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¿Quién soy yo? (Ex 3,1-6.9-12)

Eres de las que piensas que nada tienes que hacer. O mejor, de las que piensa que lo tiene que hacer todo. Por eso ese ansia de perfección, por eso esa exigencia contigo misma. Eres de las que no les gusta mostrar su debilidad, de las que lleva mal el fracaso, el cansancio, la duda… Eres de las que se piensa que los fuertes son los elegidos o que los elegidos deben ser fuertes.

Pero el Señor escoge a su antojo. Un pastor era Moisés y lo escogió. Un pescador era Pedro y lo escogió. Un niño era Samuel y lo escogió. Una joven desconocida, habitante de un pequeño pueblo de Israel, era María y la escogió. Y no fueron sus capacidades, ni sus fortalezas, ni sus estrategias, ni su inteligencia, ni su carisma… las que cambiaron la Historia. Fue su fe en el Señor, su confianza en que Él haría lo prometido, en que Él sabría lo que hacer.

Por ser pequeños y saberse pequeños, fueron grandes, porque hicieron grande al Señor. Así que adelante, no tengas miedo. Eres pequeña pero el Señor está contigo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Bájame del pedestal, Señor, que no te veo

¿Qué soy y qué le enseño a los demás? ¿Qué pienso y luego qué soy capaz de decir? ¿Qué creo y qué expreso públicamente? ¿Qué siento y qué escondo? La pregunta es… lo que Dios y yo sabemos de mí mismo… ¿es lo que muestro a los demás?

Siempre me ha parecido uno de los pasajes más duros del Evangelio, éste de los sepulcros blanqueados; de los más duros y, a la vez, de los más claros. Aquí no hay que ser perito teológico para entender lo que Jesús denuncia con enfado. Un pasaje que nos muestra, además, la salud emocional de un Jesús que reacciona enfadado ante la actitud demoledora con los más pequeños y pobres de aquellos que se presentaban como «luz» y «sabiduría». Es el enfado que provoca ante Dios el arrogante, el soberbio, el creído, el que se cree que son sus méritos los que le salvan.

Si contemplo el Evangelio yo quiero ser el pequeño y humilde que nada tiene de lo que gloriarse. El pequeño que necesita de Jesús, que necesita acudir a Él, escucharle, tocarle el manto… En cambio me reconozco entre aquellos engreidos que, a veces, enfadan al Señor con su «crecida», desde su «pedestal». Me reconozco así en mi familia, en mi comunidad, en el entorno…

Señor, no quiero enfadarte. Señor, no quiero ser sepulcro blanqueado. Señor, no quiero creer que soy más, que sé más, que valgo más… que otros, sencillos, pequeños, humildes. Yo quiero ser de esos, Señor; yo quiero necesitarte.

Un abrazo fraterno