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Adviento en familia – Día 13 – ¡Marchando una de quejas!

La queja. Mi mujer me acaba de decir hace un rato que me quejo mucho… La queja. Es verdad que pocas cosas hay peores que la queja, que la protesta generalizada por todo. Desgasta, erosiona, crispa.

A todo viaje le llega su momento de queja. Si en vez de salir por la tarde hubiéramos salido por la mañana; si en lugar de ir por aquí, hubieras pillado otro camino; si es que ya te dije yo que era mejor desayunar en otro sitio; que si vamos muy lentos, que si no era el momento, que si deberíamos habernos quedado en casa…

Lo peor para el que recibe la queja continua es acabar con la sensación de que da igual lo que uno haga porque al otro no le sirve. Y el Señor, ¿qué sensación tendrá conmigo? ¿Estará ya harto de mis quejas, de mi continua insatisfacción pese a todo lo que se me ha regalado? Tal vez sea momento de que toda queja se funda al calor del Dios que nace…

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 12 – Yo, gusano

Gusanito de Jacob. Creo que con esto está todo dicho. Y más hoy, después de varias conversaciones, encuentros y descubrimientos que me han hecho sentir muy pequeño.

Dios es mucho más grande que cualquier de nosotros. Mucho más poderoso que la nación más poderosa del mundo. Mucho más justo que el Tribunal de La Haya. Y mucho más misericordioso de lo que nunca seamos capaces de imaginar.

Somos una pequeñez. Y nos hundimos en nuestras pequeñeces. Somos minúsculos a su lado. Le necesitamos. No hay que avergonzarse de ello. Yo no quiero crecer nunca… siempre niño en los brazos de Dios.

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 11 – El peso del cansancio

Viajar cansa. Cansa no saberse en casa. Cansa la transitoriedad, la provisionalidad. Cansa buscar, buscar, buscar… y no terminar de encontrar. Cansa pensar y explorar caminos. Cansa hasta lo bonito de viajar. Cansa el sol en los cristales, la comida mala de gasolinera, el asiento incómodo, la frialdad de un hotel, las conexiones, las esperas…

Los cansancios se acumulan. A mí se me acumulan a veces. Lo que un día es un cúmulo de proyectos y compromisos bien llevados, al día siguiente, sin saber muy bien por qué, son una carga poca ligera. Uno toma realidad de sus fuerzas, del peso llevado y de la ayuda recibida… y te vienes abajo.

Y es normal. Y hasta necesario. Porque aunque queremos mucho al Señor… vale la pena soltarle peso. Él así nos lo dijo. Tomar conciencia de que sin Jesús no es posible y que necesitamos sus espaldas es la clave de una vida agotadora pero satisfactoria. ¿Le pasas equipaje a Jesús o sólo confías en tus fuerzas? ¿Qué te cansa?

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 10 – Hablad… escuchad al corazón

Para mucha gente, hablar no es fácil. Para otros, es un exceso fuera de control. Incluso para aquellos que entendemos que hay que hablar de Dios al mundo, a veces es un ejercicio difícil de equilibrar. El viaje que nos ocupa es largo e, inevitablemente, necesitamos momentos para hablar con alguien. Y es verdad, uno puede enganchar a alguien y usarlo de «muro de las lamentaciones» o se puede, también, escuchar.

¿Es posible «hablar al corazón», como nos dice la lectura de Isaías de hoy, sin haber escuchado previamente? Es imposible. Hablar al corazón es un verbo que se conjuga escuchando y, únicamente, cuando conozca el ritmo, el latido y el color de la sangre de ese corazón, podré dirigirle alguna palabra.

Hablar al corazón requiere escuchar a Dios, que lo habita. Hablar al corazón es hablarle a ese Dios, es venerarlo, alabarlo, amarlo. ¿Cuántas veces hablas por hablar? ¿Cómo llevas lo de escuchar? ¿Y lo de descubrir a Dios en el corazón del otro?

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 9 – La Buena Noticia de María

Hoy recibimos una buena noticia. No es normal en los tiempos que corren. Los medios de comunicación y las redes sociales, a veces, demasiado a menudo, nos trasladan la sensación de que el mundo es un caos gobernado por la tiniebla y la sombra. Pues bien, en medio de esta negrura, llega una buena noticia.

Una buena noticia es siempre contagiosa. Uno no la recibe y se queda con ella sino que ser receptor de buenas noticias te convierte automáticamente en portador de las mismas. Es el efecto boomerang de la alegría: va y vuelve por igual.

María recibió la mejor de las noticias. Tuvo la exclusiva y la primicia de que Dios iba a encarnarse, de que iba a hacerse uno de nosotros. Dios no podía dejar eso ahí. María sería su Madre, la portadora de esa Buena Noticia para toda la Humanidad por los siglos de los siglos, de generación en generación. El «alégrate» que le dirige el ángel llega a María e, inmediatamente, sale disparado hacia ti y hacia mí. Cuando nos sintamos faltos de buenas noticias, miremos a María y sintámonos hijos de la mejor Madre.
¿Cómo recibes tú las Buenas Noticias? ¿Miras a María de vez en cuando?

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 8 – No soy el que ha partido

Es posible viajar de muchas maneras y, hoy en día, hay una variedad de medios de transporte suficiente como para poder elegir en base a las prioridades de cada uno. Viajar al corazón de la eternidad, viajar adonde la Humanidad nace, no es sencillo. Parece que no hay vuelos directos ni existe acceso de ferrocarril. Las opciones son reducidas porque viajar al lugar donde nace el Emmanuel es viajar al centro de mi propio corazón y eso, estaremos de acuerdo, requiere evitar vías rápidas y prisas injustificadas.

El viaje del Adviento requiere poco equipaje y la decisión inquebrantable de llegar en disposición de encontrarse con el Dios Hecho Hombre. No se puede llegar de cualquier manera. Hay que aprovechar la marcha para tomar conciencia, para mirarse adentro, para calmar las tempestades que anidan en nuestro corazón, para acallar las voces interiores que piden protagonismo, para limar las aristas que el pecado ha provocado en nosotros.

El encuentro con Jesús se vive ya en el deseo de encontrarse con Él y en la transformación que ese deseo produce en todo nuestro ser. ¿Cómo te preparas tú? ¿Qué cambios se están produciendo en ti?

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 7 – A Belén sin billete de vuelta

Si alguien nos pregunta si nuestro viaje es por trabajo o por placer, no sabría qué responder. Por placer seguro que no. Este viaje a Belén, en busca de la Luz que nace, no se hace por placer. Este viaje es cualquier cosa menos placentero. La oscuridad no es cómoda, a mí no me gusta ni a los niños tampoco. A veces, por su culpa, nos equivocamos de camino y hacemos más kilómetros de la cuenta. Otras pesa el cansancio y esta sensación de no llegar nunca hace mella en el ánimo. Y cuando no sucede nada de eso, se pincha una rueda, se retrasa el vuelo o vete tú a saber.

Y por trabajo… tampoco. Nadie me envía a Belén a hacer algo. Adorar al Señor no es un cumplimiento sino una necesidad, una respuesta, un «dejarse llevar». Lo que parece claro es que, no siendo un viaje de trabajo, es un viaje que lleva a trabajar. Uno no llega a Belén, conoce la Luz, al Salvador, al Amor, y se vuelve a su casa tranquilamente. Como le dijo Frodo a Sam, en su camino a Mordor, «jamás volveremos a la comarca». Hay viajes que no tienen billete de vuelta.

Dad lo que habéis recibido. Curad, resucitad, limpiad, echad demonios. El encuentro con el Pequeño nos lleva a la misión, en la que Él es el Alfa y el Omega. ¿Te gusta los viajes sin vuelta? ¿Te dejas seleccionar para la misión?

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 6 – Tus ojos, Su luz

Hay una expresión que usamos a menudo para algo distinto a lo que realmente dice: «abrir los ojos». «¡Tienes que abrir los ojos!» «¡Me has abierto los ojos!» Obviamente no quiere decir que los párpados estén recogidos y los globos oculares enviando al cerebro la información de lo que tienen enfrente. Cuando usamos esta expresión, el significado que tiene está íntimamente relacionado con la luz, elemento, por cierto, imprescindible también en el significado físico original. Luz: dar luz, iluminar, esclarecer…

Es curioso que para poder ver, aún siendo nuestros los ojos, nada podemos hacer sin este elemento que viene de fuera y que no nos pertenece, la luz. La luz nos es dada. La luz nos llega. La luz nos inunda. Pero nosotros no la tenemos. Si luz, de nada sirven los ojos. Nosotros no somos suficiente, no nos bastamos a nosotros mismos.

Interesante pensar en esto durante este Adviento: ¿Vives con o sin luz? ¿Es Jesús la luz que te hace ver? ¿Será la falta de Él la que te impide salir de la oscuridad?

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 5 – Seguro de viaje

Cada vez que salimos de viaje rezamos. Un Ave María en el coche, un Padrenuestro antes de entrar al avión… nos ponemos en manos de Aquel que dirige nuestras vidas. Viajar entraña riesgos. Salir de uno mismo, partir hacia otras tierras acompañado o en soledad, afrontar retos, buscar la luz… no es algo sencillo.

Demasiadas veces ponemos nuestras seguridades y nuestra confianza en nuestras propias fuerzas, en nuestras propias intuiciones, en nuestros propios criterios o, también, cargamos las espaldas de otros que, a nuestro lado, nos ayudan, nos guían, nos acompañan. Pensamos que padres, gobernantes, obispos, empresarios, etc. harán que nuestra vida vaya mejor, que conducirán nuestros pasos a praderas más verdes… Sólo el Señor es nuestra Roca, sólo en Él debemos depositar nuestra confianza y, una vez hecho esto, podremos partir ligeros de equipaje y con el depósito de la alegría hasta los topes.

Pidamos menos a Dios y démosle más las gracias, alabémosle más, reconozcámosle Dios y Señor. ¿Cuántas veces lo hacemos? Demasiado pocas ¿a que sí?

Un abrazo fraterno

Adviento en familia – Día 4 – Un festín de postín

Para los que hemos visto la película «La bella y la fiesta» es fácil imaginarse un banquete en condiciones. Aún cuando estamos en un lugar desconocido, oscuro y poco amigable; aún cuando pensamos que nada puede ir bien, una pequeña luz es capaz de sentarnos a la mesa y darnos un festín de postín.

¿Qué hay de aquel niño al que se le salen los ojos de las órbitas al ver una mesa bien puesta, llena de cubiertos refinados, copas de fino cristal, bandejas de plata, manteles de hilo y repleta de manjares diversos y suculentos? ¿Dónde lo hemos dejado?

Dar de comer a alguien, ofrecerle un gran banquete, siempre ha sido una de las imágenes idóneas para expresar la felicidad, la fiesta, la sobreabundancia, el gozo. El banquete no es una cenita, ¡es más! ¡Desborda!

El Señor Jesús, que llega en la noche, viene para amarnos de esa manera: desproporcionadamente, desmesuradamente. ¿Preparado para sentarte a la mesa?

Un abrazo fraterno