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Bendíceme, Señor (Sal 66)

Bendíceme, Señor. Bendíceme hoy y mañana. Bendíceme al comenzar el día y al afrontar la noche que llega inexorable.

Muchas veces lo pienso y pocas veces te lo digo, Señor. Quiero tu bendición cuando salgo cada mañana de casa, camino del aula. Quiero me des fuerza y que, como dice el salmista, hagas brillar tu rostro sobre mí. Que todos los chicos con los que me encuentre, te encuentren a Ti; que los que me miren, te vean a Ti; que aquellos a los que hable, cuide, consuele, escuche… te descubran a Ti. Tu rostro inscrito en el mío es lo mejor que tengo.

Gracias Padre por cuidarme, por gobernar mi vida con amor y justicia. Gracias por mirarme con agrado y por ser fiel a las promesas que me has hecho desde el comienzo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Uno de mis papás es la caña… el otro, ¡es Dios!

Hoy estuve un ratito en el oratorio del cole con los niños de 5 años, de 3º Infantil. Nos tocaba redescubrir y repasar la oración del «Padre Nuestro» y, aprovechando la coyuntura y que ellos están emocionados aprendiendo a leer, imprimí cuatro folios con cuatro letras, una por folio, a tamaño 300. Eran dos P y dos A y formaban la palabra PAPÁ.

Perdemos mucho de vista si nos olvidamos de nuestro ser hijos. Perdemos, creo yo, la esencia, lo nuclear, de nuestra relación con Dios. Toda imagen de Dios que no inluya su ser «papá» está distorsionada, manipulada, envenenada, incompleta o como cada uno quiera. No hace falta explicar las consecuencias de esto… Papá…

El Evangelio de hoy es buena prueba de ello. Jesús actúa desde un Dios que es «papá». Los demás no actúan desde ahí. He ahí la diferencia. He ahí la posibilidad de salvar la vida de una persona o dejar que se pasen sus días encorvada e influenciada por el mal.

Papá… te quiero. Papá, te necesito. Papá… no quiero dejar de ese hijo tuyo nunca.

Un abrazo fraterno