Entradas

No puedo vivir sin ti (Jn 20,11-18)

Tomando una taza de café, me he encontrado en Spotify con el tema de Coque Malla «No puedo vivir sin ti». Y me viene al pelo para el Evangelio de hoy. María Magdalena podría cantarla perfectamente delante del sepulcro.

María llora. María siente la pérdida. María siente que se le ha ido aquel que es sostén de su vida, confianza de sus pasos, esperanza de su futuro. A María le duele perder a su Señor. Siente una profunda tristeza. Y yo me pregunto: ¿siento al Señor presente siempre? ¿Siento alguna vez su ausencia? ¿Qué sería mi vida sin él?

María llora y es conocedora de la causa de su llanto. Jesús permite que ella experimente ese dolor y que profundice en él. El Resucitado sólo aparece una vez que María expresa la tristeza por su pérdida. Y entonces la llama por su nombre. «¡María» le grita. Y María le reconoce. Porque la manera en la que el Señor nos llama a cada uno es única y particular.

Y volver a oír su voz nos convierte en testigos privilegiados, incluso delante de aquellos que se arogan el privilegio de ser sus discípulos. Tal vez ellos estaban tan centrados en su miedo, que todavía no les había dolido la ausencia de su Señor… El miedo estaba venciendo al amor…

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Tomás y la necesidad de la comunidad (Jn 20,24-29)

Cuando era más joven, dudaba de la necesidad de vivir la fe en una comunidad pequeña. Me llegaba ir a misa los domingos y pensaba que con eso, mis lecturas, mis sacramentos, etc. me llegaba. La idea de compartir con los demás mi fe, mis dudas, mi vida, recibir de ellos una palabra, reconocer a Dios en los hermanos… me resultaba ciertamente cuestionable.

Cuando hoy me encuentro con el pasaje de la aparición del Resucitado a Tomás, recuerdo mi proceso de fe y la importancia de la comunidad en el mismo. Tomás no estaba con la comunidad cuando Jesús se apareció por primera vez. Fuera de la comunidad, se multiplican las preguntas sin respuesta, las suspicacias, los razonamientos, la ideologización de la fe.

Jesús, que sabe de la necesidad de Tomás de «tocarle», podría habérsele aparecido a él y haber zanjado el asunto. Pero la comunidad es el camino privilegiado para el encuentro con el Resucitado. No hay fe sin otros. Eso es ser cristiano. Más que una serie de creencias, dogmas, liturgias, ritos y verdades… el cristiano es aquel que se abre a los otros, que vincula su historia con la de otros y que, en ese abrirse por completo, se encuentra con aquel que fue pura apertura, puro amor, pura entrega.

Señor mío y Dios mío. Esa fue la respuesta de Tomás. Ya no había preguntas, ni dudas, ni pruebas que hacer. Todo se había desvanecido por la fuerza del Espíritu.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Un nombre que nos devuelve a la vida (Jn 20,11-18)

Nombrar a alguien es hacerlo existir. Por eso el nombre es tan importante. Y si no, preguntémosle a Coca-Cola por esa campaña donde las latas de refresco llevaban los nombres personales de tantos de nosotros… ¿Os acordáis?

En estos evangelios de resurrección, me llama hoy la atención ese «¡María!» que pronuncia el Señor y hace que el corazón de la Magdalena reconozca a su maestro. Un reconocimiento que, evidentemente, no es físico sino que se mueve en otro ámbito. Al escuchar su nombre, en aquel momento de muerte y dolor, María siente que se le vuelve a dar vida, que su existencia da vuelco, que vuelve a estar en el centro de la realidad, que el Espíritu aletea cerca. Es la vida que brota de aquellos labios, es el nombre pronunciado, el que permite a María reconocer al Crucificado, al Resucitado.

Cuántas personas nos llaman por el nombre a lo largo de un día… ¡Y cuántas veces nos sentimos asfixiados, perdidos, agobiados, muertos! Sólo Jesús es capaz de hacer algo nuevo con nosotros, de volver a situarnos en el centro de su amor, de cambiar nuestra vida para siempre. Es Pascua. El Señor te llama por tu nombre. Es tiempo nuevo. Volvamos a empezar. Hemos sido restaurados.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

La fe genera vida (Mc 16,15-20)

Cuando una lee y relee los signos del resucitado y de aquellos que creen en Él, la conclusión que debe sacar es que la fe en Cristo genera vida alrededor. La fe no es una actividad intelectual que nos satisface de puertas para adentro. Más bien es una fuerza que nos empuja a salir hacia los demás y a llenarlos de plenitud. Por eso el Evangelio, en varios momentos, cita estos signos de liberación.

Si tu fe no te libera es que no es fe en Cristo. Será otra cosa. Tener a Cristo en tu vida produce frutos. Si no hay frutos, malo. Y es algo que nos sirve para evaluar la evangelización y la fe de cualquiera. Evaluar suena mal, suena a auditoría. Tal vez no sea la mejor palabra pero, por otro lado, es a lo que estamos llamados, a dar fruto. El fruto no es algo que uno consiga con sus medios sino que es la consecuencia de vivir de cara a Dios. Llegan solos.

Sigamos yendo por el mundo más cercando que nos toca vivir. Con la alegría del creyente, con la buena noticia de Jesús. Y la vida se multiplicará.

Un abrazo fraterno