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Tiempo de gracia (Is 49,8-15)

La primera lectura de hoy… no necesita ningún comentario. Leedla despacio y confiad en su Palabra.

ESTO dice el Señor:
«En tiempo de gracia te he respondido,
en día propicio te he auxiliado;
te he defendido y constituido alianza del pueblo,
para restaurar el país,
para repartir heredades desoladas,
para decir a los cautivos: “Salid”,
a los que están en tinieblas: “Venid a la luz”.
Aun por los caminos pastarán,
tendrán praderas en todas las dunas;
no pasarán hambre ni sed,
no les hará daño el bochorno ni el sol;
porque los conduce el compasivo
y los guía a manantiales de agua.
Convertiré mis montes en caminos,
y mis senderos se nivelarán.
Miradlos venir de lejos;
miradlos, del Norte y del Poniente,
y los otros de la tierra de Sin.
Exulta, cielo; alégrate, tierra;
romped a cantar, montañas,
porque el Señor consuela a su pueblo
y se compadece de los desamparados».
Sion decía: «Me ha abandonado el Señor,
mi dueño me ha olvidado».
¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta,
no tener compasión del hijo de sus entrañas?
Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré.

Miércoles II Adviento 2019 (Is 40,25-31)

Hay cansancios y cansancios. A veces no los distinguimos. Nos sentimos agotados, sin fuerzas. Se escapan las fuerzas y pesa la tarea del día a día. La mente se embota. Llega el estrés. Y todo se hace oscuro.

Es el cansancio que recoge las dudas. Es el cansancio que aleja de Dios. Es el cansancio que cuestiona la vida del que se entrega pensando que sus fuerzas son suficientes.

Y es en el Señor, nuestro Dios, donde encontramos reposo. Él nos sostiene y repara nuestras maltrechadas fuerzas. Cura nuestras heridas y nos insufla ánimo y energía. Él nos provee de la esperanza necesaria para seguir levantándonos un día tras otro.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Ese Dios al que sirves, ¿es el Dios de Jesús? (Is 1,10-17)

Jesús es muy claro. Hay una religiosidad que nada tiene que ver con él. Tal vez sea una religión que adora a algún dios pero, desde luego, ese dios no es el Dios de Jesús. En palabras de Isaías se nos ofrece la Palabra que luego hará carne Jesucristo. No se trata de hacer méritos, de ofrecer sacrificios, de cumplir con la ley… mientras miramos a otro lado cuando de pobres, enfermos, débiles e injusticias varias se trata…

Sodoma y Gomorra parece que eran ciudades religiosas también. Por lo que dice el profeta, en ellas se debían de ofrecer muchos sacrificios y grandes rituales en sus templos. Y a la vez, los oprimidos, los huérfanos y las viudas vivían cada vez peor. ¿Cómo traducir esto a hoy en día? No nos debe ser muy difícil. Seguimos con peregrinaciones a Lourdes, a Roma, a Medjugorje; seguimos rezando delante de tumbas de santos y beatos; criticamos a los que no van a misa; rezamos rosarios, llenamos nuestras agendas de actividades en la parroquia, en el cole, en la diócesis; salimos en Semana Santa en procesiones y ofrecemos sacrificios y penas, saltamos cuando el gobierno de turno toma alguna medida que va en contra de nuestras convicciones… Y a la vez, descuidamos el planeta con nuestra manera de vivir, vivimos con lo último y al día aunque muchos se vean oprimidos en muchas partes del mundo por nuestro afán consumista, no vemos pobres ni necesidades en nuestros barrios y ciudades, metemos a nuestros ancianos en residencias, no soportamos el sufrimiento, somos clasistas, racistas, machistas… pensamos que se puede servir a Dios y a los dictadores de turno aunque sea a costa de todo, dejamos que sigan muriendo hombres, mujeres y niños en el Mediterráneo sin levantar la voz y miramos con desdén y miedo a aquellos que huyen de la guerra y del hambre.

Al menos seamos conscientes… Al Dios de Jesús esto le repugna. Nos invita a otra cosa. A vivir más pobres, a atender al hermano, a ofrecer refugio, a dedicar dinero para que otros vivan mejor, a vivir con menos, a llevar a la práctica nuestra oración, a hacer que la Eucaristía sea de verdad y nos comprometa con el mundo como le comprometió a Él.

¿Queremos?

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Voy a transformar a Jerusalén en alegría (Isaías 65,17-21)

Como decíamos en comunidad, esta lectura de Isaías es una de estas que se sale un poco del «aroma amoratado» del que hemos impregnado la Cuaresma. Es una lectura que alegra los oídos y que uno podría estar degustándola de continuo.

Yo veo esa Jerusalén de la que habla Isaías como un estado personal, un estado al que se llega tras la experiencia real de encuentro con el Resucitado. Un estado de paz interior, de heridas curadas, de esperanza y confianza… Yo deseo llegar ahí. Quiero que Dios haga eso conmigo. ¡Lo quiero! Ya lo comenta el Evangelio: primero viene descubrir la propia necesidad, luego desear la vida, ir a Jesús y, por último, ponerse en camino lleno de fe. Ese proceso transforma. Y yo voy poco a poco. No es un proceso secuencial sino más bien circular…

Ojalá esta Cuaresma sea un pasito más. Ojalá la Alegría se quede a vivir en propiedad.

Un abrazo fraterno