejado las pistas en dos porque… ¡cuánta miga! Ojalá comiences este 2023 con este Evangelio bien metido en el corazón. Tal vez sea este el año en el que tú también debas abandonar Nazaret para dirigirte al Jordán. Tal vez tengas que tomar decisiones, pequeñas o grandes. Tal vez Dios esté esperándote. O tal vez no. Puede que todavía sea tiempo de preparación en el hogar, de escucha a tus mayores, de mirar, observar y meditar todo en tu corazón… hasta que llegue la hora. Sólo Dios sabe.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 3º de Adviento Ciclo A

El viernes por la mañana cayó «la mundial» en #Sevilla. Hacía tiempo que las gentes de esa ciudad no veían, oían, sentían y se mojaban con una tormenta de tales dimensiones. Sentimientos entremezclados: alegría por el agua que llegaba, necesaria a todas luces en una región castigada por la sequía y las altas temperaturas; y desasosiego por una realidad casi desconocida, desconcertante, y excesivamente contundente. Curiosamente, Juan el Bautista sintió algo parecido con la llegada de Jesús. Escuchemos el Evangelio de hoy [Mt 11,2-11]:

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: «Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.» Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.»

Que sí, que era Jesús y sí, había que seguirlo. Pero las noticias que le llegaban al Bautista, ya preso, le desconcertaban. No sabía qué pensar. ¿Podía ser que el Mesías, el Enviado, el Hijo del Hombre, el Hijo de Dios esperado por Israel durante tantos siglos… fuera «ese», que hacía «esas» cosas? A ti y a mí, muchas veces nos sucede lo mismo con Dios: nuestra idea de Él y de cómo debería hacer las cosas, no siempre coinciden con su realidad, con su manera de hacer las cosas. Y algo inquietante nos asalta. Pero te dejo tres pistas para hoy:

  • «Ver y oír» – El Reino de Dios es perceptible por nuestros sentidos. Sólo tienes que mirar y ver, que escuchar y oír. Sólo tienes que tocar y gustar y oler. Sólo tienes que vivir con todo tu potencial desplegado para darte cuenta de que, efectivamente, Dios está entre nosotros, está presente en tu vida, a tu alrededor, en el mundo. ¿No será tal vez que tienes los sentidos algo atrofiados de tanta tablet, tanta Play, tanto tabaco, tanto alcohol, tanto ruído, tanto móvil, tanto sexo, tanto trabajo? Estas horas de #Adviento y #Navidad son horas, días, privilegiadas para «sentir» tu vida y a Dios en ella. ¿Qué sentido debes desplegar mejor? ¿Qué sentido tienes más necesitado? ¿Qué percibes de vida, de Dios, a través de ellos?
  • «Las señales del Reino» – Ya lo decían los profetas. Son los signos de que el Reino ya está aquí, de que Dios vive entre nosotros: «los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio». También hay milagros en ti. También Dios deja huella en tu vida. ¿Qué vendas se te han caído, vendas que te impedían ver con claridad? ¿Qué «muletas», qué «cojeras», qué «complejos» has ido superando? ¿Qué heridas llenas de dolor y sufrimiento, que te ahogaban y te impedían ser feliz, se van superando y sanando? ¿Qué parte de ti estaba muerta y, poco a poco, gracias a Dios, va volviendo a la vida? ¿No hay señales del Reino en ti mismo?
  • «Los profetas» – Son mensajeros. Son personas que nos devuelven verdad, cuya Palabra es terremoto. Son aquellos que nos hacen de espejo, que nos acompañan, que denuncian nuestro mal y, a la vez, nos recuerdan la misericordia de un Dios que perdona y ama. Son necesarios, pese a ser molestos. Son grandes, y pequeños a la vez. Son elegidos, pero no por voluntad propia. Son aquellos que se desapropian de su propia historia y hacen suya la historia de salvación de Dios para los hombres. Son profetas. ¿Lo eres? ¿Conoces a alguno?

Bueno, un domingo menos para Navidad. Nos vamos acercando. Nos queda una semanita para purificar nuestra espera, para hacernos pequeños, para prepararnos para celebrar una Buena Noticia despojada de luces de artificio pero rebosante de amor y ternura. Sigamos.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 2º de Adviento Ciclo A

Han sido días de exámenes. Mucho esfuerzo, mucha tensión, mucho cansancio en mis alumnos… De algunos de ellos brota el sentimiento de rechazo ante una vida aparentemente absorbida por los estudios. Un desierto que pasa, sí, pero un desierto al fin y al cabo. Muchos no ven el momento en el que puedan «refrescar» su existencia y sucumben ante el «sol» de justicia que no afloja ni un instante. Son momentos vitales en los que de poco sirve lo que te digan. Uno se siente solo, incomprendido, incomprendida, y sin saber bien qué rumbo tomar. Leamos, en este contexto, el Evangelio de hoy [Mt 3,1-12]:

Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.»
Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: «Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.»»
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados; y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizará, les dijo: «¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: «Abrahán es nuestro padre», pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.»

El desierto no es sólo un paisaje sino que es también un estado vital que, probablemente, todos transitamos en algún momento. A veces llega antes, a veces después. Es una etapa árida, sufrida, agotadora, anodina, desesperadamente rutinaria, con pocas emociones, con pocos frutos, con poca compañía. A veces lo atravesamos por una exigencia máxima en los estudios o el trabajo, otras veces porque está en crisis la vida que estamos viviendo pero no sabemos qué debemos hacer, otras veces por una pérdida cercana, una crisis afectiva o amorosa o una enfermedad, otras veces porque todo aquello que un día pensamos que era lo correcto, que venía de Dios para nosotros, desaparece, empequeñece, deja de aportar felicidad. Te dejo tres pistas para hoy:

  • «Un anuncio» – Dios hoy llega a tu vida para anunciarte algo. «Prepárate» te dice el Señor. Dispón tu corazón, tu mente, tu cuerpo… para acoger al Dios que se hace presente en tu vida. Prepárate porque Dios llega para cambiarlo todo, para sacarte del desierto en el que estás metido, para poner luz en este momento de oscuridad, para darte vida y hacerte feliz. ¿Qué tienes que preparar? Te tienes que preparar tú. El grito del Bautista «¡convertíos!» es un despertador para tu corazón embotado, anestesiado, adormilado. Conviértete, cambia, deja de mirar donde estás mirando y fija tu mirada en Dios. Dedícale algo más de tiempo, vuelve a rezar un poquito, lee de vez en cuando el Evangelio del día, céntrate en los que te necesitan y descéntrate de ti mismo. Olvida tus sueños de éxito y pon tus pasos en dirección a un humilde pesebre… a lo más pobre de tu corazón.
  • «Dad fruto» – ¿Quiere Dios que seas agricultor, campesina? ¿Está hablando de manzanas, peras, cerezas? Ni mucho menos. Está hablando de que tengas una vida fructífera. Para que un árbol dé fruto, el árbol tiene que ser podado a tiempo, tiene que tener buen sustrato del que alimentarse, tiene que recibir luz y agua. La primera parte es un «poner los medios para dar fruto». Traduzcamos: saca de tu vida «las ramas secas» que te quitan fuerza y te impiden crecer; busca espacios de fe en los que puedas crecer y alimentarte por dentro; ponte a tiro de la luz de Dios con la oración y participa de los sacramentos: vete a misa, comulga, pide perdón… Luego, cuando llegue el momento, brotará el fruto, lo mejor de ti hecho alimento para otros. Cuando llegue el momento, todo lo bueno que tienes dentro servirá para que otros se alimenten. Eso es una vida fructífera.
  • «Espíritu y fuego» – El Espíritu conduce tu vida, lo envuelve todo, te lleva, te empuja, te susurra al oído: «vuelve a Dios». Es un fuego que se va haciendo fuerte en tu interior. ¿No notas todo eso que te quema por dentro? Déjale salir, déjale que haga, que te haga. Dile hoy, conmigo: «Espíritu que eres el fuego de Dios, enséñame a ser un brasa de amor».

Disfruta de este domingo. Seguimos con el Mundial en marcha. Unos se van y otros se quedan. Y mientras el mundo gira con sus pequeñeces, nosotros recibimos una buena noticia. No es momento de hacerse los sordos.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 1º de Adviento Ciclo A

Son varios los amigos que están esperando un bebé ahora mismo y varios los que acaban de ser papás no hace mucho. Yo todavía recuerdo las tres ocasiones en las que me tocó esperar la llegada de cada uno de mis hijos. La naturaleza humana nos obliga a esperar unos meses desde que te enteras de que el embarazo es real hasta que llega el momento del parto. Son meses de concienciación, de toma de realidad, de ilusión, de preparación y de cambio. Porque desear algo y esperarlo… te transforma. Escuchemos el Evangelio de hoy, el primero del tiempo de #Adviento que acaba de comenzar [Mt 24,37-44]:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».

Ya se han encendido las luces de muchas ciudades y, aunque las bombas siguen matando en Ucrania, parece que vamos camino de la #Navidad. La pregunta, sin duda, es: «¿Y tú, qué esperas de la Navidad? ¿A quién esperas?». La intensidad con la que vives algo depende, en buena medida, del deseo previo que le pongas al asunto, de tu capacidad para esperar con ganas que acontezca el milagro. Te dejo tres pistas:

  • «Un antes y un después» – El evangelista compara el acontecimiento de la llegada del Hijo de Dios al diluvio de la época de Noé. Cambia la vida. Vives de una manera antes y vives de otra después. No puede seguir todo igual. Cuando esto realmente sucede es cuando de verdad lo que acontece llega al corazón, lo transforma y lo vivifica. La #Navidad llega cada año con la idea de que nos transforme, de que haga mella. ¿Cómo puedes vivir igual con Cristo que sin él? ¿Cómo puedes vivir igual habiéndose hecho Dios hombre que si no hubiera pasado? ¿Lo han pensado? ¿Qué implica que Dios sea carne como nosotros, uno de los nuestros?
  • «Estad en vela» – No pierdas tiempo en cosas absurdas, no te quedes en lo superficial, en los detalles que no llevan a ningún sitio, en los momentos vacíos. No te pases la vida «adormilado», con ganas de echarte a «descansar» como si ya lo hubiera conseguido todo. Desea, desea, desea… El deseo impide que te duermas. No permitas que pase. ¡Despierta! ¡Los sentidos al 100%! Para mirar con profundidad, para reconocer la voz del Otro, para sentir la caricia de Dios, para percibir el aroma de tu vocación, de tu felicidad, para tocar el cielo.
  • «Preparado» – ¿Estás preparado, preparada, para la Navidad? ¿Por qué no miras un poquito menos el móvil estos días? ¿Por qué no sacrificar algún partidito del Mundial? ¿Por qué no entrar 5 minutos a una iglesia y rezar delante del sagrario? ¿Por qué no leer algo sobre el Adviento estos días, que te ayude a trascender?¿Por qué no pasar rato de calidad con tus amigos, tu familia, con las personas que te queremos?

El tiempo de Adviento es mi tiempo favorito del calendario litúrgico. Quiero aprovecharlo. No me gustaría que se me escapara entre los dedos la oportunidad, un año más, de tomar conciencia de lo que sucedió en Belén hace 2022 años y que cambió la vida de todos para siempre. El que allí nació, me salvó. El que allí nació, pequeño y frágil, tiritando de frío, murió por mí. ¿Cómo no va a ser importante?

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 34º del Tiempo Ordinario Ciclo C

No es buen tiempo para las monarquías. Los tiempos han cambiado y hay vientos de renovación en la mayoría de las sociedades. Nos cuesta entender que haya alguien que atesore poder y riquezas por el simple hecho de haber nacido, de ser «hijo de». Nos cuesta entender que no podamos elegirle y echarle libremente, que no podamos exigirle resultados o trabajo. Y aún así, la figura de reyes y reinas sigue ahí, sólo hay que recordar los pasados días tras el fallecimiento de Isabel II en Inglaterra. Pero, ¿qué celebramos exactamente hoy, fiesta de Cristo Rey? Leamos el Evangelio [Lc 23,35-43]:

En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero:
«Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo».
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Vaya rey. Crucificado. Vilipendiado. Roto. Fracasado. Un trono de cruz para el rey de los olvidados, de los descartados, de los rechazados. Insultado. Burlado. Provocado. Exhausto. Vacío. Te dejo tres pistas:

  • «Sálvate a ti mismo» – Ese es el concepto de aquellos que esperaban un Mesías político, lleno de poder, triunfador e influyente. Esperaban un enviado de Dios rodeado de gloria, imponente, capaz de cambiar el curso político de la historia, capaz de exterminar a los enemigos, capaz de adaptar el mundo a sus criterios. Pero Cristo es un rey sorprendente, inesperado. Cristo reina porque se da, porque no se salva a sí mismo sino a todos, a ti y a mí. Cristo reina porque se vacía, porque lo entrega todo. Su poder descansa en la donación de sí mismo y no en el reconocimiento de sus súbditos. Cristo reina en tu vida si acoges todo lo que viene a regalarte, si le dejas entregarlo todo por ti, si le permites amarte. Cristo es el Rey de tu vida porque coge la cruz de tu vida y la convierte en trono de salvación.
  • «Se encuentra contigo en tu miseria» – La salvación del buen ladrón se produce en el lugar de mayor miseria, en el corazón de la tragedia. Con tu salvación se produce lo mismo. Escapas de todo lo feo que hay en tu vida. Reniegas de tu pecado, de tu infelicidad, de tus imperfecciones, de tus miedos y dudas… pero es ahí, en ese escenario lleno de desesperanza, donde Jesús obra el milagro y transforma tu propia oscuridad en luz. Mira a Jesús. No apartes la mirada de su rostro entregado. En la cruz es donde ha decidido ejecutar tu redención. Déjate mirar por su rostro vapuleado, como el tuyo. Repítele: «Señor Jesús, aquí estoy, como tú, hecho polvo, hecha polvo. Sálvame.»
  • «Hoy estarás en el paraíso» – Sí es Rey. Sí tiene poder. Es el poder del perdón, el poder del amor, el poder de la justicia y el de la misericordia. Sí tiene poder. Él puede rescatarte y darte una vida mejor. ¿A qué estás esperando? ¿Por qué dejar para mañana lo que el mismo Jesús ha dicho que puede ser HOY mismo?

Estamos a la puertas del Adviento. Dios, principio y fin de todo. Te llama, te invita, quiere ponerse a tu servicio, amarte. ¿Por qué darle un portazo? ¿Por qué no responderle? ¿Por qué no confiar en Él? ¿Por qué dudar de sus intenciones? Cambia la mirada y el corazón y celebra a ese rey pobre, pequeño y entregado que tienes por Dios.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 32º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Ha sido agotador estar esta semana en las redes sociales, escuchando y leyendo tantas críticas, tantos ataques, a los jóvenes de Hakuna que, en los pasados días, tuvieron un encuentro y una oración en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. Yo no pertenezco a Hakuna aunque los sigo de cerca, como a muchos otros movimientos en la Iglesia. Es un movimiento joven que, fundamentalmente, combina la adoración al Santísimo, con el encuentro, la formación y la música. Son jóvenes y están alegres porque han descubierto al Dios de la Vida. Alguno querría que se adaptaran más a las formas, tiempos y sonidos del Dios de muertos en el que creen. Escuchemos el Evangelio [Lc 20,27-38]:

En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y de descendencia a su hermano . Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer».
Jesús les dijo:
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.
Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».

Jesucristo, que murió en la cruz, supo enseñarnos de qué va esto de vivir, y de vivir para siempre. Jesucristo, que sintió el desgarro de la muerte, de la soledad, del abandono, del dolor y la traición, supo vivir hasta el final una vida plena, apasionante y apasionada, una vida entregada. Es esa vida la que no termina aquí. Esa es la vida que triunfa. Esa es la vida que nos sitúa cerca de Dios, a su lado, para siempre. ¡No me digas que no vale la pena! Nadie que ha vivido así… se ha arrepentido. Te dejo tres pistas hoy:

  • «Un vida sin seguridades» – Siempre están ahí los que necesitan seguridad en su vida. ¡Seguridad necesitamos todos, claro que sí! Pero, ¿tanta? Hay personas que se escudan en la Ley, en lo de siempre, en su familia, en sus amigos, en su trabajo, en sus horarios, en la maneras que ha aprendido a hacer las cosas… Todo lo que se sitúe fuera de ese círculo es sentido como amenaza, como riesgo, como peligro. La vida que nos ofrece Jesucristo es una vida plena, pero exenta de tantas seguridades. Por eso es una vida llena de libertad, una vida por hacer, por escribir, una vida de amor, apasionante y apasionada. ¿Cómo lo llevas tú esto? ¿Qué sientes cuándo lo piensas? ¿Qué tipo de vida estás llevando? ¿Qué tipo de vida quieres llevar?
  • «Una vida para siempre» – Jesucristo vivió una vida que no se agotó en la cruz. La tuya tampoco está llamada ni diseñada para terminarse en la muerte, en el dolor, en tus fracasos, en tus pérdidas, en tus soledades. Tu vida tiene vocación de eternidad. Cuanto más la gastes, cuanto más la entregues, cuanto más la regales… más «vida» atesoras. ¡Qué maravillosa paradoja esta! Por eso, vive, vive sin miedo, entrega lo que eres y lo que tienes, no tengas reparo. Confía y espera en que Dios te mantendrá vivo, viva, a su lado y que te regalará un corazón lleno de ternura y felicidad para vivir los días presentes y los futuros. ¿No te llena esto de alegría? ¡Qué descanso vivir así!
  • «Una vida para ser vivida» – Dios ofrece. Dios propone. Dios invita. Dios espera. Tuya es la respuesta. Tu vida está en tus manos. Tú tienes que tomar las decisiones acerca de la vida que quieres vivir. La oferta no es sobre una vida etérea, fantasiosa, virtual, en el más allá… La vida que te propone Jesús es una vida que se concreta cada día, en tu jornada, en tu día a día, con las personas concretas con las que vives o a las que conoces. Apostar por Él requiere decir NO a algunas cosas, a algunas personas, a algunas propuestas. Es decir SÍ a otras. En tu mano está. Dios nunca obliga. ¡A por ello!

No está mal recordar todo esto tras el pasado día de Difuntos, en donde se nos viene encima el recuerdo de la herida provocada por la pérdida de muchos seres queridos. Podemos seguir viviendo. Estamos llamados a ello. El cielo está lleno de vivos que nos esperan y nos animan. Vivamos.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 31º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Estos días se han entregado en Oviedo los premios Princesa de Asturias. Un año más, los premios reconocen la labor de tantos hombres y mujeres que, como dijo la Princesa Leonor, trabajan por un mundo mejor, muchas veces de manera silenciosa. Muchos de ellos son nombres desconocidos y, pese a eso, sus logros son de gran altura. Reconocerlos es obligarnos a levantar la vista y a ver más allá de nuestro camino. Hoy Jesús también levanta la vista. Leamos su evangelio [Lc 19,1-10]:

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:
«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:
«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo:
«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Zaqueo y Jesús dialogan incluso antes de conocerse. En ese «querer encontrarse» mutuo, Zaqueo y Jesús nos recuerdan a ti y a mí, hoy, la importancia de sentir la necesidad del amor, la necesidad de amar (Jesús) y la necesidad de saberse amado (Zaqueo). Tú, como yo, también guardas esa necesidad dentro y de qué hagas para satisfacerla dependerá mucha de la felicidad que atesores en tu vida. Te dejo tres pistas:

  • «Necesito ser amado» – No digas que no. Esa sed que tienes, esa sensación de que te falta algo tantas veces, ese vacío que duele y que te persigue tantas noches… ¿No es el amor que te falta? ¿No es tu necesidad imperiosa de saberte querido, querida, de verdad? Seguro que tienes familia, amigos, compañeros, etc. que te quieren, sin duda; pero tu corazón está diseñado para aspirar a máximos. Quieres más, queremos más, lo necesitamos. Y buscas aquí y allá, y mendigas migajas de cariño muchas veces, y encuentras fogonazos que te sirven para un rato pero que luego te dejan peor… Tal vez hay que aprender de Zaqueo, tal vez tienes que dar el paso, «subirte al árbol» y buscar a ese Jesús del que tanto hablan… Tienes que ponerte a tiro.
  • «Necesito amar» – Jesucristo sólo sabe amar. Dios es Amor y el Amor sólo amar sabe, sin medida. Jesucristo siempre se pone a tiro, siempre busca el encuentro, siempre levanta la mirada, buscándote. Quiere quererte, quiere entrar en tu casa. Sabe quién eres (¡¿no ves que llama a Zaqueo por su nombre?!) y sabe que no eres perfecto, perfecta. Sabe que te equivocas, a veces mucho. Sabe que te olvidas de Él muchas veces. Le da igual. Quiere entrar en tu corazón, en tu casa, para salvarlo, para salvarte. Si dejas que eso suceda, el amor caerá como una catarata, con fuerza, e inundará todo. Y entonces necesitarás compartirlo, y amar, mucho y a muchos. Vale la pena.
  • «Murmuraciones» – Zaqueo y Jesús son juzgados. Uno por buscar más allá. Otro, por encontrarse con quién estaba perdido. Ninguno satisface a «los suyos». Toma nota. Valiente Zaqueo. Valiente Jesús. Sólo el amor les mueve, su deseo de plenitud. ¿Qué dificultades encuentras tú hoy? ¿Quiénes murmuran a tu lado? ¿Qué haces con ello? Ser fiel a ti mismo, a ti misma, buscar en Jesús tu sentido, a veces resituará a muchos de los que te rodean. No lo entenderán. De repente dejarás de funcionar según las coordenadas que a ellos les mueven. Pero… ¿esto no va de ser feliz de verdad? Llegará el tiempo de las apuestas y, cuando llegue, sólo te recuerdo que no estarás solo ni sola. Sé valiente.

Vienen días especiales: Todos los Santos y Difuntos. Vida y muerte que nos recuerdan que tenemos vocación de eternidad. No te conformes con cuatro cositas de este mundo. Mira más allá. Atrévete. Alguien te busca.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 30º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Estamos los creyentes. Están los que rezan, los que van a misa cada domingo, los de confesión frecuente, los del rosario diario. Están los que son catequistas, los que están comprometidos en una ONG, los que dan dinero para los pobres de la parroquia, los que colaboran en Cáritas, en roperos y comedores sociales. Están los curas, las monjas, los religiosos, los del Opus, los «kikos», los Hakuna, los Effetá y los de vete tú a saber qué. Están los cofrades, los que corren a por una virgen, los que lloran por el cristo de su barrio, los que salen en Semana Santa flagelándose. Están los misioneros y tantos otros. Estamos los buenos… y los demás… ¿o no? Leamos [Lc 18,9-14]:

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Este Evangelio, si lo actualizamos adecuadamente, habla de ti y de mí. Cambia fariseo por catequista, por creyente, por sacerdote, por persona piadosa, por… Y cambia publicano por persona perdida, pecadora, que gana dinero a costa de otros, traficante, drogadicto, borracho, prostituta… Yo qué se´. Sé que podemos salvar las distancias pero el caso es que, al final, nos habla de dos personas: una que se cree buena y otra que se reconoce mala, simplificando. ¿Tú en qué grupo te sueles meter? Te dejo tres pistas:

  • «Mérito» – El fariseo no necesita a Dios. le reza, le habla, le tiene presenta… pero no lo necesita. Él lo consigue todo por sí mismo, por sus actos, por cumplir los mandamientos y la ley. No necesita ser salvado. Llegará al cielo por sus propios méritos. Él cree que cree pero, en realidad no es así. Si fuera así, ¿para qué Cristo? ¿Para qué su vida, su cruz, su resurrección? Piénsalo. Vivir tu fe con orgullo, como si fuera tu mérito, te sitúa fuera de la órbita de la salvación. Juzgas a todos como «incapaces» e «inmerecedores» del amor de Dios, cuando eres un corazón engañado por su soberbia.
  • «Don» – El publicano, con todo su pecado, su desdicha, su perdición, sus errores… acude a Dios porque lo necesita. Acude con la cabeza baja porque sabe que no es merecedor de su perdón ni de su amor. No ha sabido responder a lo que Dios esperaba de él. Pero acude y, con menos palabras, simplemente le suplica compasión. Vive su fe con humildad, sabiendo que no llega a lo que se espera de él. Pero descubre en Dios a su salvador, descubre que su perdón es su regalo y que la salvación, inmerecida, es real gracias el amor infinito del Padre. Se juzga como «inmerecedor», pero su corazón, humillado y abierto al perdón, le sitúa en la órbita de Dios.
  • «¿Y tú?» – ¿Cómo vives tu seguimiento de Cristo? ¿Quién es Cristo para ti? ¿Cómo vives tu pecado? ¿Eres consciente de él o vives como si nada fuera mal? ¿Cómo es tu oración? ¿Cómo te presentas a Dios? ¿Necesitas ser salvado, salvada, o tú crees que puedes solo, sola? ¿Y los demás que pintan en todo esto?

Toda una semana para darle una vuelta a esto. Es más importante de lo que pueda parecer. ¿Esto va de méritos o de dones? ¿Dios puede salvar a alguien que considera que no necesita ser salvado de nada? Ojalá en tu oración de estos días, te presentes a Dios con humildad, con todo lo bueno de tu vida y de tu fe y también con todo lo mediocre y oscuro que te envuelve. Al fin y al cabo… esto va de pequeñeces y de pequeños.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 28º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Esta pasada semana, en clase, comencé con una oración muy sencilla en los grupos en los que me tocó a primera hora. Les propuse que hicieran unos segundos de silencio y pensaran en algo por lo que están agradecidos y, una vez en la mente y en el corazón, dieran gracias a Dios por ello. El agradecimiento nos hace mejores personas. La mirada se afina para reconocer todo lo que nos ha sido dado. El que agradece, es consciente de todo lo que tiene y eso le permite afrontar el día a día desde otra perspectiva. Pero leamos el evangelio de hoy [Lc 17,11-19]:

Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo:
«Id a presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.
Este era un samaritano.
Jesús, tomó la palabra y dijo:
«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».
Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

Diez leprosos que se reconocen enfermos. Diez enfermos que gritan buscando la ayuda de Jesús. Diez curaciones. Un agradecimiento. ¡Cómo se cotiza el agradecimiento! Es tan descriptivo el Evangelio de hoy… Gritos al principio y ensordecedor silencio al final. Desesperación inicial para terminar en jolgorio. Vidas que cambian por la fe. Y una fe que cambia vidas. Te dejo tres pistas para este domingo:

  • «A gritos» – No sé tú cómo te sientes pero vivimos tiempos donde es fácil sentirse herido. La pandemia, la guerra, el coste de la vida, la enfermedad, el paro, los problemas de salud mental, el cambio climático… pintan un panorama que nos afecta, nos exprime, nos agobia, nos hace muchas veces caminar desganados, sin fuerzas, sin ganas de mirar adelante. ¿Te suena? Y ahí, en medio de todo esto, hay que reconocer a Jesús y acudir a Él «a gritos». Esos gritos son el signo de la certeza de que sólo Él puede sanar nuestro corazón, de que sólo Él puede curarte, saciarte, redimirte. Grítale. Pídele. Acude a Él.
  • «Viendo… se volvió» – ¿Miras a menudo a tu alrededor? ¿Te das cuenta de todo lo que se te ha regalado? Seguramente no todo es perfecto bajo tus criterios pero… aún así, eres afortunada, afortunado. ¿Eres consciente de la acción de Dios en tu vida? ¿Eres consciente de las oportunidades que se te han dado, de las personas, lugares, experiencias… que han posibilitado que hoy seas lo que eres? Aunque haya dolor en tu vida, y oscuridad, también hay dicha, gracia, amor. ¿Por qué permites que quede en un segundo plano? A veces te falta la fe… ¿No será que no eres capaz de reconocer nada de todo esto?
  • «Tu fe te ha curado» – La confianza en que Dios actúa en tu vida, en que te cuida, te conoce, te quiere y te quiere bien… cura cicatrices y te otorga la paz necesaria para vivir tu vida. Es la fe, tu fe, que no se puede tocar ni es materia ni tecnología. No es «algo», ni se posee, no es tuya. Es acoger a una persona, a Jesucristo, mirarle, amarle, confiarle tus cosas, poner tu vida en sus manos aún sin entenderlo todo y creer que Él, sencillamente, te devolverá lo que necesitas. Y en ese camino, te descubrirás ya curado, curada. Pruébalo. No te defraudará.

Un nuevo domingo para crecer en la fe, para pedirle a Dios que acoja tu corazón inquieto y, tantas veces, pobre, herido, pecador. Vuelve a Él, como el leproso, reconócelo, vete a su lado, búscalo, grítale, atrae su atención. Y Él hará lo necesario para que vivas en amor, feliz.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova