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El veneno de la hipocresía (Mt 23,13-22)

Duro evangelio el de hoy, en el que Jesús carga contra los hipócritas, sobre todo contra aquellos que van de santos, de perfectos, de modelos a seguir. La hipocresía es un terrible veneno que se nos cuela fácilmente. Hoy en día es sencillo desdoblarse y mostrar de nosotros mismos caras diversas que den imágenes idílicas de nuestro propio ser. Nos hacemos selfies que inundan las redes para garantizar que los otros se enteren de lo maravillosa que es nuestra vida y, sobre todo, de que es más maravillosa que la suya.

Me surge la inquietud, en este ratito de oración, de si yo soy también hipócrita. Creo que los hipócritas nunca se reconocen como tales porque su doblez siempre tiene sentido, buenas razones y acaban creyéndose su propio engaño. Yo a veces también me engaño a mí mismo. Exijo mucho a los otros pensando que mi listón está alto y luego descubro que soy frágil, pequeño y ciertamente necesitado de amor y generosidad y paciencia como todos. Pero esto no sale mucho a la luz, ni siquiera me lo muestro a mí mismo.

Señor, me reconforta la letra pequeña del Evangelio de hoy. En el fondo, nos recomiendas que nos alejemos de nuestro afán de perfección y control. A ti te interesa poco eso. No quieres seguidores perfectos sino fieles, apasionados, enamorados de ti. Tú cargas con nuestra miseria. No tenemos de qué preocuparnos. Sabes que cuánto más cerca estemos de Ti, más felices y perfectos seremos en el Amor. Y eso es lo que te importa de verdad.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Hermanos lejanos… ¿Hermanos? (Mateo 5, 20-26)

Te lo digo de verdad. Este Evangelio de hoy me parece de los más exigentes. Primero porque cuando habla de hermanos no se refiere a los que hemos nacido de la misma madre, del mismo padre, bajo el mismo techo. Hoy comentaba con alguien que, en la Iglesia, nos poníamos muchas etiquetas (los del opus, los kikos, los carismáticos, las vedrunas, los escolapios…) pero que, en realidad, sólo existía una etiqueta: hijo de Dios, hermano mío. No hay más. Es algo que no se nos mete en la cabeza. Queremos a los que nos quieren, a los que no nos supone ningún esfuerzo querer. ¿Y se puede querer y amar sin buscarse problemas, sin sufrir?asis

Lo segundo que Jesús fulmina es la hipocresía, la incoherencia, la mediocridad en la vida de fe. No somos seguidores de Jesús si nos acercamos al altar con «temas pendientes», con desamores vivos, con rencillas, con enemistades. Seremos otra cosa, PERO NO SEGUIDORES DE JESÚS. Nos llamaremos cristianos pero NO LO SEREMOS. Nos creeremos dignos de la eternidad pero a lo mejor estamos al final de la cola…

Qué duro y qué claro es el Señor. No admite medias tintas, autocomplacencias. No admite predicaciones por un lado y hechos por el otro. «Nos conocerán por cómo nos amamos los unos a los otros» nos dijo… y no sé muy bien qué hemos entendido.

Son incompatibles con ser cristiano ciertas actitudes ante los demás. Es incompatible cierto lenguaje a la hora de hablar de otros. Es incompatible destruir y aniquilar vidas y dignidades, sea quien sea el de enfrente. Es incompatible difamar a nadie en las redes sociales. Es incompatible «creerse de los buenos» y ponernos a parir entre hermanos a los ojos del mundo. Es incompatible tener una familia con la que no me hablo. Es incompatible despreciar al pobre, al borracho, al drogata… Es incompatible tener, tener, tener… Es incompatible no estar abierto a la vida y a la generosidad con los hijos.

No nos van a medir ni por el dinero que damos a Manos Unidas, ni por las misas a las que he asistido, ni por los rosarios que he rezado. Cuántos más mejor, claro, pero Jesús nos pide otra cosa. Nos pide lo más difícil.

Merece la pena orar esta Palabra de hoy y dejarnos cambiar el corazón. Yo tengo mucho que cambiar y hoy me presento ante el Señor, con mi debilidad. Que Él haga de mi un auténtico instrumento de hermandad entre los hombres.

Un abrazo fraterno