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Al que brilla se lo cepillan (Marcos 12, 1-1)

Recuerdo que cuando iba al cole, en los Escolapios de Coruña, me encantaba estudiar Sociales en 7º y 8º de EGB. La asignatura nos la impartía el P. Manolo Fidalgo, que tenía un peculiar método para que lleváramos la asignatura al día. El caso es que todos estudiábamos Sociales con ganas, en casa, en los recreos, en el bus… Nos gustaba la materia y nos gustaba prepararla. Con el tiempo me llegó el rumor, pasados los años, de que algunos profesores se habían quejado porque estudiábamos mucho más Sociales que sus asignaturas. Es lo que tiene.

Es un problema llamar la atención, salirse del montón, destacar. En tiempo de tinieblas, brilla el justo, dice el Salmo… ¡Pues vaya problema! ¿No será mejor vestirse de negro y pasar desapercibido? La luz ilumina el camino de muchos pero también atrae a insectos varios. En época de borreguismo, de sistemas que anulan la autonomía y la libertad de las personas, de igualitarismos totalitarios… ser diferente y decir cosas distintas tiene su riesgo. No hay más que leer el Evangelio y la primera lectura de hoy. No son muy halagüeñas al respecto.

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Pero ante esto, Dios me pide una respuesta. Dios me pide optar. No tomar opción y dejar que me lleve la marea es ya una opción en sí misma. Eso es lo que eligen muchos: con tal de no mojarse, se «hacen el muerto» sobre las olas y cierran los ojos pensando que el temporal los escupirá en alguna playa cercana. No oponen resistencia y simplemente esperan, silenciosos, calladitos, agachados, comedidos, correctos… No se pertenecen. Están en manos de la fuerza de la tormenta, de la dirección del agua. Otra opción es nadar a favor de corriente y hacer que nuestra vida converja con la de todos, con la de la mayoría. Es lo que hacen aquellos que juegan a caballo ganador y prefieren poner patas arriba su escala de valores, relativizarlo todo, cambiar de ideas, pensar que hay cosas que no son para tanto… Se disfrazan con el traje que abre puertas aunque éstas lleven al más profundo de los infiernos. La última opción es presentar batalla, es oponer resistencia, es nadar contracorriente, no dejarse vencer por las circunstancias y pensar que a uno no le sirve cualquier cosa, cualquier destino, cualquier costa, cualquier playa… Es oponerse a la injusticia, practicar la caridad, ser solidario, apostar por una vida con menos cosas, apostar por la libertad, por la autonomía, por la diferencia sagrada de cada ser humano, por la vida. Es vivir amando a todos, con todo. Es cuestionar las decisiones políticas del momentos: las económicas, las sociales, las morales. Y, para los que somos creyentes, es encender la luz de Cristo para que otros vean el camino que conduce a la salvación.

El Señor hace milagros también con nosotros. Nuestra vida está en sus manos. Optemos por Él.

Un abrazo fraterno

Déjanos en paz (Ex 14, 5-18)

Retomo este blog después de haber hecho un necesario paréntesis para poder llegar a otras muchas cosas. Ciertamente me da pena pero a veces uno no da para mucho más. Pero tras dos semanas de vacaciones vuelvo con ganas de seguir manteniendo mi comentario de la Palabra al día.

Hoy he tenido una experiencia que, sin duda, va muy acorde con la brutal exclamación del pueblo judío al verse perseguido por los egipcios.

En realidad, en ´mi día a día, estoy lleno de mediocridades y aunque en muchos momentos soy guerrero valeroso e incluso dejo que el Señor luche por mi, en otros me da ciertamente rabia tener detrás la voz de Jesús recordándome el camino. Es esa voz pesada e irritante del GPS que te marca la ruta cuando tú, realmente, quieres probar otras cosas.

La luz y la oscuridad no están tan alejadas y conviven en mi. El mayor problema de la luz es creerse muy alejada de las tinieblas y superior en fuerza. Hay que vivir luchando, corriendo, sintiendo el aliento de los que nos acosan y dejándose guiar por Dios mismo aunque su acción nos irrite a veces.

Un abrazo fraterno

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… prefirieron la tiniebla a la luz (Jn 3, 16-21)

tinieblas.jpgEsta semana he «gozado» de una experiencia médica que ilustra bastante bien aquello que me sugiere la Palabra de hoy. Tuve que ir al dentista porque me dolía mucho parte de la encía superior. Notaba yo que tenía como un bulto doloroso que ha resultado ser una infección que se ha creado debido al contacto de una de las fundas incisivas con la propia encía. El dentista lo tuvo claro: endodoncia del incisivo. Pero no me contó sólo el diagnóstico sino que me explicó detalladamente aquello que me iba a hacer: taladrar la funda por la parte trasera, acceder al nervio, matar el nervio (todo esto puede que sin anestesia), luego drenará el pus, habrá que tapar el agujero y, por último, fabricar unas fundas nuevas que ya me ha presupuestado.

La sensación de no querer saber inundó mi ser. Que el dentista hubiera dado luz a todo el proceso me había infundido miedo y, con seguridad, hubiera preferido en aquel momento: primero, no haber ido al dentista ya que no me dolía tanto; segundo, no haber sabido lo que tenía y, tercero, no conocer los pasos que se iban a seguir. Hubiera preferido las tinieblas a la luz. Hubiera minimizado mi dolor. Hubiera relativizado la importancia. Hubiera preferido pagar las consecuencias más tarde y aguantar así todo lo que pudiera…

Lo mismo pasa con la vida muchas veces…