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Hombres y mujeres de bien (Eclo 44,1.10-15)

Hay vidas que merecen la pena ser contadas y recordadas. Porque antes de nosotros, han pasado por el mundo muchos hombres y mujeres de bien. Algunos son parientes nuestros: padres, abuelos, bisabuelos, tíos, tías… personas que con sus decisiones, opciones, legados, valores… han ido conformado un ser familiar que llevamos en la sangre. Otros han sido personas relevantes en la sociedad por motivos diversos: deportistas, políticos, artistas, científicos… personas que han contribuido a que la humanidad haya dado pasos en la buena dirección. Otros muchos son personas anónimas y desconocidas pero que, a la vez, guardan en sus biografías auténticas historias maravillosas de amor, de superación, de entrega, de lealtad, de fortaleza…

Vivimos tiempos sin grandes referentes. No porque no los haya, sino porque hemos ideologizado tanto las cosas que es difícil hoy ser referente de algo. Y aún así, nuestros niños y nuestros jóvenes necesitan de personas a las que mirar. No por ser superhéroes, o famosos, o instagramers, sino por haber vivido vidas, más largas o más cortas, que han valido la pena. ¡Contemos esas vidas! Los que somos creyentes, tenemos en los santos grandes ejemplos y también en otras personas fuera de la Iglesia. Los que no son creyentes, lo mismo.

No perdamos el tiempo con personas que han decidido que sus vidas no valgan más que para ser escaparates, cacharros rotos. No endiosemos a quién no se debe sino, más bien, busquemos y encontremos a Dios en quienes lo han transparentado antes que nosotros.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Dichosos… porque seréis santos (Mateo 5, 1-12a)

Todos los Santos. Las bienaventuranzas.

Toda la relación del mundo. Al final, los santos son el fruto del núcleo del sermón de la montaña. Los santos son los que no se fueron defraudos por el mensaje de Jesús sino que lo interiorizaron y lo hicieron su ley de vida. Los santos son la prueba de que la promesa de Jesús se hace carne, día a día, en todo tiempo, cultura y persona.

Los santos no son, por ello, gente extraordinaria, hecha de una pasta especial. El valor de la santidad es precisamente que es universal, para todos, para ti, para mi. No es algo inalcanzable sino más bien al contrario: una meta , una llamada, un horizonte posible.

¿Qué tengo que hacer para ser santo? me pregunté muchas veces. La respuesta está delante de mis narices, en el Evangelio de hoy. La respuesta son las bienaventuranzas. Sólo tengo que decir que sí, alto y claro. Para siempre.

Un abrazo fraterno

Curando las dolencias del pueblo (Mt 4,12-17.23-25)

El Evangelio así lo hace ver. La gente seguía a Jesús masivamente porque curaba las dolencias del pueblo. Un encuentro con Jesús curaba las heridas que uno tuviera. Escucharle, tocarle, sentirle, mirarle, pedirle… bastaba para que se obrara el milagro.

Nada ha cambiado. Creo profundamente que el encuentro personal con Jesús es el único generador de milagros. Poner tu vida a la luz de Cristo, pedirle compasión, saberte necesitado de su mano, escuchar sus palabras y cambiar la vida. Ese milagro sigue sucediendo día tras día cuando nos decidimos a no perder el norte.

Hoy, además me ha llamado la atención la vida de los tres santos del día. Entre ellos hay una madre de familia americana: Santa Isabel Ana Bayley Seton. Gente corriente que mira su vida en Cristo y actúa en consecuencia sin hacer cosas demasiado extraordinarias. Vale la pena.

Un abrazo fraterno