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Tú me cambiaste la vida (Mt 4,12-23)

Pasaste por mi vida y la cambiaste.
Me sacaste de mi ciudad para llevarme a otra. Y luego a otra.
Me sacaste de mi profesión para llevarme a otra.
Me sacaste de mi comodidad para llevarme a la arena del desierto.
Me quitaste personas y me regalaste otras.
Me abriste puertas. Me mostraste senderos nuevos.
Me cambiaste el nombre y me llamaste Trueno, caballero de la luz.
Me sacaste de mi soledad para llevarme a la compañía fiel de mi mujer y mis hijos.
Me quitaste el velo que me impedía verme bien y me diste una mirada nueva.

Como a aquellos que te encontraste, en sus redes, al lado del lago, me cambiaste la vida. La hiciste nueva. Sin posibilidad de volver atrás.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Domingo II Adviento 2019 (Lc 1.26-38) #Inmaculada

María conoció una vida en plenitud.

A veces buscamos la felicidad y la plenitud en lugares donde no están. Y nos frustramos. Pensamos que en la comodidad, el bienestar, el éxito, los estudios, un buen trabajo, la holgura económica, la diversión… encontraremos eso que nos llene. Y no suele pasar.

María nos descubre que la felicidad está en responder a las grandes preguntas de la vida, en afrontar con confianza lo que viene, en estar disponible para otros, en plantear una vida en el alambre, pero llena de amor.

Otros te intentarán convencer de lo contrario: escapa de las grandes preguntas, evita consecuencias, busca la poltrona, piensa en ti mismo sobre todo y en tu paz interior, y no te quedes sin nada que experimentar o probar.

Cuando uno necesita del puenting, los deportes de riesgo, el paintball, de viajes a lugares exóticos, incluso de violencia y pequeñas revoluciones… es porque el corazón está seco y no está encontrando la fuente de la que mana el agua que sacia toda sed.

Mira a María y, desde ella, a Dios. Y ya verás.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Escoged a quién queréis servir (Jos 24,14-29)

La vida es una sucesión de elecciones. No son sólo las políticas las que marcan el devenir de la Historia sino las pequeñas decisiones personales que van surcando la tierra y dibujando caminos donde antes, a veces, no existían.

Hoy se nos lanza una frase que no tiene edad ni fecha de caducidad. Hoy se nos llama a elegir, una vez más. ¿A quién quieres servir? ¿A los pies de quién quieres poner tu vida? No nos engañemos. Hay personas que han decidido servir al dinero, y por dinero son capaces de venderse a sí mismos y a los que les rodean. Hay personas que han decidido servir al poder, y para alcanzarlo son capaces de traicionar sus principios más preciados. Otros han decidido servir al deporte, otros a su imagen, otros a la seguridad, otros al bienestar físico, al placer sexual… Otros han optado por servirse a sí mismos, desencantados del prójimo. ¿Y tú?

No vale engañarse. Sirves a aquello que marca tus decisiones. Sirves a aquello a lo que dedicas más tiempo. Sirves a aquello que pasa por delante de lo demás. Sirves a aquello que no estás dispuesto a dejar.

La propuesta cristiana, a la que yo intento dar respuesta, es servir al Señor. A ese Señor que hace historia conmigo, que me conoce y me ama, que me perdona, que ha traído su Reino para que vaya cambiando el mundo poco a poco. A veces me despisto. Y me doy cuenta de que le sirvo sólo de boquilla. Otras veces me descubro firme y ordenando mi vida a su alrededor. Sirvo al Señor. Y aún puedo servirle más.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Una vida para otros (Mt 8,18-22)

Hoy marchan a Marruecos los miembros de la expedición de la Casa Escuela Santiago Uno que, cada año, en el marco de su proyecto Llenando Escuelas, pasan los dos meses de verano en algún pueblo bereber de una de las zonas más empobrecidas de nuestro vecino africano. Chicos, chicas, educadores y voluntarios, entregados e ilusionados por dar y recibir, por trabajar, colaborar, conocer, convivir, aprender…

Me he acordado de ellos leyendo el Evangelio de hoy, un pasaje que suele rechinar por la dureza que parece manifestar Jesús ante aquellos que se le acercan y le muestran su disposición a seguirle. Pero esa dureza no es más que la advertencia ante uno de los riegos más evidentes para seguir a Jesús: los «pero», los «después», los «en cuanto pase», los «espera un momento»… En el fondo, Jesús sabe que nos cuesta dejar y que todo aquel que quiera seguirle debe dejar.

Jesús nos pide una vida descentrada de nosotros mismos, una vida para otros. Y no al 40%, ni al 60%, ni al 80%… Nos la pide toda. Sabe que lo que no se da por entero, en el fondo, no se está dando.

Ojalá los chicos y sus educadores que hoy parten experimenten en profundidad este «darse», este «no tener donde reclinar la cabeza», este «ir aquí y allá», siempre por y para los demás. Si algo te transforma por dentro es el amor y éste no es otra cosa que estar dispuesto a entregar la vida a aquel que se cruza en tu camino, al que te necesita. ¡Buen viaje chicos! ¡Y a entregar todo lo bueno que lleváis dentro!

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Un nombre que nos devuelve a la vida (Jn 20,11-18)

Nombrar a alguien es hacerlo existir. Por eso el nombre es tan importante. Y si no, preguntémosle a Coca-Cola por esa campaña donde las latas de refresco llevaban los nombres personales de tantos de nosotros… ¿Os acordáis?

En estos evangelios de resurrección, me llama hoy la atención ese «¡María!» que pronuncia el Señor y hace que el corazón de la Magdalena reconozca a su maestro. Un reconocimiento que, evidentemente, no es físico sino que se mueve en otro ámbito. Al escuchar su nombre, en aquel momento de muerte y dolor, María siente que se le vuelve a dar vida, que su existencia da vuelco, que vuelve a estar en el centro de la realidad, que el Espíritu aletea cerca. Es la vida que brota de aquellos labios, es el nombre pronunciado, el que permite a María reconocer al Crucificado, al Resucitado.

Cuántas personas nos llaman por el nombre a lo largo de un día… ¡Y cuántas veces nos sentimos asfixiados, perdidos, agobiados, muertos! Sólo Jesús es capaz de hacer algo nuevo con nosotros, de volver a situarnos en el centro de su amor, de cambiar nuestra vida para siempre. Es Pascua. El Señor te llama por tu nombre. Es tiempo nuevo. Volvamos a empezar. Hemos sido restaurados.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Seamos comunidad que alimente (Mc 6,34-44)

La comunidad cristiana ha sido una de las grandes olvidadas en los últimos tiempos y parece que, poco a poco, unos y otros intentamos recuperarla. Sin comunidad cristiana, todo lo demás se queda cojo. Y es que seguir a Jesús no es asunto de francotiradores, de artistas, de gestores, de estrellas espirituales… No se trata de lo que puedo hacer yo sino de lo que podemos hacer juntos, los que seguimos al Señor.

«Dadles vosotros de comer»

Ese vosotros en labios de Jesús va cargado de una intencionalidad manifiesta del Señor. Los milagros, obviamente, queda claro que no son lucimientos personales por su parte. Y con ello nos transmite que tampoco lo son para ninguno de nosotros. No quiere «salvadores». Jesús quiere comunidades vivas donde el poner al servicio de todos, el compartir, el entregarse… sea el corazón de la fe compartida.

Yo vivo en comunidad, junto a mi familia y a cuatro religiosos escolapios. Comemos juntos. Rezamos juntos. Celebramos juntos. Nos divertimos juntos. Y somos testimonio juntos. Es verdad que cada uno tiene sus tareas propias y personales pero si alguna encomienda tenemos como comunidad es la de ser imagen del mismo Jesús, que cuando otros nos vean se interpelen y busquen al Señor.

Cuando la comunidad parroquial, religiosa, laica, de vida… está viva, sus miembros experimentan el amor de Dios encarnado y son, a su vez, manos de Jesús para sus hermanos. De eso se trata.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Los ataúdes que llevamos a hombros (Lc 7,11-17)

A veces se nos escapa la vida. Se nos mueren recuerdos, sueños, ilusiones, anhelos, esperanzas. Se queda sin voz aquello que más nos hace sentir vivos. El silencio embarga el horizonte y asumimos, con tristeza, que toca enterrar a alguien, a algo.

Jesús ve vida donde nosotros vemos muerte. Jesús es el que resucita, el que devuelve la voz, el que vuelve a poner en pie, el que convierte un entierro en un desfile de gozo y alegría. Jesús es el Señor de la plenitud, de la felicidad; el que escucha nuestros llantos y se cruza en nuestros caminos. El que se acerca y toca nuestras heridas, nuestras muertes particulares, nuestros fracasos profundos, nuestras pérdidas irreparables… y nos coloca de nuevo en el centro, nos inserta de nuevo en la comunidad, restituye nuestra dignidad, cicatriza la herida abierta.

Hoy Señor, que te cruzas conmigo en este ratito de oración, pongo delante de ti todo eso que tengo a pie de cementerio. Pongo a ti mis dificultades, compartidas hoy con un hermano. Pongo ante ti mis expectativas frustradas. Pongo ante ti mis incapacidades con los que quiero. Pongo ante ti la soledad que no soy capaz de acompañar de aquellos que me rodean. Pongo ante ti mis heridas calladas, dolorosas y llevadas en silencio. Pongo ante ti el sueño tambaleante y, también, hoy especialmente, mi miedo a fracasar.

Toca mis ataúdes. Tócales y devuelve a la vida lo que contienen.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El idioma del Espíritu (1 Cor 2,10b-16)

Supongo que muchas veces habéis tenido la experiencia de intentar algo de vuestra fe, de vuestro compromiso, de vuestra pertenencia a la Iglesia, de vuestra manera de vivir… y no ha sido entendido. A veces pasa. Intentas dar razones de algunas cosas y te das cuenta que el que te escucha, pese a intentarlo, no entiende.

Yo tengo cerca personas (amigos, familia, compañeros de trabajo, etc.) que no consiguen entender muchas de las opciones que he ido tomando en la vida, que hemos ido tomando mi mujer y yo. Desde buscar un tercer hijo estando mi mujer sin trabajo hasta abandonar trabajos, ciudad, amigos y familia por aventurarnos en nuevas experiencias comunitarias con los escolapios. Para «el mundo» hay opciones incomprensibles.

San Pablo se lo intenta explicar hoy a los Corintios. El Espíritu nos habita, nos conoce y nos mueve. Las personas que han ahogado esa presencia del Espíritu en ellas, que la han tapado, adormecido, anestesiado o, sencillamente, se han deshecho de ella… difícilmente miran, escuchan, saborean la vida de la misma manera que nosotros. Esto no nos hace mejores ni peores que ellos. No somos hijos más dignos que ellos a los ojos de Dios. Pero es verdad que el Espíritu abre puertas y ventanas, refresca estancias bochornosas, airea rincones olvidados, moviliza energías, aligera pasos, agudiza el ingenio, fortalece la fe, asienta la confianza. Y uno vive desde otro sitio, de otro modo. Yo creo que más feliz.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Llevar puesto el Espíritu (Mt 12,14-21)

Muchas veces nos sentimos incapaces de llevar adelante determinadas misiones, trabajos, tareas o, incluso, de sobrellevar dificultades, sufrimientos y agravios. Minusvaloramos la acción de Dios sobre nosotros. Nos miramos con nuestros propios ojos y vemos nuestras debilidades. Pensamos que sólo contamos con nuestras fuerzas para la batalla. ¡Pero no es así!

Dios nos ha regalado su Espíritu y conviene llevarlo siempre puesto encima por lo que pueda pasar. Llevarlo encima quiere decir acoger el regalo y no dejarlo tirado en cualquier rincón. Rezar, participar de los sacramentos, llevar a cabo buenas acciones… lo necesario para no ahogar sin remedio la acción del Espíritu en nuestras vidas. Habrá momentos mejores y peores pero, si lo conseguimos, ¡nuestra vida cambia por completo! Porque ya no luchamos sólo con nuestras fuerzas sino con las suyas. Porque ya no contamos sólo con nuestras capacidades sino con nuestros dones. Porque ya no miramos con nuestros ojos sino con los suyos. Porque somos ya un poco Él.

Decir que estamos solos, que Dios se ha escondido, que nos ha dejado solos, que no soluciona nada, que ha dejado el mundo abandonado… es una mentira. ¿No será más bien que tenemos amordazado al Espíritu que todos llevamos encima y a través del cual podríamos cambiar el mundo?

Un abrazo fraterno – @scasanovam