MR 9

Aquella roca había sido mi asiento favorito en los momentos más importantes de mi vida. Mirar al océano de frente y sentir la fuerza del aire en mi cara me ayudaba a decidir. ¿Podía haber mejores compañeros que las gaviotas y la espuma blanca del mar cuando uno tiene que jugarse la vida?

Decidí que sí. Que me iba. Que lo dejaba todo. Con miedo. Con dudas. Con decisión. Uno sólo vive una vez y no estaba dispuesto a vivir con la eterna incertidumbre de si mi futuro y mi felicidad pasaban por ti. Las personas vivimos gracias a nuestras certezas y a nuestras locuras. Aquello era una locura.

Me levanté y abrí mis brazos abrazando todo lo que yo era hasta entonces: mi ciudad, mi familia, mis amigos, mis rutinas… Todo iba a desaparecer. Sentí un escalofrío. Bajé los brazos y me puse en manos de Dios. ¿Hay mejores manos? Y volví andando a casa, tranquilo y en paz.

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