Tu casa y tu reino durarán por siempre (2Sm 7, 4-16)

Las lecturas de hoy no son de esas que me cambian la vida. Al menos no hoy; ¿quién sabe si para la próxima? Pero lo cierto es que me han traído a la mente y al corazón una realidad a veces desdeñada o, simplemente, no tenida en cuenta: mi historia no comienza conmigo.
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Cuando uno lee estos pasajes en los que se cuenta la historia de David, de José, etc. uno percibe que, igual que la historia de Jesús comienza mucho antes en el pueblo de Israel que aquella noche en Belén; la historia de uno, la mía, también comienza mucho antes, en el devenir de mis antepasados y con la mano tierna de Dios que ha ido llevando silenciosamente a todos los que me precedieron para que hoy yo pueda ya, por mi mismo, tomar decisiones y ser quién soy.

La sensación de que mi historia es mía me ha proporcionado siempre cierto placer egocéntrico no exento de sana satisfaciión al considerarme la pieza clave de mis propias decisiones, de mis ideas, de mis valores… Pero descubrir que más allá de esto mi historia no me pertenece por completo es también trascendental. Los proyectos de Dios no manejan nuestras fechas ni nuestros tiempos. Mi historia no es sólo mía, en la historia de mi casa. Y en eso seguimos…

Un abrazo fraterno

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