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Un profesor que siembra (Mc 4,1-20)

Leyendo el Evangelio de hoy y tras pasar un día convulso en el cole, he recordado que no soy más que un sembrador. El fruto de mi tarea no entra dentro de mi campo de visión. Al menos de momento. Mi misión es sembrar. Aquí y allá. A este y al otro. Y esperar que el sol, el agua, el viento, la tierra… hagan germinar la semilla y verla luego crecer y dar fruto.

Es difícil ser sembrador sin asegurar el fruto. Difícil para los que estamos acostumbrados a evaluarlo todo, a pasarlo todo por el filtro de la calidad. Pero el Señor me ayuda en mi tarea. ¡Qué remedio!

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Si fueras un árbol… ¿darías fruto? (Jn 15,1-8)

Cuando Rafaela Carrá hacía de presentadora en RTVE, yo sería adolescente, tenía un espacio donde se jugaba a adivinar un personaje a base de hacer preguntas del tipo «si fuera…». Un juego que requiere originalidad en la pregunta y una fina intuición y mayor conocimiento del personaje en el que responde. Hoy, leyendo el Evangelio, me acordé de este juego y me brotó el preguntarme a mí mismo: «si fueras un árbol… ¿darías fruto?».

Y es que el fruto, desde luego, de mi vida cristiana y comprometida no es mi propia felicidad. Sería un árbol muy egoísta. La felicidad no es más que la consecuencia de la generosa ofrenda de lo que soy para que los demás se alimenten. El peral no es feliz por ser peral sino porque sus peras son arrancadas de él para dar de comer a muchos. Si eso no fuera así, ¿qué diferenciaría al peral de un arbolucho medio quemado en el último incendio de la temporada veraniega?

Es verdad que estoy en mi lugar y que eso me agrada. Es verdad que el Señor me guía y que intento descubrir su voluntad y ponerla en práctica.  Pero si no hay un auténtico cambio en mi corazón, si no soy ofrenda para que otros se alimenten… ¿para qué? El peral de antes sabe lo que es desprenderse de parte de él para que el que lo necesite, coma. No es un simple estar sino que es también un perder. El fruto brota, se ofrece y se pierde.

Estoy convencido de que estoy empezando. El árbol lleva poco plantado y se está adecuando al clima. Necesito más oración, más comunidad, más Cristo. Estoy seguro que entonces los frutos serán más y mejores. De Dios depende. Y de mí. Porque si me conformo con lo que tengo y doy hoy… seré un arbolito más que para poco ha servido.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Salió el sembrador a sembrar… (Mc 4, 1-20)

zarzas… y se encontró conmigo, con mi tierra.

Leyendo y metidando las cuatro posibilidades Padre (al borde del camino, tierra pedregosa, tierra con zarzas y tierra buena) creo que no me sitúo entre ninguna de las dos primeras. La Palabra, tu Palabra, llega a mi y no se escapa con facilidad. No se la comen los pájaros ni se la lleva el viento o la lluvia cuando el tiempo cambia y llega el invierno. Pero ciertamente hay zarzas. Y tierra buena. Pero sí hay zarzas. hay cosas que me impiden dar más, ser mejor: costumbres, maneras, heridas… que ahogan ciertamente parte del efecto sanador y confrontador de tu Palabra. Algunas de esas zarzas las tengo identificadas, otras las intuyo y otras, seguro, pasan desapercibidas todavía aunque ya son las menos.

Tengo que seguir preparando mi tierra y, con la yuda de otros, limpiarla de zarzas. Poco a poco pero sin descanso. Al mundo le urge el fruto.

Un abrazo fraterno

… y vuestro frute dure (Jn 15, 9-17)

Tal vez sea ésta la parte de la frase a la que menos atención he prestado siempre. Lo de que Él es quien me escoge me mola mogollón. Lo de que tengo que «ir» también lo pillo y lo interpreto. Lo de que hay que dar fruto está claro aunque ya va subiendo la dificultad y esta última puntilla es ya para usuarios avanzados. ¿Cuántos proyectillos de toma pan y moja? ¿Cuántos proyectillos «calmased»? ¿Cuántas misioncillas sin calado? ¿Cuánto tiempo, energía y dones desperdicio en cositas que no van a durar demasiado? Que no duran…

Esta faceta ya no es cosa de Jesús sino mía. Es como lo de preparar la tierra antes de sembrar. Preparar la tierra y al sembrador diría yo. Vale la pena gastar tiempo en crecer. En conocerse. En madurar. En ganar en consciencia. En ganar en fraternidad. En ganar en tejido. Ese tiempo gastado en todo eso será el que garantice que el fruto sea duradero…

Miro las petunias casi recién plantadas que tengo en mi balcón. Y creo que hay muchas que no llegarán a nada. Las sacamos al balcón demasiado pronto. Llegaron las lluvias y los vientos y las débiles raices no soportaron el fragor…

Un abrazo fraterno

… según el fruto de sus acciones (Jr 17, 5-10)

Se me ha ido la vista varias veces hacia esa frase: «según el fruto de sus acciones». ¿Por qué? Tal vez porque siempre estamos dándole vueltas a «las acciones» y no tanto al fruto. Parece como si ´por boca de Jeremías lo que Dios estuviera intentando decirme hoy es que las acciones en sí mismas no son tan importantes sino que, más bien, es lo que genera la acción lo que importa: ¿me ha cambiado el corazón? ¿Estoy más cerca de Dios? ¿He crecido? ¿Soy más auténtico? ¿Es el mundo un poquito mejor? ¿Ha ganado terreno el amor? ¿Se ha construido Reino?

¿Qué fruto genera mi participación en la Eucaristía dominical? ¿Qué fruto genera mi compromiso con la catequesis? ¿Qué fruto generan mis donaciones económicas? ¿Y el ayuno que me propongo para esta Cuaresma? ¿Qué fruto generan las lecturas formativas que hago? etc, etc, etc…

Fruto, acción… parece que no son lo mismo.

Un abrazo fraterno

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