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Como vuestro Padre… (Lc 6,36-38)

Quién más tiene es quién más da. Quién más lleno está es quién más se vacía. Y todo con amor. Sin amor… todo da igual. Proyectos, reuniones, campamentos, actividades, oraciones… todo vacío si no hay amor.

El Evangelio de hoy nos invita a salir de nuestros propios enredos, de nuestro centro universal de operaciones donde YO y sólo YO juzgo, perdono, condeno, salvo… ¡Qué peligro tan sutil sentirme como Dios mismo! ¡Qué tentación tan sutil saberme casi tan bueno como Dios!

Ese «como vuestro Padre» es nuestra tabla de salvación. Él es la referencia. Él es quién nos concede la gracia para dar, para perdonar, para sanar. Es la misma gracias que nos ha sido dada, que nos ha perdonado, que nos ha sanado primero.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

En mi debilidad, me haces fuerte (II Cor 12,7b-10)

En mi debilidad me haces fuerte. Inmediatamente me viene la canción de Brtoes de Olivo a la mente y, con ella, muchos momentos en los que encontré fortaleza al cantarla y orarla.

Tenemos muy infravalorada nuestra propia debilidad. Es más, la escondemos. En el mundo de hoy, hay que ser fuerte y, si no lo eres, al menos tienes que parecerlo. Avergüenza confesar las propias debilidades. Da mal rollo reconocer los propios fracasos. Se mira mal al que descubre que las fuerzas le fallan y que no puede solo. Y así vamos viviendo día tras día, en una esquizofrenia colectiva que nos destroza por dentro. La imagen que damos se va distanciando de lo que somos realmente y la herida y el miedo a que descubran lo que soy en realidad… se hacen cada vez más grandes.

Y es que nos hemos olvidado de Dios. En una sociedad donde Dios no existe, evidentemente cae sobre los hombros de cada uno el resultado y el sentido de una vida. Si triunfas, bien. Si fracasas, es mejor morirse. Sin Dios, nos hemos quedado solos, huérfanos, en medio de un lago helado a punto de quebrarse.

Pablo, en cambio, ha conseguido experimentar en su vida lo contrario. Da gracias por su debilidad porque sabe que es ahí donde la gracia de Dios sobreabunda y donde ya no depende todo de uno. ¡Y cómo descarga de peso experimentar eso! ¡Y cómo cura! ¡Y cómo sana! ¡Y cómo descansa!

Tú y yo también lo podemos empezar a hacer. Mirando al Cristo de la cruz y diciéndole que no, que no puedes, que no consigues todo, que fracasas, que tienes miedo, dudas, frío. Y ahí, en esa intimidad del desamparo, Dios obra su mayor milagro, el milagro de un amor encarnado y abajado, el amor del Dios de Jesús que arropa a todo crucificado desde su propia cruz para luego resucitarlo en Él.

Un abrazo fraterno – @scasanovam