Entradas

Evangelio para jóvenes – #Cuaresma2024 – Martes 2º Ciclo B

Dejad de hacer el mal,
aprended a hacer el bien.
Buscad la justicia,
socorred al oprimido,
proteged el derecho del huérfano,
defended a la viuda.
Venid entonces, y discutiremos
—dice el Señor—.
Aunque vuestros pecados sean como escarlata,
quedarán blancos como nieve;
aunque sean rojos como la púrpura,
quedarán como lana.
Is 1,10.16-20

Te has acostumbrado a algunas cosas que no te hacen bien. Llevas tanto tiempo aguantando y optando por esas cosas que piensas que ya no te hacen daño. Toca aprender a funcionar de otra manera. Y toca hacerlo en positivo. Es posible todavía ser mejor, sentirte mejor, ser feliz, sentirte más plena. Es posible. Pero tienes que dar un paso. Decir cada día «voy a dejar de hacer esto» no te ha funcionado, porque ahí sigues. ¿Y si cambias el foco? ¿Y si en lugar de empeñarte en quitar lo que está tan arraigado, pones el foco en ponerte a servir; pones el foco en otros?

Mira a tu alrededor. Puedes ayudar. Puedes dedicar tiempo. Puedes escuchar. Puedes acompañar. Puedes cuidar. Puedes denunciar. Puedes proteger. Si el amor y la entrega gana espacio en tu corazón… poco a poco irá echando fuera a lo que te deja tan insatisfecho, tan insatisfecha. Al pecado se le combate con amor.

Evangelio para jóvenes – #Cuaresma2024 – Lunes 2º Ciclo B

Que tu compasión nos alcance pronto,
pues estamos agotados.
Sal 78

La invitación a cambiar es una invitación a descansar. Y es que cuando te olvidas de Dios, cuando dejas que el mal, el pecado, el daño… vaya ganando espacio… el agotamiento se hace inmenso. Cansa seguir, cansa apostar, cansa la alegría, cansa intentarlo, cansan las personas, cansas tú mismo. Todo pesa. La vida se hace difícil de llevar. El mundo es demasiado asfixiante.

Vuelve a Dios. Búscale. Dale espacio. Deja que entre, como si fuera oxígeno limpio para tus pulmones destrozados.

Evangelio para jóvenes – Domingo 2º de Adviento Ciclo B

Hay voces que vale la pena escuchar y seguir. Este pasado viernes, en la eucaristía de la Inmaculada Concepción, escuché con gusto la homilía de Julio, el obispo retirado que tenemos la suerte de acoger en la iglesia de la urbanización donde vivo. Sus palabras, de cadencia lenta, son proféticas: denuncian, confrontan, acarician y reconfortan. Todo a la vez. Su voz es débil en un mundo lleno de ruido. Pero, aunque él se piense que a veces es como predicar en el desierto, su palabra dispone el corazón para el encuentro con Cristo. Escuchemos el evangelio de hoy [Mc 1,1-8]:

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.»»
Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»

Estamos en el segundo domingo de Adviento. Seguimos en tiempo de preparación. Leyendo el evangelio de hoy me surgen tres pistas que pueden servirte en estos días:

  • «Un desierto para encontrarse» – Los esenios se iban al desierto porque buscaban la soledad. Su camino de purificación exigía abandonar el mundo y, retirados, buscar la perfección y a Dios. Juan también se sitúa en el desierto pero de una manera muy diferente. No es un desierto «para él», para retirarse y salvarse, sino que es un desierto para encontrarse con otros, con aquellos a los que anuncia la llegada del Señor y, posteriormente, con el Señor mismo. Te animo a ti también a que busques en este tiempo de Adviento ratos de silencio, a que te alejes un poco de lo mundano (tele. móvil, internet, compras…) y a que te encuentres, en tu desierto, con una espera que tiene nombre y nombres propios.
  • «El pecado molesta» – No es tanto que si llevas pecado encima Dios te rechace. ¡No! Jesucristo viene al mundo por ti y por mí porque somos pecadores, imperfectos e infelices. Jesús nos busca con nuestro pecado. Pero ciertamente, en este tiempo de espera, el pecado es un obstáculo para encontrarle. El pecado, el tuyo, apaga la sed. El pecado aplaca la espera. El pecado te da la sensación de que no necesitas más, te envuelve en su telaraña y no te deja ni recibir el anuncio ni correr, libre, hacia el Dios que nace. Por eso te invito a que te reconcilies estos días, a que acudas al sacramento y te saques esa piedra con la que cargas encima. Tu deseo debe estar vivo, tu mirada limpia, tus oídos finos y tus pies prestos para correr. Pide perdón y prepárate.
  • «Dios cumple sus promesas» – Así empieza el evangelio de hoy: «Comienzo del Evangelio». Dios quiere comenzar contigo también un nuevo capítulo de tu historia. Empezar de cero. Renovarlo todo. Abrasar lo viejo y germinar algo distinto. ¿Cómo lo ves? Evangelio es una buena noticia, pero no genérica sino concreta: Dios viene a tu vida y al mundo para que el Reino de Dios sea una realidad, para cambiarlo todo, para que el amor se haga fuerte. Es una promesa de felicidad, de plenitud. Es eso que añora aunque no sabes ponerle nombre. Esa eso que viene a saciar el vacío que sientes tantas veces. Dios ya viene.

Sigue caminando a Belén. A veces con las fuerzas justas. A veces con la esperanza en mínimos. A veces desviado del camino y atravesando baches. A veces despistado, despistada. A veces haciendo pausas porque no tienes claro que quieras ir… Pero sigue caminando. Escucha esas voces que te animan a recomponer tu vida, a abandonarte en sus manos, a dejarte querer por la Ternura.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 6º del Tiempo Ordinario Ciclo A

El verbo «obedecer» está pasado de moda. Y el verbo «cumplir» también. Suenan feo. Suenan a hipocresía, a que estás siendo infiel a ti mismo, a ti misma. Ahora se lleva el amor a uno mismo, el quererse a uno mismo. Ya lo ha dicho Shakira en su canción y nos lo ha recordado Miley Cirus en la suya. Ciertamente, el trasfondo es irreprochable: soy valioso, valiosa, y no debo permitir que nadie me trate como una piltrafa, me hiera, me falte el respeto, juegue conmigo. Pero cuidado con la conclusión: vivir como si sólo existiera yo, como si no necesitara a nadie, como si no hubiera un Otro al que amar y al que dejar que me ame… puede llevarme a una perdición igual de dolorosa. Escuchemos el Evangelio de hoy [Mt 5, 17-37]:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.
Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio.
Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehenna” del fuego.
Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.
Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”.
Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.
Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”.
Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.
Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio”. Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.
También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”.
Pero yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».

Jesús nos remite a la Ley. Porque hay Ley. Hay principios. Hay mandamientos. Son normas que, como en toda sociedad, regulan lo necesario para estar a buenas con Dios, con el prójimo y conmigo mismo. La norma no es un invento para esclavos sino un camino de libertad para aquellos que aspiramos a ser felices. ¿Tú cómo lo ves? ¿Sientes los mandamientos, las normas… como una losa? ¿Tienes una percepción negativa sobre ellos? Entonces… ¿de qué se trata? ¿De que tú seas el que marca la frontera entre el bien y el mal, de qué nadie te marque el camino? No sé si es la mejor opción. Piénsalo. Te dejo tres pistas más:

  • «Pero yo os digo…» – ¡Qué frontera tan fina entre ser escrupuloso con la «letra» de la ley, olvidando su espíritu, y aligerar demasiado su sentido para acabar adaptándola a lo que nos conviene! ¡Qué importante es discernir! El Evangelio de de hoy está lleno de ejemplos de Jesús acerca de normas concretas y de la plenitud del amor que debe garantizar cada una de ellas. La plenitud de toda norma es el amor pero… ¡qué fácil es que tú y yo nos equivoquemos en esto! Solemos «amar» a nuestra manera y con eso nos quedamos tranquilos. Equilibrio. La norma también está para ayudarte a amar mejor. Piénsalo. No es cumplir por cumplir, por miedo; es cumplir por amar.
  • «Reconcíliate con tu hermano» – Déjate de rollos. Difícil amar a Dios estando a malas con tu hermano, con tu vecino, con tu madre, con tu amigo, con tu pareja, con tu jefe, con tu hermano de comunidad… ¡Tienes un sacramento que es maravilla a tu disposición! Vete, busca un sacerdote, ponte de rodillas y pide perdón. El perdón es de justicia y, también, repara tu herida, sana tu corazón, ilumina con la gracia aquello que has dejado pudrir. No esperes ni un minuto más. ¡Y que la penitencia sea buscar a aquellos a los que has dañado para abrazarlos, volverlos a sentir hermanos, volver a tender puentes con ellos!
  • «Si te induce a pecar…» – Tentaciones. Siempre están ahí. Eres débil, frágil, lleno de agujeros y de fugas. Y tiran de ti, te hacen propicia para volver a apostar por aquello que te hace mal, que hace mal a otros, que ofende al Señor. Situaciones, personas, lugares… que te ponen en bandeja un placer momentáneo, un calmante instantáneo a tu sed de amor, pero que luego… te dejan vacío, vacía. Ponles nombre, conócelas, reconócelas… e intenta evitarlas, gírales tu rostro. Y si flaqueas, pide ayuda a Tu Madre, a tu Padre, al Espíritu que te acompaña siempre. Y si caes, levántate, vuelve a casa y a seguir intentándolo. El amor siempre vence.

Ojalá la semana que comienza traiga a tu vida una buena dosis de perdón, de amor, de plenitud. Tienes ganas de ser mejor, lo sé. Tienes ganas de ser feliz, lo sé. Tienes ganas de Dios, aunque a veces no lo sientas, no lo veas, no lo entiendas. Ama y déjate amar. Y la paz irá llegando. Y la luz.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 30º del Tiempo Ordinario Ciclo C

Estamos los creyentes. Están los que rezan, los que van a misa cada domingo, los de confesión frecuente, los del rosario diario. Están los que son catequistas, los que están comprometidos en una ONG, los que dan dinero para los pobres de la parroquia, los que colaboran en Cáritas, en roperos y comedores sociales. Están los curas, las monjas, los religiosos, los del Opus, los «kikos», los Hakuna, los Effetá y los de vete tú a saber qué. Están los cofrades, los que corren a por una virgen, los que lloran por el cristo de su barrio, los que salen en Semana Santa flagelándose. Están los misioneros y tantos otros. Estamos los buenos… y los demás… ¿o no? Leamos [Lc 18,9-14]:

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Este Evangelio, si lo actualizamos adecuadamente, habla de ti y de mí. Cambia fariseo por catequista, por creyente, por sacerdote, por persona piadosa, por… Y cambia publicano por persona perdida, pecadora, que gana dinero a costa de otros, traficante, drogadicto, borracho, prostituta… Yo qué se´. Sé que podemos salvar las distancias pero el caso es que, al final, nos habla de dos personas: una que se cree buena y otra que se reconoce mala, simplificando. ¿Tú en qué grupo te sueles meter? Te dejo tres pistas:

  • «Mérito» – El fariseo no necesita a Dios. le reza, le habla, le tiene presenta… pero no lo necesita. Él lo consigue todo por sí mismo, por sus actos, por cumplir los mandamientos y la ley. No necesita ser salvado. Llegará al cielo por sus propios méritos. Él cree que cree pero, en realidad no es así. Si fuera así, ¿para qué Cristo? ¿Para qué su vida, su cruz, su resurrección? Piénsalo. Vivir tu fe con orgullo, como si fuera tu mérito, te sitúa fuera de la órbita de la salvación. Juzgas a todos como «incapaces» e «inmerecedores» del amor de Dios, cuando eres un corazón engañado por su soberbia.
  • «Don» – El publicano, con todo su pecado, su desdicha, su perdición, sus errores… acude a Dios porque lo necesita. Acude con la cabeza baja porque sabe que no es merecedor de su perdón ni de su amor. No ha sabido responder a lo que Dios esperaba de él. Pero acude y, con menos palabras, simplemente le suplica compasión. Vive su fe con humildad, sabiendo que no llega a lo que se espera de él. Pero descubre en Dios a su salvador, descubre que su perdón es su regalo y que la salvación, inmerecida, es real gracias el amor infinito del Padre. Se juzga como «inmerecedor», pero su corazón, humillado y abierto al perdón, le sitúa en la órbita de Dios.
  • «¿Y tú?» – ¿Cómo vives tu seguimiento de Cristo? ¿Quién es Cristo para ti? ¿Cómo vives tu pecado? ¿Eres consciente de él o vives como si nada fuera mal? ¿Cómo es tu oración? ¿Cómo te presentas a Dios? ¿Necesitas ser salvado, salvada, o tú crees que puedes solo, sola? ¿Y los demás que pintan en todo esto?

Toda una semana para darle una vuelta a esto. Es más importante de lo que pueda parecer. ¿Esto va de méritos o de dones? ¿Dios puede salvar a alguien que considera que no necesita ser salvado de nada? Ojalá en tu oración de estos días, te presentes a Dios con humildad, con todo lo bueno de tu vida y de tu fe y también con todo lo mediocre y oscuro que te envuelve. Al fin y al cabo… esto va de pequeñeces y de pequeños.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 24º del Tiempo Ordinario Ciclo C

No sé tú pero yo me he sentido, y me siento muchas veces, mejor que otros. Tal vez diga que no con la cabeza, porque creo firmemente que no es así, pero inconscientemente sucede. Siempre hay alguien a quién poder juzgar con severidad. Siempre hay alguien que se equivoca a quién poderle decir «ya te lo dije». Siempre hay alguien que se deja llevar y cae en la tentación de manera evidente y, enfrente suya, uno se siente más fuerte y listo. Lo curioso es que demasiadas veces, aunque lo esconda, yo soy el que se equivoca, el que se deja llevar, el que cae… Leamos el evangelio de hoy [Lc 15,1-32]:

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:
“¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice:
“Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
También les dijo:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
«Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

Jesús es acusado de juntarse demasiadas veces con la «mala gente». Hoy diríamos que Jesús cena con los «rojos», o que va a tomar el café con un grupo de «fascistas», o que se le ha visto paseando y hablando por el barrio de las putas, o jugando a las cartas con el político corrupto que se ha enriquecido con los impuestos de todos, o entrando en una sala de juegos y apuestas donde tantos jóvenes pierden la vida… ¡Yo qué sé! Cada uno tiene etiquetados a sus «malos» particulares, a aquellos con los que nunca se imagina a Jesucristo. Jesús intenta explicar con parábolas lo que supone el Reino de Dios. Son parábolas que suenan bonitas pero… ¿quién se las cree? ¿Quién va a buscar a una oveja perdida teniendo otras 99? Nadie con juicio. ¿Quién se agacha a por una monedita de 10 céntimos teniendo miles de euros en el banco? Nadie. Entonces… ¿quién es este Dios del que nos habla Jesús? ¿El Dios de los que han perdido la cabeza? Te dejo tres pistas:

  • «El hijo menor» – Eres hermano menor cuando decides hacer la guerra por tu cuenta. Eres hermana menor cuando crees que no necesitas a nadie. Eres hermana menor cuando optas por todo aquello que te reporta placer y emoción, cuando piensas sólo en ti. Eres hermano menor cuando le das la espalda a Dios. Eres hermano menor cuando tu vida está vacía y te sientes mal. Eres hermana menor cuando no sabes quién eres, cuando te das lástima a ti misma, y te avergüenzas de en quién te has convertido. Eres hermano menor cuando te sientes solo, cuando necesitas el perdón, cuando tienes miedo de volver…
  • «El hijo mayor» – Eres hermano mayor cuando haces lo que debes por obligación, sin pizca de amor. Eres hermano mayor cuando cumples con tus obligaciones pero te vas llenando de ira y rencor. Eres hermano mayor cuando vives maniatado, encarcelado, cuando no hablas ni compartes ni expresas lo que necesitas… pero luego reaccionas desproporcionadamente. Eres hermano mayor cuando juzgas con dureza al que se equivoca, porque tú te sientes en la mierda, como él, pero no te atreves a decírtelo. Eres hermano mayor cuando le das la espalda a Dios pese a parecer que estás a su lado.
  • «El padre» – El padre es Dios. El padre quiere a sus hijos por igual, a todos, al que se queda y al que se va. El padre reparte su herencia; todo lo suyo es de sus hijos y les da libertad para administrarlo como consideren. El padre es tu padre y te quiere a su lado. Tu padre se preocupa por ti y sufre por tus malas decisiones. Tu padre intenta que vuelvas una y otra vez, no se cansa. Tu padre te quiere y el amor llena su corazón. Por eso tu padre no te pide explicaciones ni juzga tus errores ni se regodea en ellos. Sabe que tú eres el que más ha sufrido. Tu padre sólo quiere perdonarte, abrazarte y volverte a sentar a su mesa, devolverte la dignidad perdida y sanar tus heridas a tu lado. Tu padre te invita a amar, a entrar, a no dejar que el mal juicio de tu corazón te envenene.

Se han dedicado libros enteros a esta parábola y no soy yo quién para explicar con detalle mucho más. ¿Lo mejor? Que esta parábola llegará a tu vida, antes o después, y tendrás que decidir cómo te sitúas en ella. Buen domingo.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

Evangelio para jóvenes – Domingo 5º de Cuaresma Ciclo C

Este comentario sale tarde. Me he pasado todo el fin de semana en Cercedilla, en un encuentro de ministros laicos de la Provincia Betania. Ha sido uno de estos encuentros que calman el corazón, te resitúan en la misión y te hacen sentir que hay esperanza en el futuro. Es muy importante rodearte de personas que quieres, que te quieren, que luchan por vivir en verdad y que están comprometidas en un futuro mejor. Son hermanos que quieren construir, llenos de debilidades y defectos, como yo; llenos de fragilidades y de historias llenas de alegrías y desencantos; personas que están determinadas a mirar más hacia adelante que hacia atrás, como la protagonista del evangelio de hoy: [Jn [8, 1-11].

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
– «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.

Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
– «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.

Jesús se incorporó y le preguntó:
– «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
– «Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
– «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

Tu vida está llena de errores, como la de esta mujer. Son errores que han dejado en ti heridas, errores que han hecho daño a tus padres, o a algún amigo o amiga, o a personas cercanas… El pecado forma parte de tu vida. Sabes bien que a veces te has alejado de la mejor versión de ti mismo, de ti misma, y, dejándote llevar, has probado el sabor amargo del dolor, de la decepción, del fracaso, de la traición. Ella es adúltera porque engaña, porque se engaña, porque rompe lazos, traiciona promesas, porque cae en el pozo del desorden, porque abandona el amor. Tú también sabes de eso. Te dejo tres pistas:

  • «Manos llenas de piedras» – Piedras que hacen daño, que destruyen, que matan. Piedras destinadas a humillar, a desacreditar, a hacer escarnio público. Piedras disfrazadas de justicia, de ley, de verdad… que, en verdad, son armas llenas de orgullo, de violencia, de rabia, de envidia, de envenenada pureza. ¿Cuántas veces te sitúas tú de este lado? ¿Lo has pensado? ¿No es verdad que alguna vez también has buscado hacer daño en pos de tu verdad, de tus ideas, de tus valores, de tus criterios? ¿Cuántas veces has dejado de mirar con misericordia y perdón a personas que, sin duda, se equivocaron? ¿Cuántas veces te crees mejor que ellos y decides que se merecen «ser lapidados»? Y usas las redes, y el whatsapp y las miradas llenas de desprecio, y los bulos, las medias verdades… y lo vistes de buenas intenciones… Hoy Jesús te dice: ¿Y tú? ¿Te has mirado tú?
  • «Sin culpa» – Has fallado, claro que lo has hecho. Muchas veces. Sabes que, aunque muchos no se den cuenta, no siempre estás lleno de buenas intenciones, no siempre eres la que te gustaría. Y te frustras. Y entras, muchas veces, en la espiral de la culpa y no sales del túnel. Es una culpa que ahoga, que estrangula tu corazón, que se agarra a tu estómago y te llena siempre de un pensamiento terrible: «¿Lo ves? ¿Ves como la has vuelto a cagar? No te mereces nada. Eres poca cosa. Haces daño. No vales nada.» Jesús no apela a la culpa. Jesús no condena. Jesús no hace chantaje psicológico. Jesús no hace reproches. Jesús sabe de tu pecado, de tu error, de tu daño, pero Jesús te quiere vivo, viva, de nuevo. Jesús tiene un discurso diferente al de la culpa: «Sí, es verdad. Has fallado, te has equivocado. Pero sigo confiando en ti, levántate y sigue caminando. Ánimo. Vuelve a intentarlo. Sigue luchando por ser mejor, por descubrir al amor. Puedes hacerlo con mi ayuda. Adelante.«
  • «La medida es el amor» – Eres pecador, pecadora, como yo. Por eso, precisamente, Jesucristo viene a buscarnos. Él responde con amor al pecado y nos anima a hacer lo mismo. A mayor pecado, mayor amor. A mayor daño, mayor es el perdón. Esto significa «ser salvado». Jesús te rescata de ese pozo lleno de mierda que a veces te atrapa, tira de ti, te devuelve al camino y te dice: «¡Vive! ¡El mal nunca tendrá la última palabra en tu vida. Estás llamado a más, yo te he salvado«.

Cada vez queda menos para la Semana Santa, para celebrar justamente esto: el bien ha vencido al mal para siempre. Donde abundó el pecado, sobreabundó la vida plena. Ojalá sepamos acoger esa salvación que se nos ofrece. Sí, nos lo merecemos. Sí, pese a todo. Sí.

Un abrazo fraterno

Santi Casanova

¡Ay de nosotros si alejamos a los hombres de Dios! (Mt 23,13-22)

¡Ay de nosotros! ¡Duro será el Señor con nosotros si con nuestras palabras, con nuestras acciones, con nuestros silencios, hemos alejado a algún hombre o a alguna mujer de Dios! ¡Ay de nosotros!

Trago saliva. Lo hago porque es posible, más de lo que parece, que por muy creyente que sea, por muchas Ciencias Religiosas que haya estudiado, por mucha Fraternidad a la que pertenezca, por muy vocacionado que me sienta, por muchas Eucaristías en las que participe… no siempre acerque a otras personas a Dios, sino más bien lo contrario. Trago saliva.

El tono de Jesús es ciertamente duro en el Evangelio de hoy. Fue Él el que dijo aquello de «Yo he venido a este mundo para hacer juicio, para que los ciegos vean y los que se ufanan de ver se vuelvan ciegos.» Líbreme Dios de ufanarme de ver. Siendo consciente, a veces caigo en ello. Por creerme importante, por soberbia, por orgullo, por necesidad de reconocimiento… el caso es que la tentación siempre está ahí. Jesús me pide humildad, sabiéndome el primero en el mundo de los ciegos.

Tomar conciencia de lo pequeño que soy, de lo mucho que fallo, de lo necesitado que estoy de su perdón y de su amor, ayuda a prevenir estas actitudes prepotentes. Ayúdame, Padre. Ayúdame a abajarme, a servir, a lavar los pies de mis hermanos, a ser el último.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El amor no se fija en el mal (Mt 7,1-5)

Yo soy de los que se fijan en la mota del ojo ajeno. Voy aprendiendo a mirar mejor. Y a ver también la viga en los míos.

El problema no está tanto en ver el defecto ajeno como en «fijarse». Fijarse es hacer que la mirada permanezca en ese punto. Y eso es falta de amor. Porque no se trata de evadir la realidad y hacer como que todo es perfecto. No se trata de no corregir fraternalmente ni decirle al otro el mal que hace. Se trata de no descansar la mirada ahí. Se trata en levantar la vista de nuevo, deseando buscar rincones mejores, la sombra del don, bajo la cual uno descansa a gusto.

Exactamente lo mismo con el pecado propio. No es cristiano fijar la mirada en tu propio pecado de manera que sea incapaz de percibir el luminoso destello de la gracia.

Un abrazo fraterno – @scasanovam