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Carta después de Mil años de oración

Hola,

esta tarde, solo, me he ido a ver la película «Mil años de oración», película de autor sencilla e intimista. Era una película sobre la vida, sobre los padres e hijos, sobre el contraste de culturas, sobre las maravillas y los dramas cotidianos, sobre la comunicación y las personas. Me gustó. Y creo que se ha guardado ya en mi memoria emocional el paseo en soledad de vuelta al hotel por las calles de Cáceres. El viento soplaba ligero y fresco y el sol se empezaba a esconder por el horizonte. Nadie existía a mi alrededor. Sólo yo y mis pensamientos. Sólo yo y mis emociones.

 

Mientras escribo esta carta tengo puesto de fondo la pieza más famosa de El Lago de los Cisnes. Me hace sentir de manera espontánea. Y acabo de pensar que, a partir de ahora, voy a hacerme un pequeño pack de viaje con la música que me gusta escuchar cuando estoy solo. Decidido.

La primera cosa que tengo en el corazón ahora mismo es que nos jugamos la vida en las cosas pequeñas. Ya sé que no es ningún descubrimiento y que han sido muchos los que lo han dicho. Pero yo me refiero a mis cosas pequeñas. No hablo en genérico. No  idealizo y generalizo. Decir esto es importante porque cuando yo hablo de que me juego la vida en las cosas menudas veo las caras de mi mujer, de mis hijos. Cuando lo pienso siento su piel y oigo sus risas y sus llantos. Cuando lo siento sueño con sus sueños. Y me gustaría abrazarlos y decirles cuánto les quiero y desvelarles los secretos que yo voy descubriendo… Yo sé cuáles son mis cosas pequeñas. Por eso lo que digo tiene más valor que lo que ha dicho nadie en el mundo…

Otra de las cosas que he venido pensando es en lo mucho que hablo y en lo hermoso que es el silencio; en el exceso de intensidad que pongo y en lo necesario de la quietud y la paz. No acabo de acertar. ¡Qué lucha se produce en mi! Estoy tremendamente encogido. Achicado por la fuerza del silencio, por la potencia de una mirada, de un gesto, de una caricia. No me acaba de gustar cómo hago y transmito determinadas cosas. Tengo demasiado de occidental todavía y me gustaría echar más oriental a la balanza… Y se me humedecen los ojos porque realmente no sé cómo hacerlo porque al final siempre pasa algo, siempre llega una ola que barre todas estas pretensiones… ¿Cómo calmar ese agua? Poco a poco. Paso a paso.

Cada día que pasa descubro un poquito más de mi yo intimista y reservado, del yo que degusta la soledad y la reflexión sosegada. Y me gusto. Me gusto cuando enciendo velas en mi casa y disfruto con la luz tenue que tanto me molestaba antes. Me gusto cuando un torrente de sentimientos me inunda y me deborda al leer o escuchar arte. Me gusto cuando disfruto los días sin plan y, al acostarme, reconozco la felicidad entre los dedos que han jugado con los niños o que se han entrelazado con las manos de mi mujer. Me gusto así. Pero la guerra sigue instaurada en mis territorios y a veces me pueden las ganas de impactar, de aconsejar, de dominar, de controlar, de planificar, de imponer, de argumentar, de discutir… Madre mía… el ser humano… qué complejos resortes mueve…

No era el único «solo» de la sala. Una chica de mi edad también estaba sola. Me sorprendió. Y, sin duda, había más gente de lo que esperaba. Fui el último en levantarme, eso sí. Yo aguanto hasta el final y más en películas como ésta. ¿Cómo alguien puede verla y levantarse a prisa? ¿Es que no se ha enterado de nada? Doy gracias porque haya cosas que me sigan traspasando. No puedo seguir viviendo como si nada.

Joder, con perdón. ¿Y el Tchaikovsky éste cómo pudo escribir esta música tan maravillosa? Es que la música me pone los pelos de punta pero más me los pone el pensar que alguien de carne y hueso pudiera tener eso en su cabeza y convertirlo en música. Me siento tremendamente mediocre cuando pienso sobre ello. Y tremendamente afortunado por poder degustarlo y por ser recorrido por un escalofrío divino al hacerlo. El Lago de los Cisnes es Dios. Sin duda alguna. No puede salir de otro sitio. Y seguimos empeñados en hablar y hablar, en dar catequesis, homilías y en escribir teología. Todo eso está muy bien pero ¿por qué no nos sentamos y aprendemos a sentir la caricia de Dios escuchando estas maravillas? Es otra de las preguntas que me surgen en este rato de incontenible revolcón conmigo mismo.

No sé si enviaré esta carta. No tengo ni idea a quién va dirigida pero necesitaba escribirla. Está inacabada. Y siempre lo estará. Otras cartas serán escritas mientras existan películas como las de hoy y cisnes como los de Tchaikovsky.

Un abrazo

Esto haces y ¿me voy a callar? (Sal 49)

Cuando se escucha una cosa, cuando se predica la misma cosa y a la hora de actuar se hace justo lo contrario… hay un problema. Un problema del que hay que hacerse consciente, que hay que reconocer y que hay que afrontar. Aunque realmente no apetezca, aunque no guste. Porque gustar no gusta. Reconocer las propias incongruencias, darse cuenta de las propias incoherencias… es duro y doloroso.

Dios no se calla ante nuestras incoherencias. Creo que somos nosotros los que acallamos su voz. No queremos oír su voz a través de hermanos, de amigos que nos conocen y nos rodean. No queremos escuchar su voz en el silencio y en el retiro. No queremos enfrentarnos con su espejo salvador. Dios no se calla por reprochar sino por salvar. Este es el matiz que hay que descubrir. Dios no se calla porque nos acuse sino porque nos ama.

La comunidad, lugar privilegiado para escuchar la voz de Dios.

Un abrazo fraterno

¿Quién me ha tocado? (Mc 5, 21-43)

Deja de piedra la capacidad de Jesús de percibir lo invisible para otros. Y más impresiona cuando el Evangelio describe el momento como una escena repleta de gente, de alboroto, de ruído, de escaso espacio, de apretujones… Pero entre todo aquel jaleo Jesús capta la emoción, el deseo, la necesidad, el contacto.
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Cualquier día de hoy se parece a esa situación. Vamos en el metro o en el bus, rodeados de gente desconocida; nos agolpamos con los coches en las carreteras de vuelta a casa o camino del trabajo. Corremos porque llegamos tarde a todas partes y vivimos con el corazón acelerado porque todo nos pasa pero nada nos llega. Siempre hay que hacer algo, siempre hay razón para no pararse, para no mirarse, para no sentir, para no observar, para no percibir… Me pasa, me ocurre.

Llega la cuaresma. Buen tiempo para ejercitar el silencio. Buen tiempo para descubrir quién me toca, quién me habla, quién me mira, quién me susurra, quién me solicita, quién me llama, quién me necesita.

Un abrazo fraterno

Se acerca vuestra liberación (Lc 21, 20-28)

¿Puede llegar la liberación antes de haber tocado fondo? Lo que hoy escucho en el Evangelio me responde que no. No sé si mi interpretación y lo que escucho de la Palabra de hoy tiene mucho que ver con esto que digo pero es lo que me ha venido nada más terminarlo.

Esta conclusión no la he descubierto hoy. Va a hacer dos años ya de la pascua que celebramos la comunidad junta en Cercedilla. Recuerdo trabajar un material para proponernos una profundización y reflexión en esos días santos y recuerdo uno de los descubrimientos más impactantes a nivel de fe personal. fondo.jpgLa muerte de Jesús es una muerte REAL. Cero. El vacío. El fondo. El no ser. El dejar de ser. El silencio de Dios. El sufrimiento previo. Sólo ahí es posible la Resurrección. Esto, que parece tan obvio y claro, he descubierto que es algo que solemos manipular con frecuencia y solemos quedarnos en «medias muertes» o en alguna crisis o en un mal momento o en una época difícil… ¡y luego pretendemos resucitar! Sólo es libre quien se encuentra con Jesús resucitado, quién siente y experimenta esa resurreción. Y para eso hay que morir. No me gusta demasiado aunque mi cabeza lo entienda perfectamente…

A nivel de Iglesia aplico el mismo razonamiento. Creo que esta época de persecución, de laicismo, de olvido de Dios, de crisis de la institución, de pérdida de confianza hacia la jerarquía, etc… es una época que puede ser clave para que una Iglesia purificada, más libre y verdadera, nazca de nuevo. Hay cosas que deber tocar fondo… (mejor no hacer anuncios publicitarios para evitarlo).

Un abrazo fraterno