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Miércoles II Adviento 2019 (Is 40,25-31)

Hay cansancios y cansancios. A veces no los distinguimos. Nos sentimos agotados, sin fuerzas. Se escapan las fuerzas y pesa la tarea del día a día. La mente se embota. Llega el estrés. Y todo se hace oscuro.

Es el cansancio que recoge las dudas. Es el cansancio que aleja de Dios. Es el cansancio que cuestiona la vida del que se entrega pensando que sus fuerzas son suficientes.

Y es en el Señor, nuestro Dios, donde encontramos reposo. Él nos sostiene y repara nuestras maltrechadas fuerzas. Cura nuestras heridas y nos insufla ánimo y energía. Él nos provee de la esperanza necesaria para seguir levantándonos un día tras otro.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Jueves I Adviento 2019 (Mt 7,21.24-27))

Los cimientos no suelen estar a la vista. Pero lo sostienen todo. Ya lo decía El Principito: «Lo esencial es invisible a los ojos». Y muchas veces lo olvidamos e intentamos siempre hacernos ver, practicar el postureo, propaganda engañabobos de uno mismo y de lo que hace.

¿Sobre qué se asienta mi vida? ¿Cuáles son mis certezas? ¿Y mis deseos más profundos? ¿Qué hay de la fe? ¿En qué Dios creo? ¿Cuáles son mis anhelos y expectativas? Cimientos. Para que cuando lleguen los vientos, no se me venga todo abajo.

No es tan difícil. He sido testigo de grandes proyectos, que parecían solidos, y que se han desplomado como azucarillos cuando la vida ha apretado. Por eso, ayúdame Señor, sé tú mi roca, mi muralla, mi fortaleza, mi cimiento. Y mi vida estará a salvo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Lunes I Adviento 2019 (Mt 8,5-11)

Se acercó a Jesús con confianza.
Reconoció en Jesús al Señor.
Depositó en Él su confianza y su esperanza.
Y puso a sus pies la necesidad de otro.

Pidió por su criado, pequeño a su lado.
Salió de sí por él, pese a las habladurías.
Se despojó de su dignidad y autoridad.
Y conociendo sus dolencias, rogó por su curación.

Y yo hoy…

¿Me acerco a Jesús con confianza?
¿Reconozco en Él al Señor?
¿Deposito en Él mi confianza y mi esperanza?

¿Qué otros, a mi alrededor, están sufriendo? ¿Quiénes están dolidos? ¿Quiénes enfermos? ¿Quiénes necesitan a Jesús en sus vidas?

Quiero ser mediador, como el centurión, para acercar a Jesús a la vida de tantos que le necesitan.

Un abrazo fraterno – @scasanovam



La fe crece en comunidad (Lc 6, 12-19)

Me costó mucho entender la necesidad de la vida comunitaria en mi vida. Lo percibía más como una amenaza que como un regalo. Tenía miedo de que otras personas entraran en mi vida a opinar y, además, con el aura de ser, la suya, voz de Dios. Tuve muchas preguntas. Y no había muchas respuestas.

Ahora miro atrás y compruebo que no es posible crecer en la fe ni hacer el camino de Jesús sin la comunidad. Unos la concretaremos más y otros la concretarán menos. Pero el mismo Jesús eligió un grupito de doce para poder llevar adelante su misión. ¿Los necesitaba técnicamente? No. ¿O sí? ¿No es Dios-Trinidad comunidad en sí mismo? ¿No nos está dejando claro que su amor sólo puede ser vivido en comunión?

La comunidad ha sido y es pilar de mi vida de fe. Concretar en unos hermanos y hermanas la vivencia del Evangelio. Poner rostro a la gran comunidad eclesial que, tantas veces, se nos diluye en su grandeza y en su universalidad. Jugarme la vida con personas concretas, con almas concretas, con brazos concretos con lo que sostenerme y a los que sostener.

La fe necesita de una comunidad para crecer, igual que toda persona necesita de una familia. De lo contrario, su futuro es complejo y oscuro.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

No te angusties por el futuro que está por venir – Domingo XIX TO Ciclo C

Cada vez nos cuesta más esperar. Y creer. Incluso los que nos decimos cristianos, estamos ansiosos por que el mundo sea ya lo que nosotros queremos, lo que a nosotros nos gustaría. Somos la generación «Nesquik», soluble e instantánea.

El Reino siempre ha sido un «ya pero todavía no». Incluso aunque hayan pasado más de 2000 años desde la venida de Cristo, en el mundo vemos como el Reino está ya presente entre nosotros, gracias al Espíritu regalado, y como, a la vez, todavía nos rodea mucho mal, mucha destrucción, mucho odio, mucho poder, consumo, ego, etc.

Yo me descubro muchas veces, en mi propia historia, forzando los momentos. Quiero que las cosas salgan, como yo tengo pensado y ahora. Me agobia la sensación de que la vida se me vaya yendo y que mis objetivos no se cumplan. Me gustaría ver tantas cosas haciéndose realidad… y vivo con el miedo de irme sin verlo. Y me preocupo por el mundo, por cómo será el planeta en 50 años, por el medio ambiente, por la política populista que nos ha llegado, por las sociedades que parecen ir hacia atrás en lugar de hacia adelante… Y pienso en mis hijos y en el tiempo que les tocará vivir… Y a veces me lleno de temor y desesperanza.

¡Hombre de poca fe!, me gritaría el Señor. Confía. No temas. Dios te espera con una tierra nueva y maravillosa. Pon ahí tu corazón. Pon ahí tu esperanza. Actúa como si todo dependiera de ti, pero espera en el Señor. Él guía nuestra historia y siempre está al lado de su pueblo. ¿Qué hay que temer?

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Tu casa… el lugar donde te hacen menos caso (Mt 13,54-58)

Que sí, que en tu casa es donde menos caso te hacen. Los tuyos. Esos que te vieron crecer, que te conocen y que, sin duda te quieren. Tu familia, la institución en la que has crecido y llevas media vida, la parroquia en la que estás desde que naciste… Lo que se dice «tu casa» en sentido amplio.

Es desgarrador comprobar que aquellos que debieran tener una mirada real hace ti, son precisamente los que desconfían. Desgarra y hace daño. Jesús debió salir desgarrado de su pueblo, al que debió volver con ilusión de predicar el Reino como en otros lugares de Galilea. Debió salir dolido, mucho. Me lo imagino porque de una manera u otra, también lo he sentido. Seguro que tú también.

Y no hay mucho que hacer. Sólo se puede seguir camino y pensar… «qué pena que justamente sean ellos los que se lo pierdan…». Qué pena. Toca seguir camino. Donde hay prejuicio, donde no hay fe, no hay milagro.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¡Ay de ti, que miras pero no ves! (Mt 11,20-24)

El Evangelio está lleno de milagros de Jesús. Conversión del agua en vino, multiplicación de panes y peces, ciegos que ven, cojos que andan, muertos que resucitan… y ante estos hechos nos hacemos muchas preguntas. Hoy miramos de reojo una serie de relatos que nos cuesta creer o que, si lo hacemos, van rodeados de aura mágica que, ciertamente, no es muy propia de Jesús.

Como en casi todo, la mirada es lo que manda. Esa es la acusación que Jesús le lanza hoy a muchos que son incapaces de ver su acción entre los hombres. Falta fe. Y sin fe, no hay milagro. Vuelvo a repetirlo: SIN FE, NO HAY MILAGRO.

En cambio, cuando uno tiene a Dios presente en su vida, es capaz de descubrir en los acontecimientos cotidianos y en el camino recorrido, muchos milagros. Porque todos hemos estado cojos y ciegos, porque a todos nos ha faltado alimento, porque todos nos vimos delante de una encrucijada… y, si miramos bien, con fe, descubrimos cómo Dios ha conseguido insuflarnos vida y amor en cada momento.

Yo veo milagros cada día. Milagros maravillosos que me confirman que el Señor está a mi lado.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Cuando parece que Dios duerme (Mt 8,23-27)

Paso unos días de estos de no entender casi nada. El desconcierto preside mucha de la realidad que me rodea y me cuesta situarme. Es la misma sensación que la de aquellos discípulos que, subidos a la barca con Jesús, empiezan a sentir que el temporal llega… y Jesús duerme.

A veces me pregunto qué es lo que realmente querrá el Señor de mí. Es como un continuo responder a una fuerte llamada y darme de bruces con la realidad. Una mezcla de aspiración y fracaso, de energía y frustración, de expectativa y decepción… que me resulta terrible. Y silencio.

Haciendo caso a Jesús sólo me toca pedir fe. Fe porque el Padre me conoce. Fe porque el Padre me salva. Fe porque, aunque los planes y las seguridades caigan a cada paso, Él sostiene mi vida y me encamina hacia nuevos senderos. Aunque todo esto yo lo diga ahora con mi cabeza…

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Dudas de Pascua (Lc 24,35-48)

Que no, que no esto va de una fiesta de cumpleaños. La Pascua está impregnada de la alegría del Resucitado pero, como dice el Evangelio de hoy («como no acababan de creer por la alegría»), la alegría también puede estorbar en estos momentos.

A veces uno no sabe cómo afrontar la Pascua. Por un lado, parece que nada ha cambiado. El mundo sigue igual, mi vida sigue igual. No se han resuelto ni los problemas ni las dificultades. Por otro lado, parece que estamos obligados a creer y sentir que de repente todo se tiñe de rosa. Y también es molesta esa sensación de obligatorio jolgorio.

Descubrir a Jesús Resucitado, como bien nos muestra el Evangelio, es un proceso, un proceso en el que hay que ir acercándose a la vida de Jesús, al Reino anunciado, a la Cruz y, posteriormente, a la experiencia de la Resurrección, en la que Jesús nos regala su paz. No creo que sea algo de un día para otro. Posiblemente nos lleve media vida o la vida entera, enterarnos de cómo va esto y calmar las dudas que a veces surgen. Pues sin miedo. Ellos, los apóstoles, también lo tenían en su estupefacción. Que el Espíritu nos guíe.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

José creyó, contra toda esperanza (Rm 4,13.16-18)

La esperanza es una de las virtudes propias de la vida cristiana. Saber esperar en Dios, saber mirar el mundo con la certeza de que el Reino de >Dios ya ha comenzado y que, algún día, Dios lo consumará. Saber que el amor de Dios hace efecto sobre nuestra vida, antes o después. Claro que sí. ¿Pero qué sucede cuando a veces la fe no es apoyada por esa esperanza tan rica?

Abrahán y luego José son modelos de dos personas que creyeron contra toda esperanza. No fueron movidos por la convicción de estar seguros de que el futuro sería más prometedor que el presente sino que, desde una fe profunda, decidieron ponerse en camino con todas las dudas razonables que se cernían sobre una llamada de Dios llena de inseguridades, incógnitas y falta de claridades. Ni sabían dónde iban, ni para qué ni con qué objetivo.

Hoy, a ti y a mí, nos costaría funcionar como José. Vivimos en un mundo donde la seguridad es casi un valor supremo y donde la razón nos empujaría a «no cometer locuras». Es más, creo que incluso llegaríamos a la conclusión de que Dios no nos pediría nunca nada irracional. Pues bien, miremos a José, hoy, en su día, y cuestionémonos ante un hombre que creyó contra toda esperanza.

Un abrazo fraterno – @scasanovam