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Pide un signo, pero no se le dará (Mateo 11,29-32)

¿Había más signo que tener a Jesús en medio? Pero no lo descubrieron, lo despreciaron. Y no hay más signos que valgan. Y creo que sigue siendo Palabra para mi, hoy.

Cuántas veces uno espero respuestas de Dios que le ayuden a tomar decisiones. Respuestas a desgracias o tragedias incomprensibles. Signos de esperanza en un mundo cada vez más deshumanizado y menos trascendente. Y uno piensa que los signos no llegan y la desilusión empieza a recorrer y envenenar el Espíritu que nos habita. ¿Qué tal si cambiamos la mirada? ¿Qué tal si buscamos al «Jesús en medio» que nos rodea? ¿Qué tal si limpiamos las gafas y atinamos a descubrir cuánto Dios tenemos alrededor marcándonos el camino, gritando, esperando, riendo, sufriendo? Queremos signos que se adecuen a nuestras preocupaciones sin pensar que Dios está con el sufriente, redime al sufriente, vive por el sufriente.

Cuando uno busca en Google «Dios» las primeras referencias están replatas de definiciones, teología, frases, pensamientos… y está muy bien. En imágenes sale Jesús, la Trinidad con su triángulo, el cielo, la paloma… todo muy suave… y está muy bien… pero como estemos esperando eso, nos podemos aburrir.

Jesús estaba en medio de ellos y no se enteraron. ¿Y nosotros?

Un abrazo fraterno

¿Por qué esta generación reclama un signo? (Marcos 8,11-13)

Muchas veces, cuando más a oscuras me siento, le pido al Señor que me muestre el camino, que pase algo que me indique por dónde ir, qué hacer… El agobio de no saber qué camino tomar en el cruce me produce una sensación de tremenda inquietud. No es una inquietud que produzca desazón; es, más bien, la inquietud del que se sabe necesario y capaz para algo pero no acaba de tener claro que és aquello que se le «reclama».

La experiencia de los últimos meses me demuestra que Dios está por otro cosa y no para sacarnos las castañas del fuego, menos en esta sociedad tan descreída que aún se atreve a culpar a Dios de las desgracias como la de Haití. Sociedad pretenciosa y desafiante. La pedagogía de Dios, al menos conmigo, está siendo de otra manera. Dios me va hablando y va descorriendo el velo pero no desde grandes signos externos sino trabajando desde mi más honda intuición. Desde la escucha a mis hermanos. Desde el encuentro con otros. Desde las oportunidades que provoco y desde la que me llegan. No sé muy bien cómo explicarlo.

El signo debo ser yo.

Un abrazo fraterno

Perfúmate la cabeza y lávate la cara (Mt 6, 1-6. 16-18)

Hoy empieza la Cuaresma. Reconozco que no he llegado vitalmente a vivir este tiempo con la intensidad del tiempo de Adviento. Tal vez sea un tiempo que, inconscientemente, me gusta menos. Renuncia, sacrificio, culpa, perdón, ayuno, etc. son palabras que no acaban de gustarme demasiado.

En casa de mis padres, desde pequeño, seguíamos la tradición de no comer carne los viernes. era, tal vez, el signo más evidente de que había llegado la Cuaresma. Hoy no acabo de sentirme bien por haber abandonado esa práctica. Es verdad que mi fe ha madurado y que uno descubre que los signos externos no son más que facilitadores de una experiencia más profunda, más interior. Pero bajo ese convencimiento siento que he diluido ciertas vivencias y que no he sido capaz de sustituirlas por otras más adultas o maduras… ¡o por las mismas vividas desde la adultez y la madurez!
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El camino hacia la Pascua ha comenzado a correr y es bueno pensar en vivirlo con intensidad para que la Vigilia de Resurrección llegue con todo su gozo a la vida. A ver cómo me apaño. Por lo de pronto me ha llamado la atención la matización del Señor respecto al ayuno: no es para que nos vean, no es para otros, no es sinónimo de búsqueda de compasión o reconocimiento… va mucho más por dentro… pero también por fuera. Agua y perfume.

Un abrazo fraterno