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Evangelio para jóvenes – Domingo 3º de Adviento Ciclo A

El viernes por la mañana cayó «la mundial» en #Sevilla. Hacía tiempo que las gentes de esa ciudad no veían, oían, sentían y se mojaban con una tormenta de tales dimensiones. Sentimientos entremezclados: alegría por el agua que llegaba, necesaria a todas luces en una región castigada por la sequía y las altas temperaturas; y desasosiego por una realidad casi desconocida, desconcertante, y excesivamente contundente. Curiosamente, Juan el Bautista sintió algo parecido con la llegada de Jesús. Escuchemos el Evangelio de hoy [Mt 11,2-11]:

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: «Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.» Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.»

Que sí, que era Jesús y sí, había que seguirlo. Pero las noticias que le llegaban al Bautista, ya preso, le desconcertaban. No sabía qué pensar. ¿Podía ser que el Mesías, el Enviado, el Hijo del Hombre, el Hijo de Dios esperado por Israel durante tantos siglos… fuera «ese», que hacía «esas» cosas? A ti y a mí, muchas veces nos sucede lo mismo con Dios: nuestra idea de Él y de cómo debería hacer las cosas, no siempre coinciden con su realidad, con su manera de hacer las cosas. Y algo inquietante nos asalta. Pero te dejo tres pistas para hoy:

  • «Ver y oír» – El Reino de Dios es perceptible por nuestros sentidos. Sólo tienes que mirar y ver, que escuchar y oír. Sólo tienes que tocar y gustar y oler. Sólo tienes que vivir con todo tu potencial desplegado para darte cuenta de que, efectivamente, Dios está entre nosotros, está presente en tu vida, a tu alrededor, en el mundo. ¿No será tal vez que tienes los sentidos algo atrofiados de tanta tablet, tanta Play, tanto tabaco, tanto alcohol, tanto ruído, tanto móvil, tanto sexo, tanto trabajo? Estas horas de #Adviento y #Navidad son horas, días, privilegiadas para «sentir» tu vida y a Dios en ella. ¿Qué sentido debes desplegar mejor? ¿Qué sentido tienes más necesitado? ¿Qué percibes de vida, de Dios, a través de ellos?
  • «Las señales del Reino» – Ya lo decían los profetas. Son los signos de que el Reino ya está aquí, de que Dios vive entre nosotros: «los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio». También hay milagros en ti. También Dios deja huella en tu vida. ¿Qué vendas se te han caído, vendas que te impedían ver con claridad? ¿Qué «muletas», qué «cojeras», qué «complejos» has ido superando? ¿Qué heridas llenas de dolor y sufrimiento, que te ahogaban y te impedían ser feliz, se van superando y sanando? ¿Qué parte de ti estaba muerta y, poco a poco, gracias a Dios, va volviendo a la vida? ¿No hay señales del Reino en ti mismo?
  • «Los profetas» – Son mensajeros. Son personas que nos devuelven verdad, cuya Palabra es terremoto. Son aquellos que nos hacen de espejo, que nos acompañan, que denuncian nuestro mal y, a la vez, nos recuerdan la misericordia de un Dios que perdona y ama. Son necesarios, pese a ser molestos. Son grandes, y pequeños a la vez. Son elegidos, pero no por voluntad propia. Son aquellos que se desapropian de su propia historia y hacen suya la historia de salvación de Dios para los hombres. Son profetas. ¿Lo eres? ¿Conoces a alguno?

Bueno, un domingo menos para Navidad. Nos vamos acercando. Nos queda una semanita para purificar nuestra espera, para hacernos pequeños, para prepararnos para celebrar una Buena Noticia despojada de luces de artificio pero rebosante de amor y ternura. Sigamos.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 2º de Adviento Ciclo A

Han sido días de exámenes. Mucho esfuerzo, mucha tensión, mucho cansancio en mis alumnos… De algunos de ellos brota el sentimiento de rechazo ante una vida aparentemente absorbida por los estudios. Un desierto que pasa, sí, pero un desierto al fin y al cabo. Muchos no ven el momento en el que puedan «refrescar» su existencia y sucumben ante el «sol» de justicia que no afloja ni un instante. Son momentos vitales en los que de poco sirve lo que te digan. Uno se siente solo, incomprendido, incomprendida, y sin saber bien qué rumbo tomar. Leamos, en este contexto, el Evangelio de hoy [Mt 3,1-12]:

Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.»
Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: «Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.»»
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados; y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizará, les dijo: «¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: «Abrahán es nuestro padre», pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.»

El desierto no es sólo un paisaje sino que es también un estado vital que, probablemente, todos transitamos en algún momento. A veces llega antes, a veces después. Es una etapa árida, sufrida, agotadora, anodina, desesperadamente rutinaria, con pocas emociones, con pocos frutos, con poca compañía. A veces lo atravesamos por una exigencia máxima en los estudios o el trabajo, otras veces porque está en crisis la vida que estamos viviendo pero no sabemos qué debemos hacer, otras veces por una pérdida cercana, una crisis afectiva o amorosa o una enfermedad, otras veces porque todo aquello que un día pensamos que era lo correcto, que venía de Dios para nosotros, desaparece, empequeñece, deja de aportar felicidad. Te dejo tres pistas para hoy:

  • «Un anuncio» – Dios hoy llega a tu vida para anunciarte algo. «Prepárate» te dice el Señor. Dispón tu corazón, tu mente, tu cuerpo… para acoger al Dios que se hace presente en tu vida. Prepárate porque Dios llega para cambiarlo todo, para sacarte del desierto en el que estás metido, para poner luz en este momento de oscuridad, para darte vida y hacerte feliz. ¿Qué tienes que preparar? Te tienes que preparar tú. El grito del Bautista «¡convertíos!» es un despertador para tu corazón embotado, anestesiado, adormilado. Conviértete, cambia, deja de mirar donde estás mirando y fija tu mirada en Dios. Dedícale algo más de tiempo, vuelve a rezar un poquito, lee de vez en cuando el Evangelio del día, céntrate en los que te necesitan y descéntrate de ti mismo. Olvida tus sueños de éxito y pon tus pasos en dirección a un humilde pesebre… a lo más pobre de tu corazón.
  • «Dad fruto» – ¿Quiere Dios que seas agricultor, campesina? ¿Está hablando de manzanas, peras, cerezas? Ni mucho menos. Está hablando de que tengas una vida fructífera. Para que un árbol dé fruto, el árbol tiene que ser podado a tiempo, tiene que tener buen sustrato del que alimentarse, tiene que recibir luz y agua. La primera parte es un «poner los medios para dar fruto». Traduzcamos: saca de tu vida «las ramas secas» que te quitan fuerza y te impiden crecer; busca espacios de fe en los que puedas crecer y alimentarte por dentro; ponte a tiro de la luz de Dios con la oración y participa de los sacramentos: vete a misa, comulga, pide perdón… Luego, cuando llegue el momento, brotará el fruto, lo mejor de ti hecho alimento para otros. Cuando llegue el momento, todo lo bueno que tienes dentro servirá para que otros se alimenten. Eso es una vida fructífera.
  • «Espíritu y fuego» – El Espíritu conduce tu vida, lo envuelve todo, te lleva, te empuja, te susurra al oído: «vuelve a Dios». Es un fuego que se va haciendo fuerte en tu interior. ¿No notas todo eso que te quema por dentro? Déjale salir, déjale que haga, que te haga. Dile hoy, conmigo: «Espíritu que eres el fuego de Dios, enséñame a ser un brasa de amor».

Disfruta de este domingo. Seguimos con el Mundial en marcha. Unos se van y otros se quedan. Y mientras el mundo gira con sus pequeñeces, nosotros recibimos una buena noticia. No es momento de hacerse los sordos.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Yo no soy Dios (Jn 1,19-28)

Lo que dijo el Bautista cuando le preguntaron («yo no soy») no es algo que hoy dirían muchos, más bien al contrario. Vivimos tiempos de mesianismos de pacotilla, de influencers a los que entregamos nuestro tiempo, de políticos que nos prometen el paraíso en la tierra, de deportistas convertidos en dioses del olimpo terrenal, de hombres y mujeres sexualmente icónicos, fantasías de muchos.

Yo mismo juego a ser Dios muchas veces, sin ser influencer, político, deportista de élite o icono sexual. Juego a ser Dios cuando quiero y reclamo mi lugar en la historia de los que me rodean, cuando vivo convencido de que puedo cambiar la vida de mucha gente, cuando me sitúo como ejemplo a seguir, cuando me convenzo que la vida está en mis manos, con sus éxitos y fracasos, porque todo depende de mí.

El Bautista nos marca hoy un camino diferente, el del conocimiento de sí: somos criaturas, nombres y mujeres pequeños, sencillos, que lo han recibido todo de Dios y que, con su vida, plagada de aciertos y pecado, sólo pueden señalar al que viene detrás, al que salva de verdad, al Mesías verdadero.

Un abrazo fraterno – @scasanovam