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Salgamos… y recemos. De Moisés a Francisco. (Éxodo 32, 15-24. 30-34)

La verdad es que leer la historia de esclavitud del pueblo de Israel en Egipto, la llegada de Moisés, la salida del pueblo, su deambular por el desierto, la acción protectora de Dios en el camino… y encontrarse con el pasaje de hoy… es duro. Yo me pregunto si yo también seré igual. ¿Seré igual? Posiblemente.3519216197_14b97ce71a

¿Cómo puede un pueblo al que Dios mismo se le ha manifestado, un pueblo que ha sido liberado, un pueblo que ha sido guiado y protegido, que ha visto prodigios realizados por la mano del Señor Dios… ser de memoria tan frágil? ¿Cómo puede hacer desaparecer todo eso de un plumazo y construirse nuevos ídolos a los que adorar? ¿Cómo, personas buenas y justas, pueden perder la cabeza y crear dioses paganos de oro?

La espera, el silencio de Dios, la pérdida de intensidad en su fe, su inmadurez… Moisés desaparece y el Dios al que siguen se calla. Es un momento de espera, de pausa, de estar a medio camino en terreno desconocido. Momento peligroso. Ya no hay nadie que dirija, ni que guíe, ni que ordene, ni que imponga su criterio… y el pueblo demuestra no estar maduro en su relación con Dios. Le molesta encontrarse a solas con su propio camino, con su propia llamada, con su propia respuesta. Momento peligroso. Y cae en la tentación. La tentación de buscar respuestas en otros sitios, de seguir a otros líderes, de poner las esperanzas en aquello que me cautiva los ojos, que me devuelve el fervor, que me hace sentir cuidado. Que eso sea ficticio y mentira, en el fondo, da igual.

Es un claro aviso a todos. ¡Qué fácil es caminar y dar respuesta cuando hay alguien que dice por dónde ir, cómo responder! ¡Qué emocionante es ver y sentir que Dios me llama, que me sale al encuentro, que me protege, que realiza «milagros» por mi! ¡Qué fácil es dejarlo todo y ponerse en camino de una tierra prometida cuando uno vive esclavo, asediado, agotado, cansado, machacado! Pero… ¿qué pasa cuando dejan de pasar cosas? ¿Qué pasa cuando llega el silencio, la quietud, la impertinente calma? ¿Qué pasa cuando desaparece el apasionado enamoramiento y llegan los momentos más áridos del amor? ¿Qué pasa cuando la tierra prometida no llega y uno no sabe muy bien ni dónde se encuentra ni qué se pide de Él? ¿Qué pasa cuando nadie guía? ¡¡Atención aquí!! ¡¡STOP!! ¡¡Peligro!!

El Papa nos ha reiterado una y otra vez que salgamos, que no tengamos miedo. Pongámonos en manos del Señor y cultivemos nuestra relación con Él. El peligro llegará, como le llegó a Israel, y, entonces, habrá que estar a la altura del Dios que nos salva. Tal vez Israel se dejó llevar sin acabar de dejarse traspasar por la llamada liberadora. No nos puede pasar igual.

Un abrazo fraterno