MR 3

Aquello era un mundo de sordos, de anestesiados, de desencantados engañados, adormilados, disfrazados de personas felices. El ambiente olía a humo y a alcohol. No se oía nada más que el martilleo de aquella música desoladora y mortífera. En la pista, cientos de hombres y mujeres ya no tan jóvenes como ellos se creían.

Definitivamente odiaba aquellas manifestaciones de treintañeros alocados, inmaduros y desconectados de la realidad de sus vidas, amargados por lo que no habían sido capaces de conseguir, egoístas y usureros con sus vidas y generosos con todo aquello que les hiciera olvidar en qué punto kilométrico del marathón se encontraban.

Me dio miedo. Y pena.

MR 2

Joana me gustaba un montón. Siempre me han gustado esas niñas pijas con aire hippie y estética un tanto desaliñada, con faldas de flores, pañuelo en la cabeza, rostro limpio y muchas ganas de exprimir a fondo lo poco que se nos daba cada día.

No podía dejar de mirarla. Se movía alegremente al ritmo de «Mrs. Robinson» en aquel garito playero bajo la luz de la luna y a la sombra del mundo. Nuestras miradas nunca llegaron a cruzarse pero yo no quería que el planeta siguiera moviéndose. Yo tampoco lo haría. La felicidad se encuentra en la sala de espera de la felicidad y yo no tenía ni la más mínima intención de irme de allí.

MR 1

Se  sentía ahogar. Era una horrible sensación sobre el cuello que le dificultaba la respiración. Aún sin saber qué se sentía cuando una bala se alojaba en tu ser, él sentía eso.

Quería escapar, gritar, rasgarse la camisa blanca que se había puesto esa noche. Sus pulmones funcionaban aceleradamente y el oxígeno que entraba por sus fosas nasales y a través de su boca no era suficiente para calmar la ansiedad de cada una de las células de su cuerpo.

Salió de allí. Estaba harto de todo aquello. Estaba harto de fingir, de bailar con la muerte en vida. El vaso de su existencia no aceptaba ni una gota más de aquel cubata envenenado en lo que había convertido su historia. Atravesó la puerta del local y se dejó empapar por la primera lluvia del otoño. Enfiló la acera solo sin saber muy bien adonde dirigirse.

Era hora de recomenzar.