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Una madre es una madre (Mt 12,46-50)

Jesús tenía madre. Y por mucha María que fuera y por mucho Jesús que fuera él, era madre e hijo. Y supongo que muchas dinámicas entre ellos serían las propias de las madres con sus hijos. Las madres no saben no serlo y hay épocas en las que se establece un tira y afloja entre ambos para intentar comprobar quién puede llevar las cosas a su terreno.

En el ámbito de la fe, como en el personal, la familia ejerce una gran influencia. La familia es la comunidad donde nacemos, donde crecemos, donde aprendemos y donde se gesta lo que somos. La familia tira. Por eso cuando, de mayor, percibimos que hay decisiones que van en contra del sentir familiar… cuesta. Estudiar eso que no ven tus padres, estar con esa persona a la que tu madre no traga,tener esos amigos que no le gustan a tu padre, irte a trabajar, de intercambio, de vacaciones en contra de la opinión familiar, no participar en algún encuentro «de los de siempre» por tener otros compromisos propios, participar en esa convivencia o comprometerse en la parroquia, etc. Tensión.

Hacerse adulto incluye «independizarse», no sólo físicamente sino también afectiva a intelectualmente. Esto no quiere decir perder afectos sino simplemente ser capaz de ser uno mismo, tomar decisiones propias, hacer elecciones personales. La familia nos quiere y, muchas veces, intentará protegernos en contra de nuestra voluntad. Jesús hoy nos deja una escena familiar tensa en la que él muestra ya su adultez y su capacidad de ser él mismo. Y es que Dios está por encima de la familia y porque la sangre no es el único de los vínculos familiares posibles. Tomemos nota.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Café para todos? ¡De ninguna manera! (Lucas 12, 39-48)

cafeparatodosMi madre me lo repetía muchas veces de pequeño: Dios no nos pide a todos lo mismo, no nos exige a todos por igual. A quién más le ha dado, más le va a pedir. Quién más oportunidades ha tenido, de más tendrá que responder. A un cardenal le pedirá más que a un campesino… decía mi madre para ilustrarme el hecho de que la vara de medir no puede ser igual para todos.

¡Cuánto cambiaría el sistema educativo español si nos dejáramos guiar por esta máxima de Dios! Este sistema que iguala, que obliga a todos a pasar por lo mismo, que valora desde el número y la puntuación en lugar de potenciar aquello que cada alumno es y trae consigo. A Dios no le gusta el café para todos.

Por eso no son buenas las comparaciones ante Dios. Es mejor ni intentarlo. El mismo hecho puede ser grave pecado en uno y pequeña falta en otro. No sirve el café para todos y en la Iglesia, muchas veces, hemos actuado como repartidores de café para todos, jueces implacables a los que poco les importan circunstancias, personas, historias, dones, heridas… Estoy llamado a no ser juez, a escuchar, a acoger, a comprender, a ponderar…

Mi oración de hoy termina con una pregunta: ¿Y a mi? ¿Dios me ha dado mucho o poco? ¿Qué se me exigirá? Yo creo que se me ha dado mucho, mucho. Así vivo yo. Muy agradecido y, a veces, abrumado por lo mucho concedido. La contrapartida exige de mi lo mejor. Hacer con todo eso que se me ha dado… lo mejor para Dios. Tarea tremenda en la que fallo una y otra vez. Seguimos intentándolo.

Un abrazo fraterno