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Creciendo en familia (Lc 2,36-40)

Es de los pocos pasajes en el que se nos hablaba de un proceso en el tiempo durante la infancia y adolescencia de Jesús: iba creciendo, robusteciéndose y se llenaba de sabiduría. Y todo eso en su pueblo, junto a su familia.

Fueron años donde ese crecer, ese robustecerse y ese llenarse, fueron preparando a un niño, y luego a un joven, para la misión que Dios Padre le tenía reservada. No era el momento. Ni podía serlo. Jesús, Dios Hijo, tenía pocos años y mucho que aprender todavía.

Los frutos en el camino llegan después. A veces queremos verlos pronto pero el tiempo juega su papel. Jesús no pasó 30 años «esperando», escondido, su momento. Su momento llegó tras una infancia y una juventud vivida en plenitud, tras una vida familiar rica, tras una preparación seria.

Dios se encarnó y vivió todo aquello que nos es plenamente humano y sacralizó, por tanto, todo para nosotros. Dejemos que la vida siga su curso. Crezcamos, robustezcámonos, llenémonos de sabiduría. No tengas prisa en encontrar lugares en el mundo, en responder a vocaciones tempranas. Poco a poco. Todo llega. Y cuando llegue, debemos estar preparados.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Cargar con la verdad (Jn 16,12-15)

«Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora»

Esta frase de Jesús en el comienzo del Evangelio de hoy me resulta muy sugerente y clarificadora. Porque la Verdad también hay que digerirla y no todos los estómagos están preparados en todo momento para ello. La pedagogía, los tiempos y las personas son importantes.

A veces pensamos que la Buena Noticia, por el mero hecho de serlo, está ya lista para «ser servida» a cualquier oyente, en cualquier momento. Y pasa que quemamos tiempos, etapas y personas y que dejamos de hacer algo que Jesús sí hizo y nos enseñó: acompañar el proceso personal de cada uno. No se mostró resucitado de la misma manera a la Magdalena, que a Tomás, que a los discípulos de Emaús… No se encontró de la misma manera con pedro, que con Mateo, que con la samaritana…

Uno a uno. Y respetando. Ese es el camino para poder digerir la maravillosa llegada del Reino.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Quién soy yo para oponerme a Dios? (Hc 11, 1-18)

Supongo que lo que cuenta Pedro no debió ser realmente así. No creo que ninguna paloma ni ninguna lengua de fuego bajara sobre aquellos gentiles para hacer ver a Pedro lo que después explica. Suponiendo esto, la pregunta es clara: ¿Cómo se dio cuenta Pedro de que aquellos gentiles también hablaban y vivían desde el Espíritu?

Realmente interpela esta lectura. Esa capacidad de Pedro de descubrir el don de Dios en aquellos que «estaban fuera de la Iglesia». Pedro fue capaz de descubrir la huella y la firma del Espíritu en aquellos que, a priori, no participaban de la fe y de la experiencia de Dios según los cánones judíos. Esto sigue pasando hoy. A veces sigo convencido de que yo soy «el bueno», «el acertado», el que tiene la exclusiva del Espíritu sobre otras sensibilidades o caminos dentro de mi propia Iglesia o sobre otras personas, ateas, indiferentes, de otras religiones, etc…

Este don de Pedro es el final de un proceso personal complicado. Raro oírselo a ese Pedro de comienzos de la comunidad de los apóstoles. Tuvo que convivir años con Cristo, tuvo que aceptar a Mateo, tuvo que ser la voz cantante del grupo, tuvo que saberse traidor y beber de las aguas del sufrimiento, tuvo que sentir el miedo y la confusión, tuvo que guardar su espada… Don fruto del camino realizado…

Un abrazo fraterno